Capítulo 2
Uno siempre cambia el amor de su vida, por otro amor, o por otra vida.
Amalia Andrade
Presente.
Narra Gideón.
Alejandra o Candy, como sea, no ha dicho ninguna otra palabra desde que respondí su pregunta sobre lo que dijo José. Siendo sincero, aún no sé cómo sentirme ahora mismo.
Por un lado me siento aliviado, feliz y completo de tenerla de nuevo frente a mí; Por otro lado estoy decepcionado y enfadado de que haya esperado cuatro jodidos meses para aparecer de nuevo en mi vida.
Sin poder evitarlo porque soy un idiota masoquista, termino entrando el estacionamiento de automac para comprar una hamburguesas que sé que tanto le gustan. Evito mirarla y hago la orden tal como recuerdo lo que le gusta. Dos Bigmac con todo, dos Coca-Cola y dos papitas. Conduzco hasta la siguiente ventanilla para recibir mi orden, una vez que me lo entregan yo se lo paso a Alejandra.
—Gracias —musita bajo. Sin responder, salgo del AutoMac para conducir sin un rumbo fijo, solo estoy luchando con mis ganas de llevarla a mi apartamento.
Debo primero escucharla para saber si vale la pena seguir amándola o es hora de dejarla ir como creí que ya lo había hecho.
Entro en un estacionamiento techado y por la manera en la que contuvo el aliento, sé que está recordando nuestro primer encuentro. Yo también lo hago.
Dejo el auto en uno de los espacios desocupados y tomo la bolsa de sus piernas para salir del interior. Ella me sigue antes de poder rodear el auto para abrir su puerta.
Caminamos uno al lado del otro sin mediar palabras hasta la salida, no me detengo ahí y cruzo la calle para llegar a Central Park. Hay suficientes personas como para mantener mis sentimientos y ganas de tocarla a raya. Ubico una banca vacía y me siento en ella.
—Ten —le ofrezco una hamburguesa, Coca-Cola y caja de papitas para ella.
—Gracias —repite en un susurro. Suspiro. Desenvuelvo mi hamburguesa y le doy un mordisco grande sin detener mis ojos en un punto fijo—. No estaba escondiéndome de ti, pero sí aproveché lo de la caída del avión para ocultarme y fingir mi muerte —dice de pronto.
—¿Por qué querías dar a creer que estabas muerta? —cuestiono mirándola a la cara. Evita mi mirada avergonzada.
—Porque no quería seguir casada. Creí que esa sería la mejor solución —explica. Suspiro.
—Ya estabas en tramites de divorcios, no tiene sentido —declaro. Termino mi hamburguesa tras otro mordisco y me dispongo a beber mi refresco.
—El divorcio iba para largo, Gideón. Apenas este mes tendría la primera audiencia en el juzgado. Sebastian se negó a darme el divorcio si yo no aceptaba alejarme completamente de ti. Eso incluía el irme de la ciudad —me cuenta. Nunca me dijo nada de eso. En realidad nunca me dijo nada realmente importante sobre su vida personal.
—Hubiera sido mejor hacer eso, ¿no crees? Después de todo, fue lo que hiciste. Te fuiste de mi vida y de la ciudad —argumento—. ¿Por qué no moriste en el accidente? Tengo entendido que no hubo sobrevivientes —comento.
—Porque no estábamos en el avión al momento del despegue. Después de enviarte el mensaje, Moni dijo que no podía irse conmigo cargando con esa responsabilidad de saber que te amo y aún así, alejarnos. se bajó del avión y yo lo hice tras ella. Nuestro equipaje se quedó ahí, solo recuperamos lo que teníamos en el equipaje de mano, que por supuesto, solo eran artículos personales —confiesa. Mi mente va trabajando a una velocidad inhumana para asimilar toda su historia.
—Te creí muerta, Alejandra. Pudiste al menos enviarme un mensaje para saber que estabas bien. Me volví loco cuando llegué al aeropuerto y me encontré con aquel caos. ¿En algún momento pensaste en lo que yo podría sentir? —cuestiono ya sintiendo la ira apoderarse de mí.
—Lo hice, pero pudo más mi egoísmo que mi amor por ti. Anhelaba convencerme de que no te amaba, Gideón. Tú mejor que nadie sabes que no quería aceptarlo. No podía aceptarme enamorada de mi amante. No podía permitirlo y, sin embargo, me enamoré de ti como nunca antes lo hice con nadie. Me dolía amarte porque sabía que terminaría yéndome de tu vida de nuevo. —Se escucha como si de verdad el amarme fuera algo que la atormentara. Suspiro resignado.
—Realmente nunca tuviste intención de quedarte conmigo, ¿cierto? Siempre me viste como un portador de orgasmos. Más nada —zanjo. Ella niega repetidas veces con la cabeza.
—Nunca te vi como tal cosa, Gideón. Moría de ganas de tener una vida contigo. Hace un mes iba a volver —confiesa, pero se calla como no sabiendo qué decir o cómo decirlo.
