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Capítulo 32

No puedes elegir si van a hacerte daño, pero si eliges quien te lo hace.
Bajo la misma estrella.

Presente.

Cuando llego al estudio todos se callan de pronto. Camila me mira y me señala con la mano la oficina de José. Escucho gritos desde aquí y estoy casi segura que es Gideón. ¿Por qué vino? Paso saliva y me encamino hasta allá. Toco dos veces y escucho un: "Largo" de parte de Gideón. Bufo.

—Buenos días. —Entro sin importarme su orden. Gideón enfoca su vista en mí y se le nota el cambio en el cuerpo. Pasó de tener posición de ataque a estar relajado—. ¿Qué sucede? —inquiero.

—Que tu novio es un maldito salvaje que quiere acabar con la oficina porque piensa que te despedí. —José habla muy de prisa y en el proceso agita sus manos por todas partes. Suspiro.

—Me llamaron contándome del espectáculo que José te hizo pasar ayer y que después te fuiste. No contestaste mis llamadas, pensé que no querías verme. Le pagué suficiente dinero a un señor para que me diera su boleto de avión y aquí estoy. —A medida que habla, yo voy sintiendo diferentes emociones en el cuerpo. Pasé de la molestia a la sorpresa y después de eso a la felicidad. Por eso no me contengo y me lanzo sobre sus brazos. Me atrapa en el aire uniendo nuestros labios.

—¡Por favor, aquí no! —se queja José. Lo ignoramos, escucho cuando cierra la puerta.

—No te contesté porque estaba realmente ocupada —susurro. Gideón me ayuda a bajar, pero no me suelta del todo. Sus manos están a cada lado de mi rostro.

—¿Por qué no me contaste lo que pasó ayer con José? —Suspiro.

—No me gusta el chisme. Además de que él se disculpó y por eso me dio el resto del día libre —explico—. Debes empezar a controlarte o terminaremos los dos sin trabajo. —Gideón sonríe petulante.

—Eso no sucederá, Caramelo. —Su seguridad es tanta que hasta yo me lo creo.

—No entiendo porqué te deja hacer lo que te da la gana —confieso. Gideón ríe.

—Sabe que no hay alguien mejor que yo. —Ruedo los ojos.

—¿Debes irte ya? —pregunto, enrollando mis manos alrededor de su cintura. Eso le gusta, sus ojos se oscurecen.

—Aún no. Lo haré en la noche, José ya encontró un vuelo —dice de mala gana. Asiento.

—Yo debo trabajar —le recuerdo, cuando veo las intenciones que tiene.

— Lo sé, yo también trabajaré aquí. —Sonrío. Eso me gusta. Toma mi mano y abre la puerta, lo detengo antes de salir.

—¿Ya pueden vernos así? —Recuerdo que José quería probarlo, pero aún no se cumple el plazo que él dio.

—He viajado dos veces para verte, ¿crees que me importa lo que él diga? —Como siempre, su descaradez me encanta. Asiento y salimos de la oficina. José nos espera con el resto.

—Bien, a trabajar todos. —Aplaude, apremiando.

—Te espero en veinte minutos en el camerino dos —susurra Gideón en mi oído antes de soltar mi mano y caminar hasta sus cámaras. Mi corazón se acelera. Mierda, ya quiero que pasen esos veinte minutos.

Me percato de que nadie está viéndome, camino a paso lento y a mitad de llegar a mi objetivo, Karla me detiene al escucharla mencionar mi nombre. Acerco mi oído a la puerta del baño.

—No puedo creer que Gideón esté tan colado por ella —declara, y por algún motivo, la imagino pasándose el rimel en sus pestañas.

—De seguro coge bien. —Esa es Dania.

—Después de haber probado tantas, ¿quedarse con ella? No me lo creo. Debe ser un capricho. Siempre lo es. —No he cruzado las suficientes palabras con Karla como para decir si me agrada o no, pero que hablen mío sin estar presente, definitivamente le resta puntos. Suspiro.

—Nunca había hecho por un capricho, lo que hace por ella. —Sin embargo, creo que Dania no me cae del todo mal.

—Todos los caprichos no dan igual. ¿Quién sabe? Quizás le hizo brujería. —Abro la boca asombrada. Quiero reír.

—¿A eso estás acostumbrada? ¿Debes hacer brujería para que se fijen en ti? Que poca vergüenza, cariño. —Tanto Karla como Dania me miran asombradas—. Yo no hago brujería, pero podemos preguntarle a Gideón que tal lo cojo. ¿Les parece? —Alzo el mentón arrogante. Llevo una mano a mi cintura. La puerta del baño sigue abierta y veo cuando Gideón pasa de regreso al estudio. ¡Mierda, perdí mi polvo! No espero que alguna diga algo y salgo.

