Capítulo 9: Día de feria
Capítulo 9: Día de feria
El domingo Elliana y yo pasamos el día en el parque de atracciones de Coney Island. Ya desde el primer momento mi bella flor quería subirse en todas las atracciones de adrenalina posibles.
Necesitaba que se distrajera del maldito mensaje de ese imbécil monumental. El día anterior todo la felicidad se había ido a la mierda por culpa de ese hombre que el pasado hirió los sentimientos de mi bella flor. Le odiaba. Como lo viera, le partiría la cara por no saber tratar a una mujer tan buena como lo era Elliana.
—Mira, mira —decía con un brillo infantil en la mirada.
Había bastante gente. Siendo día no laboral me pareció normal.
A pesar de que llegamos sobre las diez de mañana, el puesto de perritos calientes más famoso y antiguo de todo el país, Nathan's Famous, estaba atestado. Había una larga cola de personas que estaban ansiosas por probar uno de esos deliciosos bocados. Una gran parte de ellos eran extranjeros, todos llamando la atención con sus viseras y camisetas con algún símbolo de Estados Unidos.
Llegamos a la cola para pagar la entrada. No era muy cara en comparación con la de otros parques temáticos. Cuando llegamos al principio, saqué la billetera, pero Elliana se me adelantó y le tendió a la muchacha el dinero necesario.
—Aquí tienen el ticket y un pequeño mapa de la zona. Disfruten del día —nos dijo sonriendo con cordialidad.
—Muchas gracias, señorita.
Una vez dentro, miré a Elliana con una expresión de enfado.
—¿Qué? —se hizo la tonta—. ¿Tengo monos en la cara?
Puse los ojos en blanco y crucé los brazos sobre el pecho.
—Vamos, no te hagas la desentendida, que ya nos conocemos muy bien. ¿Por qué le has pagado tú? ¿Quería invitarte yo?
En su mirada brilló un destello de burla. Lo que me faltaba.
—¿Veo resentimiento?
Bufé y eso le hizo lanzar una gran carcajada al aire.
—¡No tiene gracia! —La señalé con el dedo.
—Para mí sí. Eres como un niño.
—No, no lo soy.
—Lo que tú digas. —Esa mueca aún seguía en sus labios—. Solo quería invitarte yo por una vez. Siempre acabas acarreando con los gastos tú solo y por una vez quería ser yo la que pagara. ¿Tan malo es eso? —Apartó la mirada y la posó en un adorno.
Oh, no. Se sentía culpable. ¿Por qué tenía que comportarme como un capullo y joder la velada?
—Lo siento. —Tomé su barbilla con mis manos y la obligué a mirarme—. Lo siento. Soy un tonto.
—Lo sé, pero te quiero así.
Sonreí. No estaba enfadada. Le di un beso casto en los labios al escucharla decir ese "te quiero".
—Hagamos una cosa. Puesto que tú me has invitado, yo pago la comida y todos los costes restantes del parque. ¿Qué te parece?
Se le iluminó la mirada.
—¿Todos todos?
Sonreí.
—Todos.
De repente, sin previo aviso, salió disparada como una bala hacia el parque.
—¡El último que llegue es un excremento de rata!—gritó.
Y luego yo era el niño.
La seguí a través de las atracciones riendo y disfrutando del hecho de no tener que aparentar ser un hombre maduro con ella.
. . .
Elliana no me dio tregua. Después de la montaña rusa, en la que nos montamos más de tres veces seguidas, fuimos a otra aún más fuerte. Mi bella flor reía con histeria cuando la atracción estaba en el clímax, y verla así, tan sonrojada por la emoción, me llenó de dicha.
Tomamos el almuerzo en uno de los puestos, disfrutando el buen día de inicios de primavera que hacía. Los rayos del sol tostaban nuestra piel y una suave brisa marina nos acariciaba con sutileza. Mi bella flor se había recogido el pelo en una cola de caballo, en ese momento despeinada por las tantas atracciones en las que nos habíamos subido.
Por la tarde ambos nos montamos en la gran noria. Desde la cumbre se veían unas vistas espectaculares y era tanta la belleza que saqué mi teléfono e hice varias fotografías. Mi bella flor salía en la mayoría de ellas y en la última ambos nos hicimos un selfie.
—¿Qué te apetece hacer ahora? —le pregunté mientras estábamos sentados en un banco comiendo un algodón de azúcar.
Sonrió como una niña pequeña.
—¿Podemos volver a montar en Cyclone, por favor? Di que sí.
No pude evitar reírme de la situación. En serio que parecía una niña pequeña, estaba tan ilusionada. Sus ojos brillaban de la emoción pura que sentía. ¿Cómo decirle que no cuando solo quería verla así?
—Claro, pero primero tenemos que acabarnos el algodón.
El parque de atracciones de Coney Island estaba decorado a la antigua, todo parecía sacado del siglo anterior. El ambiente a feria me gustaba. Había juegos de todas las clases, desde carruseles para los más pequeños hasta una montaña rusa construida en mil novecientos veintisiete, Cyclone.
Si no subí con ella cuatro veces en aquella atracción de madera no subí ni una sola vez. A Elli le gustaba tanto que era casi imposible negarse. Cuando estaba en lo más alto, gritaba de la adrenalina. Era tan adorable verla así.
Nuestra última parada fue Zoltar, el vidente electrónico. Metimos un dólar para que nos leyera el futuro. ¿Su predicción? Fue inesperada.
