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Capítulo I

Nunca imaginé estar en esta situación, alguien empuñando un arma frente a mí, en la oscura y friolenta noche, donde ni un alma circulaba por el callejón en el que nos encontrábamos.
El chico estaba decidido a dispararme, jamás comprendí por qué. Sé que lo molesté minutos antes en la discoteca, pero creo que la gota que derramó el vaso fue mi vasta reacción a su simple rechazo. Su novia, una chica tres años menor a mí y a él, era la posible causa de la pelea. Ni que estuviera enamorado de ella, apenas la conocía.
Y allí estaba, enojado delante mío, atrás suyo con dos chicos de su edad, sus amigos, uno obeso y otro flaco, no los había visto en la fiesta cuando llegué y supuestamente lo molesté. Observé su pistola con miedo, ahora que recuerdo, aunque no estaba asustado por mi vida, ya ni le encontraba sentido, todo el tiempo me centré en los estudios y el dichoso trabajo que próximamente iba a atormentarme, literalmente, el trabajo, era una de las cosas que odiaba, por suerte todavía no lo he experimentado. Deseaba ser alguien en la vida, no estoy seguro de haberlo logrado. Recuerdo haberle hablado al chico.

—¡Ya déjame en paz! —exclamé mientras retrocedía un par de pasos.

—¡A ti te enviaré a descansar en paz! —exclamó Rafael enojado.

Levantando la pistola con una única mano, el pelirrojo y ceñido Rafael me apuntó directamente al pecho, se encontraba a unos diez pasos de mí cuando disparó. Con la mayor rapidez del mundo, y sin poder reaccionar de ninguna manera, la bala impactó en mi pecho. Caí al suelo y me encontré mirando las estrellas, la música de la discoteca estaba tan alta que no oí la bala dispararse, nadie lo hizo.
En este instante, la mayoría de personas que conozco diría que ya estaría muerto, pero no soy fácil de matar, incluso en esta situación, he tenido peores... Bueno, no tan peores.
Es de vital importancia contarles cómo llegué a este momento, deberían de saber mi nombre, y el día en el que me encontraba.
Érase un once de julio a la noche, en la discoteca de la poco habitada Little Rock, una pequeña ciudad en medio de la nada, el día en el que me disparaban. Y claro, mi nombre, Lucas, aunque supongo que ya lo sabían.
Un par de horas antes, desperté en mi cama por culpa del despertador.

—Maldita alarma —murmuré.

Observé mi teléfono esperando que sea temprano, pero no lo era.

—¡Mierda! —me levanté de la cama con prisa— ¡Estoy llegando tarde de nuevo!

Al parecer eran las catorce, y estaba llegando tarde a la secundaria, un edificio de tres pisos, gris y bordó en su mayoría. Aunque más tarde entraré en detalle sobre eso.
Vestí una chaqueta azul con uno de sus bolsillos rotos, mi imprudencia lo había roto al engancharme con la puerta de mi habitación. También llevaba una camiseta negra y unos pantalones deportivos negros con zapatos negros, era lo único que vestía para ir a estudiar. Hacía frío afuera, pero mis inseguridades no me permitían llevar algo distinto.
Luego de vestirme, lavarme la cara y peinarme un poco, rápidamente me dirigí en busca de algo para almorzar. En mis dieciocho años nunca había pasado la tarde sin almorzar, pero ese día tuve que hacerlo. El autobús que me llevaría a la secundaria estaba a punto de pasar, la parada se encontraba afuera de mi casa, por lo que pensé en ir a tomarlo.
Corrí mientras colocaba mi mochila en la espalda y no miré atrás, ya era tarde para volver en busca de comida.
Al llegar a la parada, el autobús frenó a mis pies, tuve la suerte de encontrármelo, si no ya era imposible llegar en hora. Lo cierto es que no estaba llegando en hora, llegaba más tarde de lo usual, la primera clase había comenzado hace un largo rato, siquiera sabía si llegaría a la segunda.
Subí y me encontré con el conductor, un hombre de unos cincuenta años, se le veía cansado, probablemente había tenido una mala jornada.

