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Capítulo 11: Día de chicas y noche de karaoke

Capítulo 11: Día de chicas y noche de karaoke

Elliana:

Una semana después de esa salida, más o menos, Nora, Winter y Genevieve me engatusaron para que fuera con ellas de compras. Recorrimos todo el centro comercial de arriba a abajo en busca de piezas de ropa que llamaran nuestra atención. No era una mujer que siguiera muchas las tendencias. Seamos sinceros, ¿a quién le importa de qué marca sean unos zapatos?

—Elli, ¡este vestido te quedaría de miedo! —gritó Genevieve desde casi desde el otro lado de la tienda. Típico de ella.

Miré con horror la prenda y negué con la cabeza. Era grotesca. Era una pieza demasiado corta para mi gusto y con un escote que dejaba muy poco a la imaginación. Y el color, santo Dios. Era demasiado llamativo para mí.

—Inténtalo de nuevo.

No era muy fan de ir a comprar ropa sexy. Me sentía muy cómoda vestida en mis vaqueros y envuelta en un jersey calentito. Siempre he creído que una buena prenda ha de ser bonita y cómoda al mismo tiempo.

En un momento dado, cuando estábamos en una lencería, Winter se acercó a mí con un conjunto de braga y sujetador naranja melocotón precioso de encaje.

—Con esto volverías loco a Derek, ¿no crees?

La miré y en sus ojos vi un brillo de lujuria y perversión que me puso los pelos de gallina.

—¡Winter! —Sentí cómo mi rostro se tornaba rojo carmesí. No obstante, su comentario era muy certero. A mí hombretón se le caería la baba solo con verme así vestida y, sorprendentemente, la idea no me repugnó. Es más, se había vuelto en una de mis fantasías, volverlo loco de placer en la cama.

Compré ese conjunto, junto a otros dos que pensaba ponerme solo para complacer a mi hombre. Últimamente mis pensamientos lujuriosos y mis fantasías estaban enfocadas en él.

Estábamos almorzando cuando Nora nos propuso:

—Chicas, tengo una idea —nos dijo con los ojos resplandecientes de la emoción—, ¡salgamos esta noche a mover el esqueleto!

Oh, oh.

—¡Me has leído la mente! —exclamó Winter llena de entusiasmo.

—Te secundo.

Ahora tres pares de ojos se posaron en mí, expectantes. Pero yo detestaba salir de fiesta a esos clubes en donde las personas se pegaban la una a la otra como sardinas enlatadas, llenas de sudor y hormonas revolucionadas. Solo de pensarlo me entraba una sensación claustrofóbica que quitaba el hipo.

—¿Qué dices, Elli? ¿Te animas? —preguntó Genevieve. Se apartó un mechón de pelo marrón de los ojos con la mano.

—Por fi —suplicaron las otras dos.

No me apetecía. No era lo que yo haría un viernes por la noche. Abrí la boca para responder, pero Nora se me adelantó. Creo que la muy ladina sabía perfectamente cuál sería mi respuesta.

—Venga, amiga. Anímate. Hace mucho que no vienes con nosotras.

No sé cómo, pero pasados unos segundos, me vi obligada a torcer mi brazo.

—Está bien.

—¡Yupi!

En fin. Esas tres eran peores que unas niñas pequeñas.

Después de almorzar, seguimos con nuestra aventura. Entramos en varias tiendas en las que todo lo que vi me pareció espantoso. ¿Por qué la mayoría de las prendas de ropa seguían en mismo patrón? ¿Por qué las faldas y los vestidos eran tan cortos últimamente y los pantalones estaban rasgados? ¿A caso los modistas no veían lo horrorosos que eran? Decidme que no soy la única mujer rara, por favor.

Fue en la última tienda en donde vi un vestido que me llamó la atención y que me gustó tanto como para acercarme y observarlo detalladamente. Era de color gris azulado, corto, por encima de las rodillas (como a mí me gustaban, no eso que te tapan lo justo). La falda era lisa y un poco abombada. El escote tenía forma de corazón y unas pequeñas tiras en los hombros hacían de mangas.

Acaricié maravillada la tela. Era suave y vaporosa. En la cintura tenía un pequeño cinturón de pedrería que con la luz dejaba destellos en la tienda.

Hermoso y, para mí fortuna, no muy caro. Con mi sueldo podía permitirme ciertos caprichos (además, no era una persona muy derrochadora). Pagué el vestido y nos largamos de ahí.

