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capitulo 31 (corregido)

Asiento. Su gesto es tan sombrío que no digo más.

Cualquiera le lleva la contraria al Black  en el estado en que está.

—Y esto —da un golpe en la cama— es un látigo de tiras cortas con el que voy a disfrutar enrojeciéndote el trasero, mientras me pides perdón por lo ocurrido.

No sé si asustarme o no. ¿He de hacerlo? Sus palabras así lo sugieren, pero sus ojos me indican que esté tranquila. Dos segundos después, me desata sin miramientos, me levanta de la silla y me lleva hasta la mesa de madera oscura que hay en la suite.

—Date la vuelta, agárrate a la mesa y pega el pecho a ella. Quiero ver el trasero que tanto me gusta

No puedo mirarlo. Mi postura no me lo permite, recostada sobre la mesa y agarrada a ella. En ese momento, siento que coge mis bragas y, de un fuerte tirón, las rompe. Resoplo. Qué pena de bragas. Con lo bonitas que eran. Acto seguido, me unta un líquido en el trasero y sé lo que es. Me asusto. Va a cumplir lo que ha dicho con ese juguete sexual.

—Relájate —exige al notarme tensa.

Lo intento, pero el juego está dejando de hacerme gracia. No me gusta sentirme así. No me gusta no poder protestar. No me gusta lo que está ocurriendo. Sin hablar, sus manos se pasean por mi trasero y mete un dedo en mi vagina. El placer me puede. Creo que me empieza a gustar lo que está ocurriendo. Para no gemir ni jadear, me muerdo los labios. Un zumbido llena la estancia y cuando siento que con su mano libre me abre los labios vaginales y coloca lo que produce el zumbido sobre mi clítoris, resoplo. El placer que me proporciona es intenso. ¡Oh, Dios! Sí... sí... sí.

Tiemblo con descaro y oigo que Izar  me dice al oído: —No quiero que te corras, ¿entendido?

Joder... ¿cómo me dice eso y se queda tan pancho?
Vamos... ni que yo fuera una especialista es contener mis orgasmos, y menos clitoriales. No respondo y, acto seguido, él aparta el maravilloso aparatito, saca los dedos de mi interior y se para. Mi respiración parece una locomotora. Me da la vuelta con brusquedad, me sienta primero sobre la mesa y luego me tumba hacia atrás. Su mirada lujuriosa lo dice todo. Una vez tumbada, me hace subir las piernas a ella y me abre los muslos. Mmmm... cómo me mira. ¡Qué locura! Eso me gusta... me gusta mucho. Su boca va directa a mi húmeda vagina y me muerde, chupa, succiona con avidez, mientras yo le permito que lo haga. Lo disfruto mientras pierdo el sentido, entregada a él con exaltación.

– Oh, sí, Izar  ... No pares. Me muevo... me acoplo en su boca y ¡jadeo! No me importan las consecuencias. Mi nuevo resuello lo alerta y para. Me baja de la mesa y, con gesto sombrío, coge el látigo de tiras. Me lo enseña. Me obliga a abrir las piernas y me golpea con él entre ellas, mientras murmura: —me encanta cuando jadeas me vuelves loco, eres tan perfecta deliciosa 

—No voy a permitir que... Sin dejarme acabar, me agarra y yo forcejeo con él. Como un lobo hambriento, se tira en la cama conmigo, encantado con el giro que ha dado el juego. Sin miramientos, intento quitármelo de encima, pero su fuerza es superior a la mía y cuando me tiene a su merced, digo enfadada:

—Puedo entender que quieras probar cosas nuevas y me encanta, pero aun no estoy lista para ello, pensaras que soy una tonta porque ... No puedo continuar. Su boca devora la mía. Me besa con pasión, con entrega, con exigencia y yo le respondo igual. Lo deseo con locura. Cuando minutos después se separa de mí, dice:

—Nunca haría nada que tú no quisieras, cariño.

