Capítulo 32: Con ustedes, un tridecágono amoroso
Me excedí tanto en la extensión de este capítulo que se transformó en tres más (o habría sido de 17000 palabras). Upsi, dupsi. Supongo que Paréntesis se rehúsa a acabar xD Todavía nos queda camino que recorrer.
¡Feliz lectura! :D <3
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En cuanto la mujer se dignó a contestar, Cynthia y Stephen pusieron el teléfono en altavoz.
—Hola, buenas tardes, soy Victoria Sommer, ¿puedo ayudarlo?
—Teníamos un trato —espetó la mujer frenética. Escuchó el aparato caer al piso, no pasaron ni cinco segundos cuando volvió a percibir la respiración de la pelirroja a otro lado de la línea—. ¿Debo recordártelo?
—Yo no la busqué, ella me encontró —respondió Victoria con voz temblorosa—. Ella no quiere saber nada de ti, ni de tu esposo. Sabe que le mintieron.
—No eres mejor que nosotros —intervino el hombre acercándose al teléfono que reposaba sobre la mesa—. Y cuando lo descubra, te odiará.
—Ella nunca les creerá.
—Tal vez no, pero tu bondad de monja frustrada te obligará a soltarle la verdadera historia. Y entonces, volverá con nosotros. Tal vez tú le diste la vida, pero nosotros somos sus padres. Tú nunca serás más que la huérfana adolescente que no tenía dinero para su hija con problemas.
Victoria colgó.
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Revisó el celular, encontrándose con la decepcionante noticia de que Daisy no le había respondido los mensajes. Llevaba toda una semana sin hablarle, de seguro estaba vuelta loca estudiando. Ella decía que no se esforzaba, pero Bruno sabía que hacía resúmenes increíbles y mapas conceptuales envidiables con semanas de anticipación al periodo de pruebas.
Se acomodó la sudadera para que el cuello de ésta le cubriera la boca y buena parte de la nariz. Había días, como este, en los que extrañaba los treinta grados de Italia. En los Ángeles el clima era cálido y no tuvo que acostumbrarse a un cambio, pero Seattle rara vez mostraba intenciones de incluir al sol en su meteorología; siempre llovía, siempre había una malvada ventisca.
El ruido ambiental lo ancló a la tierra, se fijó en la oleada de estudiantes que comenzaron a salir del establecimiento, pero ella era tan baja que encontrarla resultaba más difícil que hallar a Wally (y él era pésimo); metió la cabeza con discreción intentando obtener una mejor visión, pero un mano lo golpeó en el hombro y, del espanto, se dio un brutal cabezazo contra la muralla de la escuela.
—¡Ay, perdón! —chilló Lauren cubriéndose la boca con ambas manos—. Sólo quería asustarte.
—Lo hiciste —respondió Bruno sobándose la frente. Sonrió falsamente, porque en realidad le dolía mucho, y estaba casi seguro que un chichón no tardaría en salirle.
—¿Qué haces por estos lares tan temprano? —preguntó ella incómodamente. La situación no la favorecía en lo absoluto. Menos aun cuando, sin pensarlo, soltó una risa burlesca que apagó apretando los labios—. Perdón, es que eres muy despistado.
—¿Mi dolor te causa gracia?
—No te sientas especial, cualquier dolor, humillación o desgracia ajena es digna de mis risas. No me gusta discriminar, me burlo de todos por igual.
—Eres muy pesada —dijo Bruno sonriendo de verdad—. Uno viene en son de paz desde otro estado y lo reciben con un golpe en la frente. —Negó con la cabeza—. Y yo que iba a invitarte una pizza...
Lauren saltó con el entusiasmo de un niño en la mañana de navidad. Podía ser pequeñita, pero en su interior albergaba la suficiente energía para llevar a cabo la técnica del Kame Hame Ha a la perfección; e incluso, apostaría todas sus fichas por ella en vez de por Gokū.
