Capítulo 9: Confesiones en los Jardines de Luxemburgo
Aitana despertó temprano, revisó su teléfono y no tenía ninguna llamada o mensaje de Henri. Decidió apagarlo, pues no deseaba tampoco tener noticias suyas.
Había quedado un poco decepcionada de él, pues no fue capaz de decirle ni una palabra después que ella le constase lo que le escuchó decir a Juliette. ¿No se merecía tal vez una explicación? Tal vez no, ella apenas era una conocida para él, así que mientras más pronto lo olvidara, mejor.
Colocó con cuidado los vestidos y los zapatos —aunque fuesen un regalo—, en el maletín de fieltro. Tan solo conservó el cuadro… El cuadro de Sacre Couer… Revisó su lista de actividades, tenía varias tachadas ya, y circuló las que haría esa mañana: ir al barrio latino, ir a la Ópera, al Pantheon y a los jardines de Luxemburgo.
Bajó temprano, pues no deseaba toparse con Henri. Dejó el maletín en la carpeta, tal como le había dicho, y comenzó su excursión sola. Nunca antes le había pesado tanto su soledad, estaba desanimada… Sin embargo, recordó que estaba en París y que aquel era su sueño, así que debía disfrutarlo al máximo.
Tomó el metro hasta el centro. Atravesó el Sena por el Pont Neuf, caminó un poco hasta llegar al Boulevard St. Michel y luego se adentró en el barrio latino, lleno de comercios y lugares para comer. Aquel lugar tan bohemio tenía un encanto especial que de inmediato le cautivó.
Se detuvo en un café para comer algo. Pidió un baguette y algo de café, cuando sintió sus fuerzas renovadas, se adentró por una callecita y compró un par de souvenirs. Le habían gustado mucho unas cajas de música, decoradas con paisajes parisinos. Uno podía escoger la melodía que quisiese para su caja y, luego de escuchar todas las que tenían para ofertar, seleccionó La Marsellesa, el himno francés que era una hermosa pieza musical.
Luego Aitana caminó bastante hasta la Opera Garnier, la famosa Ópera del Fantasma. No entró, no había pagado la excursión, pero se deleitó mirando el exterior del edificio, tantas veces admirado. ¡Era increíble estar allí!
Luego entró en una librería y, para su sorpresa, halló la última novela de Henri Mounier, por supuesto en francés. Tuvo el libro en las manos y la verdad es que no pudo reprimir la curiosidad que sintió por leer una de sus obras. Aquella novela se titulaba Muerte al atardecer… Era un título poco imaginativo, -pensó-, pero deseaba leerla. Pagó 20 euros por el ejemplar y lo guardó en su cartera.
Después de esto, tomó el metro hasta el Pantheon de París, ya era casi el mediodía, pero como había desayunado bien no tenía hambre. El Pantheon era un edificio con mucha historia en su interior. Se hallaba frente a la Facultad de Derecho de la Sorbonne, así que Aitana, como buena abogada, disfrutó el encontrarse allí.
El Pantheon era muy grande en su interior y albergaba estatuas y documentos relativos a la Revolución francesa. En el centro del salón, un enorme péndulo se movía de un lado al otro y rotaba según la propia rotación de la tierra. Era el increíble péndulo de Foucault. Sin embargo, lo que más le impresionó a Aitana fue la cripta subterránea, un verdadero cementerio en el Pantheon de París.
Allí se encontraban enterradas grandes personalidades de la Historia de Francia, pensadores, científicos, escritores. Su corazón se aceleró cuando vio las tumbas nada más y nada menos que de Rousseau y de Voltaire; siguió avanzando y vio también las tumbas de los escritores Alejandro Dumas, Emile Zolá, la tumba de Braille y la de los Premios Nóbel, los esposos Courie.
