capitulo 42 (corregido )
Gaby
– Como me caiga de aquí, los mato.
– Tranquila, no pasará nada – respondió Dayron, con una sonrisa tranquilizadora mientras me sujetaba de los brazos.
Ambos comenzamos a jugar en el agua, empujándonos y riendo. Sentía un nudo en el estómago, pero no iba a dejarme ganar tan fácil. Estaba disfrutando del momento hasta que, de repente, apareció ella: nada más y nada menos que Amanda Black.
– ¡Primos! ¡Por fin los encuentro! – exclamó, acercándose con una energía que hacía que su presencia fuera casi imponente.
– ¿Qué pasa, prima? – preguntó Noah, mientras me bajaba de su espalda y me sujetaba por la cintura.
– Su padre llamó. Esta noche habrá una cena muy importante a la que, como saben, él no podrá asistir...
– Al grano, Mandy – interrumpió Dayron, con un tono algo impaciente.
– Ustedes deben ir en representación de su padre.
– Ok, gracias por la información – respondí, tratando de ocultar mi descontento.
– ¿Interrumpo algo? – preguntó Amanda, con una mirada curiosa.
– No, ya nos íbamos a casa – dijo Dayron al tiempo que comenzábamos a salir del agua.
– Pero yo no me quiero ir – murmuré bajo, apenas audible.
– Bueno, primos, si quieren, yo puedo ayudar con la vestimenta de Gabriela. No creo que ella tenga tanta experiencia en esto – ofreció Amanda, con una sonrisa que no me inspiraba confianza.
– Sí, por favor, prima, ayúdala – insistió Dayron, mientras me miraba con una mezcla de complicidad y preocupación.
El viaje a casa fue silencioso de mi parte. Amanda no se calló en todo el trayecto, y yo solo podía pensar en cómo me gustaría silenciarla para siempre.
– ¿Estás bien, cariño? – susurró Dayron, rompiendo el silencio mientras me miraba con intensidad.
– Sí, solo tengo un poco de sueño – respondí, mirando hacia la ventana, sabiendo que mentía.
Dayron, al notar mi incomodidad, me sujetó por la cadera y me obligó a subirme sobre él. Estábamos apretados, y con Amanda ahí, no parecía extraño que estuviéramos tan cerca.
– ¿Cuándo vas a aprender que no puedes mentirme? – preguntó, con una sonrisa traviesa.
– No sé de qué hablas – intenté desviar la conversación.
– Estás molesta. Puedo notarlo desde que tuvimos que irnos de la playa. Sé que querías pasar el día con nosotros, pero te prometo que será recompensado.
De repente, su mano se deslizó debajo de mi vestido, acariciando suavemente mi intimidad. Introdujo un dedo en mi interior, y un gemido involuntario escapó de mis labios.
– No sabes las ganas que tengo de probarte – murmuró, sacando su dedo y llevándoselo a la boca, disfrutando del sabor.
– Dayron, nos pueden ver, tu prima está aquí – le advertí, sintiendo que el rubor me invadía.
– ¿Y qué tiene de malo que nos vean? – respondió, desinhibido.
– Somos hermanos, eso puede traer problemas – le recordé, sintiendo una mezcla de deseo y confusión.
– Problemas traería si seguimos escondiéndonos. Gaby, nos gustas, y nos gustas de una forma que es aterradora.
– Pero tu padre… – intenté protestar.
– A la mierda mi padre, a la mierda más etiquetas. El dinero y todo eso no tienen sentido si tú no estás.
– Dayron tiene razón, dulzura. Los tres lo estuvimos hablando y creo que ya llegó la hora de que todos sepan lo que sucede – intervino Amanda, con una mirada decidida.
– Pero… – comencé a protestar, pero Dayron me interrumpió.
– Esta noche todos sabrán que eres nuestra.
Las horas pasaron volando, y me encontraba arreglándome en mi habitación con la ayuda de Amanda. Ella no era de mi agrado, y nadie podía sacarme de la cabeza que sentía algo por sus primos.
– Gaby, ¿puedo confesarte algo? – dijo, con un tono más serio.
Aquí va, pensé, preparándome para lo que quería contar.
– Claro, ¿qué pasa? – respondí, curiosa.
– Me gustan las mujeres.
– ¿Eh? – comencé a reír, sin poder contenerme.
– No te rías, Gabriela, por favor – pidió, con un ligero sonrojo en las mejillas.
– Perdón, perdón. Es solo que desde que te conozco, he pensado que te gustaban.
– Mis primos, lo sé. Tienes una cara demasiado expresiva, prima.
– Lo siento, gracias por contarme – dije, intentando contener la risa.
– Es que necesito tu ayuda. Me gusta tu amiga Angie.
– ¿Angie? – repetí, sorprendida.
– Verás, Izar me dijo que ella se sentía atraída por mí, pero no sé cómo hablarle. Suena estúpido, pero me pone nerviosa estar cerca de ella.
– Awww, te pusiste roja. Qué tierna. Tranquila, yo te ayudo – le dije, sonriendo.
– Gracias, Gaby. Sabes que pase lo que pase, siempre tendrás una amiga.
– Gracias, Amy. Lo mismo digo.
La conexión entre nosotras se fortalecía, y en medio de mis propios dilemas, comenzaba a entender que la vida era más complicada de lo que jamás había imaginado. Con un nuevo mundo de posibilidades ante mí, la noche prometía ser inolvidable.
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