Capítulo 21: Sentimientos en la Albuferra
Aitana llegó a la Facultad de Derecho temprano. La Universitat —en valenciano se decía así—, tenía varios campus por la ciudad, la Facultad de Derecho en especial se hallaba en el de Tarongers. Aitana vivía muy cerca, en Blasco Ibáñez, así que pudo ir caminando. En su camino se cruzaba con muchas personas en bici y carriolas, pues Valencia era una ciudad principalmente llana, y las personas solían trasladarse así.
Una vez que llegó afuera del edificio de la Facultad, se encontró con Germán, estaba muy apuesto con su traje azul y se veía algo nervioso. Ella se rio de él en su cara:
—¡Pareces un estudiante al que van a examinar!
El rio también.
—Es que no acostumbro mucho a hablar en público, salvo en el Tribunal. Entonces me siento algo oxidado…
Una estudiante pasó delante de él y lo miró de arriba abajo, luego le guiñó un ojo y le sonrió. Germán se puso colorado y Aitana volvió a reírse de él.
—Tu mayor temor es no ser locuaz ante tu público y hacerlo mal —le dijo—. Pienso que ahora nos hemos percatado de que estas jóvenes están pensando más en tu atractivo que en el discurso que les vas a dar…
Aitana fue la que se sonrojó en cuanto hizo ese comentario. Germán la miraba con interés y una media sonrisa que la dejó sin aliento:
—¿Acabas de decir que soy atractivo? —le preguntó.
Ella deseaba que la tierra la tragara en ese mismo instante.
—He dicho que ellas te ven atractivo, por cómo te ha mirado esa chica. Yo… —balbució.
—Claro, tú no me ves atractivo —la interrumpió él con más seriedad.
Ella no supo si era un comentario o una pregunta, así que prefirió callarse. Se hizo un silencio bastante incómodo hasta que llegó el momento de la conferencia.
Aitana no se equivocó, más de una joven suspiraba por aquel seductor abogado, de cabello oscuro y ojos color miel. No solo quedaron encantados con su apariencia, sino también con los que les decía. Aitana estaba preparada para escuchar una buena conferencia, Germán le había advertido que hablar no era su fuerte, sin embargo, quedó maravillada cuando descubrió su desenvoltura, su buen humor —impensable en él—, y la manera en la que trasmitía conocimientos sin aburrir.
El profesor Fernando, Catedrático de Derecho Laboral quedó muy agradecido con su exposición y aseguró que lo invitaría en otras oportunidades para que le hablara a los muchachos. Aitana se acercó a él y le dijo con una sonrisa:
—¡Está de más que te diga que lo has hecho brillantemente! Pensé que era una buena conferencia, pero has superado mis expectativas y las de tu auditorio.
—Gracias —le contestó—, me basta con haber superado las tuyas.
Iban a tomar la escalera para marcharse, cuando Aitana le pidió:
—Quisiera pasar a saludar a mi padre, trabaja en el tercer piso.
—Por supuesto —respondió él—, si me lo permites, me gustaría acompañarte. Nunca me has hablado de tu padre, y yo tampoco te había dicho nada, pero fue mi profesor hace unos años atrás y me encantaban sus clases.
—Sé que fue tu profesor —le confesó ella—, una noche papá me lo dijo, cuando hablábamos de ti.
—¿Hablas de mí? —le preguntó con una sonrisita.
—Hablo un poco —se rio—, no siempre bien.
Germán puso rostro de ofendido al escucharle hablar así, pero también se rio con su comentario.
—En cuanto a papá, no te dije nada porque no deseaba que creyeras que lo mencionaba para beneficiarme de alguna manera.
—Entiendo, pero ya no debes pensar así. Estoy muy complacido con tu trabajo y más que eso, con tu presencia en mi vida.
Aitana lo miró, pero no quiso saber qué significaba eso, así que avanzó por el corredor hasta llegar a una puerta que decía por fuera: Raúl Villaverde, Catedrático de Derecho Constitucional.
Luego de tocar, una voz agradable los mandó a pasar y Aitana atravesó el umbral de la puerta escoltada por Germán.
—¡Qué sorpresa! —dijo su padre, levantándose de su asiento.
Germán le dio la mano.
—Es un gusto volver a saludarlo, profesor.
—También me alegra verte otra vez después de tanto tiempo —comentó Raúl—. Me satisface mucho saber que mi hija está bajo tus órdenes, trabajando en tu Bufete.
—Su hija es una gran profesional, puede sentirse orgullosa de ella —continuó Germán con amabilidad.
—Gracias. —Raúl Villaverde estaba satisfecho y emocionado, Aitana también.
