Capítulo 23
Prometo que en los días lluviosos, seré tu chocolate caliente, y en el verano, tu mar😍
Ni Lombardi Ni Soltera
A🌙A
Aixa de Alsina
Presente.
—Yo insisto en que deberíamos ir a ponerle una denuncia a ese malnacido —espeta Gideón, levantándose por quinta vez de la cama y dando vueltas alrededor de la habitación. Suspiro. Sigo teniendo solo el paño que Moni me colocó.
No he dicho palabra alguna desde que los de seguridad se llevaron a Sebastián. En mi mente sigo reproduciendo todo en cámara lenta y no dejo de pensar en lo que hubiera pasado si Moni no hubiera olvidado un documento para su trabajo, si Gideón no hubiera venido a recogerme y en el camino se hubiera encontrado a Moni saliendo del ascensor en busca de los de seguridad por haber escuchado los gritos en mi habitación.
Si nada de eso hubiera sucedido, ¿qué sería de mí ahora mismo? Las opciones que pasan por mi cabeza no me gustan. Saboreo mis labios dispuesta a hablar de una vez por todas.
—Llamaré a mi abogado por una orden de alejamiento —resuelvo decidida. Me levanto de la cama en busca de mi celular. Al tomarlo, me doy cuenta que aún estoy temblando. Cojo aire y marco su número. No demora mucho en contestar.
—Sra. Alejandra, ¿necesita algo? —pregunta con su habitual tono tranquilo. Miro a Gideón a los ojos mientras le respondo.
—Quiero poner una orden de alejamiento contra Sebastián. —Gideón asiente lento.
—¿Puedo preguntar el motivo? —Asiento como si pudiera verme.
—Entró sin autorización a mi apartamento e intentó atentar contra mí. —Aparto la mirada de Gideón, sus ojos se oscurecieron con odio.
—Entiendo. ¿Está usted bien? —Por primera vez su tono es diferente. Creo que incluso suena preocupado. Vuelvo a asentir estúpidamente. En mi defensa, estoy nerviosa.
—Lo estoy. ¿Puede encargarse de eso? —inquiero, dándome vuelta.
—Por supuesto que sí, la llamaré en cuanto lo tenga listo —avisa.
—Perfecto. Muchas gracias. —Cuelgo después de despedirse. Me giro nuevamente—. Les agradezco todo lo que han hecho por mí hoy, necesito estar sola unos minutos. Por favor —les pido, viendo mis pies descalzos.
—Prepararé el desayuno. —Escucho decir a Moni y después la puerta de mi habitación cerrarse. Levanto la mirada para confirmar que Gideón sigue de pie frente a mí.
—No te dejaré sola —sentencia. Muerdo mis labios—. Nunca más —asevera. Quiero decirle que no quiero que lo haga, pero me contengo.
—Necesito ducharme. —Necesito quitarme todo rastro de Sebastián de mi cuerpo. Gideón asiente. Sujeto fuertemente el paño y entro al baño. No cierro la puerta, algo me dice que la tumbaría si me demoro mucho tiempo.
En la ducha quito mi paño cerrando bien la puerta de cristal. Me sumerjo debajo del agua y aunque creí que lloraría, no lo hago. No tengo ya ni porqué llorar. Tal vez sí, el hombre con el que estuve seis años, ya no lo reconozco, no sé de qué sería capaz. Tampoco me reconozco yo, he cambiado tanto en estos casi dos meses, que me sorprendo. Lo que antes me hacía llorar, ya no lo hace. No sé si soy menos débil o más perra. Insisto en que es la segunda.
Termino de bañarme de nuevo y salgo volviendo a enrollar mi cuerpo en el paño. En la habitación, Gideón está limpiando el desastre que ocasionó Sebastián al destrozar mi portátil. Suspiro.
—Te compraré otra. —Niego con la cabeza.
—No es necesario, yo puedo comprármela. —Busco en mi closet algo que ponerme.
—Yo quiero hacerlo —insiste. Recuerdo las palabras de Sebastián: "Eras la puta que me cogía, supuse que así te mantendría contenta". Cierro los ojos.
