prologue
—¡Inoue!
El reconocible grito de Kaminari me hizo dar la vuelta, dándome de bruces con aquel grupo tan variopinto.
Minah se acercó a mí dando adorables saltitos y se agarró a mi brazo derrochando una energía abrumadora.
—¿Cómo estás, Kasumi? ¿Ibas a clase? No sabía que también tomabas este camino —me comentó ella, muy alegre.
—Sí, aunque hoy me he desviado un poco —admití, incapaz de admitir que me había perdido.
—Has hecho bien. Podemos ir juntos, ¿no, chicos? —les preguntó, volviéndose lo suficiente como para echar un vistazo al grupito que nos intentaba alcanzar.
Quería estar sola. Aquel era uno de esos días en los que no me sentía con ánimos de interactuar con nadie, pero no iba a rechazar la amabilidad de Minah. Al fin y al cabo, solo llevaba tres semanas en su misma clase. No quería que lo tomaran a mal si soltaba una excusa cualquiera, por lo que sonreí y me dejé arrastrar por mi compañera.
De repente, Kirishima le quitó la cartera de un plumazo y salió corriendo en línea recta.
—¿Eres un niño pequeño o qué diablos te pasa? —echó a cortar en la misma dirección—. ¡Ven aquí!
Kaminari empezó a reír, observando a sus amigos. Se quedó a mi lado, caminando con toda la tranquilidad del mundo, y yo noté un par de ojos tras de mí.
—Íbamos hacia casa de Sero. Vive bastante cerca de la escuela —me explicó, sonriente—. Aunque hoy vamos atrasados porque alguien se quedó dormido, ¿verdad, Kacchan?
Yo quise girarme y ver su reacción, pero su gruñido me quitó las ganas de hacerlo.
—Cállate.
Soltó unas suaves risitas, orgulloso de haber molestado a su amigo, y comprobó que esos dos seguían con vida.
Minah estaba cogiendo del cuello a Kirishima y los dos temimos por la integridad física del pelirrojo, así que Denki se adelantó.
—Será mejor que los separe o Kirishima llegará con más de un golpe —razonó antes de dirigirse hacia la pareja—. ¡Eh, chicos! ¡Nada de violencia en la vía pública!
Pero los dos involucrados no hacían más que alejarse y así fue hasta que cruzaron la carretera aprovechando que los profanos tenían el paso libre. Kaminari los siguió, atravesando la calzada a duras penas, y yo sonreí ante esa pintoresca estampa.
Ensimismada en aquel combate improvisado, tardé en percatarme de que el último del grupo caminaba a la par que yo.
Era extraño verle tan callado.
Sin decir una palabra, llegamos al cruce y nos detuvimos, viendo a los coches pasar. Si los demás no nos esperaban, acabaríamos separándonos en el trayecto.
Aquel silencio, camuflado por el ruido de los coches, fue más breve de lo que había esperado.
—¿Qué te pasa?
Mis ojos se agrandaron.
Sentí cómo se me cerraba la garganta mientras admiraba la fila de vehículos que seguían pasando frente a nosotros.
Podía fingir que no lo había escuchado y ninguno añadiría nada, no obstante, pretender que aquella presión en mi pecho no existía sería mentirme a mí misma más de lo habitual.
—¿Eh?
No hice ningún movimiento ni lo miré. Solo recordé una de esas escenas que irrumpieron mi sueño esa noche, consiguiendo que permaneciera en vela gran parte de la madrugada.
—Siempre estás hablando. Molestas —señaló, viéndose obligado a especificar—. Hoy pareces demasiado tranquila.
Su tono seguía siendo áspero, pero no tanto como de costumbre.
—Podría decir lo mismo de ti —le respondí, evadiendo su perspicaz deducción.
Bakugo solía molestarme todo el tiempo y yo no me quedaba atrás. Nuestra relación era bastante extraña y nada amigable de cara al resto. Él me insultaba y yo me apresuraba a devolvérsela. Así funcionaba desde que me trasladaron a la UA.
Por eso me escudé en dicha frase. Tenía la esperanza de que aquel repentino interés por mis problemas personales desapareciera si le hablaba de esa forma.
Y, para mi sorpresa, lo único que logré fue que Katsuki se posicionara frente a mí. Entrecerró la vista, como si su especialidad fuera leer mentes, y se dedicó a examinar mi rostro durante varios segundos.
El color rojo de sus orbes me hizo dudar por un instante y un suave remolino perturbó mi estómago.
Esa faceta de Bakugo era tan nueva para mí que no pude alejarme.
—¿Qué haces? —lancé el interrogante, acorralada.
Levantó una ceja, casi divirtiéndose.
—Comprobar que tienes una cara de mierda.
Aquellas palabras me hicieron reír. Fue una solitaria carcajada, pero bastó para que él gruñera y volviera a su lugar, a mi derecha.
