Capítulo 40: En el Arco de Triunfo
Marie llegó a casa esa tarde y se encontró a Aitana muy a gusto con un hombre en el sofá. Lo había reconocido de las fotos que Aitana le había mostrado y de las videollamadas en las que alguna vez estuvo presente.
—¡Vaya! —exclamó—. ¡Esto sí que es una sorpresa! Me alegro mucho de conocerte al fin, Germán.
Él se puso de pie para saludarle.
—También me alegra mucho conocerte, Marie. Gracias por ser tan buena amiga para Aitana.
—¡Ella es una compañía maravillosa! Ahora, si me disculpan, iré a lavarme las manos. Nos vemos en un rato.
La pareja aprovechó para darse un beso y Aitana recostó su cabeza en el hombro de Germán después, feliz de tenerlo allí.
Luego de cenar junto a Marie y de compartir una botella de vino, Aitana le comentó a su amiga que estaría fuera por una semana, pues Germán la había invitado a casa de un amigo donde estarían a solas.
—Eres bienvenido en mi casa, Germán. De cualquier forma sé que a las parejas que han estado separadas lo que más les interesa es estar a solas, así que disfruten de su semana.
Ellos le sonrieron y no demoraron mucho más en marcharse.
Germán llevó a Aitana a un lujoso departamento del distrito 8 de París en la zona de Champs-Elysées. Había rentado un auto por una semana, así que podrían moverse sin dificultad.
El departamento estaba en el último piso. Era un edificio antiguo pero remozado por completo. Tenía tres habitaciones, dos baños y en el interior era muy acogedor, al estar decorado con mobiliario de estilo.
—¡Cielos! ¡Qué bonito! —exclamó Aitana.
Germán la levantó en brazos mientras ella reía y la llevó hasta la última habitación que era la de invitados.
Aitana comenzó a reír más alto cuando Germán le hizo miles de cosquillas al dejarla encima de la cama que era muy hermosa, de color caoba y dorado con dosel.
Las cosquillas se detuvieron en algún punto, pues Germán quedó encima de ella y no pudo evitar sentirse sumamente atraído por aquella mirada que había echado tanto de menos.
Aitana comprendió lo que le decían sus ojos, así que le enmarcó el rostro con las manos y le besó lentamente. Él recíproco el beso y levantó su vestido a la altura de la cintura. Sus dedos acariciaron sus muslos, las manos se posaron en ambas caderas y la sintió temblar con aquel simple gesto.
Germán abandonó sus labios para concentrarse en su vientre. Besó su obligo y continuó descendiendo. Aquella pieza de encaje le entorpecía llegar a la zona que ambicionaba, así que en un abrir y cerrar de ojos la despojó de ella y se adentró en sus pliegues más íntimos para besarla.
Aitana gimió cuando sintió que él exploraba su sexo. La nostalgia había sido tan grande que tan solo con aquellos besos era capaz de llegar al éxtasis. Germán lo sabía, por lo que continuó con delicadeza hasta que la espiral de pasión los hizo aumentar la temperatura y la osadía de sus caricias.
Aitana se sujetó con fuerza a las sábanas y en un momento se vio en las nubes. El suspiro que salió de sus labios y el temblor de sus piernas le indicó a Germán que había logrado su cometido. La noche apenas había comenzado para los dos.
Aitana despertó al día siguiente en la nueva habitación, un poco aturdida. Los recuerdos del encuentro de la noche anterior llenaron su mente y no pudo evitar sonreír al recordar lo feliz que se había sentido al lado de Germán. Él no se hallaba en la cama, pero los ruidos que provenían de la cocina la alertaron de que él se encontraba muy cerca.
Se puso una bata de seda y salió al salón principal desde donde se podía ver una cocina al fondo.
Germán sintió las zapatillas de Aitana sobre el piso de madera y se giró en el acto con una espléndida sonrisa.
—¡Buenos días, amor! Te tengo una sorpresa...
