Capítulo VI
Con un cielo gris y un gran viento moviendo un par de hojas a su alrededor, en un frío y polvoriento suelo, mientras Lucas lidiaba con Tara y John en la discoteca, Aquino aparecía por culpa del llavero que tenía en su mano. Este se apagó y dejó de emitir luces azules y amarillas de cualquier tipo, esas eran las únicas luces que se veían a la lejanía, todo estaba tan solitario que incluso Aquino se sintió solo, aunque realmente lo estaba. Sin nadie a su lado, ni un alma recorriendo la calle en la que estaba, guardó el llavero en el bolsillo de su traje y al pararse quitó el polvo del mismo y arregló su cabello. Al mirar por todas partes, reconoció el lugar, ya había estado antes por allí, era 2030, pero no parecía ser de su universo.
—No... no puede serlo —susurró.
No podía asimilarlo, había vuelto al año en el que casi nadie estaba con vida, el llavero le era inservible en ese momento, trató de utilizarlo, pero al ver que no tenía éxito lo guardaba de nuevo. Su última opción era caminar en busca de señales de vida, y eso fue lo que hizo. Caminó y caminó hasta llegar a una pequeña tienda, la cual al instante reconoció.
—La discoteca está por aquí cerca —pensó mirando hacia todos lados, todavía no había señales de vida.
Aquino entró a la tienda pasando por encima de un tronco caído en la entrada, al cruzar intentó hacer el menor ruido posible mientras buscaba algo que pudiera ayudarlo, pero no había nada capaz de hacerlo. Buscó por cada estante, todo estaba vacío, incluso una rata cruzó al final del pasillo, la oscuridad reinaba tanto que los ojos rojos de la rata se notaban desde lejos. Aquino regresó al no encontrar nada, por lo menos sabía que una rata seguía con vida, quién sabe por cuánto tiempo.
Al volver pasando por encima del tronco, Aquino limpió sus manos contra el traje y luego lo sacudió, todavía le parecía importante verse formal, tenía esperanza en que podría volver. Antes de poder dar otro paso, escuchó dos voces aproximándose a lo lejos.
Lo primero que pensó fue ocultarse detrás de un coche destrozado, y eso fue lo que hizo, escondido, vio como dos hombres con mochilas y unas voces muy graves llegaban a estar del otro lado del automóvil, pero ya era tarde para Aquino, tropezó con una piedra por error y eso alertó a los hombres, que lo vieron a través de las ventanas destrozadas del coche.
—¡Eh! ¿Quién anda ahí? —preguntó uno de los hombres mientras alzaba un rifle.
Aquino no había notado el arma segundos antes, así que decidió levantarse con mucha lentitud mientras levantaba sus manos.
—¡No disparen! No tengo nada.
Los hombres se miraron entre sí y observaron a sus alrededores, al parecer dudaban de la situación.
—¿Estás solo? —preguntó el otro hombre mientras que el del rifle se acercaba al lado de Aquino, quien retrocedía un poco alejándose del coche destrozado.
—Nadie me acompaña, no tengo nada, yo iré por mi camino, y ustedes por el suyo.
Los hombres continuaron observando a sus alrededores y en un momento, uno de ellos retrocedió.
—Vámonos.
El hombre del rifle veía al otro retrocediendo, Aquino no comprendía quiénes eran, pero tampoco dudó en aceptar la retirada. Aquino bajo los brazos y el hombre del rifle continuó apuntándole, sus manos estaban sudorosas, se notaban sus nervios, al igual que los de Aquino, aunque este yacía un poco más calmo por la situación, más que nada le preocupaba no volver al pasado.
—Está bien —bajó el rifle— vamos.
El hombre del rifle retrocedió un poco sin darse vuelta y cuando ya estaba un poco lejos de Aquino, ya casi cruzando el coche destrozado, miró al otro hombre y este le asintió. Aquino comprendió al instante que iba a pasar y recordó que cargaba una pistola. Cuando el hombre levantó de nuevo el rifle, Aquino ya le había apuntado con la pistola, él fue más rápido que el rifle y las sudorosas manos del hombre, que no pudieron impedir la muerte del mismo de un simple disparo en el pecho. El rifle también fue disparado, pero Aquino logró cubrirse agachándose con mucha agilidad.
El otro hombre gritó por la muerte de su compañero y corrió en busca del rifle, Aquino fue hacia su izquierda y se escondió detrás del otro lado del coche, el hombre agarró el rifle, recargó una única bala con mucha rapidez y le apuntó a Aquino, disparó, pero falló descaradamente, la bala ni siquiera había rozado al viajero en el tiempo, quien se encontraba ya a un costado del hombre apuntándole en la cabeza.