—Buenas tardes —dijo con una mueca en su rostro.

A pesar de tener un extraño rostro, el hombre me sorprendió con lo dicho.

—Hola —respondí tímidamente.

No era alguien que estaba acostumbrado a hablar con gente mayor que yo, mi vergüenza me prohibía hablar en un buen tono, por lo que respondí en voz baja y al instante pagué y caminé hacia un asiento. El autobús estaba prácticamente vacío, vivía en una zona rural poco concurrida, lejos de la ciudad, aunque seguía formando parte de ella.
Cuando me senté, revisé mi mochila y encontré mis auriculares, al instante los conecté al teléfono y comencé a reproducir cualquier canción que me apareciera. No era ningún fanático de algún género especifico. Me quedé observando por la ventana, esperando en algún momento llegar, pensando en lo mal que me haría faltar a algunas clases.
Varios minutos más tarde, llegué a la secundaria. No era tan tarde cómo creía, podía llegar antes que toque el timbre del receso, por lo cual bajé siendo uno de los primeros y crucé la calle sin mirar, era poco probable que algún automóvil pasara por la zona.
Un grupo de niños pasaba por delante de mí frente a la acera, eran doce, me dio tiempo para contarlos y también ver a la maestra que los acompañaba a la escuela, que junto a la secundaria se encontraba, un edificio de la misma altura, pero no los mismos pisos, nunca entré cómo para saber como era. Había ido a otra escuela, no tan lejos, era privada y consistía de pocos niños por clase, no muchos podían pagar para estudiar, tampoco me sentía privilegiado por eso, muchos de mi clase eran mas inteligentes que yo.
Junto a la secundaria, un pequeño establecimiento de compra y venta, también llamado almacén, era mi centro de atención en ese momento. Cruzando la otra calle, ya que los lugares de estudio se encontraban en cada esquina, el almacén era el próximo sitio al que quería dirigirme, pero no pude hacerlo.
Mientras estaba distraído caminando hacia la secundaria, mirando al almacén, una persona encapuchada chocó conmigo.

—Discúlpame —dijo mientras cubría su rostro con la capucha y se alejaba en dirección contraria a la que me estaba dirigiendo.

—No pasa nada —respondí tímidamente otra vez.

Me quedé observándole, no llevaba mochila y eso me llamó la atención. Nunca nadie abandonó una institución encapuchado, con prisa y sin mochila. Yo lo he hecho, pero tenía lo último. Además, no era horario como para salir de clase, tampoco si eras un profesor, lo cual era extraño.
Cuando giró en la esquina dejé de verlo y continué mi camino hacía la secundaria, que se encontraba a mi izquierda, debía cruzar un portón y ya estaría en ella. Antes iba a entrar al almacén, pero la persona encapuchada me distrajo lo suficiente cómo para no hacerlo.
Entrando a la secundaria, me encontré con un pasillo principal vacío, todos los estudiantes estaban en sus clases y eso era bueno, significaba que todavía podría llegar antes que termine la hora. Un grupo de profesores monitoreaba la zona en su descanso y me veían llegar, no me preguntarían nada ya que eso era normal cada día.
Mi clase estaba en el tercer piso, en un salón un tanto pequeño. Apenas subí las escaleras, el timbre del receso estalló. Mi contenta aura desapareció al instante, ahora si estaba llegando tarde. Acumulaba otra falta más en el largo expediente que ya llevaba, no era una de las primeras, si no una de las últimas que podría tener. Un par de faltas más y ya fallaría todo el año, y eso que estaba en julio. En ese 2023 todo era más fácil y yo no me había percatado todavía. El timbre del receso liberó a todos los estudiantes de sus aburridas clases, eso llevó a que una estampida de ellos cruzara por arriba de mí cuando llegué a los escalones que me llevarían al tercer piso. Allí me encontré con alguien conocido.

