Guardaespaldas
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𝕿í𝖙𝖚𝖑𝖔:
Guardaespaldas
𝖀𝖘𝖚𝖆𝖗𝖎𝖔:
𝖕𝖆𝖑𝖆𝖇𝖗𝖆𝖘:
2623
𝕻𝖊𝖗𝖘. 𝕻𝖗𝖎𝖓𝖈𝖎𝖕𝖆𝖑
Park Jimin.
𝕮𝖆𝖙𝖊𝖌𝖔𝖗í𝖆:
Romance
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Elizabeth estaba fumando un cigarrillo mientras miraba hacia la lejanía desde la terraza que se alzaba bien alto en un impresionante edificio de paredes blancas, vivía en la residencia presidencial, su padre era el presidente del país, tenía diecisiete años. Extrovertida en algunos aspectos pero introvertida en otros por haber perdido a su madre desde temprana edad, hacían de ella un ser prepotente, con un carácter demasiado altanero pero sin dejar atrás a veces la niña que llevaba dentro.
En su infancia fue una niña muy risueña y siempre amable con los demás, pero el dolor atrapó su corazón con miles de cadenas para hacerla borde y cruel.
Vestía todo de negro, sus labios y sus ojos tampoco se escapaban de presentar ese color. Sus orejas estaban adornadas con diminutos pendientes, así que su aspecto no le hacía ningún favor. Escondía con todo ese disfraz a una chica preciosa, su tez levemente tostada, sus ojos almendrados y su figura delgada hacían de ella una chica atractiva, pero quería a través de su fachada alejar a los demás de su vida.
La puerta se abrió y ella tiró el cigarrillo con fuerza al exterior, se giró nerviosa creyendo que era su padre que venía a verla, no le gustaba que fumara y lo tenía prohibido, en verdad ahora no tenía ganas de escucharlo.
—Señorita la requieren en el salón principal —era una de las mujeres de servicio.
—¡Mierda! Me asustaste ¿No sabes llamar acaso? —lo dijo enfadada como siempre.
—Perdón —la mujer bajó su rostro— llamé pero no contestó nadie.
—Como tú digas —no quería escucharla— ¿Para qué tengo que ir allí?
—Hay un hombre que la busca —la miró de nuevo— dice que su padre lo mandó.
—¿Y ahora que será? —bufó y salió de la habitación sin ganas.
Atravesó un largo pasillo y bajó las escaleras despacio y sin prisa hasta llegar a otro aún más largo todavía, paró antes unas grandes puertas blancas con adornos dorados y las abrió.
De espaldas había un hombre alto y delgado y con buen cuerpo. Estaba vestido con camisa blanca y pantalón de color negro, los pantalones de ceñían a sus muslos duros y su trasero se podía apreciar a través de la fina tela.
Entró y aquél se giró en ese mismo instante al escuchar sus pasos.
Era guapo, muy guapo, rubio de ojos claros y rasgados, ¿Era asiático? Nunca vio uno de cerca, nunca tuvo a un hombre como aquel ante ella. Sus facciones la atraparon y la maravillaron, la hicieron quedarse muda, por primera vez no supo que decir.
—Señorita Elizabeth, buenos días, soy Park Jimin, su nuevo guardaespaldas —le dijo serio y correctamente, le hizo una reverencia.
—¿Lo mandó mi padre? —no lo saludó, solo pasó por su lado y se sentó en el borde de una mesa enorme con los pies cruzados por los tobillos, pasó sus brazos a la altura del pecho y lo miró de arriba abajo con actitud altanera, quiso parecer mayor, tenía diecisiete años pero su complexión la hacía más mayor, aunque escondía sus curvas en holgados pantalones y camisetas anchas y de manga larga.
—Sí, el señor presidente me encargó que la protegiera —la miraba sin demostrar ningún sentimiento, con esos ojos de mar azul la miraba impasible.
Ella se irguió y se le acercó intimidante, le habló de cerca.
