Capítulo 1. Un pequeño robo
No todos están preparados para vivir de este lado del puente. Esto no es un cuento, debí saberlo.
Uma en Mi Bella Descendiente (capítulo 41)
***
De verdad que no estaba de humor para lo que venía: los rostros sonrientes de los isleños, que pronto se esfumarían al bajar. Pero aun así no aparté la mirada del mar, porque esperaba ver aparecer el ferri que traería a mi gente de regreso a su verdadero hogar.
Me crucé de brazos y me acerqué más hacia la borda. De algún modo el mar era capaz de tranquilizarme con facilidad; tan solo verlo me recordaba que era imposible sentirme mal aquí. En eso oí los pasos de Mag, pese a los silenciosos que solían ser. Siempre tratando de pasar inadvertido, pero siempre presente. Ese era su secreto.
Mag advirtió que yo me di cuenta de que estaba ahí.
—Los esperas —afirmó.
—Debí ir. Sin mí hacen demasiadas tonterías.
Era una broma, pero él dejó de sonreír.
—¿Lo harían? —pero no lo dijo con enojo, sino con nerviosismo.
La cara de Mag llamaba a que le diera un abrazo, pero solo pude llevar ese consuelo a mi voz.
—Se comportarán. Lo prometo.
Nadie habló por un rato. Estaba tan aburrida que hasta me percaté de que Mag miraba con tristeza las torres bien altas que desde aquí se veían por el suroeste; pertenecían al Castillo-al-mismo-lado. Él solía ir y venir de allá con frecuencia, ocupándose de hacer notar a Evie y a Mal que podían contar con él, pero llevaba días inquieto, exactamente desde que la amiga de la reina había cerrado el edificio temporalmente para irse con Doug a abrir un nuevo 4hearts, en Summerlands.
Le di una palmada en el hombro.
—Ya ayudas mucho.
Mag devolvió una sonrisa holgazana.
—¿Mal no te ha dicho cuándo volverá?
—Al igual que los demás, no los he visto en semanas —respondí, poniendo los ojos por primera vez en Auradon. No pude evitarlo.
Moví la cabeza tan rápido que Mag advirtió mi tonta reacción y la razón detrás.
—No te quedarás sin tripulación, Uma. Solo se divierten.
Me encogí de hombros, despreocupada.
—Como sea, hay mucho que hacer en la isla. ¿Ya viste ese lote baldío detrás del vecindario cinco? Les encantará como mazmorra subterránea. No tienen nada así en Auradon.
—Pero las mazmorras son cosa del pasado...
Vaya, la Isla de los Perdidos había pasado de ser lo más genial en los primeros años a estar casi vacía. Parecía más una ciudad de fantasmas que de travesuras.
Por esa razón el disturbio que empezó a armarse fue musica para mis oídos.
Un grito. Dos gritos.
—Estás loca —murmuró Mag, pero aun así me siguió.
Dado que el ajetreo no sonaba lejos del puerto, supuse que estaría más cerca de la entrada que de la aldea. Corrí rápido hacia ahí, pero Mag no tenía tanta prisa.
Empecé a ver a algunos isleños discutiendo entre sí a gritos; no habían llegado a los golpes, así que por ahora no tenía que preocuparme, pero cuando me aproximé más vi a una niña en medio de los bandos. Una niña isleña, claro, solo una de Auradon lloraría.
—¡Semanas!
—Por los garfíos, eso ya quedó claro. ¿Por qué no se buscan otro argumento?
Algunos isleños rieron.
Pero Georgia lanzó una mirada feroz que calló al instante al amigo de Annie. Pero Annie no flaqueó.
—Quizá los reyes de todo el maldito país están ocupados. Quizá no pueden venir a vernos personalmente para decirnos: "No pondremos la barrera: están a salvo". Porque oh, sorpresa, ¡la estúpida barrera no está!
—Pero el ferri no ha regresado. ¡Tal vez porque los isleños se enteraron de algo y escaparon! —exclamó Georgia paranoica—. ¡Nunca habían fallado!