—¡Lucas! ¿Qué pasó que llegaste a esta hora? —preguntó el chico— ¿Sabías qué ahora tenemos filosofía y ya nos vamos?

—¿Qué? —respondí— no tenía ni la menor idea.

No podía creerlo, llegaba por una única hora, en esa ocasión si que era mejor haber faltado. Lautaro, mi mejor amigo, todavía intentaba descubrir por qué faltaba a día a día, no sé si no lograba entenderlo, pero sus preguntas diarias me molestaban, aunque nunca me decidí a confrontarlo por ello.

—Sí. Tenemos filosofía y ya nos vamos. Llegaste en el peor momento —sonrió— te dejo, iré con las chicas.

Lautaro se alejó de mí y fue en busca de las chicas, dos amigas nuestras desde segundo año de secundaria, Melina y Tara, esta última parecía tener una relación amorosa con Lautaro, no recuerdo mucho sobre todo eso. Lautaro era un tanto imprudente e inmaduro, aunque en esa época todos lo éramos. Vi como se alejaba de mi lado y subí las escaleras, él bajó hacia el primer piso. Cuando llegué a la puerta de mi salón, un chico rubio tocó mi hombro.

—¿Qué haces aquí? —dijo el chico rubio— estás llegando tarde, como siempre.

—Así es, como siempre —respondí.

Michel, otro de mis amigos, aunque preferiblemente nombrado Rubio, ya que era rubio. Siendo de un año distinto al nuestro, era uno de los integrantes del grupo de amigos que tengo, probablemente sea el más bajo de todos. En su rostro se notaba la decepción, aunque era lo único que esperaba de mí, ya estaba acostumbrado a que llegue tarde, o peor aún, que faltase todo el día. Yo, por otro lado, le respondí sarcásticamente a lo que había dicho, era consciente de mi mala acción pero intentaba negarla día a día.

—¿Sabías qué tenemos filosofía y nos vamos?

—Lautaro me lo acaba de decir —le respondí— bajó las escaleras hace unos segundos.

—Lo vi irse de clase, seguro fue con las chicas.

Me reí asegurándolo, el Rubio, al parecer, buscaba a alguien más.

—¿Has visto a Luciano? —preguntó con curiosidad.

—No. No le he visto por aquí.

Luciano, otro más, inteligente y perspicaz, formaba parte del grupo de amigos, todavía no había cumplido dieciocho, y eso que el Rubio cumpliría diecinueve ese año.

—Iré a buscarlo entonces —dijo el Rubio antes de alejarse de mí.

Lo vi alejándose bajando las escaleras, buscaba a Luciano, pero por ahí él no había pasado, no que recuerde, tal vez cruzó por las otras escaleras, estas se encontraban contrarias a las principales, afuera, en el patio. Seguramente lo buscaba para jugar algún videojuego o comentarle sobre alguno de ellos.
Recuerdo entrar al salón e intentar pasar desapercibido, a mis compañeros no les interesaba mi tardía llegada, aunque no lo creía así. Contra la pared que tenía a mi izquierda, me senté en uno de los primeros asientos que vi. Cuando dejé mi mochila en el suelo, alguien tocó mi hombro.

—¡Hola! —dijo el chico.

Al darme vuelta me encontré con Santiago, otro de mis amigos, es fanático del fútbol al igual que Luciano, también le gusta la fórmula uno. Solemos llamarlo Aquino, ya que ese es su primer apellido. Llevaba una camisa blanca con botones y con un pequeño bigote, era el chico mas coqueto del salón.

—¿Qué ha pasado? —preguntó mientras juntaba ambas manos sobre la mesa.

—¿Qué ha pasado con qué? —pregunté distraído.

—¿Qué ha pasado que has llegado tarde de nuevo?

—¿Por qué todos me preguntan eso? —suspiré— solo me dormí de más.

Santiago tenía la mala suerte de que todo lo que me había dicho, ya lo había oído de otras personas, y si en ese momento ya no aguantaba escuchar nada más, él debía pagar por todo, lastimosamente así sucedía.