—Suéltalo.
—Está bien —dijo tirando el rifle muy lejos— por favor, no lo hagas.
El día de Aquino había sido ya muy complicado, sabía que la muerte del hombre no iba a cambiar nada, al igual que su supervivencia, así que lo dejó con vida.
—Espero no volverte a ver.
—Sí, sí. Lo siento, no te causaré ningún problema, no volverás a verme —dijo con una temblorosa voz.
Aquino vio que el rifle estaba muy lejos y decidió dejar al hombre, cuando se alejó detrás del coche, escuchó algo. El hombre había levantado el rifle y recargado alertando a Aquino, quien giró y al instante disparó tres veces, dos de tres balas cayeron sobre el hombre, ahogando de sangre sus pulmones y provocándole la muerte.
—Tenías razón.
Aquino revisó los cuerpos, no encontró nada más que unos lentes de sol, los hombres parecían serle inservibles muertos e incluso con vida, decidió alejarse yendo hacia la discoteca. La puerta estaba rota, eso fue lo primero que vio cuando llegó, obviamente también notó grandes partes del edificio destrozado, lo siguiente fue un gran destello azul y también amarillo que iluminaba la discoteca, pensó entrar a fijarse pero pasos detrás suyo lo alertaron, al girarse, encontró a un hombre encapuchado, también con una gran mochila verde y lo que parecía ser un rifle de francotirador en su espalda que podía notarse desde cualquier sitio, además de ello, el hombre cargaba una escopeta con la cual le apuntaba a Aquino.
—Ni se te ocurra moverte.
Aquino volvía a encontrarse en la misma situación que antes, por lo que prosiguió levantando sus manos.
—Por favor, dime que los que asesiné no venían contigo.
—Yo estoy solo.
—Bueno, somos dos.
Aquino dio un paso hacia adelante y el hombre disparó delante de sus pies, frenándolo.
—¡Ni un paso más!
Aquino ni se alteró, su rostro parecía mantenerse serio, sin ningún repentino movimiento, aunque sus ojos observaron de arriba a abajo al hombre por unos segundos, también intentó mirar sus alrededores, pero no localizó nada que pudiera salvarlo de esa situación.
—Está bien. No voy a moverme de aquí- permaneció de pie y esperó que el hombre desconocido camine hacia él, cuando este lo hizo, pudo identificarlo bajo la capucha.
—¿Michel?
—Santi... —lanzó la escopeta al suelo y corrió a abrazar a su amigo, que lo recibió con los brazos abiertos, con muchas dudas de si era el Rubio que conocía.
—Me da gusto verte. ¿Cómo sobreviviste después de lo que pasó con Antonio? —preguntó el Rubio, separándose de su amigo.
—¿Yo? ¿Cómo sobreviviste tú? —respondió después de aliviarse al descubrir que ese sí era su amigo.
—Eso, eso es una corta historia. Después de empujarme hacia el núcleo, aparecí por aquí en el suelo y tomé la primera mochila que encontré en la calle.
—¿Y cuándo fue eso? ¿De dónde has tomado las armas?
—Las encontré en una armería, por lo que veo, o pertenecían a alguien, o el lugar nunca fue explorado. Aunque si dices que viste a unos hombres, no le veo mucho sentido a lo último que dije, además, ese lugar ya lo había explorado antes.
—¿Hace cuánto que estás aquí?
—¿Un par de horas? —estornudó y retomó— No lo sé.
—Veo que el polvo sigue siendo una molestia.
—Sí... —rascó su nariz— ¿y tú? ¿Cómo sobreviviste? —levantó la escopeta del suelo mientras oía a Aquino.
—Luché contra Antonio y traté de detenerlo, pero no pude hacerlo —se lamentó suspirando— explotó el núcleo y de allí salió un llavero. Al tocarlo viajé hasta encontrarme con una versión mía del futuro, me comentó sobre los viajes temporales y los distintos universos existentes, al parecer no éramos los únicos que sufrieron la catástrofe, pero sí somos los únicos capaces de impedirla.
—¿Universos? ¿Acaso estamos en otro? Por eso estaban estas armas allí en la armería —reconoció.
—Eso supongo, ahora estamos en el universo del Lucas al que le pedí ayuda.
—¿Lucas? ¿Qué haces con él? —miró frunciendo el ceño.
