Capítulo 37: La decisión
Aitana despertó temprano, en realidad no había dormido bien. Cuando despertó, permaneció un tiempo más en la cama revisando algunos pendientes. En un impulso, y sin saber bien por qué lo hacía, buscó a Henri en Google, como la primera vez cuando le conoció en el Museo de Orsay.
Una vez más le salieron muchos sitos sobre él, pero se fijó en algo: se había publicado al fin su última novela ese verano, algo que le alegró. Con curiosidad, observó la portada decorada con las siluetas oscuras de una pareja sobre un fondo rojo, y una imagen aérea de la ciudad. "La dama española".
El título la hizo sobrecogerse, ¿la novela trataría sobre ella? Desechó esta idea, son bien recordaba que en su último encuentro con Henri el lo había insinuado, aunque no lo tomó en serio. Revisó entonces la sinopsis: "Honoré Gounod, detective privado, está investigando el robo de una pintura en el Museo de Orsay. Se trata de una obra prestada por una importante dama de la sociedad parisina, quien le contrató para dar con el paradero de su invaluable Manet. La anciana, no conforme con el resultado de la investigación oficial, acudió a él como último recurso. No obstante, le hizo una solicitud sin precedentes: debía informar diariamente a su secretaria privada y dama de confianza, la señorita Ana Villar, una enigmática española que terminará por sumarse a la investigación. ¿Quién es ella? ¿Que esconde? Estas preguntas y más se las hará Honoré mientras se descubre perdidamente enamorado de su dama española".
Aitana se sintió nerviosa, aunque la historia fuera de ficción, al parecer había mucho de ella en ese personaje.
Continuó leyendo algunas reseñas de críticos, y quedó impresionada:
"Hasta ahora, la mejor novela de Henri Maunier"
"Intrigante, ingeniosa, y profundamente seductora"
"Ana Villar es un personaje extraordinario: inteligente, fuerte y a la vez frágil. Maunier se ha lucido. Ella es inolvidable".
El corazón quería salírsele del pecho, pero decidió apartar el teléfono. Ni siquiera se sintió tentada a comprar un ejemplar online. No estaba preparada para leer su novela, tampoco para verlo. ¡Ella amaba a Germán!
Un tiempo después se vistió para salir a desayunar cuando unas voces llamaron su atención. Salió al exterior y se encontró a Germán charlando con su padre en el salón. Germán la miró, estaba serio pero sobre todo se notaba cansado, como si no hubiese pegado un ojo en toda la noche.
Raúl se aclaró la garganta mientras se levantaba.
—Buenos días, hija. Germán ha venido a verte, de paso hemos charlado un poco mientras aguardábamos por ti. Creo que a ambos nos vino bien.
Aitana dio un paso al frente, todavía sin decir nada. Su padre se despidió y les dejó a solas, sabía que la conversación que tenían por delante sería decisiva.
—Te eché de menos —susurró Germán, dándole un beso en la mejilla.
—Yo también —confesó ella.
Los dos se sentaron.
—Me disculpo por lo que dije ayer. Sé que la oportunidad que tienes por delante no guarda relación alguna con tu pasado.
—Hace mucho tiempo que hice mi elección, Germán —le tranquilizó.
—Lo sé, pero no pude evitar mostrarme celoso e insensible. Me temo que tengo mucho miedo a perderte.
Ella negó con la cabeza.
—Lamento no haberte dicho que apliqué a esta beca en París. Te repito que no imaginé me la concedieran y temía buscar un conflicto anticipado entre los dos, como finalmente sucedió.
—Perdóname —Germán se levantó del asiento y se colocó a su lado en el diván, tomándole de las manos—. Prometo que te apoyaré en este nueva etapa y que te esperaré... Sé que te echaré mucho de menos, pero iré a verte y tú también viajarás a casa con cierta frecuencia.
Ella concordó, con una tenue sonrisa.
—¡Gracias!
Germán se inclinó y la besó en los labios, dando por concluida aquella charla y que cerró con un merecido espacio para la reconciliación.
Ese día Germán se quedó a desayunar, pero luego viajó con Aitana hacia la casita de Aras de los Olmos. Jimena se había quedado con sus abuelos, ya que él consideró que merecían ese tiempo a solas.