Se habían visto frecuentemente durante las últimas semanas. La primera vez, él la sorprendió en la entrada de su casa con un cupcake con el logo de Hogwarts sobre el glaseado de chocolate. Hacía meses que no cocinaba u horneaba algo con el corazón, pero la satisfacción no tardó en hacerse presente. Desgraciadamente, los recuerdos que le llevaron a abandonar la repostería tampoco volvieron a irse, pero una real mejoría se logra dando pasos pequeños, y ese había sido el primero.
A Lauren no le había agradado en lo absoluto la inesperada visita, alegó que debía estudiar para su examen de historia. Sin embargo, y tras la tentadora propuesta de pedir una pizza a domicilio, Laury no pudo contra el extranjero y aceptó su compañía. Él no la distrajo, muy por el contrario, la ayudó a repasar la materia. ¡Hasta se dio la tarea de hacerle una prueba! Aquella había sido una tarde divertida, porque todo con Lauren era así, ella era así: espontánea, sencilla y sumamente graciosa. Aparte, lo había vencido en LoL y había comprendido cada uno de sus chistes disfrazados de referencias de Games of Thrones y American Horror Story. En conclusión, ella era la perfección in carne e ossa.
Mannaggia! Si tan solo no le tuviera miedo hasta a su propia sombra...
La segunda vez que la visitó, su padre lo recibió igual de amable que la anterior. El señor Oak era un hombre muy alto, de cabello blanco y barba esposa (no, no Santa); le gustaba soltar bromas para incomodar el ambiente y su amplia sonrisa se podía interpretar como alegría genuina o psicopatía absoluta. Quizás un poco de ambas. Quizás Bruno exageraba. Sí, definitivamente lo último.
Una de las ventajas de haberla visitado tantas veces era que el padre de la chica no puso mayores objeciones cuando ésta le pidió encarecidamente su permiso para ir a la fiesta de un "amigo" que él no conocía y que ni siquiera asistía a su misma escuela.
—Será la celebración del cumpleaños de mi primo —había intervenido Bruno—. Ambos somos muy unidos y me encantaría que él la conociera.
La mentira le dejó un sabor a metal oxidado en la boca durante días, pero bastó para conseguir la autorización. Lauren prometió que se quedaría a dormir en casa de los tíos de Dylan, porque si su papá llegaba a enterarse de que su pequeña de dieciséis años compartiría una casa junto a un montón de adolescente (algunos rozando los diecinueve años), la habría encerrado en su habitación y habría enrejado la ventana al mero estilo de los Dursley.
De vuelta al presente (que para mí ya es pasado, pero para ustedes hasta se consideraría futuro), Bruno y Lauren se encontraban en un centro comercial cercano, indecisos de qué comprarle al potencial delincuente juvenil, pero ansiosos por terminar de una buena vez y así poder sentarse a comer su tan merecida pizza. En realidad, el estómago de Bruno no suplicaba por ser alimentado, pero había pasado casi un día completo sin siquiera una merienda, por lo que ya era tiempo de echarse algo por la boca (¡hablo de comida, por supuesto!).
—¡Me muero de hambre! —se quejó Lauren echándose pesadamente en una de las bancas cerca de una fuente de agua—. Kevin no es como súper millonario.
—Súper súper —especificó Bruno sentándose junto a ella. Vio sus dedos tamborilear sobre sus rodillas... Y si...
Acercó lentamente su mano...
—¿Qué diantres le regalamos? —preguntó alzando los brazos al cielo. Bruno suspiró—. Ha de tener hasta una isla a su nombre.
—Me parece que le falta un corazón, pero dudo que hallemos uno antes de las cuatro.
—¡Quítame el mío! —exclamó ella con dramatismo—. Un pequeño sacrificio para saborear el queso y el tocino en mi boca.
—No creo que lo que tengas dentro le sirva a mi primo —repuso el italiano—. Estoy seguro que lo que bombea sangre a través de tus venas y arterias es un McCombo de cuarto de libra.
Lauren lo golpeó en el hombro, soltando la risotada menos femenina que él había escuchado jamás.
—Está bien, está bien —dijo Bruno en modo de rendición—. Vayamos por algo para comer. Lo prometido es deuda.