Pensé que nada ni nadie podría alegrarme ni una pizca después de haber pasado una noche tan mala. Katsuki Bakugo era una caja de sorpresas, desde luego.
Por mucho que no quisiera indagar en el asunto, se le veía interesado en mi situación. Pese a ello, escupió un insulto en voz baja y miró la hora en su reloj de muñeca, metiendo nuevamente la mano en el bolsillo de los pantalones.
Algo más relajada, aproveché la corta distancia entre ambos para mirar por el rabillo del ojo la cara de enfado que le había provocado mi inocente risotada.
Los coches fueron frenando y yo relajé la postura.
—He tenido pesadillas. Otra vez —le dije, consciente de que le estaba contando algo que nadie en el mundo sabía—. Me pasa a veces y no puedo dormir. Creo ... Creo que es algo crónico.
Intenté alejar de mi cabeza los escenarios que tan cruelmente invadían mis descansos.
No había sufrido ningún ataque desde que me mudé. Aquel era el primero después de bastante tiempo. Puede que por eso me hubiera afectado a tal nivel.
—Mmmm —farfulló, indiferente—. ¿Sobre qué?
Ese era un tema que no estaba segura de querer desvelar, así que contuve el río de palabras que buscaban escapar de mi boca y opté por una evasiva.
—¿Ahora eres una abuela cotilla, Katsu? —inquirí, burlona.
El semáforo cambió de color y el berrinche de mi acompañante se desató al tiempo que cruzaba la carretera, dejándome atrás.
—Eres una estúpida. No es como si quisiera saber qué demonios te pasa —me dijo, con desdén—. Ya te gustaría ser tan importante, Sumi-san —concluyó, irónico.
Aquellos apodos me decían que todo había vuelto a la normalidad. Por muy calmado que pudiera parecer, su mal humor y desprecios constantes no se habían ido a ningún lado.
Yo quise seguirle, pero una dolorosa punzaba se clavó en mis sienes y mis piernas no reaccionaron.
¿Por qué me pasaba aquello? ¿Qué demonios significaba? Odiaba pensar en las miles de opciones posibles porque me quedaba sin fuerzas. Me arrebataba la energía, como si algo que no conseguía recordar con nitidez se encargara de drenarme la vitalidad desde lo más hondo de mi memoria.
Parpadeé tres veces seguidas y toqué mi cuello, sintiendo cierta molestia en la zona.
—Agh —se quejó, parado a un par de metros—. Deberías haberte quedado en casa si te encontrabas mal. ¿Es que no piensas con esa cabeza que tienes? —rodó la mirada y regresó con la intención de tomar mi brazo, tirando así de mí—. Minah y Kaminari se preocuparán por tu culpa y yo tendré que aguantar sus lloros todo el jodido día.
Aquel comportamiento era extraño en él, pero también se sentía bien. Por muchas palabras que soltara, era muy evidente que ese ceño fruncido tenía más significados ocultos.
Al llegar al otro lado, dejó libre mi brazo y me miró con gesto de enfado.
—Deberías ir al médico si esas pesadillas van a peor, idiota.
Irían a peor. No necesitaba a ningún especialista que me lo confirmara. Basarme en un mero presentimiento era un refugio poco seguro que me causaría más de un problema, pero no quería hablar de ese pasado nebuloso que tenía guardado en alguna parte de mi subconsciente.
Seguir siendo una cobarde se me antojaba más fácil.
Nerviosa por sus consejos, retomé el camino. No sabía hacia dónde ir, pero huir de su profunda mirada lucía más apetecible que quedarme allí y contarle mis miedos.
—En lugar de preocuparte por los demás, recuerda poner tu alarma por las mañanas. Vas a hacer que lleguemos tarde —le eché en cara.
Sus gritos llamaron la atención de los transeúntes y yo me forcé a esconder la sonrisa.
—¡VETE AL INFIERNO! ¡No volveré a dirigirte la palabra, así que no se te ocurra molestarme porque te juro que explotarás de la forma más dolorosa que se me ocurra! —chilló, recobrando su carácter de siempre.
Mientras escuchaba sus gritos, admití que era un verdadero consuelo que Bakugo se hubiera preocupado por mí.
Al menos había alguien que pensaba en la chica huérfana que no recordaba lo que ocurrió el día más traumático de su vida. A su manera, pero se había inquietado ante mi falta de actitud y ese pequeño detalle fue suficiente para contentarme.
Éramos muy diferentes, aunque los dos teníamos un carácter fuerte y dominante. Durante mucho tiempo pensé que el parecido de nuestros nombres era lo único que compartíamos. Como dos parónimos.
Pero mi nueva vida como aspirante a heroína me haría ver lo que tenía preparado en un futuro no muy lejano.
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