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Prólogo.


Prólogo

Dornoch Castle, Highlands escocesas, 854 d.C.

Había comenzado a llover furiosamente, la tormenta azotaba sin ningún tipo de compasión los muros negros del castillo. Nya había murmurado durante horas que eso parecía una maldición y que el mal tiempo había empeorado a la vez que lo hacía el estado de salud del jefe del clan Urquhart. Briana había sabido desde esa misma mañana que ese sería el último día de la vida de su padre, y eso la aterraba de una manera desgarradora.

Elmann Urquhart llevaba más de un mes prácticamente sin poder abandonar la cama, por lo que el hombre solo sabía decir cuánto anhelaba morir de una vez por todas. Para un guerrero tan fuerte y enérgico como él había sido toda la vida, permanecer postrado era peor que cualquier tortura a la que pudieran someterle.

Hacía horas que Briana ya no tenía más lágrimas en los ojos, por lo que, aunque seguía sollozando cada poco tiempo, sus suaves mejillas ya no se humedecían más y sus carnosos labios estaban secos y pálidos en ese momento. La muchacha alzó la mirada, con gesto ausente, tan pronto como su hermano Gared salió de la habitación con la mandíbula apretada y los ojos transmitiendo una enorme pena. Briana se dispuso a abrir la boca para preguntar si su padre ya había fallecido, pero la conexión que tenía con Gared era tan intensa que el hombre asintió con la cabeza antes de que ella pudiera hablar, y lo supo con solo mirarlo.

Briana sintió como sus piernas perdían toda la fuerza; un instante después, Gared ya la tenía entre sus brazos, evitando que se cayera.

—Gared... —sollozó Briana en el hombro del joven.

Sh... —Gared trató de tranquilizarla, pero él también se sentía roto por dentro—. Tranquila, hermana. Sé fuerte.

Él la abrazó estrechamente. Era consciente de lo que acababa de suceder: habían perdido a su padre, la familia había quedado descabezada y lo peor era que...

—¿Qué sucede? —En el otro lado del pasillo apareció Bayne repentinamente, el hermano mayor. Se detuvo, observándolos, y una sonrisa comenzó a surgir en sus labios—. No me digáis que ya...

Contra su cuerpo, Briana notó como Gared se revolvía y trató de agarrarlo, pero ya era demasiado tarde. Gared desenfundó la pequeña pero afilada daga que llevaba dentro de sus gruesos pantalones de lana color grisáceo, tradicionales del clan Urquhart.

—¿Osas reír ante la muerte de nuestro padre? —le exigió.

Bayne ni siquiera se inmutó cuando su hermano lo desafió con la daga, a pesar de saber que Gared era mucho más alto y fuerte que él, siendo también algunos años más joven. Saltaba a la vista que Bayne solamente compartía con sus dos hermanos el hecho de tener los ojos azules y grandes, por lo demás, Gared y Briana eran rubios y sanos, mientras que él tenía el cabello del color del cobre viejo y siempre había sido más bien enfermizo, por lo tanto, ni siquiera era más alto que Briana y durante toda su vida se había caracterizado por una salud muy débil y un carácter algo amargo.

—Puedo reír ante lo que yo quiera —pronunció Bayne, disfrutando enormemente de ese momento—. ¿Acaso olvidas que ahora yo soy el jefe del clan?

Gared gruñó, acercó el afilado acero al cuello de su hermano y lo rozó mientras lo miraba amenazante. Sus ojos despedían un profundo desprecio que no lograba ocultar la pena y la tristeza que sentía en esos momentos.

—Ya basta, Gared —pidió Briana, a su espalda—. Padre acaba de morir y...

—Y el viejo lo ha dejado todo en mis manos.

La voz de Bayne era repulsiva, y Briana sintió ganas de golpearlo al escucharlo decir la palabra «viejo». Su hermano nunca había tenido ningún tipo de respeto por nadie y su padre no era una excepción.

—Padre quería que los tres gobernáramos el clan, Bayne. —Los ojos de Gared brillaron peligrosamente, pero realmente no era capaz de enterrar el acero en la carne de su hermano—. Y eso es lo que vamos a hacer. Aunque eso signifique que una rata callejera como tú vaya a tener algún tipo de poder y autoridad sobre el resto de personas.

Ante la mirada furiosa de Gared, Bayne soltó una carcajada.

—¡Glenn! —llamó—. Lleva a mi hermano a sus nuevos aposentos.

Gared lo miró, confuso. No sabía qué quería decir eso, pero al instante siguiente, un gigante llamado Glenn, que hacía las veces de esclavo de Bayne, apareció de la nada y se dirigió a agarrarlo. Gared maldijo por lo bajo, ¡debería haber llevado su espada con él! De todas formas, ¿cómo iba a saber que su enemigo se encontraría en su propia casa?

