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Capítulo 25

Es más fácil superar una ruptura, que aceptar un adiós de un amor imposible.
A🌙A

Presente.

Mi celular suena avisando una llamada entrante, la cuelgo para estar pendiente de lo que habla José. Me enfoco en él.

—Serán solo dos mujeres y dos hombres para este proyecto. Gideón les tomará fotos a cada uno individual y en pareja, los mejores serán los escogidos. —Karol mueve mi brazo entusiasmada. Sonrío. Aún no me termina de ilusionar como a ellos estos eventos. Viajar no me gusta. Menos en avión. Estoy superandolo, pero no es tan fácil, además, no me caería mal alejarme de Gideón un tiempo. 

Mi corazón se está confundiendo y sé que él igual. Los besos en su auto, las cenas juntos, las miradas furtivas acá, las toma de mano a cada rato, eso era lo que tenía al principio con Sebastián.

Suspiro y sigo a las chicas para empezar con la sesión de fotos. Veo a Gideón que me mira con lujuria. Hace varios días que no tenemos sexo, no se ha dado la oportunidad y yo he estado tan ocupada, que ni siquiera he tenido tiempo.

Veo a las chicas posar todas expertas, llega mi turno y como no quiero ir a ese viaje, no me esfuerzo para nada y simplemente poso normal. Gideón levanta a cada rato su cámara para verme. Se preguntará qué me sucede. Le sonrío para aliviarlo y funciona. El turno de los chicos llega.

—¿Vamos por donuts? —propongo al llegar junto a las chicas. Todas asienten y salimos luego de avisarle a Gideón.

—Si quedo para esta sesión, de seguro puedo participar en muchas otras de ellos mismos. Viven haciendo shows. —La emoción es palpable. Río junto con las otras.

—Yo les deseo mucha suerte. Realmente no quiero participar —confieso, entrando al Starbucks. Todas me miran curiosas—. Ya saben que no me gusta viajar —resumo. Algunas me bufan y otras simplemente me ignoran.

Pedimos nuestros donuts y regresamos al estudio. Ya Gideón está terminando con Francisco, es el último chico. Nos hace señas para que empiecen a posar ahora en pareja. Me encanta ver a Gideón tan concentrado en su trabajo. Da órdenes, posa como si fuera hombre y como debería tocar a la mujer y también al contrario. Su profesionalismo me encanta.

—Caramelo —me llama. Saboreo mis labios y me acerco a Luis. Es un chico lindo, la verdad. Ojos azules, cabello un poco largo de color negro, varios piercing y tatuajes. Atractivo. Luis rodea mi cintura con su brazo y yo coloco el mío sobre su hombro. Veo a Gideón negar detrás de la cámara—. Así no —espeta. 

Deja su cámara y camina hasta nosotros. Me separa de Luis y hace que se siente colocando una de sus rodillas sobre el suelo y la otra levantada. Gideón hace la posición y me sienta sobre su rodilla, coloca su mano muy cerca de mi trasero haciendo que la piel se me erice. Suspiro.

—Mantén tus manos en tus piernas y ábrelas ligeramente. —Hago lo que me dice. Menos mal que no tengo puesto un vestido—. Perfecto. —Deja un beso en mi hombro y me levanta, haciéndolo él también. Regresa a su cámara y ahora hago lo mismo, pero con Luis. Gideón gruñe—. Más te vale que dejes de tocarle el trasero, Luis. —Lo miro con los ojos abiertos de par en par.

—Solo hago lo mismo que tú hiciste —se defiende el pobre.

—Yo soy yo, ahora sube tu mano —ordena. Suspiro, Luis lo hace y la deja sobre mi cintura. Cambiamos de posición, levantándonos.

Seguimos haciendo todo lo que Gideón quiere. Prácticamente le falta colocarme un cartel que diga: Fuera, perro, prohibido tocar. No deja que ninguno toque alguna parte de mi cuerpo que sea comprometedora. Ya sólo me falta posar con Francisco y listo.