—Está ayudándonos, o eso creo, no lo sé, no veo muy posible volver.
—Entonces, si ahora eres una especie de viajero en el tiempo, ¿dónde está tu máquina?
—Justo aquí —sacó el llavero de su bolsillo.
—¿Tu máquina es un llavero? —observó detalladamente la mano de Aquino, quejándose por lo pequeña que era su máquina.
—Nunca hemos visto una máquina en realidad, además, causa los mismos estragos que una grande, y es igual de impredecible.
—Déjame verla —tomó de un manotazo el llavero.
—Al igual que tú —suspiró— ten mucho cuidado —giró y miró la discoteca.
En la mano del Rubio, el llavero comenzaba a parpadear escaladamente, las luces azules y amarillas volvían a encender el lugar.
—Eh... ¿Santi? ¿Esto tiene que pasar?
Aquino giró y vio la mano del Rubio.
—Mierda, tira la escopeta al suelo y dame tu mano —exigió extendiendo su mano.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¡Hazlo! ¡Ahora!
El Rubio lanzo contra el suelo la escopeta y tomó a Aquino de la mano mientras mantenía el llavero en la otra, segundos antes de ser teletransportado, Aquino miró el llavero en la mano del Rubio y también vio la discoteca, los colores eran los mismos, esto lo dejó con una gran incógnita que supuso debió haberla resuelto minutos atrás.
Antes de poder sacar sus propias conclusiones, Aquino se desvaneció junto al Rubio, ambos fueron teletransportados por culpa del llavero hacia una especie de baño en un edificio. Las luces del lugar estaban apagadas, la repentina llegada de los chicos alumbró el sitio por un instante, pero luego, ni luces ni voces se escuchaban en el interior, o el exterior del baño. Estando precavido, Aquino guardó el llavero quitándoselo al Rubio de la mano y después decidió susurrar.
—Ten cuidado, no hables muy fuerte, nadie debería de saber que aquí estamos.
—¿Qué nos ha pasado? ¿Cómo sabías que eso sucedería? —dijo en un tono inferior al de su grave voz, aunque todavía no estaba susurrando del todo, también le costaba debido a varios problemas auditivos que llegaría a tener por culpa del francotirador que cargaba en su espalda.
—Dejemos eso para después.
Con todo el peso cargando en su espalda, el Rubio no se preocupó por ser visto y abrió la puerta del baño, no sin antes ser detenido por Aquino con un toque en su hombro.
—¿Qué estás haciendo? Deja eso aquí.
—No iré a ningún lado sin mi arma.
—Tranquilo, tengo una más pequeña. Ya déjala por ahí, después volveremos a buscarla.
—Bien —se quitó la pesada arma de la espalda y la dejó detrás de la última puerta donde un inodoro se encontraba. Ni pensó en quitarse la mochila.
Aquino tocó el pestillo de la puerta luego de observar al Rubio y cruzó con esperanzas de encontrarse en la discoteca, aunque en el fondo sabía que no iba a ser posible, y así fue, ambos estaban en otro sitio.
Aquino cruzó la puerta y se encontró con una barra de madera y unos largos estantes con bebidas alcohólicas. Lo extraño era la suciedad del baño, la cual era prácticamente nula, el lugar parecía completamente nuevo, ambos pensaron si habían entrado antes, pero al no encontrar respuesta, ninguno habló sobre ello.
—¿Dónde demonios estamos? —preguntó el Rubio, mirando las bebidas y al instante acercándose para tocar un par de botellas de vidrio.
—Ni se te ocurra tomar algo de esto —señaló estrictamente al Rubio.
—Jamás.
El Rubio dejó la botella de Whisky que había recogido sobre la mesa interior de la barra, donde también había un cuchillo de cocina y un destapa corchos.
Ambos notaron la oscuridad interior e insistieron con salir del lugar, probaron por la puerta principal, la cual se abrió sin ningún problema, afuera, las luces de la larga calle iluminaban el camino de los chicos, que permanecieron de pie por unos largos segundos contemplando el alrededor en una oscura y vacía calle, aunque los edificios no estaban rotos, las cosas sí eran distintas.
Cruzando la calle, frente al bar compuesto por ladrillos rojos y morados, una larga cancha de tenis permanecía distante de la luz artificial de las lámparas, un largo camino separaba a la cancha de la calle, el terreno era muy largo como para solo tener una cancha, parecía ser un lugar muy solitario.
—¿En qué año estamos? —preguntó el Rubio, observando un callejón a su izquierda.