—Tampoco lo dije como para que esa sea tu reacción —respondió decepcionado— ¿Sabías qué en un rato ya nos vamos?

Al parecer, a Santiago no le importaba mucho mi opinión en ese instante, aunque intentaba ser lo más bueno posible.

—Lo sé —saqué mi cuaderno y un lápiz— Lautaro me comentó sobre eso cuando lo encontré en las escaleras.

—¿Fue con las chicas?— preguntó con curiosidad.

—Si. Eso me dijo.

Santiago quedó en silencio pensando para sí mismo, o eso supuse. Creí que tal vez le interesaba alguna de las chicas.

—¿Le dijiste feliz cumpleaños a Melina? —preguntó.

Tal vez eso me lo confirmó por un momento. Aunque yo tampoco negaba sentir algo por ella, me interesaba hace un par de años, pero no resultó para nada bien.

—No, todavía no la he visto para saludarla.

Lo raro es que Melina se encontraba en el salón, junto a Esteban, otro de mis amigos, con la misma edad que los demás, era fanático del fútbol, la fórmula uno y también básquetbol. Hace un par de años tuvo un amorío con Melina, momentáneo y a la vez impactante para mí en esa época. Ahora solo son muy buenos amigos.

—Está ahí, deberías decirle ahora.

—Lo haré al final de la clase —respondí.

—La clase comenzará en un instante, es mejor que lo hagas ahora, podrías no verla más tarde —insistió.

No respondí de nuevo, tampoco fui a felicitarla por su cumpleaños. Once de julio... es una mala fecha para cumplir años.

—¿No crees que algo malo pasará este día? —preguntó— tengo un mal presentimiento.

Santiago al parecer no le importaba que le ignorase, seguía hablándome, esto parecía importarme un poco más, por lo que continué hablándole, tampoco era mala persona como para no responderle a mi amigo.

—¿Por qué dices eso? —miré por la ventana— ¿Lo dices por el mal clima? 

Afuera estaba soleado, el clima parecía no importarle a nadie, eso si, estábamos en invierno y si que hacía frío.

—No lo sé —suspiró— no tengo una buena respuesta, solo lo presiento.

—Tal vez será un mal día.

Intenté confortar a Santiago diciéndole eso, ciertamente tenía razón. Segundos después de finalizar nuestra conversación, el profesor de filosofía entró a clase, con mucha alegría y con unos lentes de sol que le quedaban un poco mal, dejaba su portafolio encima de su silla.

—Buenas tardes a todos. Parece ser un excelente día, ¿no es así? —dijo mientras dejaba también sus lentes sobre la mesa.

El timbre del receso se escuchó en cualquier piso, ahora todos debían entrar a clase, bromeé con Santiago sobre una costumbre que tenía el Rubio. Santiago creyó que él entraría a clase, mientras que yo no. Era típico de él no entrar a clase cuando el timbre, timbraba, siempre entraba unos minutos más tarde de lo normal, no sé si era peor que mi viciosa acumulación de faltas. Al final, el Rubio entró a clase junto a Luciano y respondí sarcásticamente al comentario de Santiago, dijo que me ganó, y yo lo acepté.
Unos largos y aburridos minutos después, me encontraba vagando en mis propios pensamientos, recordando lo que Santiago había dicho minutos antes sobre el mal día que se aproximaba. El profesor estaba delante de mí esperando que le responda una pregunta que había hecho.

—¿Lucas? ¿Estás ahí? —preguntó el profesor.

—¿Qué? —respondí confundido y poco interesado.

—He hecho una pregunta. ¿Cuál es el sentido de la vida para ti?

La pregunta del profesor fue extraña y desprevenida, no supe que responder, aunque dije lo que creía de ello.

—La vida está para vivirla. ¿No es así? —intenté convencer al profesor de lo que había dicho no se escuchaba muy estúpido, aunque pareció no entenderlo, siquiera yo lo hice.

