Capitulo 28
No pongas la felicidad de otros sobre la tuya. Si tú no la valoras, mucho menos lo hará otro.
Aixa de Alsina.
Presente.
Despierto por el constante sonido de mi celular. Gruño. Tanteo con mi mano y lo tomo, es una llamada de Gideón, me desesperezco un poco y contesto.
—¿Aló? —Del otro lado de la línea se escucha un gran alboroto. Bostezo.
—Hola, Caperucita. —Sonrío por inercia.
—Hola, Lobo. —No sé si algún momento se canse de llamarme así o yo me aburra de decirle Lobo. Por ahora, cada vez que lo hago, lo recuerdo encima de mí devorándome como un verdadero animal.
—¿Me extrañas? —cuestiona. Rio bajito.
—Ahora mismo solo extraño volver a dormir —confieso. Lo escucho chasquear la lengua y después el ruido disminuye. Tuvo que haber entrado a otro lugar, pero no sé cual—. ¿Qué estás haciendo? —pregunto al mismo tiempo que me siento sobre la cama.
—Subiendo a un taxi —responde relajado. Asiento como si pudiera verme—. ¿Y tú? —Me levanto, el piso está helado.
—En camino al baño para cepillarme los dientes. —Hago exactamente eso; dejo el celular sobre la encimera y coloco el altavoz, vierto un poco de crema sobre el cepillo y comienzo a cepillarme.
—¿Qué harás para desayunar? —Frunzo el ceño, ni yo misma lo sé. Escupo y me enjuago la boca con agua limpia. Me seco el rostro con el paño y me desvisto para darme un baño.
—No lo sé, ¿pan? —Suena más a pregunta que a respuesta. Ríe. Termino de orinar y abro la regadera para que se tibie un poco el agua.
—Le tienes mucho amor al pan —declara divertido. Sonrío.
—Es fácil de preparar —confieso y me encojo de hombros.
Aunque sé que no me ve, me lo imagino frente a mí, lo que en este momento no es bueno. Estar desnuda y escuchar su voz por el altavoz del celular, no es bueno.
—¿Vas a ducharte? —susurra ronco. Recuerdo que va en un taxi y me avergüenzo. Muerdo mis labios.
—Sí —respondo simple. Lo escucho suspirar.
—¿Sin mí? —El tono dolido que utiliza me hace reír.
—No puedo esperar cuatro días para bañarme, eso ni pensarlo. —Coloco el teléfono sobre la tapa del retrete y entro bajo el chorro de agua.
—Cierto, con que me esperes para follarte me conformo. —Jadeo. El agua caliente no ayuda, así que le subo—. No hagas eso, Caramelo —pide.
—Entonces no provoques que lo haga —replico. Vuelve a reír.
—El problema es que quiero estar de frente para escucharlos como se debe. —Otro jadeo.
—No debiste irte, entonces. —Suena a reclamo. No puedo entenderme. Un día me decido a alejarme y luego viene, me llama y ya me moja las bragas. Lo escucho agradecerle al taxista y después nuevamente ruido.
—¿Por qué no abres la puerta? Creo que alguien está tocando. —Frunzo el ceño y escucho mejor. Tiene razón, ¿Cómo pudo escucharlo él y no yo?
—Debe ser Moni —hablo. Salgo de la ducha y me seco con el paño lo mejor que puedo, lo enrollo y camino sosteniendo el celular en la mano. Abro la puerta y Gideón me recorre entera con la mirada. Me pongo nerviosa—. ¿Qué haces aquí? —Eso es lo único que se me ocurre decir.
Gideón cuelga su celular, lo imito. Entra sin esperar invitación. Suspiro y cierro la puerta. De pronto se ha ido todo el frío y un enorme calor se ha instalado en la sala.
—Tenemos el domingo libre, no podía pasar otro día sin tu cuerpo. —Jadeo. ¿Por qué siempre tengo que jadear ante la mención de cualquier palabra suya? Ni idea—. Quiero besarte —confiesa. Asiento.
—Y yo quiero que lo hagas. —No miento. Gideón me alza, dejo caer el paño y enrollo mis piernas a sus costados. Lo beso, intento transmitirle con ese beso toda la falta que me ha hecho tenerlo de frente. Camina conmigo y señala la mesa con su cabeza. Rio cómplice—. Si Moni se entera, nos matará —aseguro. Gideón ríe y me sienta sobre la mesa.
—Entonces, hagamos que morir valga la pena. —Muerdo mi labio. Sus manos se deslizan sin prisa por el centro de mis senos. Sigo todo el camino con la vista. Se detiene un rato en mi ombligo y comienza a jugar con él. Necesito jadear, me está volviendo loca la lentitud.
—Gideón —susurro suplicante. Sonríe y saborea sus labios.
—Necesito llevarme la imagen más clara y reciente de tu cuerpo para poder superar los días restantes sin ti. —Sus palabras logran causar efecto en mi mente. Las repito y solo puedo pensar en que yo también quiero quedarme con su imagen reciente. ¿Qué estamos haciendo?
Me mira a los ojos a medida que se acerca a mi boca. Es un beso cargado de sentimientos, los cuales no me interesa descifrar ahora, así que me permito disfrutarlo.
Me alza nuevamente de la mesa y camina conmigo encima hasta mi habitación, cierro la puerta con mi pie y me deja sobre la cama. Veo como se desviste sin prisa, está dejando que disfrute de la vista y en el proceso, voy disfrutándolo. Para cuando está completamente desnudo, sube en la cama y comienza besando mis pies, sé a donde llegara, así que lo detengo antes de que empiece a darle atención a mi sexo.
—Realmente te necesito dentro de mí —suplico.
Gideón me sonríe mientras que se abre paso con su dedo y me penetra. Arqueo la espalda echando la cabeza hacia atrás. La sensación de sentir algo suyo en mi interior es abrumante. Necesito más. Él lo sabe e introduce otro. Jadeo. Un tercer dedo es introducido y yo empiezo a respirar entrecortado.
—Mírame, Caperucita, mírame —demanda y lo hago. Sus ojos están oscurecidos y la escena es alucinante—. Quiero que no dejes de mirarme mientras te hago mía. —Me estremezco.
Es la segunda vez que me reclama como suya, tampoco pienso corregirlo, no ahora que ya un orgasmo empieza a formarse en mi vientre. Asiento. Saca los dedos dejándome con ganas de más y los lleva a su boca saboreando mi sabor. Otro jadeo.
Se posiciona en el medio de mis piernas y hago justo lo que pidió; lo miro a los ojos cuando empieza a hundirse en mí. Mis músculos se cierran a su alrededor, recibiendolo gustosos. Se inclina hacia adelante y toma posesión de mi boca también. Se mueve lento, pero certero. Y en mi boca, ¿para qué contarles? Su lengua es experta en transportarme hacia otro universo, uno en el que reina la lujuria, la pasión; nuestra pasión de infieles y a la misma vez, libres.
Araño su espalda con fuerza cuando el primer orgasmo llega. Me deja reponerme para después volver a besarme. Cuando tiene intención de cambiar de posición, niego con la cabeza. Me mira confundido. Sonrío seductora y me agacho, quedando justo su hombría en mi rostro. Muy pocas veces le he hecho sexo oral y él ha sido el único a quien se lo he hecho, me encanta eso. Gideón saborea sus labios y se acomoda para dejarme hacer mi trabajo.
Disfruto todo, desde el primer lambetazo que le doy a la punta y pruebo su líquido, junto con mis fluidos, hasta cuando intento introducirlo todo en mi boca y acaricio con mi mano el resto que no puedo. Incluso esta vez voy más allá y paseo mi lengua por uno de sus testículos, eso lo hace abrir los ojos y gruñir. Deduzco que le gusta y lo repito con más confianza.
—Con calma, Caramelo. No quiero correrme tan pronto —reconoce y eso es música para mis oídos.
Con mis manos, sostengo ambos testículos junto a su miembro, y con mi lengua, bajo desde la punta y la paso por todos lados. Su cuerpo se descontrola con eso y tiembla. Lo repito varias veces y cuando veo como su hombría palpita a punto de estallar, la vuelvo a meter a mi boca y chupo con un poco de fuerza. Gideón jala mi cabello para que no me mueva y me trago su orgasmo. Al terminar, me arrodillo a su lado y sonrío satisfecha.
—Ven aquí, mi reina. —Es la primera vez que me llama así y confieso que me ha encantado. Hago lo que me pide y me acuesto sobre su pecho, beso su clavícula y subo después hasta sus labios.
[***]
—Llegó, Moni —susurra Gideón en mi oído. Parpadeo varias veces para adaptarme a la luz. Escucho que toca la puerta de mi habitación.
—¡¿Qué pasó?! —pregunto alzando un poco la voz para que me escuche.
—¡¿Por qué tu paño está tirado en la sala? ¿A quién metiste? ¿Y Gideón?! —Al preguntar lo último, abre la puerta sin permiso. Agradezco que ambos estemos cubiertos con la sabana. Moni abre los ojos y se sonroja. A mi me da por reír y eso hago—. Lo siento —dice apenada y se da vuelta cerrando la puerta nuevamente.
—Cada vez me cae mejor esa chica —confiesa Gideón sonriendo. Rio y me levanto. Tomo su camisa del suelo y salgo de la habitación mientras me la pongo encima. Moni está en la cocina bebiendo un vaso de agua.
—Solo necesito saber que no lo hiciste en la mesa —pide. Vuelvo a reír y me mira mal. Me echa un poco de agua encima y abro la boca sorprendida, después rio otra vez—. ¡Es nueva! —chilla quejándose.
—Lo sé, no lo hicimos sobre ella —prometo. Moni me mira mal—. Te estoy diciendo la verdad —insisto. Moni asiente y deja el vaso vacío sobre la encimera.
—Creí que Gideón estaba de viaje —comenta. Asiento.
—No podía dejar pasar este día para ver a Alejandra. —Gideón hace acto de presencia y me abraza desde atrás. Imagino que sigue sin camisa porque Moni mantiene su vista fija sobre él y no precisamente en su rostro.
—He... Hermoso detalle —balbucea. Quiero reír, pero me contengo.
—Me gustaría invitarlas a ambas a comer y podemos ir al cine. —Lo miro por encima de mi hombro, él me mira también.
—Viajaste para ver a Ale, no a mí, disfruten ustedes. —Centro de nuevo mi mirada en Moni.
—Viajé para ver a Alejandra e invitarlas a salir a las dos —insiste Gideón. Aunque una parte de mí siente celos, a la otra le agrada que quiera incluir a Moni en sus planes. Moni asiente lentamente—. ¿Nos arreglamos y salimos? —Veo a Moni dudar, así que decido hablar.
—A mi me gustaría eso, vamos Moni. Iremos a cambiarnos. —Moni asiente sonriente.
Doy vuelta en los brazos de Gideón, él aprovecha eso para dejar un beso en la punta de mi nariz, lo que hace que la mueva y él ría. Miro a Moni volteando la cabeza, cuando Gideón toma mi mano y nos conduce hasta mi habitación. Moni me mira con una cara de: Yo te lo dije.
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