—¿Qué te impidió hacerlo? —cuestiono para hacer que prosiga. Suspira y mira brevemente a nuestro alrededor. Me tomo el tiempo para hacer lo mismo, sin embargo, me veo devolviendo la vista a ella más pronto de lo que pensaba. Sigue pareciéndome irreal el tenerla aquí... Conmigo.
—No pude hacerlo. Si para ti fueron difíciles estos meses, también lo fue para nosotras. No pretendo justificarme porque sé que fui yo quien hizo mal en ocultarte mi paradero. Arrastré e hice daño a personas que no pretendía por mi egoísmo. Ni siquiera sé si ya tienes una vida establecida con alguien más, si vas a perdonarme y no lo sé, intentaremos ser amigos. No sé nada, Gideón. Lo único que tengo claro es que no quería seguir alejada de tu vida. Sin importar si tu no me quieres ya en ella, yo quería que supieras que estoy viva y que lamento con creces el no haber aparecido antes —declara sin hacer pausa en ningún momento.
Por alguna razón me la imagino sentada frente a un espejo repitiendo esas palabras hasta aprenderlas. Suspiro.
—Justo ahora no decido si quiero tenerte de nuevo en mi vida o no, Alejandra.
—Candy. Alejandra murió. Ahora soy Candy —aclara interrumpiéndome. Suspiro. Lo he pasado por alto.
—¿Por qué de tantos nombres, ese? —interrogo sin poder evitarlo. Sonríe triste y evita mi mirada.
—Nunca antes había tenido la opción de elegir mi nombre, así que cuando la oportunidad llegó, en todo lo que podía pensar era en tu voz llamándome Caramelo siempre. Era Candy o Little riding hood, y sin duda, ese último me parecía muy largo. Además de que no quería a más nadie llamándome así —explica. Siento un tirón en el corazón que hace que se salte varias pulsaciones. Esta mujer va a volverme loco.
—Me gusta Candy —admito—. Aunque al igual que tú, me gustaba ser el único que te decía Caramelo —confieso. Devuelve su mirada a la mía y puedo sentir de nuevo lo que sentí la primera vez que la vi. Aquella foto que me volvió loco de deseo por ella.
—Solo tú lo haces en español. Nadie más que tú puede llamarme así en español —reconoce. evito sonreír, pero también evito su mirada para que no vea cuánto me ha gustado eso. Necesito seguir manteniéndome fuerte. Hasta ahora admitió que se fue para no amarme. ¿Entonces por qué regresar?
—Si te fuiste para no amarme, ¿por qué regresaste? —cuestiono para no quedarme con la duda. Toma una larga respiración que acompaño con la mía. Se distrae un segundo con un pequeño perro que se acerca a nosotros meneando su cola. Candy sonríe mientras se inclina hacia abajo para acariciarle el pelaje. Otra punzada en el corazón me taladra. Ella siempre quiso uno.
—Lo lamento mucho. Es muy inquieto —se disculpa la dueña, tomando a su perro entre sus manos mientras se da la vuelta y se aleja de nosotros. Candy vuelve a acomodarse y me mira.
—Tendré una presentación mañana en la tarde, puedes ir si quieres —dice. Eso no responde mi pregunta.
—Eso no responde lo que pregunté, Candy —acuso. Se mueve incomoda.
—Lo sé, pero ese es uno de los motivos —explica. La miro para que prosiga. Odio las cosas a medias—. ¡Por Dios, Gideón, estoy tratando de ser sincera, es solo que es difícil serlo sobre todo, ¿vale?! —exclama moviendo sus manos al aire para enfatizar sus palabras.
—No tiene que ser difícil ser sinceros, Candy. Solo quiero que respondas sin rodeos el por qué has vuelto a mi vida. No estoy preguntando por qué volviste a New York, sino a mi vida —sentencio.
—Porque necesitaba verte de nuevo en persona —confiesa. Eso no me es suficiente, quiero más.
—¿Por qué? —insisto. Suspira y gira su rostro al mismo tiempo que veo una lagrima rodar por su mejilla. Se la seca con un bufido.
—No te recordaba tan preguntón —espeta haciendo que sonría con ganas. Por nunca preguntar es que siempre supuse que ella quería eso tanto como yo. Me hubiese evitado tantas cosas de haber preguntado eso. Suspiro.
—Ni yo tan reacia a dar información. Ah, no, espera, eso siempre fue así —me burlo recordando que nunca fue de hablar mucho de ella. Me mira mal, pero ya se han ido las lágrimas de sus ojos. Eso es bueno. Odio ver llorar a una mujer, mucho más a ella.
—Si tanto quieres saber el porqué necesitaba verte de nuevo, asiste mañana a la presentación —pide. Bufo.
—¿De qué es la presentación? —pregunto interesado. Ella muerde su labio y me odio por sentir el impacto de ese gesto en mi entrepierna.
—Tendrás que asistir para saberlo —sentencia. Giro los ojos.
—Está bien. ¿Dónde será? —interrogo. Ella sonríe claramente emocionada y me entrega una hoja en la que yace una dirección escrita. Ya sabía que aceptaría. No sé cómo me hace sentir eso. ¿Qué hubiera pasado si me negaba? ¿Hubiese arrojado la hoja en algún bote de basura?
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