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Rutina, rutina, y oh sí, más rutina.

La alarma infernal suena y Gerard suelta un gruñido. Tanteando la mesa intenta apagarla, y sin tener éxito, prosigue a desconectarla. Suspira cuando nada más se oye por encima del asombroso silencio.

Pero la alarma ha sonado, no exactamente por ser día de semana, no exactamente porque tiene que alistarse para ir al trabajo. Hoy no hay una verdadera rutina. Hoy el calendario marca 27 de mayo, día miércoles.

Abre los ojos abruptamente.

¡Joder! ¡El pastel escondido en el horno!

Salta en casi modo automático, llevándose cobijas y almohadas de bruces al suelo. Torpemente se levanta, dándole paso a los quejidos. Acomoda su desastre con rapidez al igual que conecta nuevamente el bendito reloj que compró en esa venta de garaje hace unas semanas. Nota mental: no ir más de compras con tu hermano. Mucho menos si tu hija se lleva de los mil amores con el antes nombrado.

Como si el piso tuviese lava desbordando por todas partes, corriendo se dirige al baño y no dura nada puesto a que tres minutos después está subiendo las escaleras con sumo cuidado para que el pastel de una plaza no caiga contra el suelo y se vea en la obligación de ir a comprar otro a primera hora de la mañana.

Realmente no quiere eso.

Con sus dientes sostiene el yesquero mientras con su mano derecha maneja el sostener el pastel. Con su mano libre gira el pomo y se adentra con el mismo cuidado, todo en silencio, todo tranquilo y a penumbras. Sonríe encendiendo la luz y deja el pastel en el escritorio, es cuando se acerca a la cama.

Se siente un niño cuando toma uno de esos silbatos con serpentina y comienza a saltar sobre la cama. El bulto bajo las sábanas se remueve enseguida.

— ¡Estas son las mañanitas que cantaba el Rey David, hoy por ser tu cumpleaños te las cantamos a ti, despierta, Bandit, despierta, mira que ya amaneció, a los pajaritos canta, la luna ya se metió!

No está realmente seguro de si la canción va así, pero algo logra rescatar de ella. De otro salto baja de la cama, sonriendo con el silbato entre los dientes, toma el pastel junto al yesquero. Una somnolienta Bandit se sienta sobre la cama, restregando sus ojos con sus dedos. Una sonrisa de lado se muestra en su rostro de recién levantada y sólo puede sonreír a su par.

»Feliz cumpleaños, cariño —enciende las velas, sentándose a un lado en la cama. Ella niega con su cabeza, regalándole una sonrisa que denota su dentadura—. Pide un deseo.

Bandit suspira pesadamente y cierra sus ojos por unos breves segundos. Ansioso espera. Siempre quiso saber qué transcurría por la mente de su hija cada vez que le decía aquello. La mayor parte del tiempo solía bromear y decirle "no olvides pedir tu bicicleta" o "pide tus propios patines". Ella reía y de un soplido apagaba la cantidad de pequeñas velas.

Pero algo le decía que ella ya no quería escuchar eso, que ese chiste ya estaba algo gastado. Pero genuinamente, si lo hacía; ella volvería a reír y lo abrazaría. Tal cual lo ha estado haciendo los últimos años.

Su niña está creciendo.

Cuando su deseo parece estar completo, apaga las velas. Activa el silbato comenzando comenzado a aplaudir con alegría, consigue arrancarle una jovial carcajada. Sólo quiere abrazarla, así que lo hace. Pasa por encima del pastel de simple biscocho de chocolate y deja sonoros besos por todo su rostro antes de que se queje y lo suelte.

—Que la pases de maravilla en tu día, bonita Bandida —sopla el silbato de nuevo, dando con la serpentina en su nariz. Lo retira cuando vuelve a encorvarse a su inicio—. Te amo.

—Yo también, papá —sacude su cabeza—, ¿pero todo esto era necesario?

—Uh, bastante necesario. Demasiado necesario —arranca un pedazo de biscocho bajo su atenta mirada. Ella cierra sus ojos soltando risitas—. Increíblemente necesario.

Su queja no persiste, frota sus manos y arranca otro pedazo de biscocho, pronto están desayunando pastel de chocolate. Ríen cuando hacen contacto visual todo el tiempo.

—Creí que esperaríamos al tío Mikey para cantar cumpleaños —habla con su boca llena. Gerard rueda los ojos.

—Ni de loco. Tu tío no iba a interrumpir este hermoso momento padre e hija. Lo desheredo primero.

Ella se ríe volviendo a caer de espaldas en su cama, suspira mirando al techo. A Gerard realmente, realmente, le gustaría saber qué transcurre por su mente.

—No puedo creer que he soportado todo esto por dieciséis años.

—Uh —silba—, y los otros dieciséis que te faltan. Más otros dieciséis. Y otros dieciséis más. Porque vas a vivir otros cuarenta y ocho años más.

Su carita sonriente baja a mirarlo, para reír y luego volver a subir.

» ¿Quieres ir al colegio hoy? Me gustaría que pasáramos tu cumpleaños juntos. Ya sabes —hace señas con sus manos—, tus tíos, tú, yo. Nosotros haciéndole bullying a Ray. Como los viejos tiempos. Vamos, Band.

—Quisiera —se ríe—, pero tengo prueba hoy. Por más que no quiera. Tampoco es como si pudieses faltar al trabajo, ¿recuerdas? La familia responsable.

—La familia responsable, claro —asiente en un suspiro, desciende su vista. Entre el trabajo y el colegio se les consumía el tiempo. A veces le gustaba disfrutar de los fines de semana, porque a ella no le gustaba salir y entonces podían ver series juntos. Padre e hija. Como los viejos tiempos—. Igual Ray y tú son los que siempre me hacen bullying a mí, así que...

Ella vuelve a reírse. Y él sonríe, porque ama verla sonreír, ama escucharla reír. Ama verla feliz. ¿Qué mejor regalo para un padre que ver a sus hijos ser felices?

Exacto, nada.

»Bien, entonces vamos a desayunar y a empezar el día. Cuando menos te lo esperes, tus tíos van a estar atravesando esa puerta y alterando mi paz interior.

Bandit rezonga, pero no le da tiempo. Un pedazo más de pastel, otro intento de sesión de abrazos y besos que se ve interrumpida a petición suya y entonces debe salir de la habitación.

Los adolescentes son un tema bastante serio, confuso, y también interesante en cierto punto. Donna sabría cómo lidiar con todo esto. Después de todo, ella había llegado a soportar el alcoholismo de Donald y la adicción de Michael por las drogas en su momento.

Mientras que él, él estaba muy ocupado cuidando a su hija de tres años para ese entonces por su cuenta. Y Donna había fallecido hace casi cuatro años ya. Cuánta falta le hacía.

Va a tomar una rápida ducha mientras escucha a Bandit abrir su regadera también. Es extraño. Usualmente toma duchas luego de regresar del instituto por las tardes. Pero por su cumpleaños puede suponer que se convierte en una ocasión más especial. Incluso si se trata de una ducha.

Es algo reconfortante saber que, aun siendo sólo ella, Mikey, sus otros dos mejores amigos y él; era suficiente para que ella pudiese sentirse entusiasmada por cumplir un año más pisando tierra. Sólo le hace pensar en lo orgullosa que Lindsey estaría, porque si él lo estaba, ella lo estaría todavía más. Pero es cuando debe detenerse y obligarse a despejar su mente. Bandit es feliz, y es lo único que realmente importa. Absolutamente nada más.

Sale de la ducha a tientas, las duchas por las mañanas no son exactamente sus favoritas. Hace mucho frío y parece el jodido Atlántico, pero es una buena manera de disipar sus pensamientos. Tiene toda una semana —y quizás incluso más— intentado adaptarse a la idea de que su hija tiene dieciséis, y que siempre han sido sólo ella y él.

No hace falta nadie más, eso es seguro. Están bien siendo ellos dos. Ha sido así por dieciséis años, otros cuarenta y ocho no van a afectar. Pero el dilema es que probablemente ella necesite a alguien más en su vida, y eso no abandona sus cavilaciones.

La abraza desde la espalda cuando llega a la cocina, está sentada en una de las altas sillas del mesón y es algo que siempre hace, porque a ella le gusta. Conoce a su hija casi como la palma de su mano, y es una de las ventajas que más disfruta.

—Desayuno favorito enseguida —frota sus manos dirigiéndose a la nevera.

— ¿Compraste tomates? Ayer no había.

—Band, yo tengo todo listo. Tú sólo siéntate y disfruta de éste día especial.

—Preparas mi desayuno favorito por lo menos una vez a la semana así no sea un día especial, papá.

—... Que no debería porque el tomate te hace daño y a partir de ahora lo comerás al menos una vez cada dos semanas y media. Pautado.

Rueda sus ojos con desgano, sabe que no tuvo que haber hablado. Adiós sándwich de tomate con lechuga, jamón, queso y kétchup. Hola a todo lo anterior, sin el tomate.

El sonar de unas llaves se escucha desde la puerta principal, y pronto unos gritos acaban con esa paz interior que suele ser añorada por ambos. Suspira con pesadez sin desviarse de su labor culinaria. Joder, a penas si son las siete con treinta de la mañana.

— ¡Hola, hola, hola! ¡¿Cómo están mis dos personas favoritas en todo el mundo?! ¡Mi pequeña Bandida de cumpleaños!

Se gira sólo para ver a su hermano menor estrujando a su hija entre brazos como suele hacer, ella sólo puede reírse.

—Tío Mikey —le regresa el abrazo.

