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Capítulo 35

Es durante la noche cuando resulta hermoso creer en la luz.

Edmond Rostand

Presente

Despierto sobresaltada, mi respiración es irregular y una fina capa de sudor cubre mi cuerpo. Veo a Gideón dormir a mi lado. Decido levantarme cuidadosamente para no despertarlo. Necesito un vaso con agua y una ducha.

Opto primero por la ducha. Abro la puerta del baño cuidando no hacer ruido, cierro de la misma manera. Una vez bajo el chorro me concentro en recordar de qué iba mi sueño o más bien; recuerdo. Realmente me está afectando el tener que escribir ese capítulo en mi libro. Incluso estoy considerando dejarlo hasta ahí y no publicar nada. Bufo.

—¿Por qué es tan difícil recordar esa noche y no todo lo anterior? —cuestiono para mí misma.

—¿Qué noche se te hace difícil recordar? —Me sobresalto al escuchar a Gideón a mi lado.

—Ninguna. No quería despertarte. —Cambio de tema. Gideón está tan desnudo como yo, me pide que me corra hacia adelante y lo hago. Queda justo en mi espalda. Sus manos se posicionan en mis hombros, comienza una rica tortura que solo él sabe hacer.

—Puedes confiar en mí, Caperucita —musita, sin detenerse.

—No es nada importante —miento, descarada.

—Está bien. No importa. —Claro que importa, pero no quiero confesarle que no logro dejar de martillarme la cabeza cada vez que pienso en escribir la noche que lo dejé.

—¿Quieres volver a dormir? —inquiere cuando ya ambos hemos terminado de ducharnos. Cojo aire.

—La verdad es que no tengo sueño —confieso. Gideón sonríe.

—¿Quieres ver una película? —propone. Niego y muerdo mi labio. Eso hace que entrecierre los ojos mirándome perspicaz—. Caramelo —advierte coqueto.

—He estado pensando que nunca lo hemos hecho en el balcón. —Me hago la tonta acariciando mi hombro. Gideón ríe bajo.

—Tampoco lo hemos hecho en la piscina que hay en el techo del edificio. —Mis ojos se abren sorprendidos.

—¿Hay una piscina en el techo del edificio? —Aunque acaba de afirmarlo, soy medio mensa y tenía que preguntarlo. Gideón rueda los ojos, pero no deja de sonreír.

—Sí, nunca he ido, pero sé que hay una. Viene incluido en el contrato de arrendamiento —explica. Asiento.

—¿Y podemos ir? —inquiero ansiosa.

—Son las 02:16 hrs. ¿De verdad quieres ir a esta hora y con este frío? —Asiento segura. Gideón vuelve a rodar los ojos.

—Créeme que el frío será lo menos que sentirás cuando estés hundido en mí. —Con eso logro que me mire apasionado—. Además, de día sería mucho más difícil hacer el amor frente a tanta gente —argumento. Gideón me mira sorprendido—. ¿Qué? —cuestiono confundida.

—Repite lo que dijiste. —Ahora estoy más confundida que antes. ¿Qué dije?

—¿Qué cosa? —inquiero. Gideón acorta la distancia entre nosotros, me alza haciendo que enrolle mis piernas a sus costados y camina conmigo hasta la salir de la habitación.

—Di de nuevo que haremos el amor en la piscina y te llevaré ahora mismo —pide, cuando estamos ya frente a la puerta principal de su apartamento. ¿De verdad yo dije hacer el amor? Trago hondo. Sus ojos brillan con algo especial. Siento los míos cristalizarse. No es la primera vez que lo digo, pero sí la primera vez que se lo pido—. ¿Qué sucede, Caramelo? —Apoya mi espalda contra la pared, me mira intentando descifrar qué pasa por mi mente.

—Solo bésame —suplico. Eso hace. Nos conduce fuera de su apartamento y no me deja en el suelo cuando entramos al elevador. Río bajito—. ¿Si sabes que puedo mantenerme en pie? —cuestiono divertida.

—Me gusta tenerte en mis brazos —confiesa.

—Lo que te gusta es tener tu miembro rozando mi feminidad —lo acuso y por su risa, he dado en el clavo.

