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Capítulo 30

Todo tiene su lado bello, pero no todos lo ven.
-Andy Warhol

Presente.

—¡¿Dónde diablos está Gideón?! —José llega gritando, todos volteamos a ver a la puerta. José tiene ambas manos puestas en su cintura y mira para todas partes.

—Gideón está en Miami —le recuerda Natasha. José niega repetidas veces con su cabeza.

—Su auto está en el estacionamiento —dice de mala gana. Por algún motivo me sonrojo. Joder, yo no soy de sonrojarme.

—Yo traje el auto. —Me atrevo a responder. Ahora todas las miradas se posan en mí. José parpadea varias veces.

—¿Qué? —cuestiona, sorprendido. Suspiro.

—Gideón me prestó su auto mientras volvía —respondo, incómoda. Muevo mi pie sin saber qué hacer.

—¿Cómo es que Gideón dejó que manejaras su auto? —Se acerca desafiante a mí. Me asusto por un segundo—. ¿Cómo entraste a su departamento? —Ok, aparte de asustarme, me estoy poniendo nerviosa. ¿Qué tiene de malo que conduzca el auto de Gideón?

—Gideón me entregó el auto esta mañana cuando se despidió de mí en el aeropuerto. —Las personas han dejado de hacer lo que sea que estuvieran haciendo y ahora nos miran atentos. José me mira confundido. Le faltan unos cuantos pasos para estar frente a mí.

—¿Esta mañana? —insiste. Cierro los ojos, no tengo porqué darle explicaciones de mi vida.

—Sí —contesto simple.

—Gideón se fue de viaje el jueves junto a los demás —me recuerda como si estuviera loca.

—No tengo porqué darte explicaciones o a alguno de ustedes, pero Gideón viajó ayer para pasar el día juntos y se fue hoy en la mañana. —A medida que hablo, ellos van abriendo los ojos. Ni siquiera se esfuerzan en ocultar su interés y sorpresa por mi respuesta.

—A mi oficina. ¡AHORA! —Doy un salto, asustada por su grito. ¿Qué sucede?

Sale rápidamente en dirección a su oficina, las chicas me miran preocupadas, imagino que le devuelvo la misma mirada, porque las de ellas se asustan más.

Tomo aire y camino como cordero hacia su matadero: aterrada. Toco dos veces la puerta antes de entrar y escucho un: "adelante". Suspiro y entro.

—Antes de que empieces a decir algo, me gustaría saber por qué te afecta tanto que conduzca el auto de Gideón —suelto sin respirar. José da vuelta, con las manos en su cintura y me mira furioso.

—¿Me afecta? —Se ríe sin ganas—. No me afecta, me aterra la idea de que Gideón se esté enamorando de ti —confiesa. Eso me dolió.

—¿Qué tiene de malo que eso suceda? —replico.

—Tú no lo entiendes. Ni siquiera sabes el significado de ese carro para él, ¿cómo puedes querer que se enamore de ti, si ni siquiera estás divorciada aún? ¿Si crees que puedas darle lo que él te da? Porque yo lo dudo. —Bien, cada una de sus palabras fueron dardos en mi contra.

—¿Soy un mal partido para él? —Las palabras salen sin darme cuenta. José suspira lento.

—No dije que lo fueras, lamento si soné de esa manera. —Me señala el sofá, ya está más tranquilo, pero igual no me fío. Me siento en la orilla y lo miro fijamente.

—No me gusta meterme en las conquistas de Gideón, siempre que se acuesta con alguna modelo nueva, ella termina yéndose por los desplantes de Gideón, eres muy bonita y te ha ido bien aquí, no quiero que se repita lo mismo. Lo que me sorprende es que Gideón contigo se ha tomado muchas molestias que con otras no. No sé si seas especial, el problema es que si el caso es al revés y eres tú la que se aburre, no puedo perder a Gideón. Por eso me preocupa el caso de ustedes. —¿Ésta diciendo que si lo que sea que tengamos Gideón y yo no funciona, la que debe irse soy yo? Eso me asusta, pero lo entiendo. Tampoco tengo planes de estar eternamente en este trabajo.

—Si lo nuestro no funciona, me iré yo. No perderás a Gideón, pero tampoco me gusta que me estén regañando por acostarme con quien yo quiera. Eso que hiciste afuera no era necesario. —Quizás estoy pasando la raya, pero no podía quedarme con eso.

—Tienes razón y me disculpo, me altere y no maneje las cosas como debía. —Me mira apenado, asiento.

