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Capítulo 29: La disculpa

Aitana fue el lunes al trabajo, como era costumbre. Germán tampoco había ido, puesto que ese día le quitaban los puntos a Jimena. Se encerró en su oficina y se dispuso a empezar una demanda sobre un caso, estaba atrasadísima y no deseaba que, si Germán le preguntaba al respecto, no pudiera hablarle de sus avances sobre ese expediente.

A media tarde, Aitana se había quedado prácticamente sola en el Bufete, pero no quería irse, puesto que necesitaba terminar aquella demanda o, al menos, dejarla lo más avanzada posible. Lola le pidió a uno de los Asociados la tarde libre, ya que su esposo estaba enfermo, apenas podía levantarse de la cama por una terrible sacro lumbalgia que padecía.

Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando sintió que alguien le tocaba a la puerta, al mandar a pasar la consabida persona, se asustó al ver a Henri.

—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió molesta, ya que no esperaba verlo.

—¿Puedo pasar? —preguntó Henri.

—Deja la puerta abierta, por favor —le pidió Aitana. Todavía estaba asustada por lo que pasó el día anterior.

Henri así lo hizo y se sentó frente a ella.

—¿Cómo me encontraste? ¿Quién te dejó pasar?

—Una señora que se marchaba —explicó— y que trabaja aquí. Le dije que era tu amigo. No sabía cuál era tu bufete pero te busqué en Google y de ahí obtuve la dirección.

Henri colocó sobre la mesa el libro de arte.

—Lo dejaste olvidado ayer en la habitación.

—¿Qué esperabas? —Aitana estaba muy molesta—. Te comportaste muy mal conmigo y me sentí humillada... Me forzaste a subir, yo no quería...

—Lo siento —él estaba arrepentido.

—Sabías que yo no quería ir a tu habitación, me manipulaste a tu antojo y quisiste...

—¡No digas eso, por favor! —exclamó él—. Yo te quiero mucho y estaba loco por estar contigo, como en París…

—Yo te pasé un mensaje, Henri, te dije que ya no sentía lo mismo y aun así tomaste un avión sin avisar, apareciéndote frente a mí como si no hubiese pasado nada en estas últimas semanas en las que apenas tuve noticias tuyas.

—Aitana, corazón, vine hasta aquí a disculparme por lo que sucedió ayer. No fue mi intención, mañana tomaré un vuelo de regreso a primera hora y no quería irme sin que me perdonaras.

Se hizo un silencio largo.

—Te perdono, pero por favor márchate ya. Este es mi trabajo y no es lugar para hablar sobre esto.

—Gracias, preciosa, pero quisiera que me respondieras algo.

—¿Qué?

—¿Hay alguien más en tu vida?

Se volvió a repetir el mismo silencio.

—Sí, —respondió Aitana al fin—, hay alguien más y espero que respetes eso.

Henri se levantó y Aitana lo imitó. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.

—Lamento si no supe hacer las cosas bien. Espero que en tu memoria pesen más los momentos buenos que los malos.

—Así será —la Aitana conciliadora y de buen corazón afloró—. Buen viaje, Henri. Agradécele a tu abuela por el libro de arte.

Aitana salió al pasillo, atravesó el Bufete y acompañó a Henri hasta la puerta. Le extrañó que esta estuviera abierta, puesto que Lola se había marchado cuando dejó entrar a Henri y no había nadie en la recepción.

—¿Cuándo entraste dejaste la puerta abierta? —le preguntó extrañada. Por cuestiones de seguridad no era recomendable.

—La secretaria después de dejarme entrar cerró por fuera, no sé por qué está abierta.

Aitana se encogió de hombros y volvió a despedirse de Henri. Él estaba un poco triste, pero le había prometido continuar con su vida y seguir escribiendo.

—Nunca me dijiste qué te parecieron mis libros —él ya estaba en la escalera que conducía hacia la calle.

Aitana sonrió, desde la puerta del Bufete.

—Reconozco que me he leído tan solo dos, pero son excelentes.

—La protagonista de mi próxima novela es una mujer y es española —le confesó él—. Recuerdo que me dijiste que necesitaba personajes femeninos más fuertes, y me inspiré en ti para crearla a ella.

Aitana se sintió halagada y le tiró un beso.

—Gracias…

—Por cierto —comentó Henri antes de subir a su auto—, recuerda que siempre tendremos París.

Aitana sonrió…

Estaba más reconfortada después de esta última conversación con Henri. Ella le quería, era agradable, inteligente, pero la noche anterior había aflorado esa parte suya que le había disgustado, y comprendió que él no era el hombre adecuado para ella, por más que fuese un excelente partido.

