Prólogo
Bora entró al pequeño monoambiente lanzando su bolso a cualquier parte, de la misma forma se deshizo de sus zapatos y su abrigo; no podía creer que otra vez la hubieran despedido ¡A ella! Por un tonto error como llevarle el plato equivocado a un horrible cliente. Él entre quejas y usando su puesto como el jefe de bla bla había forzado al gerente a despedirla por esa tremenda idiotez. ¿Qué corno le importaba su vida o su puesto o lo que fuera? ¿Tan difícil era aceptar unas disculpas y esperar medio segundo más a que sacara el plato correcto del carrito?
—¡Idiota! —le grito la castaña a la pared, forzandose a no golpearla para que no la echara del edificio también. Y pobre de aquella persona que se cruzara en su camino primero...
La mujer se dejó caer al suelo, tratando de buscarle el lado positivo a que la despidieran, que estuviera por llegar principio de mes y que no tuviera un centavo partido por la mitad para pagar la renta.
O bueno, sí tenía dinero... Pero no quería, por nada del mundo, tocar sus ahorros, el estudio no podía seguir retrasandose ¡lo necesitaba! Solo de esa forma dejarían de despedirla por errores estúpidos y personas intolerantes. Ella sería su propia jefa.
Entonces se detuvo a pensar, empezó a considerar qué posibilidades tenía realmente de conseguirlo, o siquiera si valía la pena. Después de todo tenía varios títulos en cursos de gastronomía. No le costaba nada seguir buscando empleo en cada restaurante que viera, alguno le iba a dar la oportunidad de tener un buen pueso.
La cocina era uno de sus fuertes y aunque no la hacía feliz como hablar con el cuerpo ¿qué importaba? Lo que necesitaba era no estar explotando cada dos por tres por dinero. Por el maldoto donero. Se dijo a si misma que de hacer falta tocaría la cuenta bancaria, no podía quedarse en la calle o sin comer, porque la mísera indemnización que le habían dado no servía ni para media semana.
Se tomó un momento para dejar de llorar por un sueño, que era inútil y no le servía de nada más que para desilucionarse. Después de estar apenandose se levantó para buscar su celular y la lista telefónica de los último lugares en los que había dejado currículums.
Puso los primeros ocho dígitos en la pantalla de su celular, tocó el icono verde y aguardó. Dos tonos después alguien levantó el teléfono del otro lado de la línea, forzado a la desempleada a poner su voz más amigable.
—Buenas tardes, habla Kim Bora.
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