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Capítulo 24: Los recuerdos de París

El lunes Aitana llegó al trabajo, con un poco de nervios por ver a Germán, pero no podía negar que él la hacía feliz. Lola la vio llegar y la miró con una amplia sonrisa:

—¿Tú también fuiste a la playa? —le preguntó al ver que se había tostado por el Sol—. El señor Martín llegó ya y se le nota que el fin de semana fue a la playa.

—Es tiempo de disfrutar del mar y del Sol, ¿no te parece? —Aitana no quiso decir que había ido con él, era demasiado pronto.

Se dirigió a la oficina de Germán y le tocó a la puerta, él la hizo pasar y en cuanto advirtió que era ella, se levantó y la recibió con un largo beso que la tomó desprevenida. Con una mano en su nuca —levantándole el cabello— y la otra puesta en su cintura, la atrajo hacia él y la beso con pasión, pero a la vez con ternura, apoderándose no solo de sus labios sino repartiendo pequeños besos por su cara para luego retomar con pasión la conquista de su boca y su cuello.

Aitana le correspondió cada uno de los besos y se abrazó a él, notando como su cuerpo se tornaba caliente mientras la dominaba con su pasión. Él sentía la respiración entrecortada de ella, su corazón disparado y los gemidos que emitía. Finalmente se separaron para poder respirar, Aitana no sabía si aquel día había mucho calor o si aquel sofoco era producido por los besos de Germán sobre su piel.

—Buenos días, mi amor —era la primera vez que él le decía así, y Aitana se ruborizó.

—Buenos días —le contestó rodeándole el cuello con sus brazos y con una sonrisa—, este recibimiento no se parece en nada al que me diste unas semanas atrás en esta misma oficina…

Él se rio.

—Ahora estoy loco por ti —le confesó—, en aquel momento no fui capaz de prever lo que podías llegar a significar para mí.

Aitana se separó un poco y sonrió.

—Debemos ser cautelosos, —le explicó—, Lola ha notado que hemos regresado los dos con un bronceado, falta poco para que piense que hemos ido a la playa juntos.

Germán volvió a reír.

—¡Lola es muy intuitiva! Sin embargo, creo que tienes razón y que debemos ser discretos, más por ti que por mí. No quiero que existan habladurías ni que tu posición en el Bufete se cuestione si tenemos una relación.

Era lo mismo que pensaba Aitana, así que en ese punto los dos estaban de acuerdo.

—Toma —le dijo él tendiéndole una carpeta—, me gustaría que formularas la demanda de este caso y que en lo adelante te ocupes de él.

—Perfecto, eso haré.

Aitana se despidió y volvió a su oficina. Todavía no iba ni por la mitad del expediente cuando le llegó un mensaje a su celular:

“Buenos días, preciosa. Cada día te pienso con más intensidad… Te mandaré un texto que he escrito. Espero te guste, cariño. Te quiere, Henri”.

Acto seguido le llegó al whatsapp el adjunto. Se puso tan nerviosa, que apenas atinó a abrirlo: era un escrito largo que parecía estar dedicado a ella. Llegó al final del documento y constató que eran treinta cuartillas.

En ese momento, Germán apareció en su puerta.

—Hola, iré a la casa pues dice mamá que Nana tiene un poco de cólicos, regresaré más tarde.

—Espero no sea nada serio —respondió Aitana—. ¿Quieres que le hable a mi mamá?

—Gracias, amor, pero no creo sea nada grave, de cualquier forma tengo el número de Margara.

Aitana asintió.

—¿Tú estás bien? —le preguntó—. Te noto un poco preocupada.

—Todo está bien —le aseguro ella, a pesar de que estaba muy confundida—, no te preocupes. Mándale un beso grande a Nana y que se mejore pronto.

Germán se fue del Bufete, así que Aitana tomó el documento y se lo reenvío al correo. Luego lo abrió desde su PC y lo mandó a imprimir, para leerlo mejor. La primera impresión decía error, así que la canceló y volvió a mandar a imprimir. Se apresuró a ir a la habitación de las impresoras para recoger el documento, cuando se dio el susto de su vida al encontrarse a Lola allí.

—¿Mandaste a imprimir algo? —le preguntó Lola.

—Así es —Aitana se acercó a la impresora lo más posible para recoger su documento, sabía bien cuando terminaba porque la primera hoja era una foto de ella y de Henri en París.

