Capítulo 4. La Isla de los Perdidos ahora
La tarde era la mañana de los isleños y esta amaneció como ignorante de la pequeña revolución que se dio frente a mi balandra anoche. Dividí, como de costumbre, las tareas entre los isleños. Hice mi parte con Jean, quien admitía que era mi persona favorita para andar por la aldea. Siempre repartía las cajas de comida como si fuera un regalo nuevo que no nos dieran puntualmente; me contagiaba por un instante de agradecimiento, de ese que olvidas en casi todo momento, pero cuando ocurre piensas que no deberías soltarlo jamás.
Cundo un isleño no abría su puerta, nosotros entrábamos igual. Ni ahora ni antes existía el hábito de cerrar con todos los seguros a disposición. Era algo cultural, porque un isleño era un cobarde si no era capaz de proteger su hogar.
Las cajas venían con alimentos e ingredientes bien seleccionados, pero el primer año de Nueva adaptación fue difícil encontrar los ideales. Para empezar, los isleños no sabían cocinar y ahora eran muy aficionados a ello. Les encantaba porque era algo que precisamente les arrebataron. Hacía dos años había aquí un restaurante que puso una pandilla de tres miembros y el éxito fue tal que los aurodianos venían a cenar seguido. Luego obtuvieron un pase permanente a las ciudades, y trasladaron su restaurante a Charmington.
No te voy a mentir: fueron cambios difíciles. Por ejemplo, no sabíamos usar el dinero como los aurodianos; nuestra economía se basaba más en trueques de unos objetos por otros que en usar monedas y billetes para pagarlos. Sin embargo, tampoco era desconocida, solo no la principal. Hades instaló esa economía, y no era muy utilizada ya que pocas cosas se podían comprar a los duendes o a los comerciantes. Los trueques eran fáciles y directos. Las monedas y billetes no servían de mucho, ni siquiera en la época sin villanos.
El reparto se había agilizado desde que los isleños recibían su despensa sin hacer plática. Eso desanimaba a Jean. Una de las últimas entregas era en la casa de Haizea, el Portón de los Infiernos. Puse los ojos en blanco y di la espalda a medias en lo que unos pasos vacilantes se acercaban. No era ella, la impuntual hija de Hades nunca estaba en casa a esta hora.
Verán, estos encuentros me causaban gozo a la vez que ira. Lo disfrutaba por verla echarse atrás cada vez que me veía, e ira por lo obvio.
—¡Hola, Audrey! ¡Aquí está la caja semanal! —exclamó Jean.
Ella tragó saliva, pero suavizó sus temblores cuando mi tripulante le habló así.
—Gracias.
—¡Es nuestro deber! —declaró con una sonrisa no menos agradable que su cortesía al dejar la caja sobre la mesa.
Yo no entré, pero me mantuve atenta por el rabillo del ojo. La casa de los Hades era igualita a cuando su padre vivía aquí: la sala estaba inmediato a la entrada; le seguía la cocina y un cuarto super pequeño en una esquina. Las habitaciones más grandes estaban arriba. Mal y Ben hicieron el chiste de que así era perfecta, más que que los cuartos necesitaban una mejora.
No entendí nada hasta que Haizea, medio atontada por el alcohol, soltó que una vez oyó a los reyes emitiendo ruidos interesantes cuando los había alojado años atrás. Describió con tal detalle su perspectiva que Mal no le dirigió la palabra en semanas.
Audrey empezó a acomodar los ingredientes en las alacenas; imaginé que debido a la incomodidad que le causaba nuestra presencia y no por ser comedida.
—¿Y cómo estás? —le preguntó Jean.
—Bien.
—¿Hadie fue al Inframundo?
—Sí.
—Qué mal por él. Sé que no le gusta ir ahí.
—Ajá. Sí.
Jean movió la cabeza adelante y atrás ligeramente, esperando y esperando y esperando.
Audrey apretó la boca como si quisiera invocar en silencio que su suplicio terminara.
Tal vez imploraba por el perdón de Mal y Ben.
Esa maldita hipócrita merecía la humillación cada vez que ellos pasaran por delante de ella, enamorados y felices. Imponentes y poderosos. Debía apartar la cara cada vez que Mal fuera lo suficientemente buena para mirarla, que por desgracia llegaba a ocurrir. Pedía a los mares enfurecidos que en los ojos verdes de la reina viera lo que le hizo.