Annie estaba a punto de burlarse, pero alguien le ganó la palabra.
—Y no lo han hecho —dijo otra voz, más resuelta a la vez que aguda—. Debe haber problemas en otros reinos, esa es la explicación. Ellos vendrán pronto.
Y sonrió. Era una sonrisa cariñosa. Eso lo supe de inmediato por venir de quien venía.
Sinsaya era una niña con mucha desenvoltura, ni siquiera ocupó gritar para que todos le prestaran atención. Era mi pequeña isleña preferida, aunque era probable que hubiera dos personas que la quisieran más. Mi razón particular era que, mientras muchos niños ya vivían en Auradon, la mayoría de los que había al inicio, ella había decidido quedarse porque decía adorar la Isla de los Perdidos.
Georgia fue la única que no se había tranquilizado, parecía que apenas veía a Siya. Tenía una pinta algo mezclada: por un lado chalecos de cuero y por el otro, alborotadas faldas típicas de las aurodianas. Sus ojos verdes expresaban temor.
—Bueno, supongo que no pondrían la barrera contigo aquí.
Siya emitió un suspiro de resignación, pero tal vez decidió que era todo lo que podía hacer por el momento. Empezó a caminar hacia mí, y las isleñas la siguieron con la mirada. Georgia movió su silla de ruedas. En aquel momento me di cuenta que Annie había desaparecido.
—Uma...
—Georgia, no pienso repetir la misma conversación.
Molesta, se largó para adentrarse a la aldea.
—No tienes ser dura con ellos. Están asustados —intervino Mag.
Sacudí la cabeza.
—No es malo vivir aquí. No tendrían que estar asustados.
—Y no tendrían que desconfiar de los reyes —agregó Siya.
La volteé a ver; su mirada era de completa nostalgia. Ella amaría estar allá, pero no podía caerme mal por eso. No era el lugar lo que su corazón anhelaba.
***
—No tenías que traerme —comentó la niña mientras caminábamos por la aldea.
—Cuido de mis isleños, chiquilla. Es mi trabajo.
—Pero puedo estar sola. No va a pasarme nada aquí.
Asentí. Siya era una niña muy independiente, pero últimamente la situación también me ponía nerviosa a mí. La isla no había estado tan callada y sola desde que escapé con los villanos hace años. Mal y Ben me habían contado que en esa época los isleños se habían paralizado de algún modo; no sabían qué hacer sin villanos y sin todo el alboroto.
Sabía que esta vez no era por un escape, sino porque la mayor parte de la gente se había ido a un viaje al País de Nunca Jamás. Aunque no lo admitiría, me preocupaba el retardo de los isleños, pues por primera vez yo no los había acompañado. Se habían ido hacia una semana, y Mal no me había contactado.
Probablemente estaba enojada, lo cual no me quitaba el sueño, pero esta quietud no me hacía sentir a gusto.
—Los isleños también regresarán pronto.
Siya entró a la casa hogar, y me adentré tras de ella.
—Lo sé —dije—. No puedo creer que todos los niños se hayan ido.
—Sí. Creen que es más probable que los adopten si están en Auradon.
—Muy astutos —me reí.
Siya compartió la carcajada, pero se iba quedando más pensativa a medida que deambulaba por el edificio.
Jamás se lo había mencionado, pero Siya podría ser buscada con facilidad para integrarse en una familia aurodiana. Su aspecto no era considerado estrambótico, más que su tendencia a dibujarse figuras en la cara. Tenía los ojos grises y una boca de corazón que parecía anaranjada. Solía trenzarse el cabello castaño oscuro en una diadema, y sus mechones caían sueltos con rebeldía sobre la espalda.
Además, que tuviera diez años seguía siendo aceptable para nuestros vecinos. El gran inconveniente que la mantenía huérfana era su crianza tan particular en tiempos recientes, aunque magnífica; en parte dada por una guerrera aurodiana e isleña, y por el hombre más poderoso y culto del país. Esto había sido más una casualidad que una deliberación, pero igual su futuro dependía literalmente de una decisión que empezaba a demorarse.