Aitana salió de allí muy impresionada, tal vez muchos no hubiesen entendido su pasión por la Historia, pero haber estado allí fue único para ella. Los Jardines de Luxemburgo se encontraban muy cerca del Pantheon, así que Aitana simplemente bajó por la calle hasta que lo observó a pocos metros. Antes de entrar en él, compró un paquete de papitas y una coca cola. Qué poco parisino, pensó, pero era lo que le apetecía.
El jardín de Luxemburgo era precioso, tenía muchas flores, un Chateau, y muchas áreas verdes en las cuales pasar el tiempo. Aitana se dirigió hacia unas mesas en la sombra, abrió su coca cola y la tomó despacio, mientras disfrutaba de sus papitas. Luego abrió el libro de Henri y comenzó a leerlo. Le costaba un poco más de trabajo porque no estaba escrito en su lengua materna, pero despacio entendía muy bien el francés.
La novela le atrapó desde la primera página, y sin darse cuenta trascurrieron dos horas en amena lectura. De pronto, una figura frente a ella la sobresaltó…
—¿Ese es mi libro? —preguntó Henri con una sonrisa.
Aitana se quedó de piedra al ver que era él. No pudo articular palabra, mucho menos decir nada cuando se sentó frente a ella.
Tenían cierta intimidad, las personas que estaban cerca de Aitana se fueron yendo a medida que avanzaba la tarde, pero ella se hallaba tan a gusto con su libro que ni siquiera se había percatado de ello.
—¿Cómo me encontraste? —pudo decirle al fin—. Jamás te dije que estaría aquí…
Henri suspiró mientras la miraba a los ojos, esos ojos oscuros que tanto le gustaban.
—Es cierto, y me fue bien difícil dar con tu paradero. Esta mañana llegué temprano al hostal, pero ya te habías ido. El chico de la carpeta me dio tu maletín y lo guardé en el coche, pero sentía que debía verte. Le pedí al chico subir a la habitación pues le inventé que había olvidado algo… Le mentí y le dije que era tu novio así que dándole un billete y con esa excusa, no fue difícil que me diera las llaves de la habitación. Subí pensando en dejarte alguna nota o incluso esperarte pacientemente a que regresaras, pero sobre una mesa hallé tu lista de actividades, noté cuáles estaban tachadas y llamaron mi atención las que estaban encerradas en un círculo. Llevo todo el día detrás de ti —sonrió—, primero fui al barrio latino, luego a la Ópera, pero no te vieron dentro, eso me desanimó un poco, pero me dirigí al Pantheon, mostré una foto tuya y me dijeron que te habías ido ya. Como los jardines de Luxemburgo quedan relativamente cerca del Pantheon, supuse que estabas aquí…
Aitana estaba impresionada.
—Te has tomado demasiado trabajo para encontrarme.
—Tú lo vales… —le respondió él, esta vez serio—. Además, estaba preocupado, te he llamado todo el día, pero tu teléfono está apagado, temí que te hubiese pasado algo…
—Lo apagué a propósito —le confesó.
—¿Tan pocos deseos tenías de verme?
La sencillez de su pregunta y el tono en el que fue formulada, hicieron derretir su corazón. Henri tomó su mano sobre la mesa.
—Quiero hablar contigo, por favor.
Ella asintió y dejó el libro sobre la mesa.
—¿Qué te ha parecido? —le preguntó curioso, mientras observaba su propia obra.
—Está muy interesante y me ha gustado, salvo el título que me parece muy simplón —dijo con sinceridad—. Además, deberías considerar tener personajes femeninos más fuertes y protagónicos…
El asintió.
—Tomaré en cuenta tus sugerencias, aunque todavía te falte mucho por leer. ¿Sabes que yo pude habértelo regalado? Es más, el resto de mis libros te los obsequiaré yo.
Aitana sonrió por primera vez.
—Eso no te conviene para el derecho de autor, ¿cierto?
El se encogió de hombros, también con una sonrisa.
—Puedo arreglármelas bien, no será un perjuicio tan grande y siempre podrás compensarme por mi generosidad…
El silencio que siguió después le indicó a Henri que era momento de darle una explicación a Aitana. Se acomodó en su asiento y se aclaró la garganta.
—Lamento mucho que ayer en la noche no haya sido capaz de decir nada, de no haberte dado la explicación que merecías… Lamento haber dado la impresión de que todavía estoy interesado en Juliette, cuando no es así.
Aitana lo miraba atentamente.
—Yo no te he pedido ninguna explicación. No tienes por qué dármela, no me la merezco ni hay nada entre nosotros que lo justifique.
—En eso te equivocas, yo debo decirte la verdad porque desde que te conozco siento una gran conexión contigo, como hace tiempo que no me sucedía con nadie. Tengo miedo de nombrar esto que experimento, pero ayer cuando te marchaste y entraste al hostal, me tomó tan solo un segundo darme cuenta de que no deseaba que te apartaras de mi lado. No te busqué anoche porque ambos estábamos demasiado alterados y, en mi caso, debía poner las cosas en orden.
Aitana escuchaba en silencio lo que él le decía.
—Regresé a la fiesta —continuó—, busqué a Juliette y tuve una conversación con ella, le dije que la habías escuchado y que habías sido su mejor aliada, defendiéndola ante mí como no se merecía. Quedó tan sorprendida por lo que hiciste tanto como yo… En esa conversación, pese a que trató de convencerme de que su amor por mí continuaba, yo fui claro respecto a mis sentimientos y le dije que ya no la quería. Es imposible que vuelva a hacerlo, no podría volver a confiar en ella…
—¿Tanto te dañó? —se atrevió a preguntarle Aitana.
—Sí —reconoció él—. Juliette y yo fuimos novios durante muchos años, éramos la pareja perfecta para todos, más aún cuando se convirtió en la primera editora de mis libros… Yo confiaba ciegamente en ella, era mi mejor crítica, mi amiga, mi compañera, la primera que leía mis obras y yo pensé que me amaba tanto como yo a ella. Hace un par de años descubrí que me había engañado. ¡Fue terrible para mí! Se desmoronó en un instante el alto concepto que tenía de ella, pero pude perdonarla. Fue difícil, pero lo hice… Juliette aludía que yo, que trabajaba en un libro por aquel entonces, apenas tenía tiempo para ella y que la había descuidado. Se sentía sola y encontró compañía, solo había sido sexo, decía… Afirmaba que me amaba, así que yo, que también la quería y creyéndome en parte responsable, la perdoné. No hubo recriminaciones, arranqué esa página de la historia y seguimos adelante un año más, incluso con planes de casarnos pronto, puesto que Juliette se embarazó.
—¿Tienes un hijo? —Aitana estaba sorprendida.
Henri negó con la cabeza.
—Me dijo que estaba embarazada de mí y comenzamos a planear la boda. No se me pasó por la cabeza que hubiese vuelto a engañarme. Yo le prestaba más atención, intentaba que, en medio de mis ocupaciones habituales, no le faltara mi amor. Tenía pocas semanas cuando descubrí, accidentalmente, que me había vuelto a engañar… Su teléfono estaba encima de la mesa cuando entró un mensaje demasiado cariñoso… No lo leí a propósito, apareció en la pantalla y leí aquello sin meditar lo que hacía. Quedé entonces tan sorprendido que tomé el teléfono y lo revisé a conciencia. Juliette confiaba tanto en mi inocencia que ni siquiera lo tenía con contraseña. En fin, vi muchos mensajes de un hombre, su amante… Cuando la confronté, no pudo negarlo… Comenzó a llorar. Entonces pensé en el niño —mi hijo—, y le pregunté si era mío, y me confesó que no lo sabía… Había que hacer un examen de ADN, sin embargo, Juliette tenía muy poco tiempo de embarazo y, ante la incertidumbre y que lo hubiese descubierto, abortó. Pudo haber sido mi hijo, y no tuve la oportunidad de saberlo, de que naciera, de darle mi apellido… —En su voz se notaba que aquello todavía le afectaba.
—Lo siento mucho, ¡es horrible! —exclamó Aitana.