—¿Puedo irme? —cuestiono viendo mis dedos.

—Tomate el resto del día como una disculpa. Nos vemos mañana. —Lo miro.

—Quería hablarte de eso, mañana tengo una cita con los abogados de divorcio, llegaré un poco tarde. —José parpadea dos veces y luego asiente.

—Está bien, no hay problema. Espero que puedas solucionar eso. —Suspiro.

—Yo igual —confieso.

—Disculpa nuevamente. —Me encojo de hombros para restarle importancia.

—Ya pasó. —Sin más, salgo de la oficina. Voy por mi cartera, me despido con la mano hacia las chicas y me voy.

Una vez en el auto de Gideón, lo miro intentando descifrar qué significado tiene para él. Es hermoso, sí, pero dudo que sea por eso. Le preguntaré cuando regrese. No sé si deba contarle lo sucedido hoy, lo mejor sería no hacerlo. Se pondría como loco y haría un espectáculo, no necesito otro.

Decido que es muy temprano para estar decaída, así que conduzco a un supermercado en busca de helado, papitas y cerveza para escribir un rato. Recordar los momentos excitantes con Gideón, siempre me alegran la vida. Lástima que los que vienen, no sean tan espectaculares. Ya estoy por terminar el libro y aún no sé qué haré cuando ya esté listo.

Una parte de mi quiere que todas las personas lo lean y lo encuentren sensacional y apasionante, la otra parte prefiere tenerlo escondido solo para mí. No sé a cual hacerle caso. Ni siquiera sé que nombre ponerle. También tengo que pensar en eso.

Aparco el auto en mi plaza correspondiente y salgo de él. Me le quedo viendo un rato desde afuera, pensando en qué lo hace tan especial. Debe ser algo realmente fuerte para que José, se haya puesto de esa manera.

—Lo averiguaré —sentencio. Camino con la bolsa de las compras y mi cartera, al interior del edificio. Saludo al vigilante y subo.

Lo primero que hago al entrar es guardar la cerveza en la nevera y sacar una para tomarla de una vez. Lo segundo es ir hasta mi habitación y encender el equipo de sonido. Necesito música alegre y eso me lo da Andrés Cepeda. Contoneo mi cintura al ritmo de: La promesa. Me encanta esa canción. Tomo el cepillo de peinar mi cabello y lo utilizo de micrófono. Canto a todo pulmón y de a poco, va menguando el mal rato de lo sucedido con José.

Una vez estoy cambiada y lista para escribir, enciendo mi portátil. Busco el documento en Word y cierro los ojos recordando con exactitud todo.

Flashback.

Diciembre 22 de 2017.

Odio la lluvia. Bajo del taxi con mis maletas, veo el edificio de Gideón y algo se instala en mi estomago. No puedo entrar con mi equipaje. Busco hacia los lados y veo mi salvación. Camino hasta el final de la calle y entro en un pequeño hotel. Seco lo mejor que puedo mi rostro para dirigirme al ventanal de recepción.

—Buenas noches. —Titiriteo de frío. La mujer abre los ojos al verme.

—Cariño, estás empapada. ¿Quieres una taza de chocolate caliente? —Me paralizo. No sé qué responder. Ella lo nota y se levanta de donde está sentada, me da la espalda unos minutos y se da vuelta con una taza en sus manos. Me la ofrece por la apertura de la ventana. La tomo enseguida.

—Muchísimas gracias, ¿tiene habitaciones disponibles? —Ella asiente, tecleando algo en su computador.

—Por supuesto que sí. ¿Sencilla? —Asiento, doy otro sorbo al chocolate—. Bien, toma, segundo piso al final. —Acepto la llave que me ofrece y cancelo de una vez con efectivo—. Descansa. —Sonríe amigable.

—Te traeré la taza en un rato, ¿vale? —Hace un ademán con la mano restándole importancia.

Entro al ascensor y marco la segunda planta. Hago todo como la mujer me dijo y encuentro fácilmente la puerta de mi habitación. Una cama ocupa la parte derecha de la habitación. Del otro lado, hay un TV plasma, junto a una puerta que imagino es la del baño. Me dirijo hasta ahí. En la ducha aprovecho para dejar salir las lágrimas. Sé que debo hacer, pero no es lo que quiero hacer. ¿Por qué? Porque me encanta lo que siento cuando Gideón me toca. Dejar de sentir eso se me hace insoportable.

Fin del FlashBack.

Continuará...

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