Capítulo 13: En el Barrio Latino
Henri tenía un pequeño apartamento cerca del Barrio Latino. Era tan encantador como pequeño, algo que Aitana no se esperaba, acostumbrada a su opulencia. Henri no se había equivocado al decirle una vez que él era un hombre sencillo también: la decoración simple pero acogedora, el espacio mínimo, pero bien aprovechado, creaban el nido de amor perfecto más que una casa de grandes proporciones.
El apartamento estaba en un tercer piso, así que Aitana se asomó a la calle desde el balcón, para observar el movimiento de las personas, los cafés y comercios.
Henri colocó la maleta de Aitana en su habitación. Esta era el área más grande de la casa, una habitación amplia, ventilada y fresca. Estaba llena de toques masculinos, según ella pudo apreciar. A un lado pudo ver un pequeño librero, donde se hallaban los libros de Henri. Se detuvo a escudriñarlos mientras él tomaba agua en la cocina.
—Te regalaré todos mis libros, dedicados, como te mereces. —Él la sorprendió y le dio un beso en la oreja—. La dedicatoria será tan especial que sentirás vergüenza de mostrársela a alguien más.
Aitana estalló en risas, se volteó hacia él y lo besó.
—La primera vez que te vi estabas tan serio y distante, que me llevé una impresión equivocada… La formalidad te duró veinticuatro horas.
Él puso cara de ofendido, pero no lo estaba. Tenía sus manos sobre las caderas de Aitana.
—Eres mi princesa, pero en mis brazos eres mi mujer.
Aitana lo besó, no muy segura de lo que aquello quería significar, pero era mejor besarle que hacer preguntas. Había comenzado a sentir un poco de ansiedad por el hecho de que le quedasen apenas veinticuatro horas en París, y tenía la sensación de que aquella magia se desvanecería en cuanto regresara a Valencia. Por el momento, trató de no pensar en eso, y se dejó llevar por los besos de Henri: apasionados, intensos, que la hacían estremecer.
No faltó mucho para que Henri la llevara a la cama, la colocó encima de unos almohadones y comenzó a besarla por todo el cuerpo. Aitana reía pues la barba le hacía cosquillas, aunque en algún punto la risa fue suplantada por un deseo insoportable.
Henri le quitó los zapatos, luego el vestido veraniego que llevaba, hasta dejarla en ropa interior sobre su cama. Sin mucho preámbulo, se quitó la camisa, los pantalones y se puso a su lado. Aitana tenía la respiración entrecortada, de verlo a la luz del día con tanta claridad: los músculos de su abdomen, sus amplias espaldas y el vello de su pecho que la excitaba cuando lo acariciaba con sus manos.
Henri siguió besándola en la boca, hasta que la dejó desnuda para apoderarse de su cuerpo. Luego se quitó el boxer. Aitana también observó, la anoche anterior estaba más nerviosa, ahora podía verlo en toda su magnificencia. Él la abrazó y sus cuerpos se encontraron...
Aitana estaba a punto, él se colocó en su entrada luego de ponerse un condón, haciéndola subir por la espiral de placer. Henri se introdujo en ella, y al sentirlo dentro gimió, al fin lo tenía, pero comenzaría entonces la parte más delirante… El día anterior lo había experimentado varias veces, el ritmo que llevaban en perfecta sincronía, cada vez más intenso y más rápido hasta que Aitana gritó temblorosa, se había venido en sus brazos y poco después él también alcanzó el orgasmo.
Pasaron la tarde en la casa, amándose. Caricias y besos eran la antesala para una nueva ronda, para volver a entregarse al placer de estar juntos. Henri era un gran amante y Aitana, en dos días, aprendió en sus brazos lo que era satisfacer el deseo.
Al final de la tarde, se trasladaron al baño. Henri había llenado la bañera con agua caliente, la introdujo en ella y le dio un baño de espuma. Después de esmerarse en tocar todos los rincones de su exquisita piel, Aitana se levantó y él vació la bañera, para entrar a ella. De pie ambos, sus cuerpos mojados y juntos, disfrutaron del agua caliente que las caía, y Aitana esta vez asumió la tarea de bañarlo a él.
A la noche, Henri pidió comida a domicilio para no tener que salir de casa. Aitana y él se sentaron a degustar la cena en la mesa de la cocina, mientras reían de cualquier cosa. Henri estaba un poco más tenso que ella esta vez, quería iniciar una conversación con Aitana que no sabría si lo llevaría a dónde él deseaba.
—¿Qué sucede? —le preguntó ella, al percatarse de su expresión.
—Quiero decirte algo —anunció él—, y quiero que lo pienses con calma. Deseo comprarte un nuevo pasaje de regreso para una fecha más adelante y que permanezcas conmigo un tiempo más. Estaba pensando en hacer una excursión a Biarritz, ¿qué te parece?
Aitana se puso muy seria al escucharle.
—Lo siento… Siempre dije que tenía que irme mañana —le contestó.
Henri le tomó la mano por encima de la mesa.
—Por favor, no estás siendo objetiva. Puedes regresar a Valencia en otro momento y permanecer conmigo más tiempo, ¿acaso no lo deseas?
Aitana suspiró.