Briana se tapó la boca con las manos, horrorizada, y se lanzó hacia Glenn, desenvainando también otro pequeño puñal que llevaba escondida disimuladamente en su vestido. Su padre les había regalado una de esas dagas a cada uno hacía unos diez años, y los tres habían compartido momentos maravillosos aprendiendo a lanzarlas cuando eran niños. Todo eso era antes de que Bayne comenzara a corromperse con la idea de convertirse en el jefe del clan algún día, sin siquiera respetar los deseos de su padre.

Cuando Briana llegó hasta la espalda de Glenn, este la sacó de su camino con tan solo un manotazo, lanzándola directamente hacia el suelo. El cuchillo grabado, tan valioso sentimentalmente para ella, salió despedido por el suelo. Gared se revolvió del agarre del enorme hombre y logró asestarle un fuerte puñetazo en la mejilla.

—¡Hombres! —llamó Bayne, asustado, al ver que perdía el control de la situación.

No tardaron en aparecer cinco soldados del ejército del clan, que se quedaron parados ante la escena de Glenn, los dos hermanos peleando y Briana tirada en el suelo con el labio inferior sangrante.

—¡Prended a Gared! —ordenó Bayne.

Los hombres se miraron entre ellos, dudando. Gared se encontraba en el medio, en posición defensiva y armado tan solo con ese pequeño puñal que apenas podría vencer a un solo hombre.

—¿A qué estáis esperando? —gruñó Bayne, que había retrocedido cobardemente un par de pasos por si su hermano se atrevía a volver a tocarlo.

Gared miró a los soldados largamente. Eran sus hombres también, algunos, sus amigos, y, en batalla, él habría dado la vida por salvar a cualquiera de ellos. Y en ese momento se estaban preguntando si deberían atacarlo. El joven sintió un profundo odio hacia su hermano naciendo en su interior. Eso no podía estar sucediendo, debía de ser un mal sueño... Glenn volvió a mirarlo y, ante él, desenvainó su enorme espada, acorde con sus más de dos metros de altura. Gared reparó en su pequeña arma y pensó que lo mejor sería utilizarla como arrojadiza, aunque después no podría volver a usarla rápidamente en caso de que los soldados se decidieran a atacarlo.

Finalmente hizo caso a su instinto, observando cómo Briana trataba de levantarse penosamente del suelo para poder ayudarlo. Lo último que quería era a su hermana en medio de esa lucha; ella nunca había sido ni remotamente diestra utilizando ningún tipo de arma pesada. Concentrándose, Gared lanzó la daga hacia el gigante, acertando de lleno en uno de sus ojos y haciendo que este se doblara sobre sí mismo, escondiendo su rostro entre sus manos.

Bayne palideció y comenzó a caminar hacia atrás, llamando a sus hombres con voz desesperada en su apresurada huida.

—No mereces ser llamado hijo de nuestro padre —rugió Gared, con su melena rubia ondeando mientras se acercaba rápidamente a Bayne.

En ese momento, tres de los soldados se acercaron hacia él con gesto amenazante.

—No os atreveréis —musitó Gared entre dientes.

—Yo soy el señor ahora —clamó Bayne con voz desafinada, sin dejar de alejarse del hombre—. Soy el mayor, yo lo merezco.

Al otro lado del pasillo aparecieron varios hombres más. Ni Gared ni Briana los conocían, pero Bayne sí pareció saber quiénes eran, puesto que volvió a sonreír de forma confiada, indicándoles que se acercaran. Al parecer, esa era su nueva guardia. Debía llevar mucho tiempo organizando todo eso.

—Llevad a mi hermano a los calabozos, no quiero volver a verlo hasta que aprenda quién manda aquí.

—Eres un maldito cobarde.

La sonrisa de Bayne no mermó un ápice ante las palabras de su hermano pequeño. Los dos soldados que antes se habían negado a luchar contra Gared, sacaron sus espadas para poder enfrentarse a los nuevos y desconocidos soldados, pero Gared los detuvo, negando con la cabeza. Finalmente, el joven rubio tiró su daga al suelo y se dejó atrapar por uno de los nuevos soldados. En ese momento supo que Bayne lo tenía planeado desde el principio y que ni Briana ni él entraban en sus planes para gobernar el clan a su manera.

—Desde el día de hoy, dejas de ser carne de mi carne. Juro que morirás a mis manos, Bayne —escupió Gared.

Briana, que ya se encontraba de nuevo en pie, miró a su hermano mayor con repulsión, apoyándose en la pared de piedra para lograr mantener el equilibrio después del doloroso golpe que había recibido.

—Eres una vergüenza para la familia. —Briana clavó sus ojos en Bayne transmitiéndole toda la furia que tenía dentro.