—¿Vendrás conmigo a todos lados? ¿Serás mi niñera? Vaya que honor es eso para mí —se separó y cambió su actitud a una más seria— no me gusta que me controlen ya te lo digo —empezó a andar para salir por la puerta— ya he tenido muchos y todos se fueron por mi mal carácter.
Él la siguió desde atrás sin demostrar ni decir nada. Recorrieron todo el trayecto hasta que ella entró a su habitación y cerró la puerta en sus narices.
—¡Voy a vestirme, no creo que en eso también tengas que estar presente! —le gritó para que la escuchara.
Jimin no dijo nada, ni se inmutó, se quedó a un lado de la pared esperando su salida.
Elizabeth cogió unos pantalones anchos y una camiseta de manga larga parecidos a los que llevaba y se los puso, eran de color negro como siempre, empezó a vestirse de mal humor, empezó a relatar.
—Siempre controlando mi vida, estoy cansada que crea que soy una niña —refunfuñando maldecía a su padre, se colocó la camiseta con fuerza— ¡Soy una mujer! —empezó a gritar— ¡No crea que me va a tratar como una mocosa señor chino! —le gritó al otro que la esperaba fuera.
Salió a los diez minutos y lo miró con ojos asesinos.
—¿En China son todos tan callados como tú? ¿Nadie responde? —le preguntó con el mentón alzado.
—No lo sé señorita, tal vez sí, tal vez no —le contestó tranquilo.
—¡Dios! ¿Usted va a intimidar al que quiera hacerme daño? Pssssss —se fue andando enfadada y a grandes zancadas.
Jimin suspiró, iba a ser difícil lidiar con aquella malcriada. Estuvo por años en el ejército, tenía veintisiete años, sus padres murieron en un accidente de tráfico cuando era un adolescente y se alistó en el ejército, pero un mal día lo hirieron en el hombro en una misión secreta, así que no podía volver a combatir. Aquel trabajo le vino a través de un superior que conocía su gran potencial.
Era un hombre de sentimientos puros, siempre lo había sido, pero el dolor por quedarse solo y desamparado lo hicieron ser duro y despiadado cuando hacía falta serlo.
Salieron los dos al exterior y un coche de alta gama gris plateado los esperaba, él mismo iba a conducirlo, a partir de este momento sería su sombra.
Iban por la autopista, ella miraba a través de la ventanilla.
—¿Hacia dónde vamos señorita? —le preguntó despacio y comedido.
—Al cementerio estatal —lo dijo ella sin dejar de mirar el cielo azul, quería ver a su madre, lo hacía con regularidad, era el único momento que se sentía bien, hablarle aunque no recibiera respuesta la tranquilizaba.
—Muy bien —le dijo Jimin.
Ella giró y lo miró, se quedó absorta en su pelo rubio, quiso por un momento tocarlo, su madre también tenía el pelo de ese color, ella misma lo tuvo pero se lo había pintado más oscuro por desafiar a su padre.
Llegaron y Elizabeth salió con rapidez, no lo esperó, pero él la siguió sin problema. Cuando se adentraron entre las tumbas donde los seres queridos yacían en su paz eterna, paró y volteó a mirarlo.
—No me sigas, quédate aquí —casi lo imploraba.
Estaba nerviosa, se mordía el labio.
—Estaré aquí, pero tengo que tenerla a la vista, si veo que se pierde de mi radio de visión iré tras suya y la meteré en el coche de nuevo a la fuerza —no se fiaba de ella.
Ella resopló molesta y se volvió, no se molestó en contestarle, le dió la espalda y fue unos metros más adelante.
Paró dónde yacía su madre, su nombre estaba escrito con letras doradas, Eleanor se llamaba, la tumba era de color blanco, las flores que le llevó la última vez que estuvo allí estaban marchitas y las retiró. Del bolso que llevaba sacó un pequeño joyero lo abrió y la música sonó, ella se tumbó encima del frío mármol.
