Capítulo 23
Quien baila bien, en la cama y en el sexo es un rey.
Megan Maxwell.
Narra Gideón.
Despierto sobresaltado. Alguien toca la puerta. Verifico que Candy duerma tranquilamente. Poco a poco saco mi brazo de debajo de su cuerpo. Se mueve un poco, pero no despierta.
Me levanto sin hacer ruido. Después de lo sucedido esta madrugada, quiero que descanse lo mejor que pueda.
Enrollo un paño alrededor de mi cintura y salgo de la habitación. Siguen tocando.
—Ya voy —hablo firme, sin llegar a alzar la voz. Llego hasta la puerta, al abrir, José entra sin esperar invitación. Suspiro.
—¡Estamos jodido, Gideón! —Cierro la puerta y lo miro.
—¿Qué sucedió? —inquiero, de camino a la cocina en busca de agua.
—La loca de Gabriela se ha aparecido en el estudio, asegurando que está esperando, no solo un hijo tuyo, sino que serán dos. Necesito que me confirmes eso. —Suspiro.
—Vino ayer hasta acá y me mostró el eco. —le cuento. Hago señas con las manos de que baje la voz.
—¿Y qué harás ahora? —Toma asiento, aceptando el vaso con jugo que le ofrezco.
—Me haré responsable, por supuesto. Ya estaba listo para hacerme responsable del hijo que espera, que sean dos no cambian las cosas. —Decido hacer el desayuno de una vez, así que comienzo a buscar el material para prepararlo.
—¿Qué harás con Alejandra? —Giro los ojos.
—Se llama Candy, José, Candy —recalco. Hace un ademán con la mano restándole importancia.
—Es lo mismo, es la misma persona, solo quiero con otro nombre. —No es lo mismo.
—Ahora se llama Candy, y te agradezco que la llames con ese nombre —pido. José bufa.
—Como quieras —Acepta—. Pero dime qué pasará con ella. —Vierto la mezcla de Hot cake en el sartén antes de responderle.
—No haré nada, José. Gabriela está embarazada, me haré responsable de los niños, pero no por eso voy a dejar a Candy. —José rueda los ojos.
—Lo sé, no habrá nada ni nadie que te haga dejarla. Lo tengo claro. —Intento ignorar su tono de voz.
—Al menos lo tienes presente. —Bufa—.Tienes que decirme el porqué de tu odio hacia ella —pido.
—No la odio. —Lo miro a la cara—. Es en serio, no la odio, pero tú fallaste a tu palabra. Eso es lo que odio. —Saboreo mis labios. Sabía que iba por ahí.
—Hablé contigo y te lo expliqué, no siempre se puede. —Mantengo mi voz neutral.
—Hice todo para que la conocieras y me pagaste mal. Eso no se hace. —Volteo el hot cakes antes de responderle.
—Y te lo agradecí, pero ¿qué quieres que haga? Me enamoré de ella al verla, no podía cumplirte, lo siento. —José golpea la mesa. Lo miro mal.
—¿Ella lo sabe? —Un pánico me invade. José puede ser muy vengativo cuando se lo propone. Si le miento diciendo que si, estoy seguro que le preguntará y si le digo la verdad, capaz y se lo cuenta. No quiero ni pensar en lo que Candy hará al saberlo.
—¿Saber qué? —Cierro los ojos, al abrirlos veo a Candy parada en el marco de la puerta de la habitación. Paso saliva.
—¿Acaso Gideón no te ha contado? —Miro suplicante a José. Eso no es algo que deba decírselo él.
—¿Contarme qué? —Candy se acerca hasta nosotros. Se queda de pie junto a José.
—Es algo que él debería decirte, no yo. —Por un lado quiero agradecerle, pero por el otro lo quiero asesinar. Candy no se quedará tranquila hasta saberlo, y no estoy listo para contarle eso.
—¿Qué tienes que decirme, amor? —Ese "amor" sonó muy sarcástico.
—Te lo diré más tarde. —Me concentro en hacer el desayuno para que no se note como sudo de nervios—. ¿Te quedarás a desayunar? —le pregunto a José, después de un rato en completo silencio.
—No, solo quería hablar contigo, ya me voy.
Perfecto, bastardo, te vas después de dejarme metido en problemas. No te lo voy a agradecer.
—Te acompaño a la puerta. —Veo a Candy caminar a su lado hasta la salida. Se demora un rato ahí. Me asusto.
¿Qué le está diciendo?
—¿Me dirás que es eso que debo saber? —inquiere apenas cierra la puerta.
Sirvo los hot cakes en dos platos. Busco la miel en la nevera y lo acomodo todo en la mesa.
—Gideón.
—Tú tenías secretos y no te presioné para que me los dijeras, ahora te pido que me dejes contarte eso a mi tiempo, por favor —suplico. Suspira.
—Eso solo me hace pensar que es algo malo, no puedo estar tranquila hasta saberlo.
—Lo sé, pero necesito tiempo para contarte —explico.
—Solo prométeme que no es algo grave que nos hará separarnos, porque me costó mucho reconocer que es contigo con quien quiero estar el resto de mi vida y no quiero que nada nos separe. —Beso su frente, abrazándola.
—Eso es algo que deberás decidir tú. Si una vez que te cuente, decides dejarme, lo aceptaré, pero de verdad que espero que eso no suceda. Es parte de mi pasado y dejé de hacerlo apenas llegaste a mi vida —susurro en su oído.
—Me estás asustando, Lobo —admite.
—Yo estoy asustado de lo que tú quieras hacer cuando lo sepas —reconozco.
—Entonces no me lo digas. No quiero saber algo que puede separarnos. No necesito saberlo, lo juro. —Ojalá fuera tan fácil. Pero estoy seguro que José no se quedará tranquilo hasta que Candy lo sepa.
—Es mejor que te enteres por mí y no por José —explico.
—Él me odia, lo dirá peor, pero puedo evitarlo. —Se separa un poco para verme a los ojos.
—No te odia, quiere vengarse de mí —aclaro.
—¿Por qué? —Paso saliva.
—Te lo explicaré, pero no ahora, por favor. —Ya perdí la cuenta de cuántas veces he suplicado en menos de diez minutos.
—Está bien, yo confío en ti. —Un alivio recorre mi cuerpo.
—Lo haré pronto —prometo.
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