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Capítulo 10

Hasta que no te sientas cómodo estando solo, nunca sabrás si estás eligiendo a alguien por amor o por soledad.
-Socrates.

Presente.

Llego a casa después de una buena reunión con José, me ha agradado su personalidad fresca y sencilla. No puso ninguna objeción mientras le contaba que no tenía experiencia en el modelaje, aseguró que Gideón es el mejor en lo que hace y que aprenderé rápido trabajando con él. Quise objetar en ese momento, recordarle a Gideón que prometió no trabajar conmigo. Sin embargo, gracias a él tengo empleo y un buen empleo. Puedo aguantar su presencia, lo que no creo aguantar es la llama que sigue encendiendo en mí cada vez que lo veo.  

Es increíble cómo logra ponerme a mil con solo una mirada de lado. Empiezo a creer que no es por la mirada, sino porque mi mente recuerda las cantidades de veces que me ha dedicado esa mirada mientras me ha tenido a su merced desde cualquier lado y en cualquier lado. Me acaloro. 

—¿Y cómo te fue? —Me sobresalto al ver a Moni en pijama batiendo unos huevos—. ¡Oye, que no soy tan fea! —se queja. Río, beso su frente y paso a su lado directo al refrigerador. Saco una lata de Coca-Cola recostándome sobre el mesón para verla bien. 

—Tengo trabajo —digo calmada. Moni me mira esperando más emoción o detalles. Quién sabe—. ¿Qué? No me mires así, trabajaré con Gideón —explico mi falta de entusiasmo del todo. Moni asiente mientras sigue batiendo los huevos. 

—Ya veo. ¿Y eso qué tiene de malo? ¿Qué no podrán coger en el estudio o qué será mucha presión sexual alrededor? —La miro mal. Ríe bajito—. Vale, tú quieres alejarte. Lo sé, pero. —Ruedo los ojos. Siempre hay un pero—. Ese bombón está muy bueno como para querer alejarte. ¿Qué tiene de malo revolcarse de vez en cuando si ya no estás con Sebastián? —Increpa. Le palpo la frente en busca de fiebre. Debe tener algo, sino no hubiera dicho esas cosas.

—¿Revolcarse de vez en cuándo? —cuestiono sorprendida. Moni vuelve a reír tímida mientras vierte los huevos que batió en la sartén y empieza a freírlos.

—A ti te gusta hablar así —se defiende.

—Sí, pero tú no hablas así nunca, no tienes que cambiar —le aclaro. Moni me mira agradecida.

—No estoy cambiando, quise probar que tal me sentía hablando así, y no estuvo mal —confiesa. Ahora quien ríe soy yo.

—Bien, te ayudo a untarle mantequilla a las tostadas —propongo. Moni asiente señalando las tostadas cubiertas por el paño de cocina. Pongo manos a la obra, al terminar, cojo dos latas más de Coca-Cola de la nevera y acomodo todo en la mesa. Aunque Moni sigue negándose a comer sobre ella.

—No comeré en la mesa —declara. Ruedo los ojos de nuevo. Es más terca que una mula.

—No seas tonta. Gideón se ofreció a comprar una nueva y no quisiste —le recuerdo.

—Lo harás tú, fuiste tú quién lo dejó entrar en el apartamento y quién dejó que te cogiera sobre la mesa donde ambas comíamos —replica. Abro la boca sorprendida, por un momento sonó como la mamá que no recuerdo.

—Él fue quien me siguió —me defiendo como niña chiquita. Moni me mira entrecerrando los ojos.

—Pudiste haber llamado a seguridad para que lo sacara —continúa recordándome las opciones que no quise utilizar.

—Bien, tienes razón —reconozco—. En el fondo quería que me cogiera sobre la mesa —admito. Moni me mira con los ojos abiertos. Sonrío bobalicona—. Tú empezaste. —Recojo los platos que había acomodado y camino hasta el sofá, los dejo sobre la mesa ratonera y regreso por las latas de refresco. Moni sigue de pie mirándome como si fuera una criatura difícil de descifrar—. Ven, ya va a comenzar Mentes Criminales. —Ante la mención de su serie favorita, da dos brincos y llega al sofá. Recoge su plato colocándolo sobre sus piernas y abre su lata mientras enciendo la TV.