Pero yo no veía el problema a que no adoptaran a ninguno de ellos. Los isleños éramos solitarios por naturaleza. Así sobrevivíamos. Algún día los niños se convertirán en buenos isleños y no necesitarían a esos aurodianos ni a nadie.Pero yo no veía el problema a que no los adoptaran. Los isleños éramos solitarios por naturaleza. Así sobrevivíamos. Algún día se convertirán en buenos isleños y no necesitarían a esos aurodianos ni a nadie.
Tampoco Sinsaya.
***
Nunca me había gustado recordar el pasado. Era innecesario. Había habido eventos que me devolvían a él, como cuando Mal y yo tuvimos que hacer las paces para salvar a los isleños y luego para ayudar a reformarlos. Pero no tuve que escarbar demasiado para llevarme bien con ella. Si hubiera tenido que hacerlo, el mismo pasado me hubiera confundido y no hubiera podido hacer nada.
Pero esa noche yo estaba sola en el barco y escuché un par de ruidos. Eran sonidos no tan cercanos a mi camarote, pero sabía que provenían de la bodega. Podría ser que mis isleños hubieran vuelto y mis tripulantes estuvieran descargando las cosas que traían de Auradon. Era la una de la mañana, no sería raro que estuvieran despiertos a esta hora.
Pero no eran ellos. Me asomé por la ventanilla y el ferri no se veía en su lugar asignado en las amarras. Sea quien fuera, debía pensar que teníamos las costumbres horarias de Auradon, o bien que las habíamos adquirido. Eso me irritó.
Me deslicé fuera de los camarotes para salir del interior de la balandra. Mientras bajaba se seguían oyendo las cajas arrastrándose y unos golpes de cosas al caer y algunos pasos. Quienes fueran los ladrones, no eran muchos. A lo sumo dos. Pero los isleños no se robarían a sí mismos; lo guardado en la bodega eran víveres para la isla. Por otro lado, a pesar de que los aurodianos no me agradaran, no me los podía imaginar robando.
Y menos robándome en las narices. Sería el robo más idiota jamás planeado.
Rodeé el barco, pero no me acerqué demasiado a la compuerta. Quería descubrir a qué venían y por qué aquí para no verme en la necesidad de escuchar sus mentiras.
—¡Rápido! Con una caja bastará.
—Aquí hay muchas cosas. No veo la comida... —respondió otro en voz baja.
—¡Tenemos que volver antes de que se dé cuenta!
Hurgaron unos minutos más sin decir nada, cada vez más desesperados. Intenté enfocarlos, pero no los reconocía. No eran de Auradon, su ropa era muy vieja y desgastada. Pero ningún isleño actualmente vestía así. Ahora vivíamos muy bien, así que no necesitábamos robar.
—Aquí hay algo...
—Entonces vámonos —dijo con urgencia el vigilante. No hacía un buen trabajo—. La capitana podría venir en cualquier momento.
El que había encontrado la caja se apresuró a cargarla, pero noté con asombro lo mucho que le costaba hacerlo, al punto de que necesitó la ayuda de su compañero.
Decidí en ese momento quiénes eran, no importaba que no supiera sus nombres. Eran isleños. Y sabía de qué clase, pues solo había pocos isleños que no sabían robar.
Cuando los oí salir, trepé rápido la balandra hasta ponerme fuera de su vista; supuse que si eran malos ladrones, serían terribles fugitivos. Sin embargo, el ladrón que cargaba la caja a duras penas me volteó a ver concienzudamente. Él, de algún modo, había sabido que yo podría escucharlos. Que quizá los atraparía.
Con la misma lentitud con que me observó, depositó la caja en el suelo. A continuación murmuró algo que me dio escalofríos y me paralizó: "Por favor".
Me habían nombrado la encargada de la Isla de los Perdidos, no solía tener problema en acatar las indicaciones de los reyes, pero las circunstancias ya no eran coloridas como al principio. Me daba rabia y miedo imaginar lo que Auradon haría con él y los suyos. Así que hice lo que debía hacer.
Dejé que se fueran.
***
Gracias por leer :)
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