—Germán ha dado una gran conferencia a los estudiantes sobre el trabajo del abogado laboralista. Ha estado espléndido y el profesor Fernando ha dicho que lo invitará con frecuencia —añadió Aitana.
—Enhorabuena —respondió Raúl—, me parece excelente. En el ejercicio de la profesión jamás puede olvidarse a la Academia.
—Así es —comentó Germán—, ha sido todo un reto para mí, pero me siento revitalizado por esta experiencia. Señor, —prosiguió—, ¿nos acepta una invitación para comer?
Raúl Villaverde estaba complacido, pero su agenda se lo impedía.
—Lo siento mucho, me hubiera encantado aceptar, pero tengo un compromiso con el rector dentro de… —consultó el reloj—, quince minutos.
—Es una pena —comentó Germán—, quizás en otra oportunidad.
—Me encantaría invitarlo a cenar a casa —soltó Raúl—, mi esposa cocina estupendamente y será un placer recibirlo. Sé que ya conoce también a la más pequeña de mis hijas.
Germán asintió, halagado.
—Es cierto, nos conocimos este fin de semana. En cuanto a la invitación, la acepto con gusto.
—Perfecto, si le parece, puede pasar mañana en la noche a cenar. ¿Le será posible?
—Pienso que sí, tengo una hija pequeña pero mi madre no tendrá objeción en estar pendiente de ella.
—Aitana habla con frecuencia de su hija, dice que es una niña encantadora.
—Muchas gracias, Jimena siente gran cariño por Aitana.
Aitana se sentía bien nerviosa, era como si no estuviese presente pues, sin haberlo imaginado, había surgido una invitación que llevaría a Germán a su casa.
No demoraron mucho tiempo en despedirse de Raúl y tomaron el ascensor hasta el piso inferior.
—Tu padre es un hombre muy agradable, me ha parecido muy amable al invitarme a cenar —le comentó.
—Más amable que yo sin duda —dijo Aitana sonriendo—, que jamás te he invitado a nada.
Aitana quiso restarle importancia al asunto, pero la verdad es que sentía confundida cuando estaba con Germán.
—Tienes razón —le respondió él—, y creo que debemos hacer algo al respecto… ¿Qué te parece si mi invitas a comer? Hemos terminado por hoy y ya que tu padre no pudo acompañarnos…
Las mejillas de Aitana estaban encendidas. Por suerte no se le notaba demasiado pues llevaba una chaqueta roja.
—Está bien, yo te invito a comer pero, ¿a dónde vamos?
—Teniendo en cuenta que yo soy el que poseo coche, me permitiré escoger el lugar.
Poco tiempo después Aitana se dio cuenta que Germán salía de la ciudad y tomaba la carretera que llevaba a la Albufera, al ver los campos sembrados de arroz en el camino.
—¿Vamos a la Albufera? —interrogó.
—Así es, me encanta comer allí.
—A mí también —admitió ella.
La Albufera era un parque natural de la Comunidad Valenciana, con una inmensa laguna, vegetación, animales silvestres. El lugar estaba lleno de pequeños restaurantes, muy sencillos, con comida típica de la región. Se podía comer admirando la laguna, que era cursada por varios botes de motor que ofrecían paseos.
Una media hora después, estaban en el lugar. Germán había escogido un pequeño sitio y se ubicaron en el primer piso de madera, cercano al agua, con una vista preciosa, de una tarde de Sol y un cielo despejado.
—Qué hermosa vista —comentó ella—. Nunca me canso de venir acá.
—En mi caso hacía mucho que no venía…
Germán pidió una botella de vino, paella de mariscos para él, Aitana se decantó por arroz negro, dos de las especialidades de la casa.
—¿Hace cuánto tiempo que estás en Valencia? Recuerdo que, cuando hacía mis prácticas, jamás te vi.
—Después que falleció mi esposa —era la primera vez que abordaba el asunto—, permanecí unos años más en Madrid. Fue difícil, pero allí tenía mi hogar y estaba la madre de mi esposa que, ante la tragedia, se apegó mucho a Nana. Sin embargo, hace dos años mi suegra enfermó y murió hace poco tiempo. Ya nada me retenía en Madrid además mi padre decidió jubilarse y era preferible retornar a Valencia y asumir su puesto en el Bufete.
—Entiendo —comentó ella— y doña Carmen puede ayudarte con Nana.
—Sí, para Nana es mejor estar cerca de la única familia que le queda, que son sus abuelos y la quieren mucho.
—Y tú a ella, eres un excelente padre.
—Intento serlo y además, me gusta la paternidad. Sin embargo, hay veces en la que me resulta difícil asumir el rol de padre y de madre, no sé si me comprendes…
Ella asintió.