No era muy tarde, pero como esa noche saldríamos, las chicas querían tener tiempo suficiente como para cambiarnos.

—Voy a avisar a Landon para que se nos una —dijo Nora sacando su teléfono móvil. Marcó su número y esperó hasta que le contestó. Se adelantó a nuestros pasos para hablar con él.

Mientras tanto, Winter y Genevieve enroscaron sus brazos alrededor de los míos.

—Me apetece ir a un karaoke —dijo Winter—. Hace mucho que no vamos a uno, chicas. Tengo ganas de cantar.

Reí, animada.

—Dirás de hacer el ridículo. No es que tengas una voz bonita, amiga.

Por un momento, ella se soltó y se llevó una mano al pecho. Abrió muchos sus ojos marrones y fingió tristeza.

—¿Escuchas ese sonido? —Se llevó una mano a la oreja derecha—. Es el de mi corazón partiéndose.

Hice una mueca.

—El sarcasmo es un color que no te sienta nada bien.

Mi mejor amiga me devolvió el gesto.

—¡Qué dramática que eres, Winter! —intervino Genevieve—. Ni que no lo supieras.

—Eh, basta a las dos. Eso no vale. Sois dos contra una.

Winter nos fulminó con la mirada y nosotras dos nos desternillamos de ella. Adorábamos meternos las unas con las otras.

—Ya está —dijo Nora, quien había estado ajena a la conversación—. Dice Landon que se viene. ¿Qué os apetece hacer?

—¡Un karaoke! —casi gritamos las tres emocionadas.

—Karaoke se ha dicho entonces.

. . .

Como buen día de chicas, Nora vino a nuestra casa a prepararse para la noche. Decidí estrenar el vestido que había comprado y creo que fue una de las mejores decisiones de mi vida.

Primero ayudamos a elegir el atuendo de Winter, la que tras media hora de indecisión se decantó por un vestido verde cían que se le ceñía al cuerpo como una segunda piel. Le resaltaba los pechos, ya de por sí voluminosos, y la falda caía libre hasta por encima de las rodillas. Completó el conjunto con unos tacones de la misma tonalidad. Estaba muy guapa.

La siguiente en prepararse fue Genevieve. Ella decidió desde el comienzo que quería ponerse una falda negra que combinó a la perfección con una blusa blanca. Estaba hecha toda una rompecorazones con ese atuendo, que completó con unos tacones demasiado altos para mi gusto.

La siguiente fui yo. No tardamos mucho, la verdad... bueno... en ese asalto. Solo tuve que ponerme la prenda que había comprado en aquella tienda y que sabía que me sentaba como un guante. No era una mujer muy creída, pero en esos momentos me sentía guapa y poderosa, más cuando me subí en unos zapatos de tacón. Me sentía sexy.

Por último, Nora fue la que menos se complicó. Simplemente se puso unos vaqueros oscuros que le encantaban, una camiseta y un jersey azul cielo.

El siguiente asalto fue el maquillaje. No sé cómo me dejé engañar pero al final acabé con los ojos cubiertos de una sombra de ojos con acabados brillantes que acentuaba e intensificaba el color de mis iris. El delineador no podía faltar ni el pintalabios llamativo. Cuando terminaron conmigo, estaba espectacular y radiante. La mujer que veía en el espejo era una versión muy mejorada de mí misma.

El último asalto, por así llamarlo, era el peinado. Mientras mis amigas se lo recogieron en recogidos o semi recogidos, yo opté por llevarlo suelto y en ondas. No era muy amante de mi cabello sin alisar, pero por un día no me iba a morir.

A las ocho en punto Landon ya había llegado a nuestro apartamento, vestido con una camisa de cuadros y un pantalón vaquero. Su cabello tenía un aire desordenado. Me pregunté cómo lo haría para que se viera tan real.

—¿Estáis listas para darlo todo, mis chicas? —nos dijo en cuanto Nora lo invitó a entrar.

—¡Estamos listas!

—¡Hay que ver lo guapas que estáis y lo afortunado que soy de acompañar a estos cuatro bombones! —nos saludó a todas y después nos dio un pequeño pico en los labios—. Señoritas. —Hizo una reverencia exagerada para que fuésemos con él.

—Landon, si no estuviera con mi amorcete, te encerraría en mi casa y no te dejaría escapar —le soltó Nora con descaro, guiñándole un ojo.

