Primera cita post-coma
Cuando el día de escuela acabó, había olvidado casi por completo el hecho de que un idiota me estaba acosando.
—¡Muchísima suerte, Eli! Sé que todo será maravilloso.
Bruno me asintió con una tierna sonrisa; ese chico era realmente encantador. Demasiado para mi gusto, la verdad. Pero igualmente simpático. Perfecto para ella.
—Si hay algo que puedo decirte —comenzó él—, es que Zack te ama.
Sasha bajó la cabeza al suelo, casi como si la alegría con la que me había deseado suerte se hubiese transformado en desinterés. O incomodidad. De seguro se sentía culpable por haberse alejado de él... de todos ellos. Hasta de su misma hermana.
—Gracias, Bruno. Pero creo que eso ya me lo han dicho todos —respondí—. Incluso él mismo... unas veinte veces. Soy yo la que tiene que enamorarse.
—Tu amor por Zack corre por tus venas desde hace años. Pero lo ignoras, al igual como todo lo demás que es transportado dentro de la corriente roja. Sólo debes cerrar los ojos, sentir el flujo de la vida por debajo de tu piel, y hallarás ese sentimiento extraviado —Sasha me sonrió con pesar, como quien hace un discurso funerario en el que cuenta anécdotas preciosas sobre el difunto.
Un dolor cargado de belleza.
Me quedé pasmada ante sus palabras. Sasha era, sin lugar a dudas, la definición de bondad. Casi parecía irreal. Mientras más la conocía, más me daba cuenta que mi pase al infierno sería por entrada VIP. Al menos tendría a Kevin y Amy junto a mí; estaba segura que satán se tardaría horas en decidir cuál de ellos dos entraría en el cuadro de honor.
Por eso los adoraba.
—Eh, sí... bueno, ¡suerte en su primera cita post-coma! —Agregó Bruno, rascándose la cabeza. Sasha se limitó a alzarle una ceja, claramente en forma de regaño—. ¡Hey! No es mi culpa que digas cosas poéticas así como estornudas. Algunos (como yo) apenas sabemos cómo hablar. Dame un poco de crédito, amiga.
—¿"Amiga"? —Me llevé las manos a la cadera—. ¿Ustedes no están saliendo?
—¿Qué? ¡No! —Exclamó Sasha cubriéndose la boca por el asombro—. ¡Sólo amigos!
Bruno sonrió ligeramente debido a la reacción de la melliza, pero no hizo comentario alguno.
—¿No éramos amigos, Zack y yo? —pregunté, ligeramente insinuando su posible futura relación.
Ninguno de los dos alcanzó a responderme, pues vi de reojo a Kev y Amy aproximarse a mi encuentro. Lo saludé con una gran sonrisa, agitando el brazo, sin el mayor pudor de señalizar donde me encontraba. Pero cuando me vieron, se detuvieron de golpe, y no mostraron ni la más mínima señal de alegría al verme.
—Será mejor que ya nos vayamos, Lucy ya debe estar de vuelta y aún no terminamos de organizar la bienvenida —anunció Bruno. Le dio un toquecito en el hombro a Sasha para que lo acompañara.
—Tienes razón. ¡Nos vemos, Eli! —se despidió Sasha.
—Adiós —respondí, guiñando un ojo. Sasha puso los ojos en blanco, pero Bruno me hizo un gesto con la mano, emprendiendo la partida.
Kevin y Amy se acercaron justo cuando los dos se estaban yendo. Y, los cuatro, se quedaron quietos, examinando al del frente.
—Primo —dijo Bruno, a modo de saludo.
—Hermana —dijo Amy, imitando el tono del italiano, pero dirigiéndose a Sasha.
Kevin se despidió, llevándose la mano a la frente, y luego estirando el brazo unos centímetros, como capitán de barco.
—Si nos permiten, vamos con prisa —Sasha pescó a Bruno del codo, y siguieron caminando hasta que se perdieron a la vista.
—¿Algo que decir? —inquirí—. Porque estuvo verdaderamente tenso.
—Sí. ¿Por qué mierdas gastas saliva con mi primo?
—Y la tención acaba de volverse filosa —comenté—. Resulta que los tres somos compañeros de biología y me quedé con ellos el resto de la mañana.
—Kevin lo odia porque consiguió en días, lo que a él le llevó años... y ni así lo obtuvo —explicó Amy, dándole unas palmaditas de consuelo a mi amigo.
—¿Y eso es...?
—Mi hermana, ¿no es obvio? Suerte que ella tiene buen gusto.
—Espera, espera. ¿Sasha te ha gustado desde hace años? —No pude aguantarme la risa.
—Más fuerte, Eli. Creo que China no alcanzó a escuchar —dijo Kevin de brazos cruzados—. Además, su existencia me desagradaba desde antes.
—Creí que Sasha era una más del grupo —admití con cierta decepción.
—Lo era —dijo Amy.
—Digamos que prefirió un club de lectura a una fiesta cada fin de semana. Y es pasado. Pero mejor hablemos de otra cosa, tanta traición me enferma.
