Capítulo 38
Esos ojos podrían poner a mis demonios de rodilla.
-Lo Leí por ahí.
Presente.
—¿Ya quieres irte? —cuestiona Gideón. Termino de bostezar y lo veo apenada.
—Disculpa, no te preocupes, tienes tiempo sin ver a tu amigo, no tengo prisa —miento. Gideón acaricia mi rostro, apartando un mechón de cabello.
—Ya vi a Marcelo, ahora quiero llevarte a cenar y luego te haré el amor. — La firmeza de sus palabras hacen flaquear mis falsas decisiones.
—Quiero eso —admito sin dudar. Sus labios impactan con los míos en un muy merecido beso.
—Despidámonos. —Asiento. Ubicamos a Marcelo para después caminar hasta él—. Me gustó mucho verte de nuevo, deberiamos reunirnos un dia de estos, ¿te parece? —La respuesta de Marcelo es un abrazo. Creo que le gustan mucho los abrazos.
—Por supuesto que lo haremos —responde sin dudar. Un apretón de manos, un abrazo para mí y listo, nos encontramos fuera del edificio.
Gideón toma mi mano y la enrolla en la mitad de su brazo, caminamos sin cruzar palabras, todo el ambiente a nuestro alrededor cambia, de pronto solo desprendemos ansias y deseos.
Apenas llegamos al estacionamiento, era de esperar que Gideón me empotrara contra la pared para apoderarse violentamente de mi boca. Cosa que no me molesto, al contrario, me encanta.
Sus manos recorren mi cuerpo con vehemencia. Jadeo incontrolable en su boca.
—Te necesito —confieso.
—¿Quieres cenar? —Ante la plena mención de la palabra, mi estómago gruñe en respuesta. Gideón ríe bajito—. Cenemos entonces —propone, no me niego. Me acomodo el vestido, tomo su mano y continuamos nuestro camino hasta su auto. Abre mi puerta, le agradezco y entro. Lo veo rodear el coche y entra sentándose en el asiento del piloto.
La hipnotizante voz de Adele nos acompaña a lo largo del recorrido.
Cuando veo dónde estaciona el auto, una sonrisa se instala en mis labios. Este es un lugar maravilloso y uno de mis restaurantes favoritos. Acepto la mano que me ofrece y bajo del auto. Hace lo mismo que al salir del edificio: enrolla mi mano en la mitad de su brazo.
Entramos al hotel siguiendo derecho hasta el ascensor, marca el último piso y me mira.
—Me gusta mucho este lugar —confieso, para buscar un tema de conversación. Gideón sonríe, acariciando mi rostro.
—Es bueno saberlo —asegura. Las puertas se abren, dejando ver un pasillo y al final, una puerta doble de cristal. Mis tacones suenan en el piso. Al llegar a la puerta, no hace falta que nosotros la abramos; un chico la extiende para nosotros.
—Bienvenidos, ¿tienen reservación? —inquiere educado. Gideón asiente, dando su apellido—. Mesa para dos, siganme —pide el chico, luego de comprobar la reservación en la tableta que sostiene en mano—. Disfruten su cena —comenta amable, al dejarnos en una mesa justo en la terraza.
La brisa fría no me importa en estos momentos. La vista de la ciudad opaca cualquier cosa. Le agradecemos después de dejarnos el menú.
—Ten, no quiero que pases frío. —Sonrío. Tomo el abrigo que Gideón me entrega e inmediatamente mi cuerpo se calienta con la prenda.
—Es una noche preciosa. —Gideón toma mi mano por encima de la mesa, me enfoco en ese gesto.
—Para mí es hermosa por ti, el resto es cotidiano. —Mi corazón se encoge. Cuando hace ese tipo de comentarios me cuesta tanto pensar que realmente él siente algo lindo por mí. Lo que no entiendo es el porqué eso me lastima.
—Tengo un regalo para ti. —Es lo único que se me ocurre decir. Su rostro se contrae rápidamente—. ¿Qué sucede? —cuestiono sin entender.
—La última vez que me diste un regalo, me dejaste. —Aunque sus palabras no son dardos, apuñalan.
—No esta vez —lo prometo. Gideón cierra los ojos, asintiendo.
—Entonces, ya quiero verlo. —Muerdo mi labio sonriente. Un mesero llega para tomar nuestra orden. Ni siquiera he visto el menú, así que dejo que Gideón pida por los dos. El chico se retira nuevamente—. ¿Si sabes que lo único que quiero comer ahora es tu lindo cuerpecito? —Contengo un jadeo.