[***]

—Eso no se hace, Caramelo. —Termino de recoger mi cartera y acepto la mano que Gideón me ofrece.

—No fue intencional —confieso. Gideón me mira con las cejas fruncidas—. Me detuve un momento en el baño. —Por algún motivo, no quiero que sepa que estaban hablando de nosotros. Mucho menos, lo que estaban diciendo.

—Está bien, aún quedan unas cuantas horas para que salga mi vuelo. ¿Quieres hacer algo? —Mis labios se curvan hacia arriba en una sonrisa. Por supuesto que quiero hacer algo. Es más, quiero hacerle muchas cosas a él.

—Vayamos a tu apartamento —propongo. Gideón extiende su otra mano cuando llegamos al auto, entiendo el mensaje. Me suelto de su agarre y busco en mi cartera las llaves de su coche.

Una vez adentro, enciende el motor y nos pone en marcha. Muerdo mi labio.

—¿Por qué estás tan callada? —Suelto un largo suspiro.

—¿Qué significa este carro para ti? —Gideón arruga el rostro, claramente confundido.

—Fue un regalo de mi padre. —No me deja responder porque habla nuevamente—. ¿A qué viene la pregunta? —Debato entre contarle o no mi conversación con José de ayer.

—Pues, quería entender el porqué a José le sorprendió tanto que yo lo tuviera. —Utilizar la palabra sorprender en vez de molestar, creo que hace que se escuche mejor. ¿cierto?

—Desde que mi padre me lo regaló, nunca nadie que no fuera yo, había manejado el auto —responde simple.

—¿Por qué me lo prestaste, entonces? —Me acomodo en el asiento, subo una pierna y la paso por debajo de la otra. Espero que no nos detenga la Policía, tuve que quitarme el cinturón para hacer eso.

—No lo sé, me gustó verte conducirlo cuando me llevaste al aeropuerto. —Sus respuestas tranquilas me alteran. El responde tan relajado y yo que me comí el cerebro todo el día de ayer pensando en esto—. ¿Algo más? Sigues muy callada —acota. Suspiro.

—No sé qué responder a eso, eres muy extraño. Casi no conozco nada de ti, tú tampoco de mí. No entiendo porque dejar tu vida normal de lado para quedarte conmigo. —Gideón estaciona el auto en un semáforo, se deshace también de su cinturón y se inclina hacia adelante. Toma mi rostro con sus manos, mirándome a los ojos.

—Porque mi vida normal era basura, tú le das sentido a todo. Y si hay algo que quiero mas que estar contigo, es que tú quieras estar conmigo. Entonces, dime, Caperucita, ¿quieres estar conmigo? 

Miles de motivos pasan por mi mente, recordándome que no debo querer estar con él, pero entonces una sola razón tiene más fuerza que todas las negativas. Sí quiero estar con él. Asiento. Gideón roza mis labios con los suyos, pero el pito de un auto le impide besarme. Gruñe, se acomoda y vuelve a ponernos en marcha.

—Esto no se queda así, me debes un beso. —Sonrío.

[***]

Despertamos por el ruido del celular de Gideón.

—¡Mierda! —exclama Gideón sentándose en la cama. Froto mis ojos imitándolo—. Voy en camino —habla al teléfono. Cuelga, me mira y se levanta—. Mi vuelo sale en veinte minutos —explica ante mi pregunta silenciosa. Bostezo—. Tomaré un taxi, tú quédate durmiendo. —Su propuesta es muy tentadora.

—Me gustaría acompañarte —me quejo.

—Lo sé, pero ni siquiera podríamos despedirnos bien. ¿Puedes pedir un taxi mientras me lavo los dientes? —Asiento, me señala su celular y lo tomo.

—¿Cuál es la clave? —cuestiono.

—1612. —Una sonrisa tonta se forma en mis labios. Es el día que nos conocimos. Busco en la app de Uber y pido uno.

—Llegará en cuatro minutos —le aviso.

—Perfecto, mira, estas son las llaves de la puerta del estacionamiento. Esta es la llave de la puerta principal y esta ya la conoces, es la del coche. —Me entrega las llaves e intento memorizar el orden.

—Está bien, te veré en dos días. —Gideón besa mis labios con fuerza, desordeno su cabello con desespero.

—Te quiero —promete. Sonrío.

—Y yo a ti —le aseguro. Sonríe y sale de la habitación. Suspiro.

—¡Espérame y no me cambies! —grita antes de escuchar la puerta principal abrirse y luego cerrarse.

—No lo haré —respondo para mí misma.

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