Apreté los puños. Ella fingió ayudarla y la traicionó. La llevó a la trampa que de puro gusto elaboró con Marlene de DunBroch, pero no, no, ella aseguraba haberse arrepentido al final, mas que no pudo detenerla; que fue cobarde por callarse un año lo que realmente había sucedido con Mal: que no abandonó a Ben, sino que la secuestraron.
Era una...
—Guau, capitana, diría que esa es la cara de alguien que está a punto de entrar en una pelea —bromeó, y procedió a decirme con los ojos algo como: "Tranquílizate, capi, es una mujer que da lástima, no una bruja ".
Audrey frunció un poco el ceño, pero se volteó cuando nuestros miradas se cruzaron.
Sí, no ser princesa y su estadia en la isla eran una desdicha para ella, pero su aspecto nunca era una anécdota vieja para reírse. Fue maldecida por Maléfica; la belleza que poseía fue robada. Imagínate su cara como quieras, pero verla causa la impresión contraria que la de su madre.
—Jean, vámonos.
—Tenemos que seguir repartiendo. Nos vemos luego —le avisó Jean.
Audrey asintió secamente y escapó hacia las escaleras.
—Gracias. Me he ahorrado las explicaciones a sus excelencias.
—Creéme, Ben estaría secretamente satisfecho si desgreño e insulto a esa rosadita.
—Supongo que sí —admitió Jean, que era consciente de la indiferencia, y la frialdad, que el rey le demostraba a Audrey.
—No entiendo por qué te sigues esforzando. Esa chica nos ve como la suela de sus bonitos zapatos rosas. No le caemos bien ni le importamos. Punto.
—Pero tampoco ha hecho nada malo estos años —debatió, positivo.
Suspiré.
—Nada malo no significa algo bueno. Ella no se mueve, por lo tanto, el daño que hizo solo se ha recompensado mediante palabras.
***
—¿Crees que los otros ya hayan acabado? Porque hace mucho que no hacemos una fiesta.
—No es buena idea.
—¡Bah, es estupenda!
—Mira, Mag y Georgia van a regresar tarde de la Ciudad de Auradon con la comida de la siguiente semana y tú te encargarás de la lista de necesidadeste de los isleños. Tenemos trabajo, Jean.
—¿Y tú qué tienes que hacer? ¡Ya hemos terminado!
—Iré con los duendes.
—Pero Georgia se encarga de ellos. Es literalmente la razón por la que la admitiste en la tripulación.
—Georgia se ha ofendido con ellos y... ya no cumple bien con sus tareas.
Parecía que Jean ya no insistiría con su fiesta.
—¿Piensas que los duendes traman algo?
—No, pero alguien tiene que ver que estén contentos. Mientras lo estén, van a ser leales.
Empecé a tomar rumbo hacia la antigua Isla de los Malditos.
—Capitana —Oh, sonaba serio. Me giré—, ¿haremos esto de por vida?
—¿Hacer qué?
Jean no respondió enseguida; por un segundo pareció que volvía en sí justo antes de responder:
—¡Que rechaces mis fiestas y yo no las haga!
—Sí, exacto.
Después nos despedimos y dejé atrás los vecindarios.
La vida de los duendes estaba muy apartada de la nuestra; ellos vivían como querían y no como les dictaba el Consejo de Reyes. Mi isla se reformó por completo tras el pacto que Ben y Mal nos habían hecho en la costa. Se construyeron vecindarios a partir de las casas nuevas y se pavimentó tras la destrucción que habían dejado los temblores de las Catacumbas Infinitas. Pero a los duendes se les exilió porque querían seguir viviendo en la misma cultura de villanos que se buscaba eliminar. Así que los monarcas les ofrecieron la Isla de los Malditos para repoblarla a su gusto.
Pero en lugar de replicar la inmundicia de la antigua isla, crearon una propia que era extraordinaria. Usaron viejas pociones para acelerar la purificación del mar y construyeron casas pequeñas que se mantenían en el agua; y alrededor del lago, en tierra firme, anclaron modos de transporte con cable. Sus edificios se conectaban con otros a través de puentes.
Pero eso era lo que podía ver desde aquí, ya que solo Mal y Ben vieron la isla a detalle cuando se hubo concluido la construcción. Es decir, así como los duendes no tenían permitido el paso libre a la Isla de los Perdidos, lo mismo era a la inversa.
—Hola —dije a modo de preguntar si podía pasar.
—Dede chide de habde dedenes? Georgia?
—No está Georgia y no me la pasaré adivinando su lengua. Hablen la mía y podemos acabar con esto pronto.