Las tres chicas sin contarla a ella soltamos una risita mientras Landon fingía estar aterrado.

—Oh, no.

Llegamos al portal y la temperatura, un tanto fresca, nos envolvió. Maldije por lo bajo. Debería de haber cogido un suéter. Habíamos acordado en que Landon nos llevaría en su coche, por lo que le tocaba no beber a él esa noche. Era toda una suerte para mí, puesto que como yo no sabía conducir, no me tocaba ser la única sobria.

Antes de salir, cenamos en un restaurante de comida japonesa. A mis amigos y a mí nos gustaba la comida exótica y cada vez que quedábamos los cincos era una tradición.

Mientras comíamos el sushi, que estaba delicioso, Winter nos puso al día con el desfile:

—Dentro de un mes será el desfile benéfico. Os necesito. Chicas, debéis luciros y, Landon, necesito que muestres todos tus encantos.

—¡Vaya, y yo que pensaba que ya lo hacía! —bromeó él.

Solté una risita.

Winter le lanzó un beso.

—Eres encantador, pero necesito que seas aún más sexy. —Le guiñó un ojo. Después, centro toda su atención en nosotras—. Eso también va para vosotras tres, sobre todo para ti, Elli. Eres hermosa. Muéstrale al mundo que lo eres.

Sonreí.

—Creo que no lo necesito. Con toda esta mierda de los paparazzis... Creo que ellos se están encargando de todo.

A mi lado Nora asintió.

—Eso es verdad. Nunca antes te había visto tan guapa y relajada en una foto.

—¿Qué tal llevas eso, bichillo?

Bichillo. Al escuchar esas palabras, Nora, Geneveve y Winter intentaron disimular una sonrisita, pero fallaron en el intento. Así era cómo Landon me llamaba de manera cariñosa desde que nos prometimos que seríamos amigos por encima de todo.

—La verdad es que cada vez mejor. Ya no estoy tan tensa, aunque sí que me cuesta hablar y responder a sus estúpidas preguntas —escupí con amargura mirando mi plato vacío. Había devorado las seis piezas de Uramaki de California en un santiamén.

—Eso es normal. No te gusta hablar en público.

—Debería aprender a superar ese miedo tonto. No quiero dejar a Derek en ridículo.

Nadie dijo nada. Se instaló en la mesa un silencio incómodo, roto solo por el tintinear de los cubiertos y los murmullos de las conversaciones ajenas. En un momento dado, uno de los camareros vino a nuestra mesa con la carta de los postres.

—¿Qué desean tomar? —nos preguntó con cordialidad.

Miré los numerosos postres. Tenían una pinta estupenda. Solo había un ligero problema: todos estaban hechos a base de nueces.

—¿Podría tomar la tarta de chocolate sin las nueces? —pregunté—. Es importante que no tenga ni una sola. Soy extremadamente alérgica.

—Claro. Le diré al chef que te prepare un trozo.

—Yo quiero un brownie de chocolate —dijo Winter.

—Que sean dos —la secundó Genevieve.

—Yo no quiero nada, gracias —fue la respuesta de Nora.

—Para mí tráeme un pedazo también de tarta de chocolate y nueces.

Una vez que el hombre anotó todos nuestros pedidos, lo perdimos de vista. Mi pedido fue el que más tarde sacaron, aunque no era de extrañar. Cuando sirvieron los de mis amigos, tuve una oleada de estornudos incontrolados. Solo me pasaba cuando en el ambiente respiraba el inconfundible aroma de las nueces, mi criptonita. Si ingería un trozo, por pequeño que fuera, se me cerraba la garganta. Cuando tenía una cerca, me daba por estornudad. Mamá siempre decía que era un aviso, una alarma de que debía andarme con cuidado. Creo que tenía razón.

—No contamines nuestra comida con tus gérmenes, Elli —se quejó en broma Winter.

Todos sabían eso y a veces bromeaban con mi debilidad. Si supiesen lo aburrido que era estar internada en un hospital durante dos meses solo porque me había dado un pequeño ataque de alergia...

Después de la cena (y de asegurarme que en mi cuerpo no había ni un solo ápice de ese fruto seco) nos fuimos camino de un bar que conocíamos. En él se hacían unas competiciones de karaoke estupendas. Yo nunca había participado por razones más que obvias, a pesar de la insistencia de mis amigos. Me daba vergüenza.