—Eso también —acepta. Las puertas del ascensor se abren e inmediatamente la brisa fría me hiela la piel—. Sigo pensando que no es buena idea hacerlo aquí a esta hora. —Bufo. Me muevo un poco para que me baje, lo hace.

—¿Tienes miedo del agua fría, Lobo? Creí que solo los gatos le temían al agua —comento burlona. Le doy la espalda sacando la camisa suya que me había puesto y me lanzo al agua. Está helada. No dejo que eso me cohíba y dándome la vuelta para verlo, le lanzo mi panty. La ataja en el aire mirándome fijo.

Veo como se despoja de su pantalón corto y camiseta, para luego caminar hasta el borde de la piscina, se lanza desbordando un poco de agua a los lados. Me sobresalto cuando sale del interior y me alza pegándome contra la pared de la alberca.

—Te encanta tentar al Lobo, Caperucita. —Muerdo mi labio. Lleva una de sus manos a mi sexo.

Por arte de magia todo el frío desaparece y un enorme e insoportable calor se instala en mi cuerpo, empezando por esa zona donde Gideón está haciendo maravillas con sus dedos. Jadeo incontrolable.

—Por favor —suplico sin descaro alguno. Gideón aumenta la velocidad.

—¿Qué quieres, Caperucita? —Su voz es tan calmada, mientras que yo estoy a punto de caer en picada.

—A ti —admito en un susurro.

—Ya me tienes —reconoce. Trago saliva antes de besarlo. Deja de torturarme con su mano y me penetra de un solo golpe. Es como si no hubiera sentido frío en ningún momento, ahora mismo ambos ardemos en el infierno que construimos personalmente para nosotros y solo nosotros.

—¡Gideón! —grito al llegar al orgasmo. Él me sigue inmediatamente, vaciándose en mi interior. Apoyo mi cabeza en su hombro. Nuestras respiraciones parecen correr miles de millas.

Nos vestimos entre risas cómplices. Ahora sí estoy congelada y la camisa de Gideón no me ayuda. se ha pegado toda a mi cuerpo mojado. Titiriteo de frío. Gideón vuelve a cargarme en brazos y nos conduce de regreso al elevador.

Cuando llegamos al apartamento, sigue de largo hasta el baño. Nos mete debajo de la ducha aún con ropa y yo me encargo de abrir el chorro de agua caliente. Cierro los ojos disfrutando de la temperatura del agua. Gideón me deja en el piso y aprovecho para desvestirme. Me doy cuenta de que no me puse de nuevo la tanga. Tuve que haberla dejado arriba. ¡Qué vergüenza!

—¿Qué haces? —cuestiono apartando a Gideón con la mano.

—Voy a secar tu cabello. Puedes agarrarte un resfriado si te acuestas así —Parpadeo incrédula. A veces cuesta trabajo creer que este hombre tan fuerte, sexy y atractivo, sea tan detallista y consentidor. Supongo que todos los Don Juan deben serlo. ¿O no?

—Yo puedo hacerlo sola, no te preocupes —respondo algo apenada. No me pregunten por qué.

—Pero yo quiero hacerlo. —Como ya sé en qué va a terminar esta conversación, cedo y dejo que él me seque el cabello con la secadora. No pasa mucho tiempo antes de que sienta ya el sueño invadir mi cuerpo. comienzo a cabecear, haciendo reír a Gideón.

—Ya falta poco —asegura en una de mis cabeceadas. Asiento—. Tienes mucho cabello, pero me encanta —comenta. Bostezo cuando pretendía responderle. Ríe más fuerte—. Ya está —sentencia satisfecho. Ni siquiera me veo en el espejo, simplemente camino hasta su cama y me lanzo sobre ella sin importarme si estoy acomodada de forma correcta o no. Escucho a Gideón reír a mis espaldas—. Parece que a alguien la dejaron muy cansada —se burla.

¿Para qué decirle que no sí, sí? Siento cuando se acuesta en la cama y me acomoda, enrollando mi delgado cuerpo dentro de sus musculosos brazos. Aspiro su olor, dejando un beso en su pecho.

—Te quiero. —Es lo último que escucho antes de quedarme profundamente dormida en sus brazos.

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