El duende se marchó con los ojos crispados y le sucedió otro. Este parecía fruncir un poco menos el ceño, supuse que era el más agradable.
—¿Necesitan algo?
—No. Ya puedes irte —respondió el duende.
—Ustedes siempre piden algo, sobre todo después de hacer un encargo para los monarcas.
Al ser arquitectos muy habilidosos, de vez en cuando sus servicios eran requeridos por la Corona.
—Hoy no.
Lo miré fijamente. La verdad era que los duendes eran caprichosos. Me encogí de hombros.
—De acuerdo.
Me di la vuelta para regresar a la Isla de los Perdidos. No pasaron más de unos cuantos segundos cuando oí una conversación desplegarse con frenesí detrás de mí. Sonreí y seguí caminando, aunque más lento.
—Le forade e si fede? Sepeche aga?
"¿La forastera se fue? ¿Sospecha?".
La había mentido a Jean. Los duendes sí eran caprichosos, pero nunca rechazaban dos veces un favor o un regalo de los reyes. También estaban obligados a que su pequeña atracción fuera revisada cada dos meses. La última vez fue cuando Georgia había intentado entrar hacía semanas por una orden emitida por el palacio, que los duendes rompieron, y la llamaron un montón de adjetivos que ella había preferido no repetir.
—Naaa
"No hay problema".
—Cape ulls de moledes?
"¿El capitán está molesto?".
Ladeé la cabeza; desde esta distancia apenas los escuchaba, y tenía que seguir avanzado para que no sospecharan. ¿Me habría equivocado con la traducción? No la dominaba como Georgia. "Ulls" es él, "Ells", es ella. Una letra mal oída cambia el significado.
—Yaaa. Isde Uma.
"Claro que sí. Se trata de Uma".
***
Los duendes escondían a alguien. También sería justificado suponer que un tesoro ilegal, pero los duendes no tenían líder, no habría que temer a alguien molesto, porque todos tomaban las decisiones de su tribu juntos. Y un capitán no existía entre ellos. No era una monarquía ni una tripulación como la que yo dirigía: si respondían a una figura, en todo caso, era al rey de Auradon. O a la reina.
—¿Todo bien con esos ponzoñosos duendes?
Lo volteé a ver sin responderle de inmediato. Jean tenía una sonrisa agradable, pero ya le había mentido una vez y no se había sentido nada bien.
—Los engañé para oírlos a escondidas. Les he mentido con que no conozco su idioma —comencé, y él se sentó en un barril para escucharme sin perder palabra—. Creo que me ocultan algo.
—¿Qué podría ser?
—Bueno, mencionaron mi nombre, pero es posible que solo teman que Mal se entere por mí. Soy la intermediaria, ¿no?
—Sí. Te ascendieron rápido, y yo sigo siendo un humilde marinero —suspiró como si fuera un condenado, pero uno con mucho humor.
—Ahora con paga —añadí sonriendo, pero no por su broma, sino porque me alegraba habérselo contado—. Los duendes no son peligrosos. Pronto descubriré su secreto.
—Eso es seguro, capitana —exclamó Jean mientras se levantaba—. Si me disculpas, tengo una larguísima lista que alargar aún más.
Jean salió, pero yo me apresuré a seguirle el paso.
—¿La lista de las necesidades?
—La misma.
—Déjame verla.
El pergamino tenía tantas dobleces que me quedé inmóvil, estupefacta.
—Estas no son necesidades —susurré, con una mano sobre la boca—, estos son...
Me callé. Jean me miró, como juzgándome por lo que quizá iba a decir: caprichos. Y sí, era muy estúpido; no solo la isla había pasado por un proceso físico para que ya no tuviéramos que sobrevivir recurriendo a malos hábitos, también intentábamos entender su mundo y aprender lo necesario para ser parte de él.
Era duro también para nosotros.
—Cierra la lista cuanto antes.
Ya no volví a ver a Jean en el día, y Mag y Georgia se habían ido mucho rato antes para abrir su librería el resto de la tarde.
Me senté para intentar tranquilizarme; respiré una, dos y tres veces mientras aguardaba la hora que más ansiaba ver reflejada en el cielo: el atardecer, en especial cuando el cielo se ponía de colores y, aunque extraños para otros, para mí eran más naturales que el simple azul.
Me senté a horcajadas en la parte más alta de mi balandra. Cuando aparecieron en el cielo los colores que quería ver, creé olas que chocaran suavemente sobre la madera del barco. Después de un cuarto de hora, dejé tranquilas las manos y hojeé nuevamente el testamento que Jean había recopilado. Era cierto que los había lanzado hacia él para que se expresaran, pero sin saber lo que sucedía con Ben y Mal era imposible realizar la lista.