—Hoy no pude traerte flores porque papá no quiso dejarme ir a por ellas, Geltrudis me espía para que no salga sola, aunque me pusieron otro guardaespaldas que es bastante guapo —se rió un poco y siguió— mañana te prometo que las traeré, serán las rosas que tanto te gustan.... Ah... me hice un corte aquí mira —enseñó su dedo al aire— se rompió la bolita de nieve, ayyyy mamá, se rompió— empezaron las primeras lágrimas a salir— era tu preferida y me imagino que estarás enfadada conmigo —se hizo un ovillo, cogió sus piernas con las manos y de lado con los labio cerca del suelo susurró— me haces falta, quiero estar a tu lado mamá, quiero que me abraces, tengo frío por las noches......
Jimin la miraba, no la oía pero le estaba resultando violento verla de ese modo, allí cogida a sí misma y notar como temblaba.
Había pasado una hora y ya se sentía angustiado por verla sufrir así, se movió para ir a por ella pero por fin la vio levantarse, se fijó como se acomodó la ropa con sus manos y peinó su pelo largo con los dedos, venía con gran decisión, nada que ver con la actitud que tuvo antes.
—Ya nos podemos ir —no lo miró.
Se subieron en el coche, Elizabeth no hablaba, solo miraba absorta por la ventanilla.
—Tienes que dejarla ir —oyó que le decía Jimin de pronto rompiendo el silencio.
—¿Cómo dices? —lo miró desde detrás con el ceño fruncido.
—Dejala descansar, si lo haces vivirás más feliz.... sé de lo que hablo —le dijo mientras miraba la carretera.
—¿Qué sabrás tú? —le espetó ella con una sonrisa amarga.
—Te puedo asegurar que sé de lo que hablo —le repitió— si te das la oportunidad te sentirás mucho mejor después, eso no implica que la olvides Elizabeth, es y será tu madre para siempre pero hacerte daño por su perdida y sentirte culpable solo te hará la vida más difícil.
Escuchar su nombre junto a aquellas palabras que nunca nadie le dijo, la dejó pensando por unos segundos.
—Tú —lo señaló con el dedo— en eso....no te metas.
Nadie estaba al pendiente de ella, su padre siempre tenía trabajo, siempre estaba fuera o de viaje de negocios y ella se sentía sola y abandonada.
—Tengo que ir a la ciudad a comprar algo, llévame allí —le habló con mala actitud y Jimin suspiró pero no dijo nada, que difícil era y además tan terca cómo una mula, pesó él.
Después de un cuarto de hora estaban en una tienda de objetos de decoración, ella entró y empezó a mirar despacio, con los ojos vidriosos pero sin llorar, había gente y ella nunca lloraba delante de nadie.
Su madre y ella iban siempre allí a comprar cosas para decorar sus espacios preferidos.
Jimin la observaba desde lejos, no le quitaba el ojo de encima, era su trabajo.
Ella agarró una bolita pequeña de un estante, tenía en su interior las figuras dos personas patinando sobre hielo.
—Éste es mamá —pronunció en un susurro, le salieron unas lágrimas y se las limpió con la manga de su camiseta.
En ese momento entró un hombre vestido con ropas negras y con gafas de sol, no le gustó a Jimin su aspecto. Fue en busca de ella y la abordó por detrás, la sobresaltó.
—Vámonos —le dijo en su oído sin dejar de pasear con la mirada al sospechoso.
—Cuando compre ésto —le contestó después de temblar y se volvió.
Quedaron a escasos milímetros de distancia, se observaron por un momento, los ojos de ambos quedaron enredados en un pequeño laberinto.
Él fue el primero en abandonar aquel raro momento, se separó y la cogió del brazo.
—Nos vamos —dijo autoritario.
—No —sentenció ella.
—Lo siento pero en éste momento mando yo —y la apretó a su cuerpo cogiendo su cintura, la bolita cayó al suelo y se rompió.
Él pecho de Elizabeth se estremeció, sus ojos se quedaron fijos en el suelo y no supo cómo reaccionar, había encontrado una parecida a la que era de su madre, más pequeña pero que le quitaría el dolor que sintió cuando se le rompió. Podría contemplarla por las noches antes de dormir y creer que ella estaba allí junto a ella.
—¡Animal, chino idiota! —gritó dolida.