—Yo también mandé a imprimir —le contestó Lola—, unos documentos que mi pidió Germán para que se los deje después encima de su mesa. ¿Puedes decirme cuál es el documento que está saliendo ahora? ¿El tuyo o el mío?

—Es el mío —contestó Aitana—, lo sabía por el tipo de letra que había utilizado Henri.

—Es bastante largo —comentó Lola.

—Sí, son unas treinta páginas.

Aitana estaba loca por irse de allí, en mala hora se le ocurrió imprimir pues ahora Lola estaba pendiente de ella y de su documento… En cuanto Aitana vio salir la hoja con la foto, retiró su documento de inmediato.

—Listo —le dijo a Lola con una sonrisa—. Es toda tuya.

Aitana cerró la puerta y se puso a leer, sabiéndose segura ya que Germán no estaba en el Bufete. En la primera hoja, al lado de la foto de ellos juntos, decía:

“Preciosa mía:
Sé que has estado molesta conmigo y con razón. Luego de esos maravillosos días juntos en París no supe actuar ante tu ausencia y me mantuve lejano de ti. No creas que nuestro encuentro no significó nada para mí, te quiero y te he pensado cada día, pero no sabía qué escribirte y, como tampoco lo habías hecho tú, temía a tu silencio. Con tu último mensaje y la llamada que sostuvimos, sé que me has pensado tanto como yo a ti… Tu olor todavía está en mi nariz, mi piel recuerda cada roce, mis labios cada beso, y tú estás en mí como aquella noche en el bote cuando te entregaste, por primera vez. Perdóname por haber sido tan estúpido y no haberte llamado antes… Te prometo que, a partir de ahora lo haré mejor, como tú te mereces. Pienso ir pronto a verte, como te prometí, pero he estado muy ocupado con mi novela y he vuelto a escribir como hacía tiempo. A pesar de mi trabajo, anoche pensé mucho en ti y escribí esta historia que te envío de un tirón: nuestra historia.
Te quiere siempre,
Henri”

A Aitana se le hizo un nudo en la garganta y dedicó el resto de la mañana a leer la historia que Henri había escrito, en primera persona, narrando desde su punto de vista su encuentro con Aitana en París, lo que habían hecho, cómo se habían acercado, su primer beso en la Torre, la noche en el bote y el resto de las veces que hicieron el amor.

La narración se volvió tan erótica, que una ola de calor recorrió a Aitana ante el recuerdo y la evocación de esos días con Henri. Al término de la lectura estaba tan confundida con la nueva situación entre Germán y ella, qué no sabía ya lo que quería… ¡Germán no se merecía que lo engañara! ¡Henri tampoco que ella lo despreciara! Había tomado el día antes la decisión de quedarse junto a Germán, pero lo dicho por Henri ponía a prueba su resolución.

Germán llegó poco después y pasó por la oficina de Aitana, la notó más abatida que cuando se marchó dos horas antes.

—¿Todo está bien? ¡Tienes una expresión que no me gusta nada!

—Estoy bien —ella le tranquilizó y fue a su encuentro—. ¿Cómo está Nana?

—Está mejor —respondió—. Tuvo algunos vómitos y dolor estomacal, pero le dimos un medicamento y ha mejorado. Mamá se quedó con ella pues debo hacer algunas cosas de trabajo antes de poder volver a la casa.

—Me alegra que se haya aliviado, cualquier cosa que necesites puedes contar conmigo.

Germán le acarició el rostro con su mano y le sonrió.

—Iré a mi oficina, amor. ¿Sabes si Lola imprimió lo que le pedí? Al llegar no la vi en su puesto…

—Seguro que fue a comer, pero sé que imprimió los documentos y que los dejaría encima de tu mesa.

—Perfecto.

Germán se marchó y Aitana permaneció en su oficina, tratando de concentrarse en la demanda que debía redactar.

Pasaron casi dos horas, cuando Germán llegó a su oficina, esta vez era él quién tenía el rostro descompuesto, y ella no podía imaginar por qué.

—¿Pasó algo? —preguntó Aitana.

La expresión de Germán le recordaba al hombre distante y frío que había conocido en su primer día de trabajo.

Él no respondió, simplemente tiró delante de sus ojos un escrito… Aitana se horrorizó al ver su foto con Henri en París, su carta y el resto del documento que él le había escrito.

