Capítulo 3. Su imagen empieza a despedazarse
Tenía catorce años cuando empecé a reclutar a mi tripulación. Mag fue el primero. Él era mi mano derecha, el isleño perfecto para ejemplificar a la clase de miembros que quería en ella. Él venía de un sitio llamado la Zona Desgraciada: allí vivían los isleños más arruinados y hambrientos, por lo cual solía ser el lugar favorito de Maléfica para infrigir daño.
No significaba que solo aceptara de ahí, solo no me gustaba limitarme como otros líderes de pandilla. Pensaba que si todos compartíamos el castigo, no había ninguno que no tuviera la fuerza para ser parte de mi causa para liberarnos de la cárcel en la que estábamos.
—¿Ya has repartido las provisiones, Georgia?
La aludida me mostró las hojas con todos lo recuadros tachados. A pesar de los años, me seguía causando satisfacción que mis isleños tuvieran qué comer y no tuvieran que recurrir a sucias sobras.
De todo mi equipo Georgia era la que más dolores de cabeza me daba, pero era muy eficaz en su trabajo. Ella se encargaba de tratar con los duendes desde antes de la destrucción de la barrera. Su memoria también era muy buena, lo cual era esencial para que los aurodianos no nos vieran la cara y tuviéramos las necesidades básicas cubiertas.
Lie se encargaba del mantenimiento de la balandra. Era especialmente habilidosa porque era una persona muy ligera; cabía en cualquier lado y se movía como una gacela. Hacíamos viajes seguido, así que no podíamos permitirnos que se descompusiera. Y era la timonel, por lo general; ya que al ser una mujer pequeña, Mag se encargaba cuando tocaba realizar de maniobras díficiles con el timón,. Era lo ideal al ser tan grande.
—¿Cómo va todo?
Lie estaba trepada en los mástiles. Me hizo un saludo militar, lo cual me hizo deducir que estaba de mejor humor.
—Pronto podremos sacar a esta nena a pasear.
Me reí, y mientras salía, me crucé con Mag, que cargaba con varias carpetas atestadas de documentación. Temprano me había dicho que iría a ver a los huérfanos de la casa hogar para volver a llenar las fichas de adopción y mandarlas a los diferentes reinos. Ya lo habían ignorado tres veces, pero Mag no se rendía.
—Están desanimados, Um. Me costó convencerlos para llenar los formularios.
El cargo de Mag como mi mano derecha no podía especificarse, sencillamente se esforzaba para apoyar a cualquier isleño que se lo pidiera, y para mí era imprescindible tener a alguien encargandose de esa tarea. Desde que Evie y Jay se habían ido hacía meses, se había propuesto lograr que los niños tuvieran un hogar en Auradon, no solo un internado. Algunos ya se habían ido a uno por miedo a nunca poder salir de aquí, otros anhelaban padres. No eran como nosotros, los descendientes. La mayoría estábamos mejor sin tener a los nuestros.
—¿Qué sucedió?
Mag se sentó en el borde de la balandra, y yo lo imité. Desde esta posición se veía un atardecer hermoso. Esa nube espantosa nos había quitado vistas espectaculares.
—Se impacientaron y le preguntaron a algunos aurodianos si les gustaría adoptarlos.
Abrí los ojos sin poder creerlo.
—¿Y qué les respondieron?
Mag no se veía dispuesto a contestarme, pero lo supe de todos modos. Se burlaron. Porque seguían siendo isleños.
—No debiste intervenir en las adopciones. Se quedarán huérfanos, y lo sabes, Mag. Y ahora van a sufrir.
—Ya ha habido adopciones antes.
—Muy pocas.
—No es imposible. Hay interesados.
—Nos los veo —me burlé, mirando alrededor—. Ningún aurodiano ha vuelto en varios meses. Es tan simple como que se cansaron de nosotros.
Mag desvió la mirada ante la cruel realidad de mis palabras. Por eso todo empezó a venirse abajo. Los aurodianos solamente fueron los primeros en irse.
—¿Sabes?, tú podrías ir a ver a los reyes. Ellos saben que quieres ayudar a los huérfanos.
Mag sacudió lentamente la cabeza.
—Todos podemos ir a verlos, ellos nunca no los han impedido, pero nadie lo hace por miedo. Yo no lo hago porque sé que tienen sus razones para no estar aquí.
—¿Por miedo?
—Del futuro que nos espera.
***
Mi deber era pararme frente al palacio y exigir razones a Mal y Ben; pero no lo hacía y no estaba segura del por qué. Y de unos días para acá todos lo esperaban, desde que se corrió la voz de lo que había pasado en el Reino del Sol. Nadie hablaba de que los ayudaron a salir de un problema, sino de que los ignoraron.
Ignorar es una palabra importante en esta isla, pues era lo que hacían los padres de Ben; por lo tanto, era preocupante que la usaran con ellos. Empezaba a darme cuenta de la razón que tenía Mag con eso del miedo. Los isleños sí tenían miedo de perder a los reyes que tanto habían admirado.