—¿Les parece si vamos avanzando? Me muero de hambre.
—¡Shotgun! —exclamó Kevin con avidez.
—No, esperen. ¿Dónde está Zack? Se supone que haríamos algo después de la escuela. Además tengo que hablar con él sobre algo.
—Sí... dijo que hablaría contigo luego sobre eso, que comieras en casa.
—Oh, claro —sentí mis piernas un poco frágiles. Había pensado sobre la cita todo el día, ¿y resulta que me cancela sin siquiera decirme?
—¿Y qué cosa misteriosa debes decirle a Zack que no puedes a nosotros? —Quiso saber Amy—. Tus mejores amigos de la vida.
No podía decirles lo de la carta, porque lo más probable es que el sujeto estuviese cerca de mío. Claramente se los explicaría luego, pero me parecía demasiado arriesgado. La persona sabía dónde dormía, dónde estudiaba... cuál era mi casillero. Era escalofriante.
—Prometo que les explicaré. ¿Nos vamos?
Amy me invitó para su casa a comer, pero desistí. Quería estar con mis padres, porque sentía que casi los había hecho a un lado por mis amigos. No estaba bien. Me extrañaron y merecían pasar más tiempo conmigo que el que les daba. Me negaba a ser como esos adolescentes que viven en su habitación, la escuela y en lugares fueras de casa. Kevin, por ejemplo, sí aceptó.
La avalancha de preguntas no tardó en aparecer. Respondí a todo con una sonrisa, hasta los más insignificantes detalles del tipo "¿recordaste traer tu lápiz azul? Siempre lo dejas bajo la mesa", o "¿tu teléfono no se descargó? Sólo dilo y te compraremos otro con una mejor batería, porque es muy necesario".
—Todo salió genial, mamá. Me recibieron con mucha alegría, fue bonito.
—¡Pero cómo más iban a recibir a mi reinita sino es con aplausos y una orquesta! —comentó papá.
Ya eran por alrededor de las cinco de la tarde. Zack no me había llamado, ni escrito, ni dado señales de vida. Estábamos en una de las salas de estar de mi casa observando todos los álbumes de fotos que había. De a poco me mencionaban a familiares, o simplemente señalaban alguna fotografía de mí haciendo alguna locura cuando pequeña. Me habría gustado verme de bebé, pero me explicaron que había sido adoptada cuando tenía más de un año. Ya me habían explicado que era huérfana, pero de todas formas me entristeció no poder acceder a mi yo de pocos meses.
Según otras fotos, estuvimos en países como Suiza, Japón, Alemania, Canadá y China. Con respecto a Estados Unidos, descubrí, con verdadero asombro, que había conocido prácticamente todos los estados. Pero Pensilvania no era uno de ellos.
¿Revelar que un psicópata me seguía o guardarlo para comentarlo con gente que de verdad pudiese ayudarme y no encerrarme?
—Alemania es precioso —comenté, señalando el castillo nevado—. Definitivamente debemos regresar.
—Podemos ir cuando tú así lo quieras, tesoro —respondió mi mamá.
El sonido de un silbido en mi bolsillo, me anunció un nuevo mensaje.
Ponte bonita (bueno, es imposible, ya eres preciosa)...
Y otro enseguida.
Mejor solo sube a tu habitación
Gracias por cancelarme y no decírmelo -.-
Hazme caso:3 !!!
Porque...?
...me quieres...? :D
Mmm :/
Porfaaa:B
Mmmm...
Me vas a hacer llorar.
Llorón:P
Eliiiii! :cc
—¿Con quién hablar, cariño?
Ok, ok, voy. Si estás arriba, te tiraré por el balcón por ser un arruinador de planes:D
33-12! Tenemos un 33-12!!! DDDDD: *huye*
—Ah, sólo es Zack. Vuelvo enseguida.
Sinceramente esperaba encontrármelo en mi habitación, como de sorpresa o algo así. Pero cuando abrí la puerta, sólo había quietud. Eso...y un vestido estirado en la cama. Era de un rosado oscuro, de mandas aglobadas y con corsé. Casi como un disfraz. Había una nota sobre éste, y por un segundo pensé que se trataría de mi acosador.
Querida Eli,
tal vez no lo recuerdes, pero Rapunzel es tu princesa Disney preferida.
Busqué en mi teléfono, dándome cuenta que esa ropa era un disfraz de ella. Recordé la película, los personajes. Hasta recordaré la vez que la fui a ver al cine. Me encantaba la sensación de hallar una pieza del puzzle de la memoria.
Se me quitó un poco el enojo. Sólo un poquito.
Le pedí a mi mamá ayuda con el peinado, porque quería llevar la misma trenza floreada. Y en cuarenta minutos estuve lista. Cuando papá me vio, juro que se aguantó las lágrimas.
—¡Por Dios, querido! ¡Ni quiero verte cuando se pasee con su vestido de graduación! —exclamó mamá riéndose.
Mi teléfono comenzó a sonar.
—Hola.
—¿Ya me quieres? —preguntó Zack.
—Eres odiosamente romántico.
