Capítulo 21
Eran amantes eternos, buscarse y encontrarse una y otra vez era su karma.
Isabel Allende
Narra Candy.
—No estoy segura de que sepas lo que haces —me burlo. Gideón sostiene uno de los rodillos de pintura, mientras finge que es un micrófono. Agradezco el hecho de que cubrimos todo el suelo del apartamento con plástico.
—Yo creo que sí. —Rio. Lo dejo divertirse y sigo pintando la pared. Llevamos todo el día pintando la sala, debo admitir que se ve mucho más grande.
—Quiero que terminemos a tiempo para ir a comer afuera —comento, al terminar ya la pared con la que estaba. Volteo para ver qué hace Gideón, lo que veo me hace sonreír. En la pared que le corresponde pintar, está un corazón con nuestras iniciales—. Eres muy blando para lo duro que aparentas ser. —Veo sus mejillas sonrojarse, lo que me da la razón—. Y te amo —sentencio, besando sus labios.
—Me gusta como va quedando. —Río.
—Solo llevamos pared y media pintada con el nuevo color. Aún falta mucho. —Lo miro como si fuera obvio.
—Pero ya puedo visualizarlo. Debes tener un poco de imaginación y fe, Caramelo. —Giro los ojos, pero sonrío—. Podría pintar tu cuerpo en toda la casa, créeme que eso haría feliz a más de uno. —Ya está parado frente a mí. A pesar de que estoy sobre una butaca, no le falta mucho para estar a mi altura. O él es muy alto o yo soy muy baja.
—¿Qué parte de mi cuerpo te gustaría pintar? —pregunto, haciéndome la tonta. Suspira.
—¿Para qué decírtelo cuando puedo mostrártelo? —dicho eso, me alza. Grito de sorpresa. En la mesa, dejo todos mis materiales para pintar y sigo en el aire sujeta por él. Me deja sobre el sofá. Es incomodo, puesto que tiene un plástico encima.
Se retira unos pasos, quitando el plástico de la alfombra y regresa a mí, vuelve a alzarme, ahora me deja sobre la alfombra de pelos. Aunque las odio, es cómoda.
Contengo un jadeo cuando me quita de un solo tirón, el short que tenía puesto. Me alzo un poco para permitirle sacar mi camisa por encima de mi cabeza. Ahora solo tengo un fino hilo. Sin sostén. Suspira.
—Tengo una obsesión con tus tetas. —Rio bajito.
Gimo de sorpresa, el frío de la pintura me hace encoger los dedos de los pies. Ha agarrado una de las brochas y la ha pasado por toda la parte superior de mi pierna derecha. Repite lo mismo con la otra.
Deja la brocha a un lado, y ahora moja uno de sus dedos. En el momento que su dedo hace contacto con mi vientre, me estremezco.
—Aún no llego a mi parte favorita, Caperucita. —Jadeo. Su voz es tan ronca, lo recuerdo usándola tantas veces mientras me lo hace.
Me mantengo callada. Pasa los dedos por el centro de mis senos, luego por la cima de cada uno. Se me hace imposible respirar con normalidad, ¿quién diría que esto es tan excitante?
—Ya entendí. Quieres dibujarme toda. —Río. Me imita—. Aunque para que sea la pintura perfecta, tendrías que dibujarnos a ambos —aclaro. Pasea su lengua por sus labios.
—¿Cómo te gustaría? —Muerdo los míos. Me levanto, sentándome. Lo ayudo a quitarse la camisa, pero al bajar para quitarle el deportivo que tiene puesto, se levanta y se lo quita de pie, haciendo así, que su hombría quede justo frente a mi rostro. Suspiro.
No me da tiempo de entretenerme con ella, porque se vuelve a sentar. Estira sus piernas hacia adelante y apoya sus manos hacia atrás, quedando en una posición cómoda.
—Pero para pintarte, debemos estar parejos. —Meto mis dedos en la pintura, pero en vez de luego pasarla por su cuerpo, los paso por mi boca, pintándola así, sin importarme que se dañe su boxer, plasmo mis labios en la protuberancia que se nota. Me quito de los labios el resto de la pintura y vuelvo a agarrar pintura con los dedos, usando las dos manos. Me siento sobre él, e imito su posición, pasando mis dedos al mismo tiempo por sus piernas.
—Me gustan muchos tus tatuajes para cubrirlos de pintura —confieso. Gideón se endereza, abrazando mi cuerpo fuertemente con un mano, con esa misma mano me alza un poco, mientras que con la otra, se posiciona en mi entrada. La fuerza que tiene no deja de sorprenderme.
Me deslizo con suavidad, disfrutando cada momento del proceso. A pesar de que la pintura empieza a secarse y se vuelve incómodo, no le presto atención. Me pierdo en los ojos de Gideón, esas gemas grises que me miran con lo más parecido a plenitud, amor, devoción. Y lo sé, porque es la misma mirada que veo reflejada en sus ojos cuando yo lo veo. Lo amo.
Intento contenerme para no besarlo, por cualquier rastro de pintura que quede en mis labios, pero a él parece no importarle, ya que se adueña de mi boca con desenfreno. Jadeo. Nos movemos con lentitud. Estamos haciendo el amor de la mejor manera.
Al llegar a mi orgasmo, dejo su boca, apoyando mi frente sobre su hombro. Nunca entenderé como es que él puede aguantar tanto.
—Vamos —pide. Me levanta, levantándose él también. Caminamos tomados de la mano hasta la mesa de la cocina. Quita el plástico de un solo tirón—. Acuéstate de lado —ordena. La miro y luego a él.
—Es de vidrio —digo como si no fuera obvio. Gideón sonríe.
—Lo sé, pero aguantará —sentencia. Le obligo a mi mente no pensar nada de que ya lo ha comprobado antes, y solo hago lo que me dice. Subo y me acuesto de lado.
Comienzo a temblar cuando hace a un lado el hilo, pasea la punta por toda mi entrada durante un rato. Por ya estar sensible, me enloquece.
—Por favor —suplico. No lo veo, pero lo imagino complacido.
Entra de un solo golpe, lo que hace que me sujeta con fuerza a la mesa. Entra y sale sin compasión. Cada estocada es más dura que la anterior, eso solo hacer que yo me acerque cada vez más a la cima para luego caer nuevamente en picada.
Enrolla una parte de mi cabello en su mano, empujándome así con mas fuerza hasta el encuentro de nuestros sexos. Lo miro de reojo. Tiene los ojos dilatados, casi como negros. No aguanto más, lo presiono fuerte dándole a entender que estoy por correrme. Asiente. Me dejo ir al mismo tiempo que él se vierte en mi interior.
Nos quedamos un momento en la misma posición, pero unos golpes en la puerta nos obligan a separarnos. Gideón regresa a la sala en busca de su ropa. Yo entro a la habitación, pero apenas escucho a Gideón mencionar el nombre de Gabriela, mi cuerpo se alerta. Tomo una camisa de Gideón, me la coloco encima y me toca pelear con Loba para que no salga de la habitación.
Gabriela enfoca sus ojos en mí, una sonrisa petulante se dibuja en su rostro. Eso me asusta.
—¿Qué haces aquí, Gabriela? —Ella vuelve a mirar a Gideón. Busca algo en su cartera, para después extendérselo a Gideón. Es un sobre.
—¡Felicidades, Gideón! ¡Seremos padres de dos! —Tengo que sujetarme de la puerta a mi lado, para no caer. ¿Qué acaba de decir?
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