Eran las últimas horas de trabajo de la Honorable Segunda Oportunidad. Todos los demás habían acabado sus tareas y solo holgazaneaban sobre el piso de la cubierta mientras conversaban sobre los sucesos del día, pero Jean seguía ocupado cotejando las listas de isleños que habían pedido el siguiente viaje a Auradon frente a los que acababan de viajar.
—¿Cuándo terminará?
—Tú ya puedes irte, Lie —le dije poniendo los ojos en blanco.
—Nah, quiero saber a qué reino iremos después.
—Entonces no hables.
Lie se enderezó.
—Oh, capitana, ¿con quién se está escribiendo usted? —Lie alzó las cejas con picardía.
—No es de tu incumbencia.
De inmediato, me apuré para sellar la carta con cera y me fui a guardarla. Decidí que lo mejor sería enviar una carta al castillo.
Jean apareció un minuto después con con el rostro moreno bañado en sudor. Me buscaba con urgencia. Apretaba con fuerza la libreta de los registros para subir al ferri.
—Todos exigen ir al siguiente viaje.
—¿Todos?
—Sí.
—¿Así que todo ese griterío era...?
Jean asintió, asustado.
—La aldea. Todos los isleños están afuera.
Si Jean, que era tan dado a socializar, estaba perdiendo los nervios, no creía que fuera una broma. Salí de inmediato seguida de los miembros de mi tripulación. Me asombró que Mag se apresurara a mi lado, pues a pesar de ser mi mano derecha, no le gustaba destacar.
Había una turba rodeando gran parte de la balandra, y se agitaron aún más al reparar en mí.
—¿Qué carajo...?
No me iba a poner a contarlos a todos, pero le creía al dedillo a Jean. Los isleños me señalaban y me exigían que los pusiera en la lista. Mientras más tiempo pasaba aquí, más enojadas eran sus reclamaciones.
—¿Qué les dijiste? —le pregunté a mi tripulante.
Él desvió la vista un momento.
—Capitana, no he alcanzado a decirte algo. Es sobre un aviso que vino del palacio hace unos minutos.
—Supongo que dirigido a mí.
Jean se encogió ante mi tono.
—Pero lo cazó un aldeano y lo leyó antes de que llegara aquí. Ese aldeano le dijo a todo isleño que encontró y pronto llegó acá...
—Ya sé cómo funcionan los rumores, Jean. ¿Qué dice el aviso?
Jean se puso rígido, como una presa a punto de ser alcanzada por su depredador. Cuando se ponía así, sus ojos daban la apariencia de salirse de sus cuencas. Odiaba que mis isleños pensaran que podían temerme, mas Jean solo era una persona cuyas expresiones solían ser más exageradas de lo que pretendía.
Me pasó la carta de forma furtiva, y asimismo intenté leerla.
A la capitana Uma:
Por decreto real, los viajes entre la Isla de los Perdidos y cualquier reino de Auradon se suspenden de forma temporal.
Atentamente,
el Consejo de Reyes de los Estados Unidos de Auradon
—¿Vino del palacio?
—Al menos de un palacio, pero el isleño que la interceptó dio por hecho que venía de Mal y Ben.
—Y eso les dijo a todos —añadió Lie con voz compasiva.
Me puse la mano en la frente y entonces volví a ser incapaz de filtrar los comentarios filosos que los isleños nos hacían. Aun peor, lo que gritaban en contra de los reyes.
—¡Prometieron libertad!
—Nos quieren encerrar otra vez, este silencio no es normal.
—Son unos cobardes. ¿Por qué no vienen a decirnos esto a la cara?
—Sí, ¡cobardes! —exclamaron varios
—¡Capitana, haga algo! ¡Capitana!
Era posible que el decreto hubiera sido escrito en el palacio de la Ciudad de Auradon, pero no había sido decisión personal de Mal y Ben. Pero también era posible que hayan opinado a favor de cancelar los viajes, inclusive de proponer esa acción. Y no podía convencer a ninguno de que no tenía sentido. No había venido en un tiempo, no se habían contactado. Ni siquiera con Siya.
Me puse derecha de golpe para revisar de nuevo entre la multitud. Se me detuvo un momento el corazón.
—¿Dónde está Sinsaya?
—Acaba de irse muy furiosa, pero no a la aldea —respondió Mag, moviéndose hacia el lado opuesto del tumulto.
Fui lo más pronto posible por mi catalejo y lo ajusté para ver cerca del puente. Sinsaya estaba pasando por el mural que marcaba la entrada, donde se recreó una imagen perfecta de la tarde que Mal retiró con su báculo la nube enorme posada sobre la isla; detrás de ella estaba Ben; se reflejaba su amor y admiración por ella, y un poco más atrás Carlos, Jay y Evie, quienes sonreían de forma hermosa mientras contemplaban con orgullo el acontecimiento.
—Va con ellos —susurré.
Bajé el catalejo. Cualquiera fuera la razón de que hubieran faltado a sus visitas, Ben y Mal regresarían tan solo si Siya les pedía venir, pero había tal desorden en la isla que ni yo podía nadar en él y no podía permitir que ellos se dieran cuenta.
De ser así, el mayor miedo de Georgia y de los isleños se haría realidad.
—¡ISLEÑOS!
