Pasión
Lo observó jugar desde la banca. El cabello negro de Himuro estaba mojado, y se pegaba a su rostro. Su cuerpo entero estaba bañado en sudor y a pesar de que llevaba cerca de dos horas practicando no parecía querer parar. Zigzagueaba para burlar a sus invisibles adversarios, giraba, frenaba y finalmente saltaba para encestar. Con el paso del tiempo, con las horas dedicadas, Tatsuya se había hecho más diestro en el baloncesto, cada vez era más rápido y ágil, cada vez más mortífero. Se estaba volviendo letal.
Murasaki suspiró cansado. Él había estado entrenado con él como por media hora y ya se había aburrido, en cambio, su compañero parecía renovar su energía cada vez que encestaba, su entusiasmo parecía no cesar. Murasakibara había creído que al entrar a la universidad su compañero reduciría el tiempo que jugaba para poder estudiar, pero no fue así, Himuro había dedicado el mismo tiempo de siempre al juego.
Botaba con rapidez pero sin fuerza, no cometía el error de muchos que era aquel de botar el balón con mayor intensidad cuando se disponían a realizar alguna hazaña. Tatsuya además de entrenar su cuerpo entrenaba su mente, y sus emociones... Murasakibara se había sorprendido un par de veces cuando no actuaba como se suponía lo habría hecho, no...sus acciones con el tiempo se volvieron frías, incluso fuera de la cancha de jugar.
Debía reconocer que moreno tenía algo que lo había vuelto adicto, una energía inagotable, una perseverancia inusual. Siempre se veía entusiasmado por todo, incluso cuando despertaba por las mañanas parecía estar rebosante de vida, reconocía que a veces lo envidiaba por ello, Atsushi se sentía, a pesar de su tamaño, pequeño al lado de la vitalidad del chico.
Murasakibara raramente se levantaba primero; sin embargo, cuando lo hacía, con sumo cuidado acudía a los servicios para momentos después volver a recostarse a su lado y velar una parte del sueño de Himuro; deleitarse con su respiración acompasada, con la paz en su rostro y con la serenidad que declaraba, su parte favorita, aquella que lo obligaba a no dejarse vencer por la pereza y volver a dormir, era el instante en que el moreno abría los ojos. Tatsuya parpadeaba y luego le sonreía con calidez.
-Muro-chin -habló con pereza-, vámonos ya.
-Solo unos minutos más. -Saltó para encestar.
Volvió a suspirar y continuó vigilando sus movimientos.
Murasaki no ignoraba la admiración que sentía su compañero por él, sabía también que Himuro entrenaba y se sobre esforzaba porque buscaba ser como él, pero el moreno no se percataba de quién era, de lo realmente maravilloso que era; Himuro era ciego en cuanto a sí mismo. Y esa incapacidad de apreciarse como todo lo que era y poseía, lo impulsaba a hacer cosas innecesarias, lo forzaba a realizar cosas que, desde la perspectiva de Atsushi, eran inútiles. Pero esa inocencia que ostentaba era realmente hermosa, perfecta en muchos sentidos.
Pasión; con esa palabra podía definirse a Tastuya. Poseía algo que muchos no, o al menos no como él, algo sin lo cual no se podía hacer mucho, tampoco. Una llama en su interior que nunca parecía cesar o descansar, al menos; siempre ardía con tal viveza que contemplarla se volvía un acto peligroso y sublime. Era esa luz la que había vuelto adicto a Atsushi de Tatsuya.
Se levantó y se acercó al su compañero. Himuro saltó dispuesto a encestar, Mura lo imitó bloqueando su tiro.
-De nuevo -pidió en el momento en que corría por el balón.
Chistó, su plan había sido apagar un poco su llama, no hacerla crecer.
El moreno mordió su labio inferior y se colocó frente a él, Murasakibara lo miró por encima el hombro. En ocasiones, también podía cansarle aquella vida en Himuro.
El moreno botó el balón, una y otra y otra vez, a Atsushi le pareció cansino y, abandonando su cómoda posición que le permitía bloquear el campo de dos tiros, salió a defender para concluir lo que sin querer había iniciado.
Y ocurrió lo que nunca debía ocurrir, lo que había creído imposible; aquella finta con la que Himuro engañaba a todos funcionó con él. Todo fue tan rápido que con dificultad sus ojos pudieron enfocar la silueta de su compañero. Un segundo estaba frente a él, al otro a su izquierda y al siguiente en su derecha, para al final volver a su izquierda, pasar el balón bajo sus pies y lanzar con la misma izquierda, tan rápido que incluso la facilidad con la que podía arrebatarse el balón al lanzar con una mano, no fue en ese momento lo que era otrora.
Enmudeció y el gimnasio pareció encogerse.
Tatsuya lo había burlado.
La tensión y el silencio se rompieron cuando la risa de su compañero inundó el lugar, sin embargo, distaba de la burla, Himuro no se jactaba, en su lugar parecía feliz sin sordideces y el sonido era como si buscara confortarlo.
-Solo he tenido suerte. Vamos, es tiempo de ir a casa.
Asintió y avanzaron a los vestuarios para recoger sus cosas y marcharse. Vivían cerca, así que coger transporte no era necesario.
Caminaron en silencio, él aún no se recomponía de la impresión y, parte de él, la más oscura y recóndita, no podía aceptar haber perdido. Esa parte irracional, que era ciega, muda y fuerte lo estaba carcomiendo, lo obligaba a ser seguidor. Pues, una vez domada, era leal e incondicional. Dispuesta a seguir a quién fuera digno de ser seguido.
Viró el rostro para ver el perfil de su compañero, lo observo unos segundos.
Tatsuya la había domado.
Antes de entrar a su departamento, justo al pie de la puerta, Atsushi tomó el rostro de Himuro entre sus manos, acarició su cabello y con lentitud acercó sus labios a los de él. Un beso sencillo, casto incluso, pero signo de su devoción y lealtad. No podía pronunciar las palabras, pero sus actos harían que su condición de seguidor y adalid se volviera latente, para que Tatsuya nunca más se volviera a sentir en una posición desigual, su beso en ese momento llevaba mucho más que amor.
En ese instante era una relación de iguales.
-Por siempre -murmuró al separar sus labios...
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