Al llegar a su oficina se asustó al ver a Germán sentado en su escritorio, estaba aguardando por ella.

—¡Dios mío! —exclamó llevándose la mano al corazón—. Me has dado un susto de muerte, creí que estaba sola. ¿Cuándo llegaste?

La expresión de Germán era difícil de entender. ¿Qué estaría pasando por su cabeza?

Se levantó del asiento de Aitana y le abrió paso, para que ella tomara su puesto. Aitana así lo hizo, pero al pasar junto a él lo miró a los ojos, estaba diferente, pero no quería llegar a conclusiones precipitadas antes de entender qué le sucedía.

—Vine a recoger unos expedientes —explicó—. Estaba aparcando cuando vi llegar a ese hombre al Bufete, me incomodé de inmediato cuando comprobé que Lola le dejaba pasar y se marchaba. ¡Era el colmo!

Aitana se sentó y él la imitó.

—Lo siento —dijo ella—, si me dejas puedo explicártelo, así como lo que sucedió ayer.

—No hace falta —él negó con la cabeza—, estaba tan ofuscado que entré y escuché buena parte de la conversación que sostuvieron.

Aitana estaba sorprendida y a pesar de haber quebrantado su intimidad, no se sentía molesta.

—¿Es cierto que te manipuló para subir a su habitación? —le preguntó molesto—. Cuando te escuché decir eso estuve a punto de golpearle, pero le perdonaste…

Aitana suspiró, si se había ido cuando lo perdonó entonces no escuchó la parte en la que ella decía que había alguien más en su vida.

—¿No escuchaste nada más después de eso? —precisó.

—No, me sentí avergonzado por mi conducta y me dirigí a mi oficina. Luego retorné aquí para esperarte. ¿Por qué? ¿Hay algo más que debería saber?

—Germán —comenzó Aitana—, a Henri lo conocí en París, como bien conoces. Has leído nuestra historia así que sabes que no soy una chica fácil, pero tenía el corazón destrozado y Henri se comportó esos días como un caballero conmigo, en todos los sentidos —Germán no estaba preparado para escuchar esto, pero se quedó callado—. Vivimos una historia casi perfecta, hasta el final cuando nos dimos cuenta de que nuestras vidas eran muy distintas. Discutimos, pues Henri quería que yo me quedara con él en París, pero yo debía comenzar a trabajar en el Bufete y él, que es escritor y tiene un trabajo mucho más flexible que el mío, no quiso venir a Valencia. Reconozco que en su momento me entristeció, pero no demasiado. Henri apenas me escribió o me llamó durante este tiempo que estuvimos separados, y yo pude vivir bien sin él.

—¿Por qué? —le preguntó con curiosidad—. ¿No estabas enamorada? ¿No habías vivido un cuento de hadas con él?

—Eso es lo que sucede: no estaba verdaderamente enamorada… París fue un sueño y me dejé seducir por las circunstancias, y a pesar de lo romántico que pueda parecer lo que viví con él, para mí no dejó de ser artificial… Me sentía como si viviera una vida ajena, una película, algo que, en algún momento debía terminar porque no era real. Cuando tuvimos la oportunidad de tornarlo en algo cierto, nos separamos como ya te narré y cada uno siguió con su vida. Yo comprendí que no lo amaba, a pesar de que con cierta frecuencia pudiera sentir nostalgia por lo vivido aquellos días.

—Pareces muy segura de lo que dices —él estaba sorprendido.

—Lo estoy, pero no siempre lo he estado, te lo confieso. Aquel escrito de Henri que leíste accidentalmente se debió a que yo le había pasado con anterioridad un mensaje, en el cual me despedía de él de manera definitiva. Tú y yo nos estábamos acercando y supe que lo de Henri había quedado atrás. Apenas teníamos contacto salvo por algún mensaje o la única llamada que me hizo cuando estábamos ambos en la Albufera, ¿lo recuerdas?

—Lo recuerdo.

—Pues bien, yo me despedí de él, di un cierre a lo que pudo haber quedado inconcluso, y lo hice de corazón. No jugué contigo jamás, Germán, no pude prever que Henri reaccionaría con aquel texto o qué tú lo leerías… Reconozco que las palabras de él me confundieron, me hicieron recordar y pensar que debía reflexionar bien sobre mis decisiones… Por eso aquel día no pude ser todo lo firme que esperabas que fuera, también porque apenas lo nuestro estaba comenzando y yo no sabía qué decir.

—No tienes que darme explicaciones —contestó Germán.

¿Acaso no deseaba saber lo que había sucedido? A pesar de su reticencia, Aitana continuó hablando.

—Gané algo de claridad cuando Jimena enfermó y la operaron. Sentí que debía estar a tu lado y al lado de ella —hablaba con dulzura—, es difícil de entender, pero tenía esa sensación.

—Yo te lo agradezco, pero no era ni es tu responsabilidad —las palabras de él la dañaron en lo más profundo de su corazón.

—Está bien —continuó—. Solo quiero que sepas que aquel el sábado en tu casa yo…

—No hablemos de ese día —continuó él—. Fue un error.

Aitana no entendía por qué se expresaba de aquella manera.

—¿Por qué lo dices? ¿Acaso no fuiste a verme ayer en la noche, cuando desafortunadamente me encontraba con Henri?

—Sí, fui a verte, —contestó—, pero al encontrarte con él comprendí que cometería un segundo error.

—Germán, yo no sabía que él vendría a Valencia, me llamó cuando ya estaba aquí y me tomó de sorpresa. Lo mínimo que podía hacer, en nombre del pesado, era verle —estaba desesperada porque él le entendiese.

—Muy bien, pero accediste a salir con él en la noche y de alguna manera terminaste en su habitación…

Las palabras de Germán le herían.

—¿Por qué sacas a relucir eso? ¿Acaso olvidaste que fue contra mi voluntad?

—Pero tú accediste a subir con él a su habitación, ¿o me equivoco?

Las mejillas de Aitana estaban enrojecidas.

—Me manipuló para lograr eso —le contestó—, a pesar de que le dije muchas veces durante la velada que no tenía la más mínima posibilidad conmigo. Yo confiaba en él, pero supongo que me equivoqué… No voy a permitir, Germán, que me juzgues, porque yo no he hecho nada incorrecto. Si quieres esgrimir lo sucedido como un argumento para dejar en claro tus sentimientos respecto a mí, te aseguro que no es necesario. Te estoy siendo sincera, eso fue lo que sucedió y en ese momento me percaté de que Henri no era el hombre que deseaba a mi lado… Puede que haya errado, pero no te he mentido y lo que ha sucedido entre nosotros sí ha sido real…

Germán la detuvo.

—Perdóname si te he juzgado, esa no fue mi intención. Sin embargo, he tenido algo de tiempo para reflexionar y creo que, en las actuales circunstancias, pretender algo de nosotros sería imposible.

—¿Tan poco crédito le das a mis sentimientos por ti? —le dijo con voz ahogada.

—Pienso que todavía estás confundida. Puede que hayas esclarecido que no deseas estar con Henri, pero eso no significa obligatoriamente que yo sea el hombre adecuado para ti… Si así lo hubiese sido, quizás no hubieras albergado las dudas que tuviste en su momento. Por otra parte, yo también necesito tiempo… Por uno u otro motivo me he sufrido con todo esto, he sufrido por ti y no me siento en condiciones de volver a pasar por lo mismo, si en el futuro eres del criterio que no soy yo la persona a la que deseas en tu vida. Estamos en un punto en el que podemos detenernos, así que te pido que nos detengamos, ahora que todavía hay tiempo.

—Germán… yo… —tenía tantos sentimientos en su corazón que no podía hablar.

Germán se levantó del asiento y se dirigió a la puerta.

—Yo tengo una hija, aunque la quieras es difícil, es una responsabilidad que no te corresponde. Estás en el momento de vivir a plenitud, yo no sé si pueda ofrecerte lo que buscas y, como no me siento en condiciones si quiera de intentarlo, me alejaré de ti. Me alejo sobre todo por Jimena, porque ella puede sufrir más aún... La escuché en casa decirte que quería que fueras su mamá… Me partió el corazón escucharle decir eso, ¿cómo soportar que, dentro de un tiempo, te alejes de nuestra vida? Ella es una niña, no puede entender los fracasos y distanciamientos de cualquier pareja.

Aitana también se levantó.

—Hablas como si me creyeras capaz de hacerle daño. ¿Acaso no has visto cuánto quiero a tu hija? Jamás la haría sufrir…

—Eso no puedes prometerlo, así que es mejor que ambos aprendamos desde ya, a vivir sin ti. Buenas tardes, Aitana.

Germán cerró la puerta, estaba muy triste, tenía el corazón oprimido, pero creía que hacía lo correcto. Aitana le había demostrado que era voluble, sus sentimientos cambiaban con frecuencia y había estado confundida respecto a él… Germán no podía entregarse a ella, confiar en ella… ¿Cómo hacerlo si Aitana no le había demostrado ser constante en su cariño por él? Quizás, si hubiera estado solo, se hubiese arriesgado, pero con Nana no se hallaba en condiciones de hacerlo.

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