Una ola de silencio envolvió el puerto. El único ruido provenía de mis tripulantes. Mag era el más atento a mí, casi parecía querer decirme algo; pero no lo hizo, así que proseguí.
—Les voy a contar algo importante que nadie les ha dicho: Mal tenía su báculo esa mañana, cuando la barrera bajó de forma inesperada. Yo lo veía venir; ellos no. Pero no se confundan, sí que llegaron a tiempo, solo que Mal eligió no detener a nadie, aunque eso supusiera el escape de los villanos. Ambos vieron el accidente como una oportunidad para nosotros.
»Hice un trato con ellos días después, y los reyes lo han cumplido. ¿No tienen casas propias? ¿No tienen comida cuando la necesitan y hasta cuando solo les place? Pueden ir y venir de la Ciudad de Auradon, eso no lo han prohibido. Y, además, los han tratado con amabilidad y consideración, tal como cada uno de nosotros merecemos. Yo pondré mi fuerza para que esa promesa nunca se rompa. ¿Alguna vez les he fallado?
Todos empezaron a murmurar un "no". Sonreí.
—De acuerdo. Entonces háganles saber a mi tripulación mañana a mediodía qué es lo que necesitan en lo que resuelvo este malentendido.
—Es increíble cómo logras calmarlos. Pensé que pronto empezarían a lanzarnos bombas de pintura —Lie estaba impresionada.
Los isleños retomaban camino a la aldea, pero eso a mí no me tranquilizó como a mis compañeros. Porque esa carta que iba a mandar no me bastaría.
Lie, Georgia y Jean se fueron, y Mag me siguió en cuanto noté la balandra despejada para salir sin que me vieran.
—Hiciste promesas peligrosas —dijo Mag con un poco de enfado.
—Claro que no. Tú deberías entenderlo más que nadie. Solo quiero ayudar.
Mag suspiró, y yo acabé de descender por la escalera de la balandra. Tenía que alcanzar a Siya. Pero cuando amagué lanzarme al mar para llegar más rápido y coger una de las motos que dejaban al final de puente, Haizea apareció a lado de mí.
—Oh, capitana, espero que cumpla todo lo que dice.
Ella reía como maniática, algo nada raro en ella, pero esta vez sí me dio un escalofrío. Eso le dio el tiempo suficiente para sonreír antes de que yo me adentrara al mar.
***
Sinsaya era la única isleña que podía caminar entre los aurodianos sin que vieran su presencia como anormal, pero seguía generando curiosidad. Dejé la moto en un aparcamiento y la agarré del hombro.
—Siya, ninguno de los dos puede ver a los isleños ahora.
—Piensan mal de ellos. De forma injustificada. No me quedaré callada viendo cómo despedazan su imagen sin haber hablado con ellos.
Suspiré.
—Escucha, no quiero que vean cómo está la aldea porque yo tampoco entiendo lo que está pasando.
La isleña me miró un momento con fijeza, yo creo que vio la sinceridad en alguna parte, y dejó de tensarse. La gente seguía pendiente de nosotras. Temí que la noticia de que ella estaba cerca del palacio los atrajera, por lo que recurrí a algo desesperado.
—Quizá ellos no quieran verte ahora.
No podía creer que me haya atrevido. Ella abrió la boca ligeramente, con sorpresa y con dolor. Bajó la cabeza.
—Tal vez no, pero se necesita aclarar lo que está pasando. La isla es una triste versión de la que ellos dejaron hace más de un mes.
—Los reyes son buenas personas, Siya, yo ya sé eso, pero el liderazgo no es tan fácil, en especial el de ellos. Hay más monarcas, y todos juntos podrían tener peso en decisiones que ellos no tomarían en otras circunstancias.
—¿Sabes eso porque eres una líder?
—No. Porque los pensamientos de muchas personas pueden pesar más que los de pocas, aunque estén equivocados. Los isleños lo vivimos en la época de los villanos. Eso nos obligó a adaptarnos.
Siya miró por partes a mí, a las personas que se detenían a espiar, aunque no pudieran escuchar nada, y al palacio. Al palacio sobre todo. Sentí una punzada de culpa y compasión en el estómago; casi consideré empujarla yo misma por las puertas del palacio, pero ella también era una de las isleñas que quería proteger si sus deseos no se cumplían como ella esperaba.
—De... acuerdo. No iré al palacio hoy.
—¿No irás hoy? —bromeé mientras la empujaba sutilmente hacia la moto—. Una amenaza muy sutil para una isleña recatada.
Se subió a la moto, y en cuanto yo lo hice, me susurró:
—Me hubiera gustado verlos.
—Mal no puede estar tanto tiempo sin la isla. Volverá.
***
Holaaaa, si te está gustando el fanfic, te invito a votar por el capítulo y comentar algo si puedes. Me encantaría, obvio ;)🙈
¿Qué piensas de Uma? ¿Consideras que de verdad cree en los reyes o en el fondo también teme lo mismo que su gente?
Los leo con gusto ✨🫶🏻. Por mi parte, gracias por leer. Saludos, y que todas tus lecturas en Wattpad o fuera de él sean maravillosas :)
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