—Quizás deberíamos saltarnos la comida, porque yo quiero eso mismo. —confieso. A Gideón se le oscurecen los ojos.
—Ordené algo ligero, comeremos rápido y después nos devoraremos hasta saciarnos. —Empiezo a creer que nunca vamos a saciar este deseo que sentimos el uno por el otro. Eso me aterra.
La comida es un martirio. Lo digo en el buen sentido. Cada bocado era un punzada en mi sexo. La manera en la que Gideón se lleva la comida a su boca sin apartar los ojos de los míos y después la manera en como cierra los ojos disfrutando del sabor, me está volviendo loca.
—Ya quiero irme —declaro decidida.
—Sus deseos son órdenes. —Levanta la mano para llamar la atención del mesero, apenas llega le pide la cuenta. Todo sin dejar de mirar en mi dirección. Cuento ansiosa el tiempo que le toma al chico ir y volver con la carta del monto. Cancela todo, colocando el dinero dentro de la misma y le da al chico su merecida propina.
En el momento que se levanta y extiende su mano para mí, casi salto de mi silla. Eso lo hace sonreír satisfecho. Tomo mi enorme cartera y salimos. En el ascensor, Gideón no presiona el botón de planta baja, no, marca el piso número siete, es decir; solo un piso más abajo.
—¿A dónde iremos? —inquiero.
—Ya lo verás. —Ruedo los ojos. No me gusta cuando me dejan intrigada. Las puertas se abren dejando ver un extenso pasillo. Caminamos tomados de la mano y en la penúltima puerta, nos detenemos. Saca de su bolsillo una tarjeta, la pasa por la ranura y esta se abre fácilmente—. Quiero que hoy sea una noche especial —comenta, antes de que ingresemos a la habitación, al hacerlo, lo primero que veo me hace sonreír. Un cuadro está en el centro de la estancia. Soy yo, es una foto mía en la playa de Miami. Mi corazón bombea sangre rápidamente de alegría.
—No creí que la conservaras —confieso, viéndola anonadada. No pensé que realmente esa pose tan atrevida se viera tan jodidamente bien.
—Sería un delito no conservarla. —Rio bajito.
—Yo también te tengo un regalo. —Me pongo nerviosa. Gideón traga duro—. Es un buen regalo —prometo. Asiente—. Siéntate en la cama y cierra los ojos —pido. Como un buen niño, obedece. Suspiro. Me bajo la cremallera del vestido, dejando que caiga al suelo. Saco de mi cartera la capa roja y la bolsa con su regalo personal—. Ábrelos. —Apenas lo hace, me recorre entera con la mirada, deteniéndose de más en mis senos. Sonrío. Extiendo mi mano con la bolsa.
—Feliz cumpleaños atrasado, Lobo. —Ambos reímos. Se levanta tomando la bolsa, antes de ver el interior, intenta besarme y se lo impido, exigiendo que primero vea el regalo. Lo hace. Ríe fuertemente al verlo.
—Me encantan —confiesa—. Es el mejor regalo que me han dado alguna vez. —Eso hincha mi corazón de alegría.
—Tú eres un gran regalo —sentencio. Sus ojos brillan con algo especial. Ahora sí no le impido besar mis labios. Sus manos se posan sin apuro sobre la curvatura de mis nalgas. Están frías, pero al instante esa zona se calienta con su tacto.
No sé en qué momento pasamos de estar de pie a estar yo sobre él en la cama. Solo sé que ahora me retuerzo como si fuese una serpiente. Los gruñidos que brotan de su boca de vez en cuando me instan a moverme más. Estoy ardiendo por dentro. Lo necesito, y se lo hago saber.
—Y yo a ti —declara. De un momento a otro, me gira quedando él sobre mí. Arqueo mi espalda en respuesta cuando besa mi clavícula. Sé muy bien por donde va y sé también que estoy anhelando que lo haga.
Succiona suavemente cada parte que va besando. Sus manos son otro cuento, me acarician todo el cuerpo, pero sin apuro, se está tomando su tiempo para seducirme, si supiera que ya estaba seducida desde que llegó a mi departamento en la tarde.
—Quiero hacerte el amor esta noche, Caperucita. —Cojo aire.
—Estoy deseando que me hagas el amor esta noche, Lobo. —Decirlo en voz alta taladra mi corazón.
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