—Buenas noches, Grantie —saludamos al hombre que estaba en la barra en cuanto entramos en el local. A diferencia del resto de locales, este estaba muy bien iluminado. Había mesas que rodeaban el escenario, en el que en ese momento un joven de no más de diecinueve años estaba destrozando una canción mientras se movía como si le hubiesen encendido un petardo en el trasero.

—Hola, chicos. ¡Qué guapos os veo! ¿Qué vais a tomar?

—Dos San Frasciscos con alcohol, un mojito, una Coca Cola y una Fanta de Naranja, por favor.

—Muy bien. —Nos sonrió. Grantie era un hombre de cuarenta años con el que era fácil llevarse bien. Desde el minuto uno nos ha tratado como si fuésemos amigos de toda la vida—. Id a una mesa que luego os llevo vuestras bebidas. ¿Quién se va a animar con el reto de esta noche?

—Yo fijo —dijo Winter.

—Y nosotras. —Esas fueron Nora y Genevieve.

—Y no os olvidéis de mí. —Ahí estaba Landon.

Grantie nos miró a todos con una sonrisa en los labios.

—Ya veo. ¿Hoy tampoco te animas, Elli?

Negué con la cabeza.

—Puede que otro día lo haga. —Le guiñé un ojo divertida.
Nos fuimos a una mesa libre que había frente al escenario y nos acomodamos. Había mucho ambiente ese día. Los jóvenes se habían animado, al igual que alguna pareja o grupo de adultos. El joven que estaba cantando fue sustituido por una señora de unos cuarenta años que se puso a imitar a Kesha. Admito que no lo hizo mal.

Dos refrescos y varios cantantes después, Genevieve fue la primera en subirse al escenario. Se acercó al panel en donde estaba el DJ para elegir la canción y cuando encontró la adecuada, se fue al centro.

Los primeros acordes de Judas, de Lady Gaga, sonaron por todo el local. Pronto, mi amiga empezó a entonar la canción soltando algún que otro gallo. A veces me gustaría ser tan descarada como Genevieve. Mientras cantaba contoneaba las caderas sin apartar la vista de un grupo de jóvenes que tendrían más o menos nuestra edad y cuando terminó, les guiñó un ojo.

Lo bueno de ese sitio era que daba igual lo mal que lo hicieras, puesto que todo el mundo aplaudía cada actuación.

Antes de que mi amiga llegara a nuestra mesa, me llegó un mensaje al teléfono. Al mirar el destinatario, no pude evitar sonreír. Era Derek, mi hombretón sexy y caliente.

<<Espero que te lo estés pasando bien>>, decía.

Sin pensármelo dos veces, le redacté uno de vuelta.

<<Sí, o eso espero al menos. Me han engatusado Genevieve, Winter, Nora y Landon para ir a un karaoke. Deséame suerte>>. Junto al mensaje le envié el emoticono del guiño.

No hacía ni un minuto que Genevieve se había sentado, toda ruborizada —yo os diría que había cogido el puntito, ya sabéis, cuando uno ha bebido lo suficiente como para tener esa chispa de alegría sin llegar a estar borracho como una cuba—, cuando me llegó otro nuevo mensaje de él.

<<No estarás en el local Sing and Song, ¿verdad?>>, decía.

Fruncí el ceño llevándome la bebida con sabor a naranja a los labios. ¿Cómo diablos sabía dónde estaba?

<<Has dado en el clavo, hombretón. Pero, ¿cómo lo has adivinado?>>.

No tardó mucho en responder. Mientras tanto, presté atención de la siguiente actuación. Creo que la señora que se había animado a cantar lo hacía mil veces peor que Winter, que ya de por sí era pésima.

<<Intuición masculina>>. Puse los ojos en blanco. Sí, claro. <<Vuélvete y sabrás la respuesta>>.

¿Qué demonios...?

Me volví, tal y como me había pedido. Al principio pensaba que era una tomadura de pelo, pero no. Pronto me di cuenta de que en unas mesas más allá estaba él, tan guapo como siempre. Instintivamente, sonreí como una boba, gesto que él me imitó. Le saludé con la mano. No hizo falta más para que les dijera algo a sus acompañantes, cuatro chicos más la inconfundible y encantadora Scarlett, y se acercara a nuestra mesa.

Al instante mi corazón se puso a saltar como un loco y sentí cómo se me subían los colores.