A él no parece importarle lo que diga Gideón, apenas llega, me toma de la cintura obligando a que lo vea, me toca alzar la cabeza para hacerlo. Me sonríe abiertamente, acaricia mi cabello y sin previo aviso me besa. Me quedo paralizada, lo siguiente que pasa es que soy apartada bruscamente y un puño se estrella sobre el rostro de Francisco.

Gracias al cielo todos actúan rápido y sostienen a Gideón para que no vuelva golpear a Francisco. Parpadeo idiota. Gideón me mira y sus ojos arden en llamas. Me acerco temblando, me aterra cuando hace esas cosas.

—Eres mía —declara y se suelta del agarre de los chicos para tomar mi rostro y besarme. A él sí le correspondo el beso. No soy suya, pero ya lo hablaremos luego.

—¡Me cago en la mierda, Gideón! ¿Qué has hecho? —Nos separamos al escuchar a José. Gideón no parece temerle, puesto que deja un beso más en mi frente antes de enfrentarlo.

—El bastardo se lo ganó —sentencia tranquilo. José lo mira como si estuviera loco.

—Le has dejado media cara roja. —José señala a Francisco. Lo miro, es cierto. Fue un solo golpe, ¿cómo pudo ser tan rudo?—. ¡No puedes perder los estribos por un culo! —Quiero ofenderme, una parte de mí lo hace. Pero no es suficiente.

—¡¿Un culo?! —exclama Gideón, la vena de su cuello está muy sobresaliente. José rápidamente cambia su mirada por una más suave—. ¡Alejandra no es un culo, puede ser un culo para ti, pero no para mí y no dejaré que ningún bastardo la bese! —Está gritando. 

Trago saliva, temo que José se canse y nos corra a los dos. No puedo quedarme sin trabajo, debo seguir pagando el abogado y el arriendo.

—No es un culo, no debí decir eso. Me disculpo contigo, Alejandra. —Me sorprende que José se deje doblegar por las palabras de Gideón. Asiento para hacerle ver que no fue nada—. Francisco tampoco debió besarla sin su consentimiento. —Mira al chico de manera acusatoria. Él le devuelve una mirada fría.

—Tampoco se opuso. —Definitivamente ese hombre no le tiene miedo al diablo. En este caso, al lobo. Gideón se tensa a mi lado y da un paso al frente. Lo sostengo de la mano—. No puedes decidir quién la bese y quien no. Que sea ella quien lo decida. —Gideón gruñe soltándose de mi agarre. En el camino los chicos lo sostienen.

—Yo no quería que me besaras y no quiero que nadie lo haga. —Me decido a hablar por fin. Gideón me mira—. Vengo para trabajar, no para ligar con nadie. Eso no me interesa —sentencio.

—Te besas con él. ¿Segura que solo vienes a trabajar? —No creí que se pudiera odiar a un chico en tan poco tiempo.

—No solo nos besamos, pero dejaré a tu imaginación el resto de cosas que hacemos. —Siento mis mejillas arder. Por primera vez estoy avergonzada, pero quiero seguir hablando. Ya me lamentaré luego—. Y si lo besé ahorita fue solo para quitar el sabor amargo de tus labios —aclaro. Frunce su ceño mirándome con odio—. Fuera de acá puedo tirarme a quien sea, pero créeme, quien sea menos tú. —Todas las miradas están sobre mí, las siento, pero yo solo veo a Gideón. Sus ojos brillan de deseo. Francisco abandona el lugar dejando todo en completo silencio.

—A mi oficina, ¡ahora! —Los chicos sueltan a Gideón y él se acerca nuevamente hacia mi. José gira los ojos al vernos y da vuelta para ir a su oficina, imagino.

—No pasará nada —promete. Quiero creerle, después de ver cómo hizo que José se disculpara y le echara la culpa a Francisco, quiero creer que será así y nada malo pasara.