Un horrible nudo atenazaba su garganta mientras observaba cómo los soldados habían rodeado a su querido hermano y lo escoltaban a ambos lados de su cuerpo. Gared le dirigió una mirada triste, queriendo decirle que esperaba que ella se mantuviera a salvo. Después, los hombres lo condujeron por el pasillo, desapareciendo al cabo de un momento. En el suelo, Glenn yacía inconsciente y con el rostro cubierto de sangre; ya no había rastro de ninguna de las dagas que habían desenfundado para el combate.

—Últimamente resultas demasiado molesta, Briana. —Bayne se acercó a ella con pasos lentos, observando a su hermana de arriba abajo—. Creo que es hora de que te conviertas en una mujer y abandones mi casa de una vez por todas. Te has hecho demasiado mayor como para permanecer aquí. ¿No crees?

Briana no daba crédito a lo que estaba oyendo, sintió como se secaba su boca. Ni siquiera sabía qué quería decir él exactamente con eso. Era cierto que, con diecinueve años, algunas de las muchachas de clan ya estaban casadas... pero ella era la hija del jefe, su padre nunca la habría forzado a hacer algo como eso.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con desconfianza.

Los ojos de su hermano le parecían desorbitadamente grandes en ese momento, proporcionándole un aire de locura que le produjo un escalofrío que recorrió su columna vertebral.

—Que mañana mismo partirás a Inglaterra. Tomarás los votos y no volverás a las highlands. Nunca.

Las palabras sonaron huecas, carentes de ningún sentimiento. Briana se preguntó en qué momento se había convertido su hermano en su peor enemigo; estaba completamente sediento de poder.

—No lo haré —dictaminó ella, levantando la cabeza con gesto orgulloso—. Voy a quedarme aquí. Esta también es mi casa y todo el mundo sabe que soy mucho más importante para el clan que tú y tus ínfulas de nuevo laird.

Antes de que Briana terminara de hablar, Bayne le propinó una sonora bofetada que volvió a traer sangre a sus labios. La muchacha recuperó la compostura enseguida, recolocando su cabello casi blanco en una cascada sobre su espalda. Lo miró con ojos desafiantes pensando en devolverle el golpe, pero era consciente de que su hermano era más fuerte que ella y que las cosas podían empeorar incluso más.

—Esto no va a quedar así; no me verás en un convento ni aunque me ates a las verjas de la puerta.

Bayne suspiró. Briana lo veía casi ridículo con esa camisa que pretendía ser elegante y una capa demasiado grande sobre sus hombros. Bayne avergonzaba a todo el clan y a sus antepasados al ser capaz de llevar sus colores después de lo que estaba haciendo. ¿Acaso no tenía un solo hueso humano en su cuerpo para, al menos, esperar a que el cadáver de su padre se hubiera enfriado?

—Entonces lo haré, ¡no me importa! —rugió—. Pero te conviene hacer lo que yo te ordene... Si mañana no accedes a subirte a ese maldito carruaje, será tu hermano quien pague las consecuencias. —Bayne sonrió al observar cómo Briana se ponía pálida de pronto al imaginarse lo que él decía—. Gared siempre ha sido el niño fuerte y vivo de los Urquhart, pero imagino que incluso el favorito de papá necesitará comer... al menos de vez en cuando.

Briana trataba de mantener su rostro impasible, pero no era nada fácil.

—Es tu hermano también, no puedes...

—Que hayamos tenido los mismos progenitores no nos convierte en hermanos. —Una enorme amargura se oía en la voz de Bayne, que entrecerró los ojos mientras fruncía los labios—. Vosotros siempre habéis actuado juntos, dejándome aparte. Ahora soy yo quien os aleja de mi camino. Para mí no significáis nada.

Briana entornó los ojos. Llevaba muchos años sin tener una relación cercana con Bayne, de hecho, a duras penas hablaban entre ellos si se encontraban por el castillo y a menudo discutían, pero ella jamás habría podido predecir que el odio del hombre hacia ella pudiera ser tan grande. Un joven de treinta años que ya había renegado completamente de su familia y su clan con el único interés de sentirse grande.

Briana quiso llorar de nuevo, pero recordó que no le quedaban lágrimas después de la larga enfermedad de su padre. Frente a ella, su hermano la miraba con enorme desagrado. Algo en sus ojos le decía que no conseguiría nada de él, que eso era el final de todo.

—De acuerdo —consintió—. Me iré, confiando en que en algún momento recapacites y te des cuenta de los errores que estás cometiendo. —Lo miró a los ojos, de un color tan similar a los suyos—. Sé que desearás haber tenido consideración con nosotros.

Su hermano la observó en silencio un momento antes de pronunciar las últimas palabras que le dirigiría en mucho tiempo.

—La consideración es la única razón por la que aún no he colocado tu cabeza y la de Gared colgando de una pica en la puerta del castillo. Y eso deberías agradecérmelo.




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