Capítulo 2. El misterio de los reyes
No creía en la la confianza desde que yo traicioné todo lo que me importaba cuando tenía doce años. Una persona podía quererte hasta morir, pero en el futuro podría presentarse una circunstancia que lo doblegaría. Por eso la confianza debe convetirse en un intercambio. Así hay garantías. Y la historia de mi traición era prohibida; los detalles se lo di de comer, de manera simbólica, a los viejos cocodrilos que antes nadaban en la Isla de los Perdidos.
Volviendo al robo, Mag se dio cuenta enseguida. Aunque vacilé un buen rato para agregar las características de los hombres, como su vestimenta y su deplorable apariencia.
—Es posible que yo los conozca —mencionó él. No comenté nada; él ya estaría atormentándose con las vidas mendigas de esos isleños. Si no me causara espasmos la mera idea de abrazar a alguien, lo abrazaría a él bastante seguido.
No le pareció raro lo sucedido porque nos habían robado en otras ocasiones, pero con más discresión que el día anterior. Mi tripulación era muy organizada con los asuntos de transporte de provisiones; sin embargo, los otros habían sido tan cuidadosos que me preguntaba qué habría cambiado .
¿Y sería muy maldita si consideraba ocultarles a los reyes que mis ladrones ya no eran desconocidos?
Mag me diría: "Puedes confiar en ellos".
Los desconocidos eran mínimo dos personas, de las que huyeron aquella vez por el puente y aguantaban todavía tras cuatro años. Le replicaría a Mag que mi trabajo no era entregarlos, era recibirlos si se presentaban aquí para unirse a la proclama. Por lo tanto, no se trataba de confianza, sino de la desconfianza que sentía por el país que me falló hasta cuando pudo haberse redimido. De los reyes que se creían más bondadosos que sus súbditos, pero no dudaron en poner en peligro a simples niños.
Tuvo que ser una sola persona la que cambió nuestra suerte. Seguiríamos pudriéndonos entre basura, villanos y juegecitos maliciosos sin sentido de no ser por Ben.
Y ahora por Mal también.
Pero yo no le iba a fallar de nuevo a mi gente. Ellos eran primero que nadie.
***
Esa mañana temprano fuimos a cerrar otro negocio. Solía ser una joyería, pero la isleña se había cansado de ella. Como la encargada de la isla en ausencia de los monarcas, debía poner en orden estos asuntos y notificarlos para que la Corona no siguiera financiando tiendas como esta. Que los isleños renunciaran a sus locales pasaba más seguido de lo que Mal y Ben quisieran.
Mag estaba subiendo las últimas cajas mientras yo pintaba de blanco el letrero con el nombre de la tienda. Todo este trabajo lo tendría que hacer con ayuda de toda mi tripulación, pero dado que no estaba, solo éramos Mag y yo. Georgia también, pero, a juzgar por su ausencia, no tenía humor para trabajar.
—También en Auradon existe el mal comportamiento —comentó Mag de pronto—. No des por hecho que son isleños solo porque han robado.
—No es por eso. Es por la ropa. Por la súplica.
Mag sacudió la cabeza. No estaba convencido.
A todos se nos ocurría en estos casos Marlene. Una mujer tan estúpida como malvada. Iba ser la reina de DunBroch hasta que un día se aburrió de su vida corriente como una princesa más y eligió el pasatiempo de aliarse con los villanos y dañar a Mal, lo que le provocó un dolor inimigable al rey de Auradon. Así que podría haber sido la única persona sobre la faz de la tierra que, por un tiempo, logró separarlos. Ese era el punto de Mag, pero yo tenía un argumento igual de bueno.
—No son aurodianos —enfaticé—. Y si lo fueran, ellos no harían nada. Los dejarían salirse con la suya.
—Ben no haría eso. Es un rey justo.
—No hablaba únicamente de él —respondí y meneé la brocha con impaciencia—. Audrey debería estar en la cárcel, ella ayudó a la psicópata de Marlene, pero Mal la mandó aquí, y el castigo solo fue para nosotros.
—Ella no es tan mala...