Besa mis labios suavemente, nos separamos rápido y toma mi mano para caminar hasta la oficina de José. En el camino veo a las chicas que me sonríen y hacen señas con sus manos. Cierro los ojos antes de entrar. Gideón abre sin tan siquiera tocar antes.

—Antes de que empieces con tu discurso barato, sabes que no dejaré que nadie se pase de listo con Alejandra, también sabes que Francisco es un idiota y no te aceptaré un regaño por su culpa —sentencia Gideón sin dejar que José diga algo.

José señala las sillas frente a él y rueda los ojos cuando Gideón nos arrastra hasta el sillón que está a un lado de la oficina.

—¿Por qué siempre tienes que hacer lo que te da la gana y por qué yo siempre te dejo hacerlo? —inquiere, viendo al techo. Gideón sonríe a mi lado. Yo no—. No puedes ir golpeando a todos los que quieran besar a Alejandra —argumenta.

—Sí puedo y lo haré. —Gideón no da su brazo a torcer—. Cuando ella quiera que alguien más la bese que no sea yo, entonces me quedaré tranquilo. Mientras tanto, seguiré golpeando a cada hijo de puta que quiera tocarla. —Me estremezco.

—No me importa si están saliendo, que es obvio que lo hacen. Solo me interesa que mis modelos mantengan su cara intacta. —Lo último lo dice alzando un poco más la voz—. Sabes que debo hacer algo —advierte. Me tenso.

—Si vas a hacer algo, debería ser en contra de Francisco. Él fue quien inició todo. —En eso tiene razón Gideón, por favor que no sea en mi contra. José suspira.

—Lo suspenderé por un mes, tiempo suficiente para que su cara mejore y para que lo piense dos veces antes de meterse con alguna chica de acá. —Gideón sonríe satisfecho—. Pero igual debo castigarte a ti, Gideón. —Su voz ahora es más baja.

—No me jodas, José, no puedes castigarme ahora que viene ese viaje. ¿A quién enviarás? —cuestiona. Coloca sus brazos apoyados en sus piernas y yo me pierdo brevemente en la manera en que sus músculos se tensan dentro de la camisa que tiene. Suspiro.

—No será precisamente así tu castigo. Alejandra no irá al viaje —declara. Una parte de mí festeja y la otra se alerta. ¿No ir al viaje es estar sin trabajo?

—No puedes castigarla a ella para castigarme a mí, es hermosa. Es una de tus mejores modelos. ¿Qué digo una de tus mejores? ¡Es la mejor que tienes! —Quiero besarlo. José sonríe burlón.

—Tienes razón en eso, pero igual se queda. Estarás una semana en Miami y ella se quedará aquí. Al volver, si sigues creyendo que es la mejor, entonces dejaré que tengan su relación abiertamente acá dentro del estudio. —¿Quiere probar que tanto le gusto a Gideón? Vaya genio, hasta yo quiero ver eso. Gideón lo mira mal.

—No es pasajero —sentencia Gideón, acomodándose nuevamente y en el proceso, tomando mi mano. José no deja de sonreír.

—Demuéstramelo, querido amigo. —Gideón gruñe y se levanta, haciendo que yo lo haga también. Salimos de la oficina directo a la puerta de salida. Son las 13:00 hrs, faltan aún 4 horas para que termine nuestra jornada laboral. Por supuesto que eso a Gideón no le importa.

—No dejaré que mis sentimientos por ti cambien durante esa semana, solo prométeme que los tuyos tampoco lo harán. —La súplica tiñe la voz de Gideón cuando estamos en el estacionamiento. Al ver que no respondo, me estrella contra la pared y me mira fijamente—. Promételo, Caperucita. —insiste. 

Quiero hacerlo, quiero prometerle que nada cambiará. Pero sé que todo debe cambiar.

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