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Capítulo 25: La encrucijada

Aitana llegó a su casa muy abatida. Intentó llamar a Germán, pero su teléfono le daba apagado, luego creyó que era mejor así, porque si le contestaba no sabría qué decirle. Es cierto que ella no había obrado de la mejor manera, se dejó llevar por sus emociones y lo había herido al no darle la certeza de que era a él, a quien ella deseaba a su lado. Estaba llena de dudas y no estaba segura de cómo iba a despejarlas.

Le escribió a Henri un mensaje agradeciéndole por su escrito y diciendo que le había gustado mucho. Sin embargo, no escribió nada más, tampoco sabía qué poner. Amaia se percató de que algo le sucedía a su hermana, y cuando le preguntó, Aitana no se resistió y le contó la verdad: su acercamiento con Germán, los besos y cómo había terminado todo entre ellos a raíz del escrito de Henri.

—¡Te lo advertí! —exclamó Amaia—. Vas a renunciar a Germán por Henri que, a pesar de sus palabras bonitas, no ha venido a verte.

—Pero vendrá en algún momento y yo tampoco me siento en condiciones de olvidar lo que viví con él en París.

—Entonces vas a quedarte con Henri…

—Tampoco lo sé, me duele mucho haber herido a Germán y a veces siento que… —no terminó la frase.

—No voy a decirte nada más, porque eres tú quien debe solucionar esto y decidir. Espero que cuando lo hagas no sea demasiado tarde, en ningún sentido.

—¿Dónde está mamá? —preguntó de pronto Aitana—. No la he visto, ni a papá tampoco.

—Papá fue a visitar a Armando, el vecino y mamá está de guardia esta noche, pensé que lo sabías.

—Lo siento, lo había olvidado.

Amaia se dedicó a preparar la comida y luego cenaron junto con su padre. Raúl le preguntó por Germán, después de la cena en casa y de su ida a la playa con él, su familia se figuraba que algo sucedía entre ambos. Aitana le respondió que estaba bien, pero no quiso entrar en detalles, su cabeza estaba hecha un lío y necesitaba estar a solas.

Aitana se durmió temprano, pero soñó varias veces con Germán, eran sueños íntimos, amorosos, como aquel beso que le había dado en la oficina. Luego en sus sueños discutían y ella se sentía con un fuerte dolor en el pecho. Despertó en la madrugada y quiso pasarle un mensaje, pero no se atrevió… Se develó un buen rato hasta que concilió el sueño, pero se levantó en cuanto amaneció. Se fue a la cocina a prepararse el desayuno, Amaia y su padre saldrían ese día más tarde, así que ella estaba sola cuando su madre llegó, muerta de cansancio de su guardia, sin haber pegado un ojo.

Aitana fue a su encuentro y le dio un beso.

—Hola, mamá ¿qué tal tu guardia? Voy a prepararte un poco de café.

—Estoy muy cansada —contestó Margara—, pero me alegra hallarte despierta porque necesito contarte algo.

—¿Qué sucede? —Aitana preparaba el café.

—En la madrugada recibimos un caso, de una niña con un dolor abdominal, había tenido antecedentes de vómitos y cólicos. Yo misma la examiné y luego de hacerle algunos estudios se determinó que era una apendicitis.

—¡Qué pena! ¿Salió bien? —Aitana le colocó la taza frente a ella.

—Sí, todo está bien ya, pero te lo narro porque la niña de la apendicitis era Jimena, la hija de Germán. Él mismo llegó al Hospital con la pequeña, preocupado al ver que los cólicos habían vuelto y cada vez eran de mayor intensidad.

—¡Dios mío! —Aitana se dejó caer en una silla.

—No debes alarmarte, se llevó al salón y salió muy bien. Ahora está en terapia, pero ya despertó de la anestesia, en la mañana deben trasladarla a una habitación.

—¿Cómo está Germán? —se sentía mal por él también, el pobre, todo le había caído de golpe.

—Estaba muy preocupado, además de que fue solo. Sus padres estaban durmiendo y no quiso asustarlos. Yo me quedé con él durante el tiempo de la cirugía, mi guardia estaba algo más relajada durante la madrugada y pude estar a su lado la mayor parte del tiempo.

—Te lo agradezco mucho, mamá. ¿Por qué no me avistaste antes?

—No quería preocuparte, cariño, además era muy tarde. ¿Se supone que llamara a esa hora para decírtelo? Hasta dónde sé, Germán es solo tu jefe, ¿verdad?

Aitana se mordió la lengua, su madre tenía razón, pero ella sentía no haberlo acompañado también.

—Me gustaría que me dijeras el piso y la habitación en la que estará, para pasar a visitarla esta tarde.

—Cuando me fui todavía no tenía asignada una habitación, pero puedes preguntarle a tu hermana después, que está rotando por mi hospital, para que pregunte y luego te diga.

—Está bien, eso haré, mamá. Gracias.

Margara se tomó su café y luego se fue al baño para darse una ducha, estaba deseosa de entrar a la cama y descansar.
Aitana habló con Amaia lo sucedido, en cuanto esta se levantó y su hermana quedó en mandarle un mensaje cuando pasaran a la niña a la habitación.