Aitana se quedó observando las montañas, luego de colocarse muy cerca de la piscina. Los canteros estaban llenos de rosas rojas, sus preferidas, y la mañana soleada le inspiraba darse un baño. Aitana se descalzó y se sentó en el borde de la piscina, introduciendo las piernas en el agua refrescante. Llevaba un lindo vestido primaveral, un sombrero y unos espejuelos oscuros.
Se volteó cuando sintió unos pasos tras de sí. Era Germán que se encaminaba hacia ella con dos copas de vino en las manos. Usaba unos pantalones cortos, así que se sentó al lado de Aitana, sumergiendo también las piernas en el agua.
—Adoro estar aquí contigo, amor mío... —le quitó los espejuelos para poder ver sus ojos—. ¿Recuerdas la primera vez que vinimos a aquí?
—Lo recuerdo —asintió ella—, ese día nos amamos aquí mismo...
El recuerdo de aquel momento la hizo ruborizar. Él le tendió una copa y chocó la suya con la de ella para luego disfrutar del tinto.
—Sabremos hacerlo funcionar... —le comentó él confianza—. Te amo...
—Yo también te amo, —contestó Aitana dándole un beso—. Gracias...
Aitana no pudo quejarse del fin de semana que pasó a solas con Germán, fue maravilloso. A un lado quedaron los temores y dudas y disfrutaron mucho el uno del otro. Apenas si tuvo tiempo para pensar en Henri y en su libro.
Cuando regresaron el domingo al final de la tarde, los señores Martín les estaban aguardando junto a la pequeña Jimena.
La niña le dio muchos besos a Aitana y luego se abrazó a su papá que la alzó en brazos.
—Felicitaciones, Aitana —le dijo el señor Martín—, ya estoy enterado de la enhorabuena. Esto será muy importante para ti.
—Muchas gracias, señor.
—Yo también te felicito —se sumó doña Carmen, aunque no se notaba tan contenta—, espero que dentro de poco puedas estar con nosotros de vuelta.
Aitana les echaría mucho de menos, pero también estaba muy ilusionada por este momento de superación profesional que se avizoraba para ella.
Esa noche, como era costumbre, ella y Germán fueron a darle las buenas noches a Jimena. La niña ya sabía que pronto Aitana viajaría pero no había dicho nada al respecto todavía, como si deseara no hablar del tema. Sin embargo, en ese momento, justo antes de dormir, le dijo muy triste:
—¡No quiero que te vayas!
A Aitana esa simple frase le llegó al corazón y buscó con la mirada a Germán para que le echara una mano.
—No te preocupes, Nana —le consoló su padre—, el tiempo se irá bien deprisa, y además iremos a verla. ¿No te gustaría ir a París a ver a Aitana?
Los ojos de Nana brillaron al escucharle decir esto.
—¡Sí! —exclamó—. ¡Claro que quiero!
Aitana le dio un beso en la frente.
—Prometo venir pronto a verte, cariño.
Jimena se sintió más tranquila, y permaneció en compañía de su padre mientras él se apresuraba a leerle una historia.
Aitana se marchó, estaba agotada luego de un fin de semana tan intenso. Volver a casa de Germán le generaba cierto descontento, luego de haber disfrutado de una noche en su hogar, como antes... ¿Eso debía significar alguna cosa?
Quería mucho a Jimena, estimaba a los señores Martín, amaba a Germán, pero en aquella casa siempre se sentía extraña, como si no perteneciera, como quien desempeña un papel con el cual no estaba del todo cómoda. ¡Las cosas con Germán se habían desarrollado tan deprisa!
Por otra parte, la pandemia no le había aligerado la carga... La tensión, el tedio, el temor de tantos meses no hizo de su convivencia con Germán algo agradable, sino un período oscuro, triste, sin gracia...
Las actividades habituales que unen a cualquier pareja nueva no existieron. Ella pasó muy pronto de novia a esposa, a madre, y en ocasiones esos pensamientos le generaban un peso muy grande...
Se sentía egoísta por desear volver a París, por encontrarse a ella misma; estudiar, exigirse, aprender, aunque tal vez la separación fuese buena para su relación con Germán, para su amor. ¿Qué podría depararle París?
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