—Me gustaría saberlo. No te separes mucho.
—Sé cuidarme solo —se alejó y comenzó a caminar por la acera a la izquierda, a lo lejos se veían un par de coches estacionados contra la calle, allí sí parecía estar todo más normal.
Aquino siguió por atrás al Rubio, sabiendo que cualquier cosa podría causar estragos. Dando pasos muy lentos, el Rubio llegó hasta donde estaba el primer coche rojo, allí, Aquino miró hacia atrás y contempló la oscuridad, luego miro hacia adelante y vio como el Rubio continuó moviéndose hasta toparse con una puerta que se abría en el momento.
Abriendo la puerta del edificio, Luciano, de casi un metro ochenta, con el cabello negro y un saco del mismo color, escribía en el teléfono sin mirar hacia arriba, he allí el choque repentino que tuvo con el Rubio al salir del edificio en el que estaba.
—Perdón —dijo y continuó caminando, pasando casi por al lado de Aquino.
El Rubio giró al reconocerlo y al instante Aquino trató de detenerlo, pero no pudo impedir con muecas que este hable.
—¿Luciano? ¿Eres tú?
Aquino permaneció en silencio y Luciano giró, viéndolo a él a su lado, y al Rubio detrás suyo, con un rostro contento.
—¿Sí? —respondió dudando.
—¡Soy yo! ¡Rubio! Bueno, Michel.
—¿De qué estás hablando? —guardó el teléfono en el saco.
—Nada, está medio loco, déjalo —trató de convencer Aquino, agitando su mano tratando de alejarlos a ambos.
—Venimos del futuro, al no reconocernos, eso supongo.
—¿Futuro? ¿Rubio?
—Ya olvídalo —dijo Aquino.
—Si es cierto lo que dicen, y tú eres Michel —señaló con su mano y luego señaló a Aquino —tú debes ser... —pensó por unos segundos y lo reconoció por el bigote —Santiago.
—¡Exacto! —exclamó el Rubio.
—Carajo. ¿Qué año es este? —dijo Aquino, ya asumiendo la metida de pata del Rubio.
—Así que es verdad, no creo que sea una broma, ya que no he sabido nada de los demás chicos. Estamos a once de julio, de 2023.
—Así que estamos de vuelta en este día. ¿Hace cuanto que no sabes nada de Lucas o Santiago?
—Hace un par de horas.
—No, dime exactamente.
—No lo sé, ahora son las nueve, supongo que fue hace cinco, seis, no lo sé. Además, ¿por qué dices Lucas o Santiago? ¿Están contigo?
—Sí, lo están. Y no podemos llevar a nadie más.
—¿Por qué no? ¿No era que el mundo se estaba acabando? No podemos dejar a Luciano aquí —dijo el Rubio.
Luciano escuchó atentamente y permaneció en silencio, sin ellos saberlo, le habían revelado algo importante.
—Al irnos, la línea del tiempo se pausará, vámonos.
—¿Cómo lo haremos? ¿El llavero? —dijo el Rubio.
Aquino sacó el llavero del bolsillo y Luciano lo observó con mucha cautela. El llavero no se encendió y los tres lo miraron.
—¿Esa es la máquina del tiempo?
Aquino guardó el llavero sin responderle a Luciano, miró al Rubio y le ordenó ir en busca del francotirador, una vez que este no estaba, Luciano trató de persuadir a Aquino.
—Ese llavero —señaló con su mano— ¿está roto?
—Puede estarlo. ¿Qué hay de Lautaro y Esteban? ¿Los has visto? —intentó llevar la conversación hacia otro lado.
—Estaba hablando con ellos por teléfono hace unos minutos —metió sus manos en los bolsillos del saco— Esteban está en el cine con su novia, y Lautaro fue a buscar a Tara a su trabajo.
—Veo que llevan una vida bastante ocupada. ¿Y tú? ¿Qué hacías por aquí?
—¿Han usado ese llavero antes? —volvió al tema inicial mientras el Rubio recogía el francotirador.
—¿Qué? ¿Por qué preguntas eso? —miró hacia el bar, esperando que el Rubio regrese.
—Están yendo al pasado, no al futuro, así que supongo que tuvieron problemas. Lucas y Santiago están en el pasado, y ustedes no.
—¿Y? —entrecerró los ojos.
—Moriré aquí, y ustedes no.
El Rubio volvió cargando el francotirador en la calle, sin pensar en lo que las demás personas dirían, aunque nadie rondaba por la calle a esas horas, excepto por el astuto Luciano, que continuaba conectando puntos clave.