—Hola a todos —nos saludó Derek sonriendo.

Mis amigos, que hasta ese momento no se habían enterado de nada, se volvieron hacia él, ofreciéndole una cara de póker. El primero en salir de ese estado de asombro fue Landon, el que le ofreció un apretón de manos amistoso.

—Señor Foster, es un placer verlo.

Derek le devolvió él gestos sin perder la sonrisa.

—Llámame Derek cuando estemos fuera de la empresa y, por favor, tutéeme.

Mi mejor amigo no estaba acostumbrado a aquello, lo veía en su mirada. Para él sería difícil ver a su jefe, un ser que siempre había creído superior en cargo, como a uno más. Bien, era el momento de cambiar esa perspectiva.

De pronto, unas risitas chismosas captaron nuestra atención. Winter, Genevieve y Nora estaba chismorreando, seguro. Las tres habían alcanzado ese puntito de felicidad chispeante que les había otorgado el alcohol.

—Derek, ¡qué guapo estás!

Bueno, Nora creo que ya había bebido suficiente.

Mi hombretón me lanzó una mirada interrogante. Le dediqué una sonrisita de "Yo no he sido".

—Únetenos, hombre. Estamos decidiendo quién subirá a ese escenario a arrasar —le dijo Winter con descaro.

—Me gustaría, pero vengo acompañado —fue la respuesta de Derek, que en ese instante se giró hacia sus acompañantes.

Mi amiga siguió su mirada y sonrió triunfal.

—Que se unan a nosotros. Cuantos más, mejor. Más divertido es.

Una de las cualidades de Winter, a parte de lo guapa y carismática que era, era que le gustaba conocer personas nuevas. Era muy social, al igual que el resto de mis amigos. La más antisocial, por así decirlo, era yo. Me costaba mucho hacer amistades, que os lo digan Nora y Landon. Si no fuera porque el primer día en la universidad nos pusieron a trabajar juntos, no habría entablado una amistad con aquella despampanante morenaza.

—¡Sí! —la secundaron el resto.

La mirada de Derek seguía posada en la mía. Parecía estar pidiéndome permiso. Era tan mono a veces y tan detallista.

—Claro. Diles que vengan. —Le guiñé un ojo con complicidad.

Derek se alejó un momento en busca de sus amigos. Ese pequeño momento que tardó mis amigas lo aprovecharon al máximo.

—¡Dios mío, qué culo!

—¡Y qué amigos! ¿Los habéis visto?

—La mujer que está con ellos es toda una afortunada.

Qué chismosas eran esa tres. Landon, en cambio, las miraba con una sonrisita en los labios. Seguro que se estaba partiendo la caja por dentro. Yo también tenía esa mueca en los labios. Si realmente supiesen que Scarlett no jugaba en el mismo equipo de ellos...

—¡Oh, Dios mío! —gritó de pronto Winter, en cuanto vio cómo esos cuatro hombres, todos ellos muy atractivos, y la mujer se acercaban a nosotras—. ¡Pero si es Scarlett White, una de las grandes diseñadoras de moda del país!

Miré a Winter y, en serio, no pude evitar reírme de ella. Se abanicaba con las manos como si estuviese sofocada y su mirada era todo un poema de emociones. Tenía los ojos abiertos de par en par y miraba a la mujer con otros ojos. Claro, ella era su ídolo.

Cuando estuvieron en nuestra mesa, el ambiente mejoró. Se hacían pequeñas competiciones de canto e incluso Winter entabló una conversación sobre moda con Scarlett, la que parecía encantada de ello.

—En serio, adoro todos tus trabajos. Son muy buenos. Soy una gran admiradora tuya.

Vaya que lo era. Solo os diré que seguía todas sus pasarelas con vehemencia y devoción. Para ella era un ejemplo a seguir.

—Muchas gracias —le dijo ella con todo el encanto del mundo—. Eres un sol. ¿Te dedicas a la moda?

—Sí, aunque no se me da tan bien como a ti.

Ante eso no pude más que cortarla.

—Scarlett —empecé aunque me era muy difícil concentrarme en lo que quería decirle teniendo a Derek a mi lado; más bien sintiendo su mano en mi muslo, acariciándolo con suavidad. Le lancé una mirada que lo decía todo y después me volví hacia la mujer de increíbles tirabuzones azabaches—, no le hagas caso. Mi amiga tiene mucho talento, solo que no sabe valorarlo.