—Estás preocupada.

—Es verdad —confesó Aitana—. Por Nana y por Germán. Ahora mismo quisiera estar apoyándole, pero sé que ese no es mi lugar y no me lo permitiría, después de lo que sucedió. Lo único que puedo hacer es ir en la tarde a ver a Nana y ofrecerme a quedarme con ella.

—Haz eso y, por favor, piensa muy bien en lo que sientes por él.

Amaia se marchó y dejó a su hermana con miles de pensamientos bulléndole en la cabeza.

Cuando llegó al Bufete, ya la noticia sobre la operación de la hija de Germán Martín se sabía. Doña Carmen había llamado para advertirle a Lola que Germán no podría ir a trabajar. Lola se lo contó a Aitana, pero ella le explicó que ya lo conocía a través de su madre.

No tuvo ánimo para trabajar, no podía concentrarse, y el mensaje que recibió de Henri esa mañana le creaba más dudas que alegría. En la tarde se marchó del Bufete y tomó el metro hacia el hospital.

Había recibido un mensaje de su hermana donde le informaba en qué piso estaba Jimena. La propia Amaia había ido a ver a la niña, pero quien se encontraba con ella era doña Carmen, ya que Germán había ido un momento a la casa.

Aitana entró al hospital, subió en el ascensor y llegó al piso consabido. Una enfermera le indicó el camino y llegó hasta la puerta de la habitación en la que se encontraba Jimena. Cuando se asomó, vio a Germán al lado de ella, observándola en silencio mientras dormía. La escena le llegó a lo más profundo de su corazón y la conmovió…

Germán, como si se sintiera observado, levantó la cabeza y la vio. Se sintió tan sorprendido de encontrársela allí, que no supo qué hacer. Aitana no se atrevía a pasar sin su permiso, así que fue él quien se levantó y se encaminó a la puerta para hablar con ella.

—Hola —le dijo ella en voz baja—, supe lo que sucedió por mi mamá… ¿Cómo está Nana?

—Hola —él la miró a los ojos—. Está bien, dormida ahora, pero con los medicamentos no siente dolor. La operaron por vía laparoscópica y todo salió bien, gracias a Dios. Le agradezco a tu madre lo que hizo por nosotros ayer.

—Es su deber, además ella sabe que ambos son importantes para mí…

Germán no contestó, no quería pelear, pero la frase más que halagarlo le recordó por qué no deseaba ver a Aitana.

—¿Puedo pasar un momento a verla?

Germán asintió. Aitana entonces se colocó al lado de la niña y la miró. Estaba dormida, apacible… Iba a marcharse cuando de repente Jimena abrió los ojos.

—Tata… —su voz era un hilo.

Germán se colocó al lado de Aitana, cuando se percató de que su hija de despertaba.

—Hola, cariño —le dijo Aitana—, ya estás bien y pronto lo estarás más aún, te lo prometo.

—Papá… —murmuró.

Su padre le tomó la pequeña manita, llena de vías.

—Aquí estoy, mi niña. No te preocupes, solo descansa y verás que pronto estarás recuperada.

La pequeña cerró los ojos y volvió a quedarse dormida. Aitana salió de la habitación y Germán la siguió, sin saber bien por qué.

—Quiero decirte algo… —comenzó Aitana.

Él la detuvo con un gesto.

—No quiero hablar nada sobre lo que sucedió ayer. Agradezco el cariño que sientes por mi hija y que hayas venido a verla, pero las cosas no se pueden mezclar y yo intentaré no hacerlo. Fuera de eso, no pretendo volver a hablar sobre ese asunto, todo quedó muy claro —su voz era áspera.

Aitana sentía un nudo en la garganta.

—No quedó claro, —le contestó—, pero no me refería a eso. Jamás se me ocurriría sacar ese tema a colación encontrándose Nana en esas circunstancias y tú sin haber pegado un ojo en toda la noche.

Germán se quedó en silencio.

—Solo quería decirte que puedo quedarme con Nana cuando lo necesites —prosiguió ella—. Sé que la familia es pequeña y doña Carmen ya está mayor. Yo puedo quedarme con Jimena esta misma noche.

—No es preciso —contestó—. Yo me quedaré con mi hija.

Aitana no quiso decir nada más, era evidente que Germán no la quería allí y ella lo entendía hasta cierto punto. Se despidió de él y se marchó.

Al llegar a casa vio que Henri la había llamado par de veces y luego le mandó un mensaje: eran unas líneas cariñosas, románticas y aunque por un momento se transportó al París que había vivido con él, pronto retornó a la realidad. No sabía qué hacer… Por una parte, lo vivido con Henri era muy fuerte, muy intenso como para que lo pasara por alto. Por la otra, no podía negar que sentía algo también muy grande por Germán, por su hija…

A veces creía que su lugar era estar con él, pero luego retornaban las dudas y se sentía incapaz de tomar una decisión definitiva en un sentido o en el otro. Le respondió a Henri de la forma más neutra que pudo, se dio una ducha y luego retornó a su cuarto. El resto de la tarde y de la noche la empleó en pensar en Germán, en Nana, en cómo estarían en ese hospital, y una vez más lamentó no poder estar a su lado.

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