Casi de forma instantánea, la castaña saltó fuera de la banca.
—A veces pienso que Cupido te flechó con un pan de ajo, por eso tus ojos se iluminan cada vez que ven comida.
Lauren volvió a golpearlo.
—Cupido no me alcanzó a flechar, me lo comí antes de que atravesara mi hamburguesa. Dios, ahora sí que tengo hambre.
—¿Antes no?
—Pasé de "me comería una vaca entera" a "te veo como un trozo de pizza con ojos". Ese es el nivel más peligroso.
Bruno se sonrojó ligeramente.
—No me molestaría que me comieras —dijo, agachando la cabeza.
—¡Qué mejor que un trozo de pizza de la mismísima Italia! —contestó ella una sonrisa que intentaba mitigar su vergüenza.
Una llamada telefónica irrumpió la incomodidad de la situación.
Lauren, confundida al leer quien estaba al otro lado de la línea, atendió.
—¿Qué ocurre? ¿Le pasó algo a Patrick? —preguntó preocupada. Mas su sonrisa inmediata y sus ojos brillosos desvanecieron su angustia—. Extrañaba tu sarcasmo, Ricitos.
Bruno ocultó su dolor. Daisy no había sido capaz de avisarle que su novio había mejorado. Sin embargo, no supo desentrañar si la presión en el pecho era por el abandono de su supuesta nueva amiga o si se debía a que Sasha sí se lo habría contado.
Aceptó el abrazo de Lauren sonriente, pues sabía que ella rara vez mostraba afecto de manera física.
¿Qué tiene Zack que lo haga mejor que yo?
Dímelo.
Nunca se atrevió a preguntárselo.
Aprovechando que estaba cerca de Lauren, le dio un rápido beso en la mejilla, el cual ella aceptó entre risas nerviosas.
Él nunca se había atrevido a nada, hasta ahora.
*******
Dominic seguía pasmado.
—El año pasado le regalaste una guitarra autografiada por Daron Malakian, ¿cómo superas eso?
—Bueno, él me obsequió un concierto privado de Maroon 5... Siempre se puede mejorar —postulo Zack descartando las prendas que no cautivaban su atención; el pelirrojo jamás había ido a esa sección de la tienda antes, siempre pensó que los compradores de esas marcas no eran más que un mito urbano. Quién diría que la gente millonaria realmente existía, y no era distinta a él o a ti, porque tener o no dinero no es más que cosa de suerte. Zack seguía siendo un adolescente igual que Dom; uno con problemas, amigos y muchas ganas fiestear.
—¿Cómo me queda? —preguntó Zack sobreponiéndose la camisa que había seleccionado.
—#NoHomo —respondió Dominic.
Zack rodó los ojos.
—Las chicas siempre se ayudan a escoger ropa, ¿por qué para los hombres todo lo que se haga de a dos se traduce en homosexualidad? La masculinidad es tan endeble como una torre hecha de naipes.
—¿Qué más puedes esperar de una construcción social? —contestó Dominic encogiéndose de hombros—. Te queda bien.
—#NoHomo —dijo Zack sonriendo.
—Y para que sepas, la homosexualidad no tiene nada que ver con la masculinidad.
—Yo decía lo mismo antes —admitió Zack dubitativo—, pero, ¿has ido de compras con Dylan? Ese chico es una diva. No ayuda ni en lo más mínimo a romper el estereotipo.
—Siempre tenemos a John. Según lo que he oído y visto, él suda hasta testosterona cuando juega fútbol.
Dominic rió ante su propio comentario, o tal vez, se unió a la risa de Zack. Como sea, esto de tener una hermana y un amigo de verdad era un sueño hecho realidad. Meine Gütte! ¿Qué tan patético sonó eso? ¿De la escala del 1 al Gale intentado conquistar a Katniss aun sabiendo que ella amaba a Peeta? No, no respondan.
—¡Oh, definitivamente esta! —exclamó Zack atrayéndolo a la tierra. Se trataba de una chaqueta de cuero negro. Era verdaderamente espectacular, pero Dom fue incapaz de ocultar la risa—. ¿Qué, me veo gordo?
—Te vez como un osito cariñosito con un tatuaje de serpiente en llamas. —Negó con la cabeza, aguantándose las carcajadas—. No te queda el papel de adolescente encuerado.
—Estoy bastante seguro que encuerado significa desnudo —contestó Zack devolviendo la prenda al gancho de ropa.
—No te desvíes de lo que quiero decir.
—¿Que desnudo me veo feo?
—Que eres muy inocente para vestirte como motociclista.
—Puedo ser rudo —se defendió Zack cruzándose de brazos—. Soy alto y musculoso.
—Pero compones canciones diabéticas y recitas poesía —contrargumentó Dom—. Lo lamento, Zacky, ser el chico malo requiere más que apareciera física. —Sonrió de medio lado—. Todo está en la actitud.
—Mides como medio metro y pesas menos que el gato gordo de Eli —dijo Zack con las manos en la cintura—. Puedes actuar como un idiota todo lo que quieras, pero la cara de angelito no se te quitará.
—¿Y si le parto el corazón a mi hermano? ¿Me saldrían cachos y una cola?
—No, pero entre todos te arrancaríamos las alas y te las meteríamos tan adentro que no podrías sentarte por un mes.
Dominic suspiró.
—Necesito un trago.
—Siempre necesitas uno —opinó Zack—. A este paso te quedarás sin hígado.
—Voy a reemplazar mi corazón por otro hígado. Así podré beber más y amar menos.
—No digas eso. Lo mejor que tiene la vida es el amor.
—¿De qué sirve si no puedo tenerlo? Tú conoces a Amy, sabes que lo nuestro no durará... Ella no es lo que busco. —Se echó pesadamente en uno de los asientos de la sección de zapatería—. Me rindo, moriré solo.
—No seas ridículo —contestó Zack sentándose junto a él—. Cualquier chica te querría por novio.
—Ninguna por la que valga la pena perder la cabeza.
—Pero definitivamente una por la que te emborrachaste.
—Estar sobrio me hace pensar... Pensar me hace sentir. No quiero sentir.
—Díselo de una vez, cobarde.
—Creí que no querías que lastimara a Patrick.
—Por supuesto que no, bájale a tu ego. Daisy no dejará a Patrick sólo porque tú te le declares, pero servirá para quitarte el sentimiento del pecho. Y de paso, para explicarle por qué te comportas como un idiota con ella.
—Me quitó a mi mejor amigo —se justificó Dom—. ¿También te pondrás de su lado?
—Es mi amiga.
(Quizás respondió algo más extenso y cariñoso, pero decidí acortarlo por respeto a... Bueno, todo a su tiempo. Prometo que tengo mis motivos.)
—Me dijiste que te ibas a acercar a ella para solucionar lo nuestro —comentó Dom de malgenio—. Si sigues juntándote con Daisy tendré que competir contra ti también.
—Dom, no seas imbécil. Sólo somos amigos. Yo amo a tu hermana y respeto a Patrick.
Él suspiró.
—Sería más sencillo si no lo hicieras —musitó mordiéndose el labio—. Como sea, deberíamos irnos pronto. Hoy visitaremos a la casa de mis abuelos; ellos odian la impuntualidad y —Le tendió un crucifijo que Zack miró con desconcierto— a los ateos. Anda, no actúes como vampiro. ¿Quieres caerle bien a la familia de tu novia o no?
—No soy cristiano.
—Hoy sí, uno bien portado. Mis abuelos son un poco... a la antigua, literalmente. No tienen ni siquiera luz. Así que nada de juguetear antes de la boda, ¿de acuerdo? —bromeó levantándose—. Mi familia querrá nietos, pero después del "sí, acepto".
Zack se quedó mirando un punto fijo, sin decir palabra. El color de su rostro se desvaneció tan deprisa que cualquiera pensaría que padecía de anemia; su labio tiritó ligeramente, luego, todo en él tembló. Antes de que Dom interviniera, Zack había comenzado a rascarse furiosamente por debajo de su camisa, entre el codo y la muñeca. Estuvo así por casi un minuto, y para cuando fue capaz de devolverle la mirada, todo lo que Dom vio fue a un chico con ganas de vomitar.
Dom, uno de los mejores promedios de su clase, preguntó:
—¿Estás bien?
—Sé que la amo —dijo con la cabeza clavada en el suelo y los pensamientos volando hacia el cielo—. En serio quiero pasar con ella el resto de mi vida, pero no sé si pueda... Nietos... No sé si pueda. No me interesa, nunca lo ha hecho, y no sé si alguna vez llegará a interesarme. —Se jaló el cabello—. ¿Por qué todo en mí está mal?
—¿No quieres acostarte con Eli?
—No. Quiero decir, sí. Esa es una de las razones, pero nunca he querido hacerlo con alguien. Si llegase a pasar, estoy seguro que será con ella.
—Pero no quieres —insistió Dom sin dar cabida a lo que estaba oyendo.
—Tengo miedo de que si nos acostamos... podría embarazarla. Sé que hay métodos, pero siempre existe ese uno por ciento de probabilidades.
—¿No quieres hijos? ¿Nunca? ¡Pero tú adoras a los niños! Recuerdo que me dijiste que le pondrías a tu hijo William, lo cual es un serio problema, porque Daisy me dijo lo mismo una vez. No podemos tener dos hijos con el mismo nombre en el grupo.
—No tendré hijos, no será un problema. No podría hacerle eso a mi hijo. No me arriesgaré a pasarle mi enfermedad a nadie. Sólo yo vivo con esta maldita condición. Mi infierno se muere conmigo. Y si osas contarle esto a alguien, tú te vienes conmigo, ¿está claro, Sommer?
Dominic se tomó un momento para digerir la reciente revelación. Pensó las palabras cuidadosamente, e incluso el tono que emplearía. Por el Ángel, empatizar agotaba, con razón había dejado de hacerlo.
—Sé que me dijiste que Kevin es tu mejor amigo, pero tú eres el mío. No le diré nada a nadie.
—¿Lo soy?
—Eres la única persona que de verdad se preocupa por mí. Eli no cuenta, nos une la sangre. Tú en cambio, no tienes ninguna obligación.
—Eres agradable cuando te quitas la máscara.
—Tú también cuando dejas de ser el apéndice de mi hermana. Eres genial como individuo, no te ocultes. No pierdas tu personalidad propia.
—¿Puedo darte un abrazo sin que me patees?
—No seas gay, mejor regálame mil dólares.
—Por supuesto que no.
—Gossip girl me estafó. Tener amigos millonarios no sirve de nada.
Podría seguir narrando sobre lo que ocurrió en casa de sus abuelos, o la reacción de Dominic al ver que un chico estaba siendo hostigado y cómo Zack lo ignoró, obligándolo al pelirrojo a intervenir... Aquella pelea no terminó bien, pero sirvió para que Zack comprendiera lo estúpido de molestar a indefensos en los pasillos. Esa una lección importante, pero me temo que me la saltaré para más tarde. También podría contarles lo que ocurrió cuando huyeron de los matones hasta ocultarse en... En realidad, nunca supe dónde se escondieron, pero tampoco es lo trascendental aquí. Hay cosas que me parecen superfluas y por lo tanto me salto; otras, muy relevantes para el meollo de la trama, detallo. Lo siguiente no entra en ninguna de las categorías, mas siento necesario comentárselos a ustedes. Se trata de una anécdota cargada de ternura, algo que ocurrió en el misterioso escondite de Dom y Zack.
El invitado número catorce de Kevin, mejor conocido como Llamita.
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El polémico fin de semana finalmente llegó.
Grace fue la primera en darle un abrazo a Patrick, John no tardó en unírseles y de un momento a otro, todo el grupo de amigos se había abalanzada al milagro médico de cabello desordenado y humor ácido.
—¡Este es el mejor regalo de cumpleaños atrasado que he tenido! —exclamó el muchacho, ahora sin frenos y con una piel libre de acné. En su mayor parte.
—Y el mejor que he recibido por adelantado —comentó Daisy