—¿Ah, sí? —Sus ojos marrones pasaron de mí a Winter. La miraba con interés.

—Sí. ¿Por qué no le invitas al desfile benéfico del mes que viene? Es un acto cuya recaudación será enviada a los colegios africanos. Mi amiga ha estado trabajando en ello durante meses y debo decirte que tiene mucho talento.

En el rostro de porcelana de Scarlett se dibujó una sonrisa hermosa.

—Claro. Déjame apuntármelo en mi agenda.

Y así, señoras y señores, es como se hacía realidad uno de los sueños de Winter. Lo supe por su mirada deslumbrante y sus ojos relucientes de felicidad. Además, se fue al escenario a darlo todo con una de sus canciones favoritas. Pobre de nosotros, sus espectadores. Creo que hizo más gallos que nunca.

Una media hora después sentí que la mano que Derek tenía apoyada en mi muslo abandonaba su lugar. La sentí en mi barbilla, llamando mi atención con sutileza mientras nuestros amigos reían animadamente gracias a uno de los comentarios de Nora. Lo miré con toda la intriga del mundo.

—¿Qué pasa? —hablé en voz baja.

—Quiero cantar una canción. —Me miró a los ojos, clavándome su mirada verdosa.

Le sonreí.

—¡Eso es estupendo!

Pero él no estaba satisfecho, puesto que sostuvo mi barbilla para que mi mirada no se alejara de la suya.

—Quiero que cantemos juntos una canción.

Lo miré con horror. No, decididamente que no. No era capaz de hacer. Oh, Dios mío. Esa simple idea me hizo transpirar. Ya sentía la garganta cerrada. ¿A caso a ese hombre se le había ido la olla?

—Será mejor que no lo haga. Soy una pésima cantante y, además, me da vergüenza.

—Venga, será solo una canción.

—No.

Me miró con los ojos de cordero degollado.

—Por favor.

—No.

Sonrió de lado, travieso. Unos hoyuelos se le marcaron dándole un aire más atractivo. Se acercó más a mí y me susurró en el oído:

—Entonces, esta noche no podré darte lo que te gusta, pequeña tigresa.

Lo miré asombrada por sus palabras. Una carcajada salió de su garganta y me dio un rápido beso en los labios. Capullo.

Le lancé una mirada fulminante.

—Haz lo que quieras. No creo que aguantes mucho. Tengo mis artimañas.

Ahora fui yo la que lo miré con intensidad. Una sonrisa triunfal se dibujó en mis labios al ver la reacción de Derek, cómo su mirada se apoderó de la mía en una lucha. Elevé una ceja con confianza.

—Quiero verlas —fue su sentencia—. Y ahora ven a cantar.

—No quiero. —Mi voz sonó como si fuese el quejido de una niña pequeña resentida, pero es que no me apetecía para nada hacer el ridículo en el escenario.

—Confía en mí. No te soltaré la mano en todo momento. —Me guiñó un ojo—. Por favor. Además, eras tú la que quería quitarse la vergüenza de encima. Este es un buen método para empezar.

Tomé una gran bocanada de aire. Al final, cansada ya de su insistencia, dije:

—Está bien, pero como se te ocurra ponerme en ridículo...

No me dio tiempo de terminar la frase, puesto que Derek me dio un gran beso en los labios.

—Eres la mejor.

Y tiró de mí en dirección al escenario. Lo último que vi fueron las miradas pícaras de mis amigas y a Landon tirándome un beso.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, mis enredadas!

¿Qué tal os ha parecido el capítulo? Hasta ahora es el más largo, no os podéis quejar jeje. Repasemos:

1. Tarde de chicas.

2. Salida de amigos.

3. Elliana y su extraña reacción alérgica.

4. Karaoke.

5. Encuentro con Derek y sus amigos.

6. Winter por fin conoce a Scarlett, su ídolo.

7. Momento Derelli.

8. ¿Quién tiene ganas de ver a estos dos en acción... cantando sobre el escenario?

Este capítulo os lo dedico a todos vosotros, lectores, por ponerle tanto empeño y leer cada capítulo con tantas ansias. Muchas gracias por confiar en lo que hago. Es muy significativo e importante para mí. Os quiero.

Esto ha sido todo. ¡Nos vemos la semana que viene! Un beso cargado de todo my love.

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