Puse los ojos en blanco y volví a girarme hacia el letrero. Sabía que desde cierta perspectiva Audrey había recibido castigos: ser despojada de su título de princesa y quedarse por un plazo indefinido; pero lo injusto era que fuera libre de andar cuando nosotros, los isleños, en la primera parte de nuestra vida éramos prisioneros de un delito que no habíamos cometido.
No me ponía a pensar mucho en su capacidad de juzgar a las personas, pero con ella se habían equivocado, y sabía que harían lo mismo si los ladrones fueran sus súbditos más cercanos. Pero yo sabía quiénes eran los hombres de ayer, tenía la excusa perfecta para presentarme en el palacio. Pero aún no decidía qué hacer. ¿Se le podía culpar a alguien por saciar su hambre?
—Ya terminé —avisó Mag—. ¿Vienes?
—No. Vete adelantando.
Mag asintió, y se subió al camión. Éste pertenecía a la tripulación, pero no lo usábamos con frecuencia porque los vehículos estorban en una isla tan pequeña como esta.
—Así que otro negocio, ¿eh?
Por desgracia, me estaba acostumbrando a oír esa voz en los momentos más aleatorios, así que no volteé.
—Me gustaba este, ¿sabes? —continuó Haizea—. Aunque era como otros donde Ben y Mal les pagan todo, este tenía un concepto muy osado. Poner un lugar de joyas en donde viven rateros. Muy lógico.
Creo que siguió hablando por más tiempo, pero yo ya me había ido. Si algo debían saber de Haizea, la hija de Hades, era que nunca tenía nada bueno y útil que decir. Era tan insoportable como su amiguita la aurodiana.
Saludé a varios isleños de camino al puerto, ya que casi nadie estaba en su casa. No era inusual, pero sabía que esperaban la llegada del ferri al igual que yo (sobre todo porque eso significaría que pronto podía organizarse otro viaje a Auradon). Pero no me importaba ahora, me gustaba ver a mis isleños esperanzados por algo. Hacía apenas unas horas estaban decaídos por la falta de noticias de sus reyes.
No tuvimos que esperar mucho. Un isleño que venía del muelle llegó gritando hasta que el aviso alcanzó a todo el pueblo. Ahora más entusiasmados, la mayoría tiraron sus latas de aerosol al piso y corrieron en masa a ver a los recién llegados.
Cuando llegué cerca de la multitud, Lie voceó mi nombre desde la torre de vigilancia. Le sonreí y trepé el barco una vez que me lanzaron la escalera. Los isleños empezaron a chocar con otros isleños buscando las anécdotas de las ciudades como ratas hambrientas. No sabía cómo sentirme por eso, pero por el momento me alegraba que estuvieran de regreso.
Mi hogar volvía a estar completo.
En eso sentí un jalón en el brazo porque Lie me arrastraba hacia el interior del ferri. Mascullé una maldición mientras me la quitaba de encima con un movimiento.
—Sabes que no me gusta, Lie —refunfuñé con los dientes apretados.
Lie me soltó con una mueca de disculpa. Esperamos a que pasaran los últimos isleños, y Jean cerró la puerta con seguro. Cuando un isleño usaba el seguro, los problemas estaban al acecho. Otra señal era que mi tripulación entera se encontraba ahí, hasta Georgia, que últimamente no sabía si seguía siendo del grupo o no.
Para ser honesta, nunca me emocionó ser capitana de este ferri; prefería mi balandra. Hazte a la idea de que mi barco era una parte pequeña de este barcazo proporcionado como regalo del Reino de la Costa unos meses después de iniciar la proclama de Mal. Pero estar aquí me producía sensaciones de encierro y descontrol. Era como un pez que pasara de una pecera al mar.
Me recargué en un muro y me crucé de brazos.
—Mal y Ben fueron al Reino del Sol —dijo Jean.
—Eso no tiene nada de raro. Son los reyes de reyes.
—Sí, pero hubo un malentendido con algunos isleños y aurodianos...
Y así, entre Jean y Lie nos explicaron por fin el suceso que había retrasado por un día su vuelta. Dijo que estaban paseando en el festival cuando unos guardias exigieron hablar conmigo, pero dado que la capitanía provisional era de Jean, él se hizo cargo. Al parecer un ciudadano con un puesto en el festival había acusado a la gentuza isleña de hurtar algunos de sus artículos.