Decidida a evitar un encuentro con ellos, reescribí mi carta y la mandé temprano. Abrí la respuesta suplicando que la cancelación de los viajes tuviera una razonable explicación.
Capitana Uma:
Por el momento cualquier viaje tendrá que esperar. Pero tranquiliza a los isleños por nosotros entretanto. Confiamos en ti.
Nos vemos pronto,
Reina Mal Godquen de Reynalde
Al traste con la explicación. Mal podía ser muy fastidiosa cuando quería.
***
Le enseñé la carta a Mag cuando mi tripulación regresó al día siguiente. Vi el preciso instante en que se sonrió al leer la última línea.
Estábamos en la orilla del mar, dado que los primeros minutos arriba fueron insufribles, pues hoy mi gente había llegado pidiendo noticias de la Corona, como si en un solo día Mal me hubiera hablado con detalles del motivo de su ausencia y las cosas extrañas que sucedían con los reinos. Jean tampoco esperó para preguntarme si ya había empezado a cumplir los deseos de la lista.
Verán, tal vez no me había explicado bien con esta lista. Mi tripulación se la sugirió a los reyes cuando la proclama estaba terminando de ser redactada. Se trataba de que los isleños nos hicieran saber de cosas que nunca habían podido tener. Era un deseo que se les cumplía cada cierto tiempo a modo de recompensa de otros reinos por lo mucho que nos arrebataron en la mayor parte de nuestra existencia. Nunca se les había limitado a la cantidad que podían anotar, pero no había sido necesario, era obvio que tampoco podían tentar al Consejo de Reyes, que podían prohibir la lista. Sin embargo, debía aceptar que el contenido de la nueva era tan descarado como para ofenderme incluso a mí.
—Bueno, no creo que debas preocuparte. Mal te ayudará a solucionarlo.
—"Nos vemos pronto" no significa que lleguen mañana. Sobre todo si lo escribió la reina —exclamé con una risa sarcástica.
—Eso es porque no le cuentas los problemas que estamos teniendo.
—¿Cuáles problemas?
Mag volteó la cabeza y guardó silencio de esa forma suya que me hacía saber que se estaba exasperando.
—La forma en que hablaron de ellos... no me gustó, Uma.
—No fue tan malo. Es el típico lenguaje isleño.
—Espero que tengas razón —dijo con pesimismo—. ¿Ya no han vuelto los ladrones?
Negué.
—¿Los volverías a ayudar si los vieras?
—Son isleños.
—No sé si debas ayudarlos a escondidas de la Corona.
Me reí y pateé el agua por pura diversión y ansiedad.
—No dije que los ayudaría, querido, solo dije que son isleños.
Mi amigo hizo una mueca de desaprobación con la boca. Estaba fingiendo estar enojado, pero yo reconocía la gracia en mi broma. Por lo general, ambos relacionábamos isleños y ayuda con frecuencia.
—Georgia estuvo insistiendo con que nos vayamos de parranda.
—¿Qué carajos es eso?
—Una fiesta que va con nosotros a todos lados. Halló la palabra en uno de los libros que sacamos de las estanterías.
—Vaya, su léxico se va ampliando. ¿Qué clase libros venden?
—Los que no se venden —suspiró con fuerza.
—Oh —exclamé, apenada—. Van a devolverlos a la ciudad. Lo siento.
—Aún tendremos abierto, pero no por mucho tiempo más.
Lo miré de reojo; no quería mirarlo directamente porque sabía la pena que encontraría en su rostro. Había desocupado tantos locales en los últimos meses y notificado a proveedores, había consultado a Ben y oído la furia de Mal, sino era frente a frente, en la ira que acentuaba sus palabras en las cartas, que había perdido la capacidad de esperar que alguien se entristeciera ante el fracaso de perder un negocio que había soñado.
—Avisa a los demás que los invito a tomar un trago.
Mag sonrió poco a poco, y fue obediente al ir transmitir mis órdenes.
—¡Esa es nuestra capitana! —gritó Jean, levantando los brazos y buscándome desde arriba de la balandra.
***
Holaaaa, si te está gustando el fanfic, te invito a votar por el capítulo y comentar algo si puedes. Sería increíble.
Saludos, y que todas tus lecturas en Wattpad o fuera de él sean maravillosas :)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro