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Capítulo 46: Chérie, en el Sena

"Siempre supe que mi amor por Ana Villar sería efímero. Dicen que lo más hermoso es inefable, y lo nuestro sin duda lo fue. No hay palabras para describirlo. Aquella tarde en la que su tren partió supe que había perdido la última oportunidad de ser feliz y aún así, no fui capaz de marcharme con ella, tan solo de despedirla en el andén con fingida frialdad. Sé que le rompí el corazón cuando lo hice, pero Ana jamás me lo confesaría. Ella era demasiado orgullosa, y yo demasiado estúpido. Éramos dos extraños que se amaban, pero sabíamos muy poco el uno del otro. Hacíamos acopio de contención para superar las despedidas. Y eso hicimos; ni siquiera la comisión por haber recuperado al Monet aligeró en algo mi honda pena. Al final, fui un egoísta y un cobarde y lo único que me quedó de toda esta aventura fue dinero. No era poca cosa, pero para mí no significaba nada".

Aitana terminó la novela de Henri en dos días de absoluto encierro y desesperación. Las palabras la mantenían distraída, pero su corazón estaba en otra parte: en apartamento muy cerca de Champs Elysées.

La novela de Henri era buena; algo melancólica al final y ciertamente sin un final feliz para los protagonistas, pero era una buena representante del género. Podía sentirse satisfecho por el resultado, y le deseaba de corazón que continuara siendo un éxito de ventas.
A Germán no lo había visto más. Sabía que dentro de poco se marcharía de regreso a España pero no había tenido noticias suyas, ni siquiera le había llamado. Ella tampoco lo había hecho: ¿cómo buscarlo después de las ofensas que recibió de él? ¿Cómo apostar por una vida en común con un hombre que la cree capaz de una traición? Si pensaba así, era porque no la conocía y era mejor no casarse con alguien que podía esperar lo peor de ella.

Salió de su habitación para tomar algo de agua, cuando Marie la interceptó por el camino:

—Apenas te veo, Aitana. ¿Estas bien? No has salido de tu habitación en dos días... Estoy preocupada por ti.

—Estoy bien, no te preocupes.

—¿Sigues separada de Germán? —le preguntó cómo curiosidad.

Aitana le había dicho que habían roto el compromiso, pero no le había dado detalles de como sucedió.

—Así es —contestó—. Y no tiene arreglo.

—Yo pienso que no deberías tomar una decisión como esa de manera tan precipitada. No es lo más conveniente para ninguno.

—No hay vuelta atrás, Marie —pero cuando lo decía, sentía un fuerte dolor en el pecho.

—No digas nada de lo que después puedas arrepentirte, cariño. Tienes la comida en el micro, por sí gustas...

—Gracias —contestó Aitana siguiendo su camino hasta la pequeña cocina.

Marie se sentía abrumada porque se hallaba en una situación sumamente delicada: Henri había descubierto por una indiscreción de su hermana que Aitana estaba de regreso en el Departamento y desde entonces no había dejado de insistirle a Marie para saber la razón.

La chica no tuvo más remedio que contarle lo poco que sabía: "Aitana ha roto su compromiso con Germán, pero está destrozada".

Henri se sintió con esperanzas cuando lo supo. Aquella noticia lo había alegrado en medio de la tristeza por la muerte de su abuela, y confiaba en que la joven hubiese tomado esa medida por su causa. Su confianza se intensificó cuando recibió un mensaje de Aitana en el que le pedía hablar con él. Henri le respondió de inmediato y le solicitó verse en un lugar que no era para nada neutral: su bote Chérie, en los márgenes del Sena, el lugar de su primera noche de amor.
Aitana accedió.

—¿A dónde vas? —le preguntó Marie a Aitana cuando advirtió que estaba vestida para salir.

—Voy a ver a Henri.

Su amiga frunció el ceño.

—¿Te has decidido por el? —inquirió ansiosa.

—Creo que es Henri quien primero debe conocer mi decisión.

—Lo siento, tienes razón —contestó Marie.

Aitana tomó su bolso y se marchó. Estaba muy misteriosa, pensó Marie, pero no quiso continuar pensando en ello. Tal vez hubiese elegido a Henri después de todo.

Apenas unos minutos después, el timbre de la puerta sonó. Marie esperaba la visita de Valérie de un momento a otro pero no esperó ver en cambio a Germán.
Se quedó lívida cuando sus miradas se encontraron y no sabía qué decirle.

—Hola, Marie, ¿puedo ver a Aitana?

—Ella... Ella no está —respondió.

—¿Demorará mucho? —preguntó una vez más.

—La verdad es que no lo sé... —la voz le temblaba por encontrarse en una circunstancia como aquella—. Desconozco cuando volverá.

—¿Te dijo a dónde fue? Mi vuelo parte dentro de unas horas y quisiera verla antes se irme.

—Yo... —Marie se quedó sin palabras—. No sé qué decirte, Germán...

Entonces él lo comprendió todo. Marie estaba demasiado nerviosa e incluso apenada con él.

—Está con él, ¿verdad? —dijo en voz baja pero apagada.

—Habla con ella, llámala a su móvil y...

—No tienes que decirme nada más —le interrumpió él—. Me he dado perfecta cuenta de la situación y sé que tú no tienes culpa alguna de lo que sucedió. Supongo que te he puesto en una posición incómoda al hacerte todas estas preguntas, pero al menos me marcho con el consuelo de saber que no estaba equivocado.

—Aitana ha estado muy triste por lo que sucedió entre ustedes. No saques conclusiones sin antes hablarle...

—Es muy tarde —dijo derrotado—. Gracias por tu tiempo.

Iba a marcharse cuando se detuvo y extrajo del bolsillo interno de su saco una cajita.

—¿Podrías darle esto, por favor? Es ella quien debe conservarlo.

—Se lo daré cuando regrese —contestó Marie tomando en sus manos la cajita.

Aitana llegó al conocido lugar. Vio el bote atado y a Henri en la pequeña cubierta aguardando por ella.

Sintió que su corazón comenzaba a latir aprisa, sin duda aquel no era un lugar cualquiera para ella: le hacía recordar muchas cosas.

—Gracias por venir —comenzó él tomándole de una mano para ayudarla a subir abordo.

—Era necesario que habláramos. Aquel día en el puente estabas demasiado triste por lo sucedido con tu abuela y no era momento propicio para sostener una charla como esta.

—Tienes razón —asintió él—. ¿Quieres pasar dentro?

—Creo que prefiero quedarme aquí —respondió ella tomando asiento. El interior era un espacio demasiado reducido y cargado de aún más recuerdos.

—¿Quieres algo para tomar?

—No, estoy bien así.

Henri no tuvo más remedio que tomar asiento frente a ella. Esperaba poder írsela ganando poco a poco.

—¿Como te sientes? —le preguntó Aitana.

—Estoy mejor, más resignado, pero es difícil...

—Te comprendo.

—He terminado tu novela. Es magnífica —le comentó con una pequeña sonrisa.

—Muchas gracias —contestó él—. Tu opinión me importa mucho, sobre todo porque Ana Villar tiene tu esencia.

"Siempre supe que mi amor por Ana Villar sería efímero. Dicen que lo más hermoso es inefable, y lo nuestro sin duda lo fue" —dijo Aitana, citando de memoria la primera oración del último párrafo de la novela.

—Es solo ficción —respondió él tomándole una mano—. Nuestra historia de amor no tiene por qué ser efímera como la de ellos. Si él la dejó partir en el tren y yo te despedí una vez en el aeropuerto, no estoy dispuesto a volver a hacerlo.

Aitana retiró su mano con delicadeza.

—Jamás sabremos qué hubiera sucedido de haberme dicho antes la verdad. Probablemente hubiese regresado a París a verte, pero no estoy convencida de que hubiésemos reanudado nuestra relación.

—No importa lo que hubieras hecho entonces. Lo que me importa, Aitana, es lo que harás de ahora en lo adelante...

Ella se quedó por unos instantes en silencio, pensativa.

—Siempre me quedaba un sabor amargo cuando recordaba nuestra relación y la manera en la que terminó. Me dolía que hubieses sido tan infantil e inconsecuente con lo que sentías...

—Ya sabes que no fue así —le interrumpió.

—Lo sé, y tal vez me hacía falta una explicación de peso como esa para ver las cosas en la adecuada perspectiva.

—¿Y cual es esa perspectiva? —Henri estaba ansioso.

—Una parte de mi corazón siempre será tuya, Henri. Los recuerdos que guardo contigo son maravillosos. Ya sé que no me buscaste antes en Valencia porque no pudiste, pero estoy convencida de que nuestro tiempo pasó y de que no existe ninguna posibilidad de retomar nuestra historia.

Henri no podía creer lo que estaba escuchando. No podía asimilar sus palabras y demoró un poco en hacerlo.

—¿Quieres decir que no puedo tener esperanzas?

—Ninguna —dijo ella concluyente—. Te quiero mucho, pero no estoy enamorada. Tal vez nunca lo estuve. No es ese amor real y profundo que pone las cosas en su sitio. Lo nuestro fue una aventura maravillosa, pero efímera.

—No me lo esperaba —reconoció él mirándola a los ojos—. Menos aún después de saber que rompiste tu compromiso con ese hombre.

—¿Como sabes eso? —preguntó sorprendida.

—No te molestes con Marie. Ella no tuvo más remedio que decírmelo. Mi hermana me comentó que estabas de regreso con Marie y tuve la sospecha de que algo había sucedido.

—Es cierto que nos separamos, pero mi decisión respecto a ti no tiene nada que ver con mi compromiso. Esté o no comprometida, mi respuesta será siempre la misma.

—Estás demasiado deprimida para tomar una decisión como esa. Dame tiempo para probarte que...

Aitana se puso de pie.

—No me has entendido Henri. Esta es una despedida. Regresaré a Valencia muy pronto.

—¿Y tu Maestría?

—A causa de la pandemia las clases las impartirán online y las prácticas están diferidas hasta el año próximo, cuando la situación mejore. Con clases no presenciales poco importa que esté en París o en casa.

"Casa". Y cuando dijo la palabra pensó en Germán. ¿Que le estaba sucediendo?

—Te deseo muchos éxitos entonces —contestó Henri dándole un abrazo.

Aitana lo reciprocó. Escondió su rostro en su cuello y luego le dio un beso en la mejilla.

—Adiós, Henri.

A pesar de estar convencida, cuando dejó el bote atrás tenía lágrimas en los ojos. Una parte de su vida había quedado atrás definitivamente.

Cada vez más cerca del final!!! Un beso

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