—O sea que sí. Por cierto, estoy afuera. ¡No se vale mirar por la ventana! —Me cortó.
¿Podía ser más tierno?
Podía.
Porque cuando abrí la puerta que daba salida al inmenso jardín delantero, no sólo había un Zack con un ramo de rosas rojas, sino también un carruaje. ¡Un carruaje, rayos! Justo como los de las películas de princesas. No negro y formal, sino redondo, con decoraciones doradas y techo de cristal; llevada por dos caballos blancos.
—Antes de que digas algo, ¿podrías olvidar que eres animalista por tres segundos y decirme qué opinas?
—O sea que finjo que los caballos no están sufriendo.
—Eli...
—¡Es broma! —Me lancé a darle un fuerte abrazo. Por detrás, oí el "awww" de mis padres—. ¿Privacidad, por favor?
—Qué tal, Cynthia, Stephen —saludó Zack con una sonrisa.
—Pórtense bien —dijo mamá.
Entraron a la casa, dejándonos solos.
Aproveché de darle un largo beso en la mejilla. Sólo entonces me fijé qué llevaba puesto. Digamos que entré en modo fangirl extremo. Mi alter ego salió a la luz, y salté, y sacudí y los brazos.
—Si tú eres mi Rapunzel, yo seré tu Flynn Rider. ¿Te gusta? —preguntó, señalando su disfraz.
—Me encanta.
—¿Y yo? ¿Te gusto? —me preguntó, atrayéndome.
—Hasta ahora no va nada mal, señor Fitzherbert.
—¿Qué tanto tengo que mejorar para ganarme un beso de verdad?
—Veremos, veremos —respondí, pasándome la lengua por los labios.
Viajamos un corto tramo en el carruaje. Me habló de nosotros, de cómo me pidió que fuera su novia, de lo que me gustaba hacer, de mi familia, de todo. Llegamos hasta un estacionamiento, en el que una limusina nos esperaba. Ah, pero sólo la usamos para viajar hasta... la verdad, ya estaba oscuro, y no tenía ni la menor idea de hacia dónde íbamos, ya que los vidrios estaban cubiertos para que no pudiera tener ni la más ligera pista. Quizá esa fue la razón por la que, cuando bajamos, solté un grito.
No, mentira. Grité porque fue una increíble y bellísima sorpresa.
—Como es día de escuela, tuve que pensar rápido. Sino, juro que te habría llevado a Venecia, habría...
—Zack —lo corté—, esto es precioso.
Habíamos estacionado cerca de un puerto. Todo el muelle estaba iluminado ligeramente con velas amarillas.
—Bienvenida a Santa Mónica.
Con el entusamos de un infante, me tomó de la mano y corrió junto a mí por todo el camino de madera sobre el mar. Al llegar al final, vi la pequeña canoa de madera que aguardaba por nosotros.
—Esto es... es mucho... —me costaba hablar, hasta la respiración se me cortaba. Era mucho, precioso, maravilloso.
—Nada es demasiado cuando se trata de ti.
Creí que era en sentido metafórico, pero cuando estuvimos dentro, remando bajo las estrellas, Zack me señaló hacia el muelle. Las velas, como yo creí en un principio que eran, comenzaron lentamente a ascender hacia el cielo, era un espectáculo mágico, digno de película. No me entraba en la cabeza que eso me estaba pasando a mí. No era posible que existiese un chico así en el mundo. Tan romántico, tan amable, tan entusiasta.
Pero así era, y no sólo existía, sino que también me amaba.
Tomó mis manos, resuelto.
—Escúchame, Eli: si para enamorarte debo recrear tu escena favorita de una película lo haré. Si debo volverme vegetariano, lo hare. Si tengo que cantarte sobre el escenario de Disney una de tus canciones favoritas, otra vez, lo hare. Estoy dispuesto a hacer lo que sea, porque te amo, Eli. No, no te amo. Esa es una palabra muy usada. Te necesito para vivir. Te necesito como tú a los animales, como Amy al deporte, como Kevin a sus amigos, como Sasha a sus buenas calificaciones... como todos nosotros al oxígeno. Necesito cada pequeña parte de ti para sonreír. No soporto estar lejos de tus manos, no soporto estar diciéndote esto en vez de besarte. No soporto no poder besar cada ínfimo espacio de tu cuerpo... Porque, sin ti enloquezco. Sin ti, estoy perdido en un desierto. Sin ti no sé qué es la vida, y cuál es el sentido de vivirla. Porque, mi preciosa pelirroja, sin ti, yo me muero.
Sus ojos, brillosos por la locura, me atraparon en la red de su demencia. No respondí, no alcancé ni a sonreír, porque sus manos viajaron velozmente hasta mi rostro, atrayéndome de forma desesperada, como si tuviera miedo de que me apartara, como si creyese que yo lo rechazaría. Como si pensase que me desvanecería... aterrado de que en cualquier momento despertaría.
Pero no pasó nada de eso.
Simplemente, éramos dos chicos que, en medio de la noche y el mar, iluminados por las estrellas y las luces flotantes, se estaban besando.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro