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Capítulo 33

Amar es destruir y ser amado es ser destruido.

Presente

Despierto con la peor de las noticias: mi abogado me ha escrito diciendo que mi cita en el juzgado es para el 18 de Julio. ¡Maldición! Faltan meses para julio.

Salgo de la cama para darme una ducha. Recuerdo que no estoy en mi casa, no tengo ropa para cambiarme. Hago puchero. ¿Algo más puede salir mal?

Desisto de la idea de la ducha y me visto con la misma ropa que traía ayer, necesito llegar a mi departamento para bañarme e ir al estudio. De seguro hoy también soy el tema de conversación de todos. Mejor estar presente a que estén hablando a mis espaldas.

Abro la puerta del garaje privado de Gideón y enseguida algo atrae mi atención. Una motocicleta reluce. Muerdo mi labio, él no me ha dado permiso de tomar otro auto que no sea el que me prestó. ¿Y si lo llamo? Justo eso hago. Al tercer tono contesta.

—Buenos días, Caramelo —susurra con voz adormilado.

—Buenos días, Lobo. ¿Te desperté? —cuestiono mordiendo mi labio mientras acaricio la moto.

—No. —Un bostezo se escucha claramente. Río bajito—. El viaje de anoche tuvo muchas turbulencias por la tormenta. No pude dormir muy bien —explica. Asiento aunque no pueda verme.

—Entiendo. Te llamaba para preguntarte si podía tomar...

—Usa lo que quieras —me interrumpe. Sonrío idiota.

—¿Seguro? —insisto.

—Puedes disponer de todo lo que hay en mi apartamento como si fuera tuyo también. —Quiero tanto a este hombre.

—Te quiero. —Siento la necesidad de recordárselo.

—Y yo te quiero a ti. Debería dejarte usar más mis cosas. Si con eso me vas a decir que me quieres, te dejaré hacer lo que quieras entonces. —Rio fuerte.

—Debo colgar, necesito llegar a mi apartamento para cambiarme e ir al estudio —le cuento.

—En la habitación de visitas mi hermana dejó ropa, puedes ver si algo te gusta. —Sonrío feliz, mucho mejor.

—Iré a ver, gracias. —Doy vuelta para entrar de nuevo al apartamento.

—No hay de que. Te llamo más tarde —promete y cuelga.

Ya en el cuarto de visita encuentro la ropa. No es tanta. Toda se ve nueva, incluso hay unas prendas que aún tienen la etiqueta. Me enamoro de una falda larga de color turquesa, ajustada en la parte de arriba y luego cae suelta. Está llena de flores rosadas y resalta muy bien con el color de la falda.

Ubico una blusa corta también rosa y uso mis tacones de ayer. Son negros, pero prácticamente no se ven. Con la ropa interior tuve que lavar la misma que tenía y secarla rápido con el secador de cabello. Como no tengo maquillaje y no veo por ningún lado, me toca irme así. Cuando llego a la moto me arrepiento de mi atuendo.

Son tantas mis ganas de conducirla que me cambio nuevamente de ropa. Un leguis negro es mi opción, dejo la misma blusa que tenía puesta y solo tomo una chaqueta negra. No es de cuero, pero es negra y eso es lo que importa. Hago una trenza de lado en mi cabello y listo. Ahora si voy en sintonía con la motocicleta.

Llego al estudio y por mera precaución, estaciono la motocicleta al final para que José no la vea.

—Alejandra, que bueno que llegaste. Quiero hablar contigo de algo. —Me alerto. José está usando un tono demasiado amable. Lo sigo hasta su oficina.

—¿Sucede algo? —inquiero. ¿Notaría la moto? Es imposible.

—Siéntate, por favor. —Hago lo que me pide y me siento frente a él—. Solo quería saber en qué quedó tu divorcio. —Suspiro—. No quiero que pienses que soy un entrometido, pero me preocupo por Gideón —explica. Asiento.

—Mi esposo tuvo un imprevisto y no llegó a la reunión. Tendremos otra en poco tiempo. Estoy esperando que mi abogado me confirme la fecha. —¿Por qué miento? Por algún motivo no quiero que sepa que iremos a juicio. Mucho menos quiero que sepa que faltan meses para la cita con el juez.

—Entiendo. Espero que puedan solucionarlo pronto. —Su semblante sereno empieza a asustarme.

—Igual yo, ¿algo más? —cuestiono bajo.

—¿Qué tal se conduce la motocicleta de Gideón? —Mierda, ¿cómo lo sabe?—. Hay cámaras —responde a mi pregunta silenciosa.

—Ligera. Es muy fuerte y veloz, pero sumamente ligera para manejarla bien. —Parece satisfecho con mi respuesta porque sonríe.

—Sí, lo supuse. Ya puedes ir a trabajar. —No espero que lo repita y me levanto. No soy consciente de que estoy temblando hasta que me tengo que apoyar de la pared para no caerme.

—¿Estás bien? —Asiento. Marck me suelta despacio.

—¿Desayunaste algo hoy? —pregunta Natasha llegando a nosotros. Niego.

—Estoy bien —aseguro. Vamos a trabajar. Me agarro del brazo de Natasha y caminamos hasta los demás. Entre fotos, risas y donuts, llegamos al final de nuestra jornada laboral de hoy.

[***]

—Gideón llega mañana, ¿estás ansiosa? —Keila, Natasha, Gloria y Pamela, han pasado todo el día mencionando a Gideón cada dos por tres. De seguro ya hasta están planeando la boda. Mi ánimo decae al recordar lo de mi divorcio.

—Estoy ansiosa por tenerlo aquí y restregarle a José que Gideón lo logró. —Las chicas me miran sorprendidas y luego ríen.

—Por supuesto que lo logró, Gideón siempre logra lo que se propone —declara Gloria. Vuelven a reír. El chico trae nuestras cervezas y se retira.

—¡Por Gideón y su decisión! —Pamela alza su vaso.

—¡Por Gideón y su manera de cogerme! —Choco su vaso con el mío. Entre todas reímos. Necesitaba esto. Celebrar lo innecesario.

—¿Qué planes tienes ahora? —Termino de tragar y hablo.

—Chicas, no tengo planeado que voy a desayunar mañana, mucho menos sé que haré con mi vida —respondo obvia. Eso las hace reír de nuevo. Creo que ya estamos pasadas de copas y hoy es apenas Martes.

—Yo me imagino que Gideón si tiene planes contigo —sentencia Keila. Suspiro.

—Yo digo que el único plan de Gideón con Alejandra es cogerla hasta dejarla sin fuerzas. —Me entra una risita nerviosa—. Eso nos confirma que es lo que hace. —Natasha me señala con la mano. Volvemos a reír. Mi celular suena.

—Hablando del rey de Roma y él que se asoma —canturrea Gloria. La miro mal y contesto.

—¿Aló? —Del otro lado de la línea todo es silencio. Alejo el celular para saber si de verdad acepté la llamada o no.

—Caramelo —susurra lento. Escucho una puerta abrirse y luego a Gideón maldecir—. ¿Qué haces aquí? Te dije que no me interesas. —Mi cuerpo se queda paralizado.

—Gideón —lo llamo. Creo que dejó el celular en otro lado, porque escucho voces, pero muy lejos y no sé entiende lo que hablan. El ruido del bar tampoco me colabora. Decido levantarme para salir. Natasha y Gloria me acompañan a la salida—. Gideón —repito lentamente.

—Lo siento, Caperucita. Te llamo en un momento. —Sin más, cuelga. ¿Qué acaba de suceder? Ahora soy yo la que quiere viajar a Miami. ¿Estaría hablando con una mujer? ¿Alguien del estudio?

—¿Qué pasó? —preguntan ambas al mismo tiempo. Niego con la cabeza sin saber qué decir.

—Solo me saludó y luego le dijo a alguien que qué hacía ahí, que a él no le interesaba. Después ya no se escuchó más nada —explico.

—¿Sería alguna zorra que se le desnudó en la habitación? —la pregunta de Gloria me altera.

—De ser así no tienes nada de qué preocuparte, él te ha demostrado que quiere estar contigo —me tranquiliza Natasha. Asiento.

—No importa lo que Gideón decida hacer. No somos nada. Sólo cogemos y ya —sentencio.

—Repite mil veces más eso a ver si te lo crees —se burla Gloria. La miro mal.

—Está bien. Estoy celosa de que alguna perra se le haya desnudado a Gideón y que ahora mismo se la esté cogiendo. ¿Contentas? —Joder, decirlo en voz alta es vergonzoso. Yo nunca he estado celosa antes. Los celos son malos, eso es lo que Sebastián siempre decía.

Regreso al bar en busca de mi bolso y me despido de las demás.

—No te vayas. La estamos pasando bien —se queja Pamela. Fuerzo una sonrisa.

—Lo sé, pero me ha dado dolor de cabeza. Iré a dormir un poco. Nos vemos mañana. —Todas asienten y vuelvo a salir—. No le cuenten a nadie más sobre esto, ¿si? —les pido a Natasha y Gloria. Ambas asienten.

—Bien, nos vemos mañana. —Me acompañan hasta la motocicleta de Gideón y esperan a que arranque para irse.

Por algún motivo, termino frente al edificio de Gideón. Suspiro. Entro al estacionamiento y conduzco hasta su plaza, presiono el botón en la llave que me dijo. Hago exactamente lo que él hace y rápidamente siento cuando comienzo a subir. Ya en el piso correcto, salgo de la moto. Abro la puerta, dejo las llaves junto a mi bolso en el sofá de la sala. Muero de hambre. Quiero llamar a Gideón, pero a la misma vez no quiero sentirme peor cuando me envíe a buzón. Como si lo hubiera invocado, mi celular suena.

—Hola —contesto, mientras abro la nevera.

—Lamento lo de hace un rato. —Saco leche, queso crema y pan.

—Está bien, no importa. —Por supuesto que importa. Ruedo los ojos. Quiero preguntar qué pasó.

—No es de buena educación hablar de las mujeres, pero igual voy a contarte —sentencia.

—No es necesario. —Finjo que no me importa.

—No quiero que tengas ideas erradas —aclara. Mi corazón brinca de alegría—. Cuando llegué a mi habitación una chica me estaba esperando en la cama con poca ropa, te colgué para pedirle de manera educada que se vistiera. Esperé que lo hiciera, le expliqué mi situación ahora y la acompañé de regreso a su habitación. Luego volví, me di una ducha y enseguida te llamé. —La tranquilidad con la que habla me invita a creerle. No tengo ninguna razón para no hacerlo.

—Gracias por contarme. ¿Cuál es tu situación ahora? —cuestiono sin poder evitarlo. Lo escucho reír bajito.

—Eso te lo diré en persona. —Giro los ojos, pero sonrío.

—Me encargaré de recordártelo —advierto.

—Lo sé, ¿qué haces? —Coloco el celular en altavoz y vierto la leche en un vaso. Busco un cubierto.

—Preparando la cena. —Coloco nuevamente mi celular entre mi cabeza y el hombro. Cojo la bolsa de pan, el queso crema, el vaso de leche, el cubierto y camino hasta la habitación de Gideón.

—¿Qué estás preparando? —inquiere.

—Pan con queso crema y leche —respondo dándole un mordisco al pan.

—¿Estás en dónde? —Sonrío.

—¿Por qué no me haces una videollamada para descubrirlo? —propongo. De pronto un calor se instala en mi bajo vientre.

—Eso haré. —Y cuelga. Me levanto enseguida para desnudarme, quedo en ropa interior justo cuando en la pantalla de mi celular aparece su vídeo llamada entrante. Me siento en la cama normal y contesto—. ¡Mierda, Caramelo! Vas a matarme de un infarto —exclama haciéndome reír.


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