<<El amor te sorprenderá>>, decía el papel que salió por la ranura.
Se diría que acertó de lleno con nosotros. Nuestra historia de amor empezó aquel día que nuestros caminos se encontraron en ese ascensor y desde entonces no había podido dejar de pensar en ella. Sus preciosos ojos me tenían cautivado hasta tal punto que le pedí salir. Pero no, ella tuvo que rechazarme una cuántas veces hasta que la acorralé en esa sala repleta de toda clase de material de oficina. Ahí sí aceptó.
Conocerla fue el mejor regalo que me dio la vida. Me siento tan afortunado de que nuestras vidas se hayan unido en una sola. La quería tanto que no quería que sufriera por mi culpa. La protegería de todas las personas tóxicas de su vida.
Me temía que ese ex novio suyo era una de ellas. ¿Cómo se le ocurría a ese imbécil aparecer así como así? Aunque mi bella flor no me lo demostrara, sabía que le preocupaba el hecho de que semejante personaje apareciese de nuevo en su vida. Bastante había sufrido ya por él.
. . .
Nuestro día terminó dando un paseo por la playa de Coney Island. El atardecer era precioso, más si se le añadía que estaba sosteniendo la mano de mi bella flor. Ella reía con fuerza y yo con ella. El olor salado a mar inundaba nuestras fosas nasales y la arena húmeda se adhería a nuestros pies descalzos.
—Tengo algo para ti —le dije en medio de nuestro paseo.
A mi bella flor se le iluminaron los ojos de la emoción.
—¿Qué es?
Sonreí. Había traído conmigo la cadena que le había comprado en mi viaje de negocios. Aún no había podido dársela, no había encontrado el momento oportuno.
—Es algo que me recordó a ti en cuando viajé a España.
Saqué de mi bolsillo una cajita aterciopelada que había envuelto con mimo. Se lo tendí y ella lo cogió con manos temblorosas.
—No tenías que comprarme nada.
La miré con amor.
—Me recordó a ti. ¿Cómo no hacerlo?
Ella primero me miró a mí para luego posar sus ojos zafiro en el regalo. Antes de abrirlo, me dio un beso dulce cargado de sentimiento.
—Detalles como estos hacen que cada día te quiera más.
Esas palabras provocaron en mí miles de sensaciones. Por un lado, mi corazón brincó con fuerza en mi pecho, feliz de oírla decir "Te quiero". Por otro lado, en mi cara se dibujó la más grande de las sonrisas.
La besé, ¿cómo no hacerlo?
—Ábrelo ya —le pedí.
Ella desenvolvió mi regalo y al quedar descubierta la cajita sus ojos adquirieron un brillo curioso.
—¿Qué será? —se preguntó para sí misma al mismo tiempo que abría la caja—. Oh. —Miró el contenido embelesada. Sacó con manos temblorosas la cadena y observó la pequeña pluma plateada—. Es preciosa.
—Como tú. —Sonreí de lado y le guiñé un ojo.
Le ayudé a ponerse el collar alrededor de su cuello y, cuando cerré el cierre, le di un beso en el hueco de su garganta que desembocó en una sesión de besos.
Ya casi por la noche, tomamos un picnic sentados junto al mar. Charlábamos animadamente al mismo tiempo que tomábamos unos sándwiches deliciosos, cogidos de la mano.
Sin embargo, en un momento dado, mientras disfrutábamos de nuestro picnic sentados en la arena, un flash nos cegó a ambos. Oh, no. Instintivamente, tapé el cuerpo de Elliana con el mío.
—Por favor, señor Foster, ¿podría responder un par de preguntas?
Cómo detestaba a esa panda de buitres. ¿Por qué siempre aparecían después de una velada tan buena?
—Lo siento, pero estoy ocupado.
Pero el hombre, un señor calvo y regordete, no se dio por vencido. Es más, siguió sacando foto diestro y siniestro sin importarle lo alterada que mi bella flor se veía. Le temblaba el labio y su respiración se había agitado.
—¿Cómo comenzó su relación? ¿Cómo se conocieron? —preguntó haciendo caso omiso de lo mal que estaba mi compañera.
La acerqué a mí y le di un pequeño beso en la sien, tomando una decisión para alejarla de las cámaras.
—Está bien, responderé esas preguntas. Pero con una condición: la señorita Jones no volverá a ser molestada. ¿Queda claro? —Lo miré con determinación. El hombre asintió. Sonreí sin mostrar los dientes. Me alejé un poco de Elli—. Bien, en ese caso comience.
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Nota de autora:
¡Feliz miércoles, mis enredadas!
Os estaréis preguntado el porqué de la actualización. Pues, me apetecía. Hoy cumplo 22 años y quería daros un pequeño regalo en mi día especial. ¿Os ha gustado la sorpresa?
Repasemos, han sido muchas emociones:
1. Día en Coney Island.
2. Mucho Derelli empalagoso.
3. Derek le ha dado el colgante.
4. Sesión de besos y picnic junto al mar.
5. Malditos paparazzis.
Como es mi cumpleaños, me dedico el capítulo a mí misma (es algo que nunca he hecho). Me encanta mimaros.
¿Qué os ha parecido el capítulo?
En multimedia el parque de atracciones de Coney Island.
Esto ha sido todo. ¡Nos vemos el lunes! Un arco iris de besos.
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