—¿Cómo…, cómo tienes esto? —balbució.

—No lo sé —la voz de él era muy grave—. Apareció junto con los documentos que Lola imprimió para mí. Te aseguro que la lectura no fue muy agradable y pensé que tenías algo que ver con esto… ¿Cómo fuiste capaz de dejar algo así sobre mi mesa, Aitana?

—¡Lo siento! —exclamó—. No fui yo… Lo recibí esta mañana, mandé a imprimir y parece que se imprimió doble, yo saqué mi copia y dejé a Lola imprimiendo.

Ahora tenía sentido: la copia que había cancelado se había mantenido y había impreso dos veces el mismo documento. Ella se llevó una copia y la otra se apiló y confundió con los papeles de Germán. ¡Estaba tan aturdida!

—¿Esa es tu forma de decirme qué no te interesa tener nada conmigo? —la voz de Germán tronaba—. Lo has hecho muy bien.

—Tienes que creer en mí, fue un error, una confusión… —la voz de Aitana estaba ahogada.

Germán se calmó un momento.

—Supongamos que es cierto y que fue un error y se imprimió doble.

—Así fue —Aitana abrió una gaveta y sacó su copia—. ¿Ves? Esta era la única que debió haberse impreso. Jamás dejaría algo como esto en tu mesa, para que lo vieras…

—Me alegra saber que no fuiste capaz de dejarla en mi mesa —repuso con disgusto—, pero aun así, he leído cada palabra y no tengo la menor duda de que todavía existe algo entre ese hombre y tú…

Aitana se quedó en silencio, avergonzada.

—¿Lo leíste?

—Sí, lo leí —reconoció—, aunque me arrepiento de conocer ahora cada palabra.

—¡No debiste haberlo hecho! —exclamó ella, furiosa—. Era mi intimidad, no tenías derecho…

—¿Acaso tú tenías derecho de imprimir esto en el Bufete? ¿Tenías derecho a decirme que solo te llamaba un amigo, cuando en realidad estás loca por ese hombre? ¿Tenías derecho a aceptar mi cariño, a asegurarme que no existía nadie más, para luego descubrir que todo era mentira?

Los ojos de Aitana se llenaron de lágrimas.

—Lo siento, jamás he jugado contigo, todo lo que ha sucedido ha sido real…

—Real por mi parte —le rectificó—. En cambio, jamás me dijiste que estabas interesada en otro. Además, luego de leer esta historia, no me cabe la menor duda de que estoy en total desventaja ante tu escritor francés, ante tu hombre de París… ¡Es lógico que lo prefieras a él, parece que es perfecto para ti!

—¡Esto no es una competencia, Germán! ¡Por favor, déjame explicarte! —le pidió.

Germán trató de encontrar la calma nuevamente.

—Dime algo —arrojó el escrito de Henri a la basura—, dime que estoy equivocado, dime que este hombre cree que puede reconquistarte pero que tú ya no sientes nada por él. Dime que, a pesar de lo que ha sucedido, tú me quieres a mí… Dímelo, porque de lo contrario no podré confiar más en ti.

Aitana lo miró, con los ojos llenos de lágrimas.

—Solo puedo decirte, con sinceridad, que te quiero mucho y que las cosas han sucedido demasiado aprisa entre nosotros, pero no voy a negar que estoy confundida y que no puedo darte la respuesta que estás buscando y que te mereces.

A Germán le dolieron sus palabras en lo más profundo de su corazón.

—Muy bien, has sido sincera al fin. Por lo visto yo he estado perdiendo mi tiempo contigo.

Germán dio un portazo y salió de la oficina de Aitana, y ella se quedó llorando. Lola entró unos minutos después, sin pedir permiso y la vio anegada en llanto.

—Cariño, ¿qué ha sucedido? ¡He escuchado a Germán alzar la voz y el jamás hace eso! ¿Han discutido?

—Lo siento, Lola, no puedo explicarte —ella se enjugó las lágrimas con las manos—. Necesito hablar con él.

—No creo que puedas —le contestó—, lo he visto salir del Bufete hace un instante, pasó al lado mío como una furia y me dijo que no regresaría.

Aitana volvió a llorar, no sabía qué hacer, pero tampoco podía correr tras él para confesarle algo que ella aún no había descifrado. ¿Qué sentía por Germán? No podía decirlo con certeza, tan solo que sufría por lo sucedido casi tanto como él.

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