—Así es, has dicho bien. Ahora quizás entiendas por qué verla me produce pavor. Rompí nuestro lazo sentimental y profesional, me busqué un nuevo editor, pero como te dije, atravieso por un período de crisis que me impide volver a escribir un libro. Han sucedido demasiadas cosas en mi vida y necesito de un tiempo para sanar completamente.
—Entiendo, es lógico —le animó ella, tomando la iniciativa y acariciando su mano.
—Por eso no quiero que pienses que puedo volver con alguien como ella, eso sería imposible, Aitana. No tengo asuntos sin resolver, como dijiste anoche. Quizás el único que faltaba lo resolví con esa conversación, dándole una vez más la certeza de que conmigo estaba perdiendo su tiempo. Ayer me molestó mucho verla, me había interrumpido en un momento especial para mí, cuando volvía a ser yo, cuando estaba contigo, olvidándome de todos estos problemas. No la esperaba, no la quería allí así que me ofusqué, pero no porque la ame… ¡Jamás podré amarla otra vez!
—Lamento mucho lo sucedido —dijo ella—. En cierta manera, con mi actitud, te causé un problema mayor. ¡Sin embargo, ella parecía tan sincera y enamorada!
Henri le soltó la mano y negó con la cabeza.
—Puede incluso que ella me quiera —admitió—, pero su amor es retorcido, y ya no la amo. No volveré a caer en su juego, no puedo perdonarla ni pasar por encima de la decepción que sufrí hace seis meses. Ella no me había vuelto a buscar, siguió un tiempo con aquel amante suyo, pero es probable que ya se haya aburrido de él. También hay otro elemento importante: ser mi editora le daba prestigio y no se conforma con haber perdido ese trabajo. Quizás quería recuperarme por ese motivo también, pero ya no tiene importancia. No podrá hacerlo…
Aitana no dijo nada más, no sabía qué más opinar. Estaba un tanto nerviosa por la manera en la que él la miraba y por el hecho de que se hubiese esfumado aquel obstáculo que le impedía avanzar en su relación. ¿Acaso podía volver a soñar con que Henri…? No era capaz de formular la pregunta en su cabeza.
—Mi familia detesta a Juliette —prosiguió Henri—, mi abuela se disgustó mucho cuando la vio anoche en su fiesta, pero no pudo evitarlo, la familia de Juliette tiene muchas relaciones y logró esa invitación. Nosotros no la esperábamos, si así hubiese sido hubiera estado más preparado, lo cierto es que lo único que deseaba era pasar una linda noche contigo.
—No hablemos más de lo que sucedió, fue algo lamentable, pero antes de ello la velada fue hermosa.
—¿En qué punto estamos ahora, Aitana? —se atrevió a preguntarle.
—¿Qué quieres decir? —Ella enrojeció, a pesar de hallarse en la sombra.
—Anoche dijiste que no era tu intención interferir en mi relación y que por eso te apartabas de mí. Creo que he probado que no tengo relación alguna y que no interfieres en lo absoluto, todo lo contrario. Estábamos construyendo algo que valía mucho la pena…
—Una amistad —le recordó ella.
Henri sonrió.
—Eso dijiste en Versalles. Está bien, una amistad. Y ya que nuestra amistad se nutre de los momentos que pasamos juntos, es tiempo de que te deje en el hostal y pase por ti más tarde, para salir.
Ella lo miró asombrada.
—¿Salir esta noche?
Él asintió.
—Una cita —le contestó.
Henri miró el reloj, eran las cinco.
—Pasaré por ti a las ocho, ¿te parece? —Aitana asintió—. Por cierto, volveré a darte los vestidos de mi hermana y usa el otro esta noche, iremos a un lugar elegante.
—Pero… —Ella intentó elaborar una excusa.
—No aceptaré un no por respuesta —insistió Henri—. Vámonos ya, no hay tiempo que perder.
Aitana salió de los Jardines de Luxemburgo de la mano de Henri y en la otra, llevaba su libro pegado al corazón.
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