—Por favor, deja que yo lo haga. Quiero empezar a comprar mis cosas. —Casi suplico. Veo la ropa que tengo en el closet y la mayoría me la compró Sebastián. Después de ponerme un camisón de pijama sin molestarme en colocarme sostén, empiezo a tirar al suelo la ropa que él me compró.
—¿Qué haces? —pregunta espantado Gideón. No me detengo a verlo y sigo tirando al suelo la ropa. Lo siento tomar mis manos impidiendo que siga. Las vuelvo puño cuando pega mi cara contra su torso. Lo que no hice en la ducha, lo hago mientras me abraza y lloro—. Ya, Caramelo. Todo estará bien —promete. Asiento, creyendo sus palabras.
Todo estará bien, eso es lo que me repito diariamente desde que empecé con esto. Me suelta, seco mis lágrimas y sigo con lo mismo. Gideón abre los ojos mirándome mal.
—No quiero nada de lo que me dio —le explico antes de que vuelva a preguntar. Asiente sonriendo y comienza a ayudarme con mi trabajo.
Levanta las prendas y cuando asiento, las avienta al suelo. De pronto comienzo a reír como loca. Ya no lo hago con rabia, ahora estoy disfrutando enormemente deshacerme de mi pasado.
Cuando ya no veo ninguna prenda de la que él me regaló colgada y noto en el suelo mucha ropa que consideraba favorita, incluso zapatos de tacones que me encantaban, me siento mejor. Ahora tendré que comprar mucha ropa y zapatos, y no hay nada que me guste más que comprarme ropa y zapatos.
Decidida a hacer eso tomo una falda de Jean y una blusa corta de lo poco que me quedó de ropa y me quito el camisón delante de Gideón. La blusa corta no necesita sostén, así que sigo sin colocármelo.
—No me cansaré de decir cuánto me gustan tus tetas —afirma, haciéndome reír. No hace ademán de acercarse y lo agradezco. No quiero sexo ahora. Quiero llenarme de ropa y quedar nuevamente en cero. Eso me encantaría.
Salgo de la habitación seguida por Gideón, Moni al verme detiene lo que sea que estaba haciendo en la cocina.
—¿De qué me perdí? —pregunta intercambiando la mirada entre Gideón y yo. Sonrío.
—Iré de compras. ¿Vienes? —Moni arruga sus cejas y asiente despacio. Creo que aún no termina de entender lo que sucede.
—Primero desayunamos, ¿cierto? —Asiento sentándome en la mesa. Moni rueda los ojos—. Te dije que no volvería a comer en esa mesa —me recuerda enfadada. Muerdo mis labios evitando reír.
—Ya te dije cuánto cariño le tengo a la mesa —bromeo acariciando la mesa. Moni farfulla algo inentendible y regresa a la cocina. Gideón se sienta a mi lado riendo.
—Tendré que comprarles una mesa nueva. —Lo miro riendo—. Y esta se irá a mi casa. También le tengo cariño —confiesa, viéndome seductor. Sonrío.
—¿Hablaste con José? Creo que se cansará de que yo tenga tantos problemas y terminará despidiéndome. —No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
—No digas eso, le encantas. Eres sensacional frente y detrás de cámaras. Él valora eso —sentencia. Asiento sin querer discutir más sobre eso. Moni regresa a la sala con dos platos. Los coloca frente a nosotros. En cada uno hay pan tostado, tocino, huevos, salsa y queso. Se ha lucido. Espero a que vuelva a la mesa con su plato y una vez estamos todos juntos se levanta y se va al sofá. La miro mientras río.
—Acá aún hay espacio —bromeo. Me mira mal, río junto a Gideón. Al terminar de comer recojo los platos de todos y los lavo rápidamente mientras Moni se cambia su uniforme de trabajo por algo más cómodo.
[***]
—Me sigue gustando más el otro. —Llevo alrededor de cuarenta minutos escuchando la constante pelea de Moni con Gideón sobre qué ropa es más bonita. Moni se inclina por lo profesional, mientras que Gideón por lo sexy.
—¡Qué tú no necesitas verla con ropa, quieres quitársela! —exclama Moni, alzando las manos al aire. No evito reír. Gideón se ha quedado callado de pronto.