—Este es un problema que debemos enfrentar más tarde o más temprano. Desearía quedarme, pero me sorprende que me lo hayas pedido. Creí que estabas conforme con que me marchara, en la fecha acordada.
—¡Cómo pretendes que esté conforme! —exclamó él en voz más alta—. ¿Acaso no te has percatado de lo que ha sucedido entre los dos?
—Sé perfectamente lo que ha pasado entre ambos —le contestó—, pero no puedo cambiar la fecha de mi regreso. El domingo es el cumpleaños de mi padre y el lunes comienzo a trabajar en el Bufete laboralista que mencioné hace unos días en la conversación que sostuve con tu abuela.
Él lo recordaba, pero estaba desalentado. No hubiese imaginado que comenzaría tan pronto.
—¿No puedes hacer nada? —le pidió—. Puedes hablar con tu padre y decirle al bufete que te ausentarás por un par de días. Al menos permanece este fin de semana conmigo, podemos…
Aitana lo interrumpió con un ademán.
—No insistas, porque no puedo hacer eso.
—No entiendo por qué te comportas así —le espetó él—, es como si no quisieras permanecer aquí.
Aitana suspiró, con paciencia.
—Mi familia es muy unida y planeamos esta celebración con mucha anticipación, es el cumpleaños 60 de mi padre y no puedo dejar de estar. Por otra parte, el trabajo en el Bufete es importante para mí, no puedo comenzar poniendo una excusa como la que aludes. Por favor, te pido que me entiendas.
Henri, a pesar de que entendía que sus argumentos tenían lógica, no quería ceder. Él estaba acostumbrado a obtener todo lo que deseaba.
—¿Por qué no vienes tú conmigo a Valencia? —le propuso ella.
Él de inmediato le soltó la mano.
—¿A Valencia? —repitió atónito—. Aitana, vives con tus padres y yo tendría que buscar un hotel. Entre esa situación y el hecho de que estarás trabajando, no tendré ocasión de verte, no tendría ningún sentido.
—Al menos estaríamos juntos —le dijo ella, con un nudo en la garganta—, podrías hacer el intento y así conocerías a mi familia…
Aitana se interrumpió porque aquello sonaba a formalidad y entre ellos jamás habían hablado de una relación seria, ni de futuro. Aquella era la primera vez que hablaban sobre algo así y no les estaba yendo precisamente bien.
—Debo escribir mi libro —respondió él como único argumento.
Aitana se levantó de la mesa y recogió los platos para llevarlos al lavaplatos.
—Hasta ahora no te habías preocupado demasiado por tu libro. No era necesario que me dijeras de esa manera que no deseabas conocer a mi familia, a fin de cuentas, yo siempre supe que esta historia no iba a llevar a ningún sitio.
Le había dado la espalda, pero Henri se levantó y la giró hacia él con suavidad.
—No es que no desee conocer a tu familia, pero primero debemos conocernos mejor nosotros. Estamos apenas iniciando una relación y desearía no interrumpir las cosas en el momento en el que nos encontramos.
—Pero tenemos un problema, yo no puedo quedarme en París. Tengo a mi familia y a mi trabajo. Yo no puedo trabajar en el Bufete desde la casa, pero tú puedes escribir desde el hotel en Valencia…
—No simplifiques mi trabajo de esa manera, Aitana. —Él estaba molesto—, tengo un ritmo muy intenso. Escribo siempre en el mismo sitio, tengo mis manías, mis costumbres, no aspires a que en Valencia pueda encontrar la concentración para escribir mi libro.
—Aquí, con todas esas cosas que dices, tampoco la has encontrado.
Henri estaba exasperado.
—¿Eso vamos a hacer? —le preguntó—. ¿Vas a juzgar mi trabajo por lo que yo mismo te he dicho? ¿Vas a criticarme, a creer que no tiene importancia mi ambiente y mis condiciones proclives para escribir?
—Tú has hecho lo mismo conmigo al sugerir que falte al cumpleaños de mi padre y a mi trabajo, sin preguntarte lo que esas dos cosas significan para mí.
—Es evidente que significan más que yo para ti.
Aitana se dirigió al cuarto y comenzó a guardar sus pertenencias en la maleta.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él.
—Regreso al hostal —contestó ella.
—No puedes hacer eso —intentó tocarla, pero ella se apartó.
Henri le quitó la ropa de las manos y le pidió sentarse un momento.
—Creo que estamos demasiado molestos, y deberíamos parar ahora mismo.
—Tú no irás a Valencia ni yo me quedaré en París —resumió ella—. ¡Fin de la historia!
—No es tan sencillo —le dijo él—, pienso que los dos deberíamos reflexionar y hablar mañana temprano, antes de que te vayas.
Ella asintió.
—Está bien —se rindió—, hablemos mañana, pero no creo que hallemos ninguna solución.
Henri se calló ante su manera pesimista de hablar, y se puso a revisar el correo en su laptop. Aitana se acostó en la cama y se puso a leer. Era bien tarde en la noche cuando Henri volvió al lecho, pero no la procuró ni ella tampoco. Apagaron la luz y se fueron a dormir, dándose la espalda como si fuesen dos desconocidos, ¿o acaso no lo eran?
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