Jimin la miró por primera vez enfadado, se acercó a ella clavando sus ojos claros que estaban chispeantes por no poder controlarla desde que llegó y le siseó.
—Estás en peligro mocosa, y aunque me gustaría que ese tipo te cortara la lengua en éste instante no puedo dejar que lo haga, ¿Sabes por qué? Porque luego me cortarán a mi las pelotas por tu culpa, porque no hice bien mi trabajo....¡Así que andando! —la subió hacia arriba a un palmo del suelo y la llevó sin esfuerzo hacia la puerta de salida.
Ella llevaba la boca abierta y miraba su actitud dominante de cerca, su mandíbula estaba tensa porque apretaba los dientes y sus bonitos labios los tenía todos arrugados por la fuerza con que los aprisionaba.
Que guapo es por favor, que piel más bonita tiene y que blanca es, los chicos de mi edad no le llegan ni a la suela del zapato.
Pensaba absorta hasta que llegaron al coche y la soltó para mirarla de frente.
—Entra.
—¿Y si no lo hago? —lo retó de nuevo pero ésta vez con ganas de verlo desesperarse de nuevo, había sacado por fin su verdadera personalidad, le resultó raro desde un principio que estuviera tan recto y callado.
—Entra Elizabeth, no me lo hagas más difícil por favor —quiso dialogar y le cogió el brazo para meterla en el interior, la empujó un poco.
—Yo sé solita...joder —le espetó ella y entró por fin.
Salieron de nuevo hacia la carretera principal.
—¿Crees que puedes tratarme como a una niña pequeña?
—Te comportas como una, no tengo más remedio.
Empezaron a discutir de nuevo, Ella apretó los puños y su lengua se disparó.
—No sé cómo tratáis a las mujeres en China pero.....
—¡No soy de china joder! —le gritó él cansado ya de esa tontería.
—¡A mí no me grites idiota!
El coche frenó de golpe y ella dió con su cabeza en el asiento donde él estaba sentado, Jimin se volvió enfadado y la miró con rudeza.
—Como me vuelvas a insultar te pondré las nalgas tan rojas que no podrás sentarse por una semana —su tono y su mirada se oscurecieron, ya no eran de ese azul intenso que ella vio cuando llegó.
—Me he dado en la cabeza ¿Sabes? —dijo con tono aniñado, la había intimidado.
—Eso te pasa por no ponerte el cinturón de seguridad —y se volvió de nuevo para volver a conducir— así que haz el favor y te lo pones, ¿O tengo que ir yo a hacerlo por tí?
Ella se incorporó en el asiento y agachó su cuerpo, se puso el cinturón y las lágrimas empezaron a llenar sus ojos, solo quería la dichosa bolita, ¿Era tan difícil de entender?
Jimin la miró por el retrovisor, se sintió mal y apretó el volante hasta tener sus dedos bancos.
—¿Por qué lloras ahora? —le preguntó con tono más conciliador pero aún enfadado.
—Quería esa bolita de nieve —dijo Elizabeth con voz triste.
—No podíamos quedarnos allí por más tiempo, estabas en peligro —se quiso excusar él.
—Siempre es lo mismo, no puedo tener amigos, no puedo salir por ahí con ellos y nunca viene nadie a verme a mi casa —se tapó la cara para sollozar— siempre estoy en peligro, con todo estoy en peligro.
Jimin suspiró.
Lo siento Elizabeth, lo siento, pero eres hija de quién eres....
Llegaron a la residencia presidencial y enteraron, ella sin hablar recorrió los largos pasillos custodiada desde atrás por él, llegó hasta su habitación y cerró la puerta de un portazo.
Se echó en su cama y lloró de nuevo como tantas veces, después se quedó dormida. Tuvo pesadillas, se despertó a las dos horas con un fuerte dolor de cabeza.
Recordó que aquel guapo guardaespaldas estaría en la puerta y se sintió protegida, pero a la vez inquieta porque había visto su flaqueza, nadie de su mundo sabía que tenía una debilidad y no era tan altanera ni terca cómo quería que creyeran todos...
~>')~~~
¿Queréis segundo capítulo? ♡♡
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