—Por ejemplo, dentro de unas semanas es el cumpleaños de Jimena y se supone que yo haga una fiesta para ella y sus nuevos amigos del kínder. Apenas estuvo unas semanas en él, pero sabes cómo son los niños… y yo me alegro que, al menos, haya hecho par de amigos.
—Hay personas que se especializan en organizar eventos infantiles.
—Lo sé, pero este no es el caso. Es algo más bien pequeño: mis padres, dos o tres amigos de Nana del kínder con sus padres y quizás algún familiar lejano…Algún amigo, como tú por supuesto, pero es algo pequeño. Para una celebración de esas dimensiones no creo necesario contratar a nadie.
—Es cierto, pero yo puedo ayudarte —se ofreció.
Germán se sorprendió al escucharla.
—¿Harías eso? —Se notaba esperanzado—. Mira que he lo he comentado sin pensar, en modo alguno se me hubiese ocurrido pedirte algo así…
—No es ninguna molestia para mí, me encantan las fiestas infantiles y quiero a Nana, no será difícil. Es encargar el pastel, la comida a un catering y hacer una decoración sencilla con una temática.
—¿Una temática? Perdona, como mi esposa murió, jamás le hemos celebrado a Nana una fiesta así, de lo cual me siento responsable y quisiera que tuviera una celebración hermosa. ¿Cómo es eso de la temática?
—Pues la decoración: globos, platos, servilletas, en fin, todo debe ser con un mismo motivo o personaje, según los intereses de la niña.
—No sabría decir cuál es su personaje favorito…
—Yo sí —rio Aitana—, es Anna, de Frozen, así que podemos hacer una decoración con ese motivo.
—Eres increíble —le dijo simplemente.
En ese instante llegó un empleado con la comida, que olía deliciosa. Los dos tenían hambre así que se dispusieron a comer.
—Quiero saber más de ti —le pidió Germán, un rato después—, y no solo lo que dice tu ficha laboral.
Aitana sonrió.
—No sabría qué más decirte, salvo que mi vida es demasiado aburrida.
El teléfono de Aitana comenzó a sonar, ella lo había dejado encima de la mesa, así que Germán no pudo evitar mirar a la pantalla y vio una foto de ella y un hombre desconocido y atrás de ellos lo que parecía ser la Torre Eiffel. Cuando la miró, ella tenía una expresión indescifrable y el teléfono que había tomado de la mesa, le temblaba en las manos.
—¿No vas a contestar?
—Sí. —Ella se levantó—. Discúlpame.
Aitana se alejó unos pasos y contestó. No sabía si estaba lo suficientemente lejos de Germán para evitar que él escuchara, pero tampoco podía darse el lujo de perder aquella llamada, que llevaba tanto tiempo esperando.
—Hola.
—Hola, preciosa. —Era la voz de Henri, algo que ella ya sabía—. ¿Cómo estás? ¿Te interrumpo?
—Estaba en una comida de trabajo, pero no dudé en contestar. Estoy bien, ¿cómo estás? Hace tiempo que no sé de ti…
—Lo siento, Aitana —repuso él—, no he dejado de pensar en ti ni un minuto, pero he estado trabajando con mucha intensidad.
—Qué bien. —Para ella eso no era una justificación.
—Además, reconozco que me molestó ver que tú tampoco me escribías, pero supongo que debo dejar de comportarme como un niño y actuar como te mereces.
—Lo lamento, pero tengo que cortar.
—Está bien, pero no pongas nunca en duda lo mucho que te extraño, preciosa. Te prometo que pronto te daré una sorpresa… Un beso grande.
—Un beso. —Ella colgó.
Cuando Aitana retornó a la mesa ya no tenía hambre, se sentía muy extraña. Emocionada por haber escuchado a Henri al fin, pero decepcionada de que no hubiese tenido una mejor excusa para darle. Él era liberal, solitario, ¿acaso podía cambiarlo desde la distancia?
Germán también tenía una expresión distinta.
—Parece que tu vida no es tan aburrida como me habías dicho hace un momento —le espetó.
—Sí lo es. —Ella le sostuvo la mirada—. Lo más aventurero que he hecho fue, justo antes de comenzar en el Bufete, irme a París sola, una semana. Hice un amigo que fue quien me llamó ahora, pero es un amigo… Su vida está en París y la mía, está acá.
Germán no quiso preguntarle nada más, aunque en cierta forma las palabras de ella le habían agradado. Si algo había sucedido con aquel hombre, parecía cosa del pasado y ella le había asegurado que solo eran amigos. Además, Aitana se veía tan sola, que no podía más que creer lo que su madre con tanto interés le había dicho: que Aitana no tenía novio.
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