—Listo. ¿Ya podemos irnos? —preguntó el Rubio, acomodando el francotirador.
—Sí —sacó el llavero y después de unos segundos, se lo dio al Rubio, Luciano contempló el momento al ver que nadie lo alejaba.
El Rubio tocó el llavero con la palma abierta mientras llevaba su otra mano en la tira de la mochila, al ver que la maquina no funcionaba, miró a Aquino esperando respuestas.
—¿Quién usó el llavero para venir hacia aquí? —preguntó Luciano.
—Yo —respondió con mucha rapidez el Rubio, antes de que Aquino pudiera mentirle.
—Y antes de eso, Michel, ¿estabas con Santiago?
—En el futuro, sí, aunque no era el mismo futuro, era distinto...
Aquino miró a Luciano y al Rubio, alternando miradas entre uno y otro, pensando lo que debía hacer, Luciano ni se centraba en el arma del Rubio, así que usar la pistola que tocó con su mano derecha por detrás de la espalda para amenazarlo no iba a dar resultado.
—Futuro, ¿eh? Así que Santiago está aquí por segunda vez.
—Sí. ¿Y qué? ¿A qué quieres llegar con esto? Vete y continúa con lo tuyo.
—Si me voy, muero, si ustedes no se van, mueren, estamos en la misma situación. Y yo no quiero morir.
—Pero tal vez una golpiza si te llevas.
—Oigan, deténganse, no hace falta pelearse por esto, cuando vayamos con los demás todo se resolverá —dijo el Rubio, tratando de aliviar la tensión, aunque no lo logró.
Aquino miró el llavero en la mano del Rubio, se detuvo a pensar y reconoció al instante lo que sucedía, él había usado el llavero una única vez, igual que el Rubio. Por tanta mala suerte que Aquino tendría, este miró al Rubio, luego a Luciano y después al llavero con una tibia mirada, Luciano había resuelto lo mismo un par de segundos antes, lo que le llevó a quitar de la mano del hombre con mochila, el llavero.
En la mano derecha de Luciano, el llavero comenzó a parpadear distintas luces de color azul y amarillo, Aquino trató de prevenirlo, pero su única solución fue tomar de la mano a Luciano y luego, el Rubio recapacitó al ver que sucedía y tocó el hombro de Luciano.
—¿Qué están haciendo? ¿Qué sucede con el llavero?
Luciano se veía asustado, por más rápido que fuera, las luces del llavero le quitaron toda la confianza que tuvo al arrebatárselo de la mano al Rubio, pensó todo lo malo que le pudiera pasar a alguien con un objeto así en sus manos.
—Ni se te ocurra dejarlo caer al suelo si quieres vivir —dijo Santiago.
Luciano cerró su mano y apretó el llavero con mucha firmeza, confió en Santiago, y justo en la acera, los tres se desvanecieron luego de un gran destello de luz que iluminó de lado a lado la calle principal, no sin antes oír un par de disparos provenientes de una calle cercana.
En un callejón de la ciudad, cerca de un cartel de pie del cine, que estaba roto por unos dos disparos, Esteban chocaba contra un contenedor, tambaleándose de lado a lado hasta llegar a una pared de ladrillos rojos, marcando el final de su trayecto. Gotas de sangre caían al suelo por su pie, el pantalón negro que llevaba hacía difícil notar la sangre, en cambio, su camisa blanca, prácticamente roja, sí lo hacía.
Una bala había atravesado a Esteban, y tan asustado como estaba, con un perturbado rostro con el cual ni podía pestañar, giró y vio a un hombre con un completo traje rosa, con unos ojos oscuros y un pelo pelirrojo que estaba peinado hacia su izquierda.
—¡Por favor! ¡No lo hagas! —dijo con una cortante voz— no hagas esto...
El hombre del traje rosa llevaba una pistola silenciada entre sus manos, apuntándole a Esteban, sentenció con una sonrisa en su rostro.
—Ya lo he hecho.
Una única bala salió disparada del arma, un escalofrío recorrió el cuerpo de Esteban antes de caer sin vida al suelo, la caída se escuchó a un par de metros, pero esto no fue lo único que sucedió. A un par de calles, otros disparos eran escuchados por el hombre, que guardó la pistola con mucha prisa, caminó hacia la entrada del callejón y sacó algo más de su saco rosado, un llavero azul idéntico al que Aquino portaba. A la distancia, en la entrada del cine, se podían observar otros dos cuerpos sin vida en el suelo.
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