—Tienes razón —concuerda Gideón al rato. Ruedo los ojos.
—Llevaré uno y uno, porque ambos atuendos me gustan —confieso. Ambos asienten, regreso al tocador y quito el vestido de cuero negro que tenía puesto. Salgo ya cambiada y cancelo la compra—. Tengo hambre —digo mientras salimos de la tercera tienda.
Gideón tiene varias bolsas encima. No todas son mías, Moni también se compró unas cositas y yo le compré otras tantas que aún no se las muestro. Son muy sexys, pero haré que se las ponga. Como que me llamo Alejandra Cortés. Entramos a un restaurante dentro del centro comercial.
—Yo invito el almuerzo —declara Gideón. Ninguna se opone. Ubicamos una mesa para tres y enseguida llega una chica para atendernos.
—Buenas tardes, les dejo el menú. Cuando ya tengan su elección, pueden levantar la mano y vendré para atenderlos. —Todo lo dice sin despegar los ojos de Gideón. Moni me mira y yo ruedo los ojos. No somos nada. Se retira después de que Moni le agradece.
Ojeo el menú y pido pasta. Moni elige una ensalada y Gideón prefiere la sopa. La chica regresa para tomar el pedido. Es Gideón quien lo da. Yo mantengo mi vista fija en la ventana. Veo pasar a Andrea, mi ex suegra. Giro rápidamente la cabeza. Espero que no me vea y arme un show. Además, no está sola. Está con la hermana de Sebastián, mucho peor. Doy gracias cuando las veo seguir de largo.
—¿Estás bien? —pregunta Gideón tomando mi mano por encima de la mesa. Asiento. La chica regresa con nuestro pedido y esta vez fija su mirada en la unión de nuestras manos. Sonrío victoriosa. Se retira después de desearnos un buen provecho. Le suelto la mano a Gideón para comer tranquila.
El resto de la tarde se va fácilmente caminando entre tiendas y bromeando mucho. El mal trago de la mañana queda en el olvido fácilmente. Ya de noche, Gideón me propone cenar con su hermana. La había olvidado por completo.
—La hubiéramos invitado a salir hoy con nosotros —digo de regreso al apartamento.
—No hubiera podido. Estuvo todo el día en un curso de cocina —explica sin despegar sus ojos del frente. Asiento.
—Por supuesto que me encantaría cenar con ella —Acepto. Veo a Moni en la parte trasera del auto—. ¿Te gustaría venir? —la invito. Moni niega rápidamente.
—Lo siento. Tengo planes con Scott. —Asiento. Es la primera vez que lo menciona. Tendré que preguntarle luego. Moni se baja en el edificio. Esperamos a que entre y después Gideón arranca.
—¿Cuándo se va tu hermana? —pregunto ante el silencio que se creó. Gideón me mira brevemente antes de responder.
—El domingo. —Asiento. Falta aún varios días—. Quiero cerciorarme de que estamos bien, ¿lo estamos? —inquiere de pronto cuando se detiene en su estacionamiento personal. Frunzo el ceño confundida.
—¿Por qué no estaríamos bien? —cuestiono realmente confundida. Gideón bufa.
—Ese malnacido. —Calla—. No sé qué te hubiera hecho si no hubiéramos llegado. No sé qué hubiera hecho si lo encontraba de otra manera. No podría perdonarme que algo te sucediera. —Suspiro.
—Siempre lo que pasa es lo que tiene que pasar. —Gideón me mira mal—. También estaba asustada. No sabía qué haría Sebastián, pero ya pasó, no sucedió nada. Tú estuviste ahí para impedirlo. —Le acaricio el rostro.
Gideón cierra los ojos, suavizando su expresión de querer matar a alguien. Específicamente a Sebastián. Al abrirlos, sujeta mi cara y me besa. No se lo impido. Me gustan sus besos, quería uno desde que me ayudó esta mañana a tirar la ropa al suelo. Al separarnos, deja un beso en mi frente. No quiero interrumpir el momento, pero mi estómago tiene otros planes y ruge fuertemente. Gideón ríe.
—Vamos a comer con mi loca hermana —propone saliendo del auto.
—No es loca, tú eres muy aburrido —espeto cuando abre mi puerta. Gideón rueda los ojos. Entramos a su apartamento y creo que nunca lo había visto tan limpio. No me mal interpreten, siempre ha estado limpio. Pero hoy todo brilla. Creo que eso es obra de Alice. Gideón toma mi mano y nos adentra hasta la cocina. Alice no se ve por ninguna parte.
—¡Loca! —grita Gideón alargando la "a". Lo miro mal. Nadie responde—. No ha llegado —declara sin dudar. Es su hermana, así que le creo—. Cocinaré para ti —sentencia. Río.
—¿Estás seguro que no es mejor esperar a tu hermana? Ella es la experta —le recuerdo. Gideón deja de buscar lo que sea en el refrigerador y me mira mal.
—Puedo preparar una cena decente —se defiende.
—¿Quieres ayuda? —propongo. Gideón niega sin dudar.
—Puedes colocar música. —Señala el TV que está en la sala. Asiento y camino hasta ahí. Enciendo el TV y busco en YouTube.
—¿Qué te gusta escuchar? —pregunto dándome cuenta que no sé qué buscar.
—Lo que quieras —responde de vuelta. Recuerdo que bailamos de Romeo Santos. Así que busco de él. Dejo un mix y regreso a la cocina. Gideón se ve enfocado en su trabajo—. Deja de mirarme —se queja después de un buen rato cocinando. Río.
De pronto me han entrado ganas de jugar. Por lo que aprovecho la canción de Propuesta Indecente y rodeo la barra americana para entrar a donde él. Lo abrazo por la cintura, metiendo mis manos por dentro de su camisa y tocando sus abdominales.
—Caperucita —advierte ronco. Me eriza la piel.
—Por ahora no soy Caperucita, soy el Lobo —aclaro, mordiendo levemente su espalda. Gideón gruñe en respuesta. Rápidamente se gira quedando frente a mi. Apaga la estufa y me alza sentándome en la barra.
—¿Qué quieres que haga, entonces? —Sus ojos se han oscurecido. Saboreo mis labios.
—Bésame —pido. Gideón sonríe lobuno.
—Tus deseos son órdenes —acepta encantado. Agarra mis nalgas con fuerza mientras se apodera de mi boca. Jadeo en sus labios. Su lengua se enreda con la mía, juntas forman la mejor danza jamás vista.
—Ni se les ocurra tener sexo en la cocina. —Toda la magia se espuma con la llegada de Alice. A diferencia de aquella vez que Moni nos encontró, ahora me da por reírme. Gideón me acompaña mientras no desvía su mirada de la mía—. ¿Quién está cocinando y por qué no me esperaron? —Alice no para de hablar. Gideón me devuelve al suelo para darle la cara a su hermana.
—Yo estoy cocinando para Alejandra. —Alice alza una ceja.
—¿Qué hay de mí? —inquiere, colocando sus manos en su cintura. Gideón se encoge de hombros.
—Si te vas a tu cuarto y dejas que Alejandra y yo terminemos lo que estábamos por hacer, entonces te haré a ti también. —Alice y yo abrimos la boca al mismo tiempo. Él no pudo decir eso.
—Eres un enfermo. ¿De verdad te gusta este tipo? —me pregunta, señalándolo con la mano. Río. Ella sale de la cocina hablando cosas en otro idioma. Creo que nos está insultando.
—Es alemán —explica.
—Nunca me habían insultado en alemán —confieso riendo. Gideón me imita.
—A mí ya me han insultado en varios idiomas. —Se encoge de hombros, restándole importancia. Mi vena curiosa pide saber más, pero me controlo—. Deberías ir con ella. Creerá que realmente estamos haciendo algo. —Suspiro—. ¿Te quedas esta noche? —pregunta sujetando mi mano antes de salir. Asiento sin dudar. No quiero dormir sola. Gideón sonríe y me suelta.
—¿Qué puerta? —inquiero.
—Conoces la de mi habitación y el baño. —¿Es tan difícil que responda diciendo la puerta y ya? Bufo y giro entrando a la puerta que nunca he entrado. Alice me mira desde la cama.
—Debí tocar, perdona. —Ella sonríe encogiéndose de hombros. Son tan parecidos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro