Uno creería que volver a casa después de doce años vagando en el espacio le traería una profunda felicidad a cualquiera, ese no era el caso de Roberto.

En el momento que aceptó la misión de ser el primer humano en llegar al controvertido 8vo planeta del sistema solar, creyó que su nombre quedaría en la historia como él de un gran explorador.

Su avance por la galaxia le había parecido rápido y placentero. A pesar de estar sumido en un profundo sueño, veía a su esposa Laly y a su pequeña hija recién nacida.

Una de las comodidades de la misión era el aparato de inmersión total, que le permitía entrar en sueño REM durante la mayoría del tiempo. En este periodo es en el que ocurren los sueños, pero suele ser muy corto. Los que acondicionaron su viaje, creyeron que era muy triste pasarlo a oscuras, así que modificaron un aparato para que Roberto pudiera cambiar sus propios sueños de infinitas maneras posibles.

Día tras día, por millones de años luz, era la costumbre del cosmonauta ver a quienes más amaba.

En el momento que llegó al “noplaneta”, como terminaron llamando a aquel astro por la cantidad de veces que fue considerado y luego retirado de esa categoría, la cámara de criogenización comenzó a apagarse para que Roberto pudiera hacer su papel.

Encendió los aparatos de comunicación e informó del éxito de la misión. Un sonido muy diferente del que estaba acostumbrado salió por la bocina, y lo único que pudo entender de aquel tropel de oraciones, fue: hogar.

El aventurero de piel bronceada pensó que podría ser una raza diferente tratando de comunicarse que había captado la señal.

«Debe haber interferencia por la distancia» reflexionó para sí mismo.

Como habían pensado los investigadores, la atmosfera de aquel lugar era incompatible con la existencia de la vida pluricelular, así que después de una semana de recolectar minerales y gases con propiedades hasta entonces desconocidas por la raza humana, el gran descubridor de mundos, decidió regresar a su hogar, así que emprendió el camino de vuelta pensando en la sonrisa de su esposa y en lo grande que debía estar la pequeña.

«La nena seguro que ya dice papá. Espero que Laly le haya hablado de mí» fueron los últimos pensamientos de Roberto antes que fuera conservado para el regreso.

Después de tantos sueños hermosos, Roberto había olvidado lo que se sentía estar en una pesadilla, pero estaba seguro que era lo que estaba pasando en ese instante.

El cohete principal había sufrido una falla, y el aterrizaje había sido un tanto engorroso, por suerte el tripulante solitario no había sido herido.

Cuando Roberto salió a la luz, estaba más desesperado que animado.

Las cámaras, los reporteros, los científicos y políticos que acostumbraban a participar en esos eventos, no aparecían por el paisaje; en su lugar, una ciudad que le recordaba a la que lo había visto crecer, pero tan decadente, solitaria e invadida por la naturaleza que los oscuros ojos de Roberto no pudieron sostener las lágrimas.

Los altos edificios derruidos, lucían enredaderas, una señal de transito que no comprendió estaba tirada a una esquina de la calle adoquinada.

«Debo regresar a la nave, ellos me dijeron que no habría error de cálculo, que máximo pasarían seis años desde mi partida. No puede ser. Mi hija creció sin padre, rompí mi promesa, no puedo haber sido tan mal esposo, tengo que regresar a mi hogar».

Entró a la nave, solo quería volver a verlas, así que se adentró en el único reposo que la tecnología le podía ofrecer.

Cuento ganador del 1er lugar en la categoría Ciencia Ficción, en el concurso: "Vuelta al Perfil en 80 días" organizado por WattpadCienciaFiccionES.