—Espero que estés preparada, porque tu tío favorito tiene altas expectativas para este día tan especial de su sobrina favorita.

—Michael, ¿siempre tienes que entrar con un escándalo? —cuestiona con fastidio—. Eres el único tío que tiene y es la única sobrina que tienes.

—Uh, ¿papi se levantó con el pie izquierdo hoy? —le pregunta a ella, ignorándolo a él y tomando asiento a su lado. Gerard no le presta atención tampoco, regresa a su trabajo—. Recuerda que es más por desgracia que por otra cosa.

— ¿Pie izquierdo? —jadea—. ¡Empezó a saltar en mi cama, y llevó un pastel!

— ¿Qué? ¡Estafa! Dijeron que me esperarían.

—No formo parte de ese plano —la ve alzar sus manos en defensa—, yo se lo dije.

—Escuché la palabra "pastel", yo quiero —la puerta de la cocina vuelve a abrirse, y lo que alguna vez fue un exuberante afro castaño, según sus recuerdos, entra casi con el mismo escándalo que Mikey—. La puerta estaba abierta, ¡y amor, feliz cumpleaños! Tu tío favorito te trajo pretzels.

Una vez vuelve a girarse, su mejor amigo de toda una vida, Raymond, está estrujando igual, o más fuerte, a su hija. Esta vez sonríe, viendo cómo ella le devuelve el efusivo abrazo mientras toma la caja celeste que asegura un contenido de pretzels.

Y más escándalo, todo es más escándalo. Robert se adentra a la cocina, uniéndose al efusivo abrazo, pronto es Michael y entonces el único que falta es él. Dejando su fase de querer parecer serio se acerca con sus brazos abiertos, porque, mierda, ¡sí! ¡Su hija merece todo el jodido amor de todo el jodido universo!

— ¡Me asfixian! —exclama la castaña con voz amortiguada. Él es el primero en retirarse, luego todos la sueltan y respira dramáticamente.

—Traje muchas cosas para la fiesta de hoy —menciona el rubio apuntando a la puerta—, porque va a haber una fiesta, y no es una pregunta es una afirmación.

—No trajiste nada de dulces ni todo eso, Bert, ¿cierto? —hace una mueca—. Saben que demasiado dulce le hace daño-

— ¡Papá!

— ¡Te hace daño! Muy bien, sólo si es en exceso, pero la cosa es-

— ¡No traje dulces, Way! —lo acalla Bert—. Cumple dieciséis, no ocho, por amor a Cristo. ¿Y ustedes dos qué? —palmea el hombro de Mikey y Ray al mismo tiempo. Frunce su ceño cuando no obtiene la reacción que esperaba—. No me digan que siguen peleados.

Tanto Mikey como Ray exhalan pesadamente. Gerard intercambia miradas con Bandit por un breve momento. Habían olvidado que estaban peleados por razones que siguen siendo tema de pareja, pero que les importa un bledo puesto a que no es de su incumbencia.

Ni siquiera se habían percatado del hecho de que no habían llegado juntos.

— ¿Siquiera se saludaron? —pregunta Bandit, y parece temerosa de hacerlo. Pero cuando la pareja intercambia una mirada de medio segundo, es Ray el que da el primer asentimiento.

—Michael.

—Raymond —el rubio teñido regresa el gesto sin mirarlo—. Y yo soy el tío favorito, el de verdad. Sólo por si no lo sabías.

Ray bufa y un silencio que se torna incómodo envuelve el ambiente. Bert es el primero en romperlo.

—Muy bien, mucho silencio, incómodo, quiero pastel. Gee, ¿por qué no me ayudas a sacar las cosas del auto? No son muchas, será rápido. Aun necesito ir a comprar varias cosas, pero no será problema.

—Claro, claro. Acabo con esto y voy —asiente con rapidez, acabando con el desayuno de Bandit.

—Yo quiero pretzels —le escucha decir e incluso tomar la caja. Se apresura.

—Ah, ah, no. Desayuno primero —deja el plato frente a ella al momento que le arrebata la caja para dejarla en la encimera. Ella se queja.

—Gerard, déjala comerse sus pretzels —la defiende Ray, Mikey le sigue. Él niega.

—No, y cuando tengan hijos entenderán.

Con la cabeza en alto sale de la cocina para ir a ayudar a Bert. Desde la puerta de entrada oye sus remedos y puede jurar que le están dando los benditos pretzels, porque eso es lo que suelen hacer ellos, consentirla.

Del grupo es el único que tiene hijos, por lo cual Bandit es a la única que pueden mimar sin remordimiento. Ella es calladamente astuta, así que lo disfruta.

Ayuda a Bert con un par de cajas cuando llega. Es mucho más de lo que ha dicho, pero comprende su concepto; quiere regalarle un buen recuerdo de dulces dieciséis. Y él sigue sin poder asimilarlo.

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