¿Todavía no te has dado cuenta? Lo sé. Sé que dice la verdad y, embelesada por lo que me hace sentir, musito:

—Hazme tuya... Lo necesito. Con la respiración agitada, contesta:

—No te lo mereces. Joder... joder... joder... ¡Al final la vamos a tener! Incapaz de quedarme callada, balbuceo:

—Pues si yo no disfruto, tú tampoco. Aquí o jugamos todos o no juega nadie.

Izar  sonríe. ¡que se cree que pude calentarme y luego dejarme así! Por fin sus facciones se suavizan y, acercando con peligro su boca a la mía,

—bonita ... Intenta besarme, pero ahora soy yo la que retiro la cara. Yo también quiero jugar. Quiero ser malota. Muy malota.

Eso lo aviva, lo acelera, lo aguijonea y, como un lobo hambriento, me inmoviliza en la cama. Con una mano me coge la barbilla y, abriéndome la boca, introduce su lengua con fiereza y me hace el amor con ella. Sucumbo a su beso excitada. ¡Adoro su posesión! Su boca abandona la mía mientras sus manos me estrujan los pezones. Me besa la barbilla, el cuello, los pechos, el estómago, hasta que entierra la cabeza entre mis piernas y yo enredo los dedos en su pelo y por fin sé que puedo jadear y gritar de placer. Abandonada a sus caricias, permito que mi amor me chupe, me lama, juegue con mi clítoris y tire de él, hasta que el devastador orgasmo me hace convulsionarme y respirar con fuerza en busca de aire. Poniéndose sobre mí, Izar  me penetra con urgencia y rotundidad, mientras siento cómo mi ansiosa y lubricada vagina lo succiona y un nuevo e increíble orgasmo se apodera de mí. ¡Oh, ¡Dios, qué placer! Vuelve a besarme y, enloquecida, le araño la espalda mientras me posee con fiereza y me hace ver las estrellas y todas sus constelaciones. Me penetra sin descanso una y otra vez, con su boca sobre la mía, mirándonos ambos a los ojos. Mirarlo es excitante y cuando ya no puede más, se tensa, ruge de placer y se queda tumbado sobre mí en la cama. Cuando nuestra respiración se tranquiliza,  Izar se echa a un lado y tira de mí hasta colocarme encima de él. Agotada, dejo caer la cabeza sobre su pecho, cuando lo oigo decir: —Recuerda... tratándose de sexo, nunca haré nada que te desagrade. Sonrío. He conseguido el final que necesitaba y murmuro: —Lo sé.

Izar  sonríe y, besándome, dice divertido:

—Me ha encantado forcejear contigo en la cama. Creo que tenemos que jugar a esto más a menudo. Ha sido excitante.

Suelto una carcajada. Sin duda alguna ese jueguitos de malotes nos ha gustado a los dos.

—Siento lo que te hizo Erica

—me disculpo entonces— golpearla tampoco pero me saca de mis casillasb...

—no te preocupes entiendo tu situación

Me abraza, me estrecha contra él y cierro los ojos. Me encanta estar así. Sentirlo tan mío, tan entregado. Huele maravillosamente. A sexo, a hombre, a pasión y, al cabo de un rato, digo, cogiendo el látigo que ha soltado en nuestro forcejeo

—Quiero ser tu esclava por una noche que me hagas todo lo que deseas sonríe y mirándome contesta

—Mmmm... no me tientes.

—Quiero tentarte.

—¿Por qué?

Divertida por su pregunta, r —Porque eres mi mayor fantasía sexual respondo

. Mi respuesta le gusta y a mí me provoca.

—¿Te acuerdas de la noche en la que me dijiste que si subía a la primera planta me asustaría? — pregunto.

  Izar asiente y prosigo—: Creo que esta tarde  ya nos dimos cuenta de que a los dos nos gustaban los jueguecitos algo rudos, ¿no crees?

Mi amor asiente. Entiende lo que digo y, mientras me coloca a su lado en la cama, murmura:

—Quieres jugar un poco más. Asiento

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