Algunos compañeros de clase rieron tras mi respuesta, el profesor ignoró lo que había dicho únicamente aceptándolo, suspirando y luego pasando a preguntarle a Santiago, quien buscaba en su cabeza una digna respuesta a la pregunta.

—Santiago, ¿tú qué opinas? —dijo mientras presionaba sin parar la punta del bolígrafo azul que llevaba en sus manos.

—Tampoco tengo idea. ¿Qué clase de pregunta es esa?

Prácticamente, Santiago confirmó que lo dicho por mí carecía de sentido y también lo preguntado por el profesor, pero solo nosotros dos lo pensamos así. El profesor pasó la mano por su rostro arrepintiéndose de habernos preguntado y continuó en busca de otro compañero para interrogar. En ese instante, miré hacia mi derecha y encontré a lo lejos a Esteban y Melina hablando entre risas, no les importaba la clase en lo más mínimo, allí es cuando de verdad me interesé en la pregunta.
¿Cuál es el sentido de la vida? Espero no volver a cuestionármelo.
Ya saliendo de clase, cruzando el gran portón, me dirigí a tomar el autobús, pocos estudiantes cruzaban a mi lado y me preguntaba dónde estaban mis amigos. Antes de llegar a la parada encontré delante de mí a Melina.

—¡Hola! —exclamó con entusiasmo, irradiando alegría por haber tenido un excelente día.

La saludé con un tono distinto, reflejando un tanto de melancolía, hace tiempo que no le hablaba, nos considerábamos amigos, siempre estaba con Esteban o Lautaro, ya que es mejor amiga de Tara, y ella pasaba mucho con él, claro está.

—Hola... Feliz cumpleaños.

—¡Gracias! Hoy haremos una pequeña fiesta en el mismo lugar en el que celebré mis quince años, ¿recuerdas donde es? —preguntó muy entusiasmada, parecía que la larga sonrisa se escaparía de su rostro, y no era mala, por así decirlo.

—Sí —respondí, tenía pocas expectativas de asistir a la celebración.

—Bien, te veré a las ocho en punto por allí —dijo antes de despedirse con un beso en mi mejilla.

Vi como se alejaba e iba con Esteban, quien observaba en su teléfono móvil el horario de llegada del próximo autobús en la parada en la que estaba situado. Contemplé a ambos hablando juntos y luego volví por donde vine, caminé hasta llegar a estar frente a la parada y mi autobús cruzó al instante. Nadie lo había frenado y continuó su camino, caminé tras él intentando detenerlo, pero no lo logré. Me hallaba con un serio problema, el próximo autobús pasaba por la zona apenas en una hora, me quejé sin parar sabiendo que no era la primera vez que lo había perdido.

—¡Maldición! —exclamé irritado.

Vi una botella de plástico vacía en el suelo y la pateé sin pensar las consecuencias. La botella salió disparada dando dos brincos en dirección a la calle y he allí su destino. Entendía que no estaba en mi sano juicio, por eso caminé a agarrar la botella. No miré si algún vehículo vendría por la calle, no me percaté de haberlo hecho. Giré y me agaché en mitad de la calle para agarrar la botella, no observé como una van negra se aproximaba a mi lado, estando detrás de mí, supuse que solo continuaba su trayecto, pero eso no era así.
Un hombre encapuchado apareció por la puerta lateral de la van y me golpeó en la nuca cuando estaba de espaldas, me introdujo a la parte trasera del transporte de cuatro ruedas y caí inconsciente. Nadie pudo ver como desaparecí, mis amigos apenas salían de la secundaria, Esteban y Melina hablaban entre ellos mirando a la dirección contraria, y otros apenas rondaban por la zona.
Si creyeron que mi día a día era un tanto inusual, y que mi mente se encontraba en un extravagante dilema, prepárense para entender la vida de este sujeto encapuchado. Me retiro por un largo tiempo, pero les aseguro que volveré.

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