Capítulo 11
No le temo a la muerte, pero sí a llegar desear estarlo.
A🌙 A
Presente.
Narra Gideón.
Por más que Candy intenta mirar hacia todas partes para no verme a mí, logro darme cuenta de que estuvo llorando dentro del baño. Tiene los ojos rojos e irritados. Además de que su nariz se encuentra igual de roja. Recuerdo sus palabras de anoche, todo lo que pasó sola.
Y aunque quisiera asegurarle que estaré con ella para siempre, no puedo hacerlo. En realidad no es que no pueda, es que no quiero hacerlo. No quiero volver a ser yo el que demuestre todo lo que está dispuesto a hacer por el otro.
¿Cuántas veces le he dicho que quiero estar con ella?
¿Cuántas veces le pedí —prácticamente le suplicaba— que me dejara amarla?
¿Acaso no le rogué que no se fuera?
Pero nada le bastó. Y sí, me duele, me destroza el que nuestro hijo nunca haya podido nacer, pero sé que podemos tener más. Solo si es que ella de verdad esta vez, solo por una vez, es ella quien se queda.
No dejaré a Gabriela. Es la madre de mi hijo y no puedo dejarla. Pero eso no significa que tengo que tener una relación con ella. Puedo seguir apoyándola sin tener una relación. Pero no pienso volver a poner mi mundo patas arriba por Candy. Ya lo he hecho antes. Y no una, sino dos veces. ¿Qué gané? Su constante rechazo.
Cuando me avisa que ya está listo mi tatuaje, Candy conecta sus ojos con los míos, pero enseguida los desvía. Sí, están cristalizados. Suspiro y me colocó junto a ella para que tome la foto promocional de los tatuajes y entonces salimos de ahí. Subimos al auto sin decir nada, pero cuando ya llevamos varias calles, soy yo el que hablo.
—¿Quiere comer algo? —cuestiono, sabiendo que ya cuando la deje en su hotel y yo deba regresar al estudio, no volveré a verla. Sabrá Dios hasta cuando. Candy asiente—. ¿Te sientes bien? ¿Te duele el tatuaje? —pregunto, negándome a quedarme callado tanto tiempo. Suspira.
—Estoy bien —responde simple. Bien, ya entendí, no quiere hablar. Asiento y me enfoco de nuevo en la carretera frente a nosotros.
Elijo un McDonalds porque es algo que sé que le encanta, así que luego de que me pasan todo por la ventana, se lo ofrezco a ella.
—¿Volveré a verte? —cuestiona cuando estamos comiendo dentro del auto. Saboreo mis labios luego de tragar.
—Solo si es eso lo que quieres, Candy —aclaro. Asiente y mira por la ventana un momento.
—Sí quiero, Gideón —susurra bajo, pero eso hace que se me erice todo el cuerpo.
Odio ser tan débil con ella. Odio no poder tener control de mi cuerpo cuando estoy a su lado. Odio ser más suyo que mío. Y lo odio porque no sé si ella se siente igual.
—Quiero que me hagas un favor —suelto de pronto. Me mira fijamente, pestañeando—. Quiero que te vayas de una vez si es que planeas hacerlo en algún momento. No quiero volver a acostumbrarme a tu cercanía y que te vayas luego, Candy. Quiero que si te quedas, sea definitivo. Quiero que me demuestres que de verdad me amas. Por una vez, te pido que me ames, Candy, y que me lo demuestres —zanjo.
La veo tomar aire profundamente, luego deja su comida sobre sus piernas y se acomoda para verme mejor.
—Te lo dije, Gideón, volveré a irme, pero no lo haré de tu vida. Sin embargo, ¿crees que es sano? ¿Crees que haremos bien en seguir intentando nadar contra la corriente? ¿En seguir luchando contra lo inevitable? ¿Crees que debemos seguir haciéndonos daño, amándonos, por más que sabemos que no tendremos un «felices para siempre»? ¿Quieres eso, Gideón? ¿Quieres que te ame a pesar de que mi forma de amar sea así, destructiva y posesiva? ¿Puedes tú tan siquiera prometerme un amor ahora que ya tu amor no me pertenece? ¿Cómo puedo asegurarte amarte si ahora tu amor ya no es mío? —cuestiona pregunta tras pregunta sin tan siquiera dejar un tiempo entre cada una. Suspiro.
—A estas alturas, Caramelo, ¿crees que tenemos alguna posibilidad de aspirar a lo sano? No, Caperucita, ni en el cuento original ni en nuestra historia es algo sano el estar juntos. En ese cuento el lobo es malo y quiere comer a Caperucita, en nuestra historia ambos nos devoramos y lastimamos por partes iguales, entonces, al diablo el felices para siempre. Al diablo tan siquiera un final, porque me niego a que acabe lo que ni siquiera hemos empezado nunca.
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