El aurodiano no pudo señalar a nadie. Obviamente los isleños se ofendieron y armaron revuelo (con razón). Como no se aclaraba nada con Jean, Rapunzel llamó a Mal y Ben, a quienes les bastó un rato para que los monarcas de aquel reino dejaran partir al ferri.
—Así que los llamaron ladrones —resumí.
—Pero no fue eso lo que más nos preocupó, Uma. En realidad no vimos a los reyes.
—Lie, los retuvieron por horas por algo que no hicieron.
Georgia frunció el ceño y me señaló.
—Sabes que los aurodianos nunca han dejado de pensar eso de nosotros y eso podemos aguantarlo, pero si los reyes nos siguen ignorando ¿qué será de nosotros?
De pura rabia, golpeé la mesa.
—No los saludaron, ¿cuál es el maldito problema?
A excepción de Mag, todos fruncieron el ceño ante mi arrebato.
—Capitana, yo he pensado igual que tú estas semanas, que ellos no nos abandonarían, pero no han sido los mismos reyes que estaban con nosotros cada semana.
Miré a Jean fijamente; su postura me sorprendió. No era de los que pensaban fácilmente mal de la gente. Él y Mag habían sido los únicos que, sin necesidad de pedírselos, me habían apoyado en tranquilizar a los isleños desde el primer fin de semana en que Mal y Ben no nos visitaron.
—Están equivocados. Mal no haría eso.
Decir su nombre en lugar de su título pareció surtir efecto. Esa reacción me disgustó: Mal había demostrado ser una reina presente, a pesar de todas las dudas que había tenido de ella.
—¿Lo piensas con honestidad?
Georgia hizo rodar su silla de ruedas hacia mí, con esa expresión sigilosa, como si no pudiera creer en nadie. Yo no soy igual, me dije, yo puedo creer en las personas si me dan motivos. Pero trataba de no juzgarla. Su lesión la marcó desde niña, y su vida no era un campo de flores antes de eso.
Cuando la vi tirada junto a su hermano moribundo, tenía el cabello pelirrojo hecho una maraña. Ella no se molestaba en pedir misericordia, en su lugar murmuraba la lista de las personas que estaban ahí cuando sucedió su desgracia. Los espectadores. Entonces sus ojos negros se detuvieron en mí, y parecían expresarlo todo en su rostro, la indiferencia, la frialdad oculta, el hambre de tomar la oportunidad que le daría.
El desorden en su apariencia era pasado. Ahora intentaba aparentar lo que no era con su nuevo pelo corto a ras de la nuca y su bien elegida vestimenta.
—Creo en ellos —puntualicé con claridad.
—Lo dices porque Mal es tu amiga —comentó Georgia—, y también lo es de nosotros, pero...
—No lo digo por eso —me apresuré a decir. Los miré uno por uno—. Tenemos un trato.
Mi tripulación bajó la cabeza levemente. Conocían mis tratos y la importancia que yo les daba, la importancia de que los otros la cumplieran. Era la única cualidad que me gustaba pensar que mi madre me había heredado. Me gustaban las promesas que podías creer que se cumplirían; yo no podría confiar en Mag, Jean, Georgia y Lie sin esos tratos. Sería imposible.
Mal y su esposo estaban obligados a no decepcionarnos desde el momento en que nos reunimos en la costa y prometieron que seríamos sus iguales, que tendríamos derechos y también oportunidades. No tenían razones para no cumplirlo.
***
¿Cuál crees que sea la razón de que Mal y Ben se ausenten?
Hola, si te está gustando el fanfic, te invito a votar por el capítulo y comentar algo si puedes. Me encantaría 🙈. Yo sí quiero decir algo: extrañé un montón escribir estos primeros capítulos sin Mal y Ben :( Pero Uma siempre me pareció interesante por su deseo ferviente de luchar por su pueblo y es otra protagonista con todo derecho.
Saludos, y que todas tus lecturas en Wattpad o fuera de él sean maravillosas :)
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