Apenas terminamos de comer, me disculpo con ella para ir a mi habitación, estoy inspirada y quiero adelantar un nuevo capítulo del libro que escribo. Enciendo la portátil al mismo tiempo que me despojo de la ropa para darme un baño, coloco música desde la portátil, que conecto con los altavoces del teatro en casa y dejo la puerta abierta del baño para escuchar a Adele mientras me ducho.

Meneo las caderas al ritmo de Set fire to the rain. Dejo que el agua se lleve consigo todo el estrés de haber visto a Andrea hoy. Salgo unas dos canciones después, ubico mi gaveta de ropa interior, me pongo una tanga de algodón cómoda y encima un camisón de pijama. Me acomodo en la cama con la portátil sobre mis piernas, abro el archivo de Word y comienzo a recordar mientras los dedos se deslizan por el teclado.

Flashback.

Diciembre 17 de 2017

Despierto sobresaltada. ¿Qué hora es? Veo a Gideón dormir desnudo a mi lado, recuerdo los tres orgasmos que me regaló hace un rato y mi sexo palpita queriendo otro más. Por un segundo pasa por mi mente Sebastián y mi matrimonio, mas me obligo a dejar de pensar en eso, no voy a sentirme mal ahora. Tomé una decisión, me toca cargar con ella.

Me levanto con cuidado, salgo de la habitación sin hacer ruido, en la sala encuentro mi móvil. Las 20:38 hrs. Respiro aliviada. No es tan tarde, con suerte puedo pedir un taxi y llegar a casa sin que James o Sebastián sospeche. No tengo mensaje de ninguno. Estoy por escribirle a Sebastián contándole que ya regresaré a casa cuando la voz de Gideón me eriza la piel. Sigo desnuda. Salvo por la tanga que no me quitó.

—¿Te vas? —inquiere a pocos pasos de mí. Volteo para encararlo. Sus ojos no miran los míos, están ocupados paseándose por todo mi cuerpo.

—Ya es tarde —respondo. Gideón me mira a los ojos. ¿Será muy pronto para decir que amo el color de sus ojos? Es simplemente atrapante y contrasta con el tono de su piel, resaltando por supuesto sus tatuajes.

—Ya veo. Me cambiaré para llevarte —avisa.

—No es necesario, cogeré un taxi. —Me apresuro a hablar. No puedo llegar a casa con él. James lo notaría y le contaría a Sebastián, terminaría muy pronto lo que apenas comienza. Ignoro el hecho de que estoy reconociendo que quiero que dure más.

—¿Volveré a verte? —Escucho duda en su voz. Sonrío.

—Mañana es el show —le recuerdo. Gideón asiente sobándose la parte de atrás de su cabeza.

—Sabes a qué me refiero. —Saboreo mis labios.

—¿Estás dudando de tu capacidad de amarre en la cama? —pregunto divertida. Sonríe cómplice. Da un paso cerca, doy uno también acercándome.

—¿Quieres más? —Su voz cambió y ahora es ronca y seductora. Medito si llegar media hora más tarde será una mala o buena idea. Me olvido de todo cuando se planta frente a mí. Alza mi barbilla para que lo mire.

—Quiero más orgasmos —confieso. Por primera vez siento mis mejillas calientes. Gideón sonríe, acaricia con sus nudillos mi rostro.

—Te daré más orgasmos —promete. Asiento cuando se acerca a mis labios y se queda esperando que le dé permiso para besarme. Me dejo hacer, su lengua palpa la mía y se unen en una danza perfecta.

Ni cuando bailaba en el tubo me sentía tan sincronizada como lo están nuestros cuerpos. Sus manos tocan todo lo que esté a su paso, pasan de mis nalgas a mis caderas y de éstas a mis senos, presionandolos con fuerza. Jadeo de satisfacción Me palpita el coño deseando tener atención.

—Date vuelta contra el sofá. —Obedezco, apoyando mis rodillas en el asiento y mis manos en el espaldar—. Así no, de espaldas por detrás del sofá —explica. Me toma un segundo imaginarme así, una vez que lo imagino, me levanto y hago lo que dice. Alzo mi trasero apoyando mis codos en el espaldar del sofá. Gideón rodea todo hasta posicionarse justo detrás de mí—. Eres perfecta —musita, acariciando toda mi columna vertebral, me estremezco por el tacto. Al llegar a mis nalgas las presiona con fuerza. 

Fin del Flashback.

Unos toques en la puerta me impiden seguir escribiendo, bufo. Iba por la mejor parte. Mi feminidad humedecida me da a entender que también recuerda ese encuentro. Es imposible olvidarlo, me regaló dos orgasmos más ese día antes de volver a casa a dormir en la cama que compartía con mi esposo.

—Adelante —gruño.

—Una mujer que dice ser la madre de Sebastián insiste en verte. —Toco el puente de mi nariz contando hasta 10, lo subo a 20. Necesito recordarme que no puedo matarla, es ilegal.

—Llama a seguridad para que se la lleven. No quiero salir a verla. —Decido ser razonable. Moni asiente y sale. Si ya Andrea sabe mi dirección, Sebastián también. Lo menos que necesito es que esté a primera hora mañana aquí fastidiando con la idea de volver. Me levanto, guardo en un maletín la ropa que necesitaré para trabajar mañana, mi portátil y me cambio de ropa, calzandome unos vaqueros negros, una camisa larga y unos zapatos deportivos. Paso por la habitación de Moni al salir de la mía. Toco dos veces. Entro después de escuchar un pase—. Dormiré en un hotel. —Moni cierra el portátil y me mira atenta.

—¿Por qué? —suspiro.

—Si Andrea encontró mi dirección, mañana a primera hora Sebastián estará acá, lo sé y no quiero verlo. —Tengo claro que estoy huyendo, pero es lo mejor.

—Deberías darle frente, demostrarle que empezaste tu nueva vida sin él y exigirle que firme el divorcio —sugiere decidida. Cojo aire. En parte tiene razón.

—Tienes razón, pero no me siento lista para enfrentarlo —confieso. Moni se levanta, sentándose en la orilla de la cama.

—Ha pasado un mes, debes darle la cara. Sólo te has comunicado con él a través de un abogado. Necesita escuchar de tu boca las razones —acota volviendo a dar en el clavo.

—¿Puedes estar presente? Necesitaré fuerza por sí debo llamar a seguridad —pido resignada. Moni me sonríe.

—Pediré permiso para ausentarme durante la mañana. —Camino hasta ella para abrazarla. Le agradezco y dejo un beso en su frente.

—Mil gracias. —Vuelvo a agradecer y cierro la puerta. Afuera, suspiro y camino de regreso a mi habitación. No quiero, no quiero enfrentarlo. No quiero verlo. Cierro los ojos dejándome caer en mi cama. Las ganas de llorar me invaden, tal como el primer día que estuve con Gideón.

Quise ser fuerte en su apartamento, quise convencerme de que ya lo malo estaba hecho y que me tocaba hacerle frente. Pero una vez llegué a casa y vi la cama que compartía con Sebastián, sus cosas en el clóset. Todo, me entró el desespero, la culpabilidad y lloré toda la noche debajo del chorro de la ducha sintiéndome sucia y malagradecida.

Sebastián no se merecía eso, lo traicioné y él confiaba en mí. No soy consciente de que estoy llorando hasta que me doy vuelta en mi cama y siento la humedad debajo de mi rostro. Lo peor de sentir culpa, es que no me arrepiento. La culpa que sentí en aquel momento es la misma que siento ahora, la culpa de saber que estaba lastimando a quién me amaba y lo peor es que no quería parar. No de lastimarlo, sino de seguir sintiendo lo que sentía —siento— por Gideón. 

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