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Capítulo 34

"—¿Por qué si esto está mal se siente tan bien?
—Porque el pecado y el deleite van por la vida disfrazados de condena" 

Jessica Yanez

Jessi_Nanda18004

Presente

—Para mí es una buena idea —sentencia Moni. Asiento.

—Igual para mí, muchas gracias por tenerme en cuenta —le agradezco sin dejar de darle vueltas en la mente.

—Siempre. Ahora corre y ve a buscar a tu hombre al aeropuerto. —Rio, levantándome del sofá.

—Deberemos organizar todo luego —le aviso mientras ubico mi bolso y me cercioro de que esté todo adentro.

—Claro que sí, no te preocupes. —Salgo del apartamento y subo al auto de Gideón para ir a recogerlo al aeropuerto. Estaciono y bajo, metiendo las llaves dentro de mi bolso.

—Llegas tarde. —Llevo una mano a mi corazón del susto. Gideón está sentado a unos cuantos pasos del auto.

—Estaba con Moni, disculpa. —Gideón asiente levantándose y caminando hasta mí.

—Creí que te habías ido como aquella vez. —Suspiro. He estado retrasando tanto el momento de tener que escribir esa despedida, solo por no querer revivir todo lo que pasé después de eso.

—Ya ves que no. —Sonrío, Gideón me imita. Coloca una dedo debajo de mi barbilla, se acerca despacio hasta unir nuestros labios en un muy tierno beso. Creo que es el más tierno que nos hemos dado desde que nos conocimos.

—¿Tienes hambre? —cuestiona. Acabo de cenar, pero él se ve que sí tiene, así que asiento. Le entrego las llaves del auto, abre la puerta de atrás y deja la maleta ahí, para después abrir mi puerta y ofrecerme con la mano que entre. Río bajito, pero lo hago. Rodea el auto y sube a mi lado en el asiento del conductor.

—¿Alguna idea en mente de qué quieres comer? —Niego—. Bien, andando. —Coloca el motor en marcha. Me entretengo escuchando las canciones de la emisora. Sonrío estúpida cuando estaciona en un McDonald's.

Esta vez no compramos por el autoservicio, sino que bajamos del auto e ingresamos tomados de la mano dentro de las instalaciones. Mi sonrisa no puede ser más grande. Hay varias mesas ocupadas con familias, amigos y no lo sé, parejas, quizás. La emoción que siento ahora no se compara a cuando entro a otros restaurantes. Caminamos directamente hasta la barra para hacer nuestro pedido.

—Yo quiero una big Mac doble con una gaseosa grande y papitas —pido sin importarme la cara de burla de Gideón.

—Yo quiero lo mismo —sentencia. Cancelamos la cuenta y tomamos asiento esperando que nos traigan nuestra orden.

—Gracias por traerme. —Tomo su mano por encima de la mesa.

—Deberíamos venir más seguido, tu rostro brilla. —Con su otra mano, acaricia suavemente mi mejilla. Cierro los ojos disfrutando el contacto.

—Me hace feliz estar aquí —confieso.

—Tú me haces feliz a mí —promete, haciendo que mi corazón se achique. Suspiro.

El chico llama por el altavoz anunciando que nuestro número de pedido está listo. Gideón se levanta y lo busca. Deja mi bandeja con mi hamburguesa y coloca la suya también. La boca se me hace agua mientras voy desenvolviendo la big mac.

Jadeo al momento de darle el primer mordisco. Cuando abro los ojos, Gideón tiene su hamburguesa a medio comer y me mira extasiado.

—Maldición, Caramelo, no puedo dejar de imaginar que esa hamburguesa es mi miembro y te lo disfrutas de la misma manera. —Eso no solo me hace agua la boca, sino mi feminidad que palpita de ganas.

—Ahora cada mordisco que le dé, pensaré lo mismo —aseguro. Sus ojos se oscurecen de deseo.

—Terminalo rápido para que podamos hacerlo más rápido. —Como si sus palabras tuvieran algún tipo de poder, en menos de lo que canta un gallo, ya ambos hemos terminado de comer todo y nos miramos extasiados. No sé si por todo lo que comimos o por lo que vamos a comer ahora. Deduzco que es lo segundo.

—Vámonos —pido. Gideón se levanta ofreciéndome su mano, la acepto encantada y salimos. Un niño nos pasa corriendo gritando el nombre de Loli. Miramos en la dirección en la que corre y se ve a un perro corriendo fuerte.

Me sorprendo cuando veo como Gideón atrapa al perro justo antes de que cruce la autopista transitada. Parpadeo sorprendida. No lo vi irse. Regresa acariciando el pelaje del canino, se lo entrega al niño a unos cuantos metros de mí. El chico se va feliz con su amigo en brazos, Gideón sonríe de oreja a oreja.

—No te vi irte —confieso apenada.

— Lo siento, temí que algo le pasará a Loli. — Rio al escucharlo pronunciar ese nombre—. ¿Así que te hace gracia? —cuestiona haciéndose el ofendido.

—No te ofendas, pero Loli de tus labios suena muy raro. —Vuelvo a reír.

—¿Y Caramelo o Caperucita, no? —inquiere de vuelta. Me encojo de hombros.

—Ya me acostumbré a escucharte llamarme así —explico. Ambos sonreímos y entramos al auto—. ¿Te gustan los perros? —pregunto cuando detiene el auto en un semáforo.

—Sí, desde pequeños siempre tuvimos mascotas. Por mis horarios es que no tengo uno. —Eso no me lo esperaba.

—Sebastián no me dejaba tener uno. Siempre decía que podía tener la mascota que quisiera, pero fuera de la casa. —Bufo—. Si tengo una mascota es para que ande libre, no para tenerla amarrada en la parte de afuera. —La rabia me recorre el cuerpo al recordar aquella conversación con Sebastián.

—Te casaste con un idiota. No te dejaba hacer muchas cosas, ¿cómo es que lo aguantaste tanto? —Suspiro.

—Por amor, supongo. —Me siento estúpida respondiendo eso. Gideón vuelve a ponernos en marcha. No sé a dónde vamos, creo que a su departamento.

—El amor te ciega, ¿cierto? Eso es lo que dicen. —Parece que es un comentario al aire, pero después enfoca su vista en mí.

—No es eso, creo que no tenía el valor para enfrentarlo. Sebastián siempre se preocupó por mí, me daba lo que necesitaba, si lo retaba solo por no poder tener un perro dentro de la casa, ¿Qué iba a ganar con eso? En ese momento pensaba en que si me separaba de Sebastián, mi padre iba a tener que irse de la clínica mental, yo no tendría a donde ir y sí, también lo amaba. Irme por un capricho mío no era opción. —Gideón me mira brevemente sin dejar de conducir.

—¿Por qué tomaste el valor ahora? Y no sabía que tu padre estaba en una clínica. ¿Se encuentra bien?, ¿sigue ahí? Yo puedo seguir pagándolo —ofrece. Sus palabras hacen que mi corazón rebose de alegría.

—Ya te lo he dicho antes: me di cuenta de que no lo amaba lo suficiente y que en el fondo estaba cansada de todo. —Suspiro viendo a la ventana—. Con respecto a mi padre, está bien, sigue estando en la clínica, Sebastián no dejó de pagar su estadía ahí. —Eso es algo que tengo que agradecerle. Aunque tengo un buen trabajo, no me alcanzaría para pagar la mensualidad de la clínica, el arriendo del apartamento y la comida.

—¿Te confieso algo? —Su voz es apenas un murmullo. Asiento—. A veces temo que también te canses de esto que tenemos. —Escucharlo no solo me parte el corazón, me destruye por dentro. Cierro los ojos.

—No te compares con Sebastián ni compares lo que tenemos con mi matrimonio, esto es diferente —sentencio.

—¿Por qué? ¿Por qué es diferente, Caperucita? —Trago hondo.

—Porque aunque empezamos con el pie izquierdo, hemos sabido bailar sin necesitar el derecho. —Me mira confundido. Y hasta yo lo estoy, eso que dije no lo entendí ni yo—. Me refiero a que no importa que tan mal visto sea nuestro comienzo, es diferente a todo lo que te enseñan de cómo deben ser las relaciones. Pero tenemos algo que supera todo lo malo. —Hago una pausa—. Y es que tú y yo sabemos lo bien que se siente estar en el infierno del otro, juntos. —Apenas termino de hablar, Gideón me toma del rostro y me besa. Me cuesta seguirle el ritmo, pero lo hago.

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