—¿Otra? —rio ella dándole un beso en los labios.
—He preparado el desayuno de nosotros en la terraza. Tan solo me faltaban estas tostadas para ir a despertarte —explicó con el plato en las manos.
—¡Qué delicia!
Germán la condujo hacia la terraza con una sonrisa. El día anterior estuvieron demasiado ocupados amándose como para que él se la mostrara.
Aitana quedó impresionada al constatar que desde allí se podía tener una maravillosa vista del Arco de Triunfo.
—Es... es bellísimo... ¡Me encanta, Germán!
Sobre la mesa había un jarrón con una rosa roja, dos vasos de zumo de naranja, las tostadas, mantequilla y una humeante tortilla de patatas.
—Me alegra que te guste. ¿Te apetece dar un paseo luego de desayunar?
Ella asintió. Debía terminar un trabajo pero lo tenía bastante adelantado, por lo que se permitiría aquella escapada romántica.
Germán la sentó en sus piernas y le dio a probar la tortilla de su tenedor. Ella le aseguró que estaba deliciosa —lo cual era verdad—. Aitana le rodeó el cuello con sus brazos y le dio un largo beso... Germán por un momento olvidó el desayuno y a punto estuvo de volverla a tomar en brazos para llevarla a la habitación.
—Se enfría todo... —le recordó ella con una risita levantándose de sus piernas.
Germán suspiró y se concentró en el desayuno. El hambre que sentía no era precisamente de comida.
La mañana era preciosa. Algo de frío pero soleada, lo cual no impidió que tomados de las manos atravesaran por Champs-Elysées tomados de las manos. La avenida estaba decorada con árboles a ambos lados con decenas de boutiques con vitrinas de las marcas más reconocidas.
Germán se detuvo en el Arco de Triunfo, construido en la Plaza de Charles de Gaulle. Era un hermoso monumento de más de doscientos años, mandado a construir por Napoleón Bonaparte tras la batalla de Austerlitz.
Aitana y él se acercaron a la tumba del soldado desconocido con su llama eterna que se yacía a sus pies y se quedaron admirando en silencio los nombres grabados en el interior del Arco de grandes batallas francesas, así como admiraron los grupos escultóricos de las caras exteriores del Arco que eran de gran belleza. Luego subieron al techo, donde tenían una de las más hermosas vistas de París.
Aitana sintió la brisa batir en su rostro y sus ojos cagaron por aquel hermoso paisaje. Desde allí podía admirarse la avenida de la Grande Armée, la torre de Montparnasse, la Torre Eiffel...
Tomados de las manos se acercaron a un catalejo para ver mejor los monumentos en la distancia. Aitana vio Les Invalides donde se encontraba la tumba de Napoleón, y contempló los tejados azul pizarra y las fachadas amarillas típicas de muchas viviendas parisinas.
Cuando se giró hacia Germán para decirle algo, vio que él la miraba de una manera muy íntima. Se habían quedado a solas, con París a sus pies, y él le besó la mano antes de aclararse la garganta y bajarse la mascarilla.
—Antes de venirme a París estuve en casa de tus padres —le confesó—. Le dije a Raúl cuan importante eres para mí y me pregunté si tú lo sabrías...
—Sé que lo soy.
Él negó con la cabeza.
—Estuviste meses viviendo en casa de mis padres, de cierta forma eres mi mujer pero hay algo que nos falta, Aitana. No quiero que siga pasando el tiempo sin decirte que eres la mujer de mi vida... No importa si tengo que tomar decenas de vuelos para venir a verte. Quiero que París sea de los dos hoy y siempre y que en de esta ciudad guardes el hermoso recuerdo de nuestro compromiso...
Aitana se quedó atónita cuando lo vio arrodillarse y extraer de su bolsillo una cajita roja: tenía dentro un anillo de compromiso.
—Aitana, ¿quieres casarte conmigo?
Ella lo miró a los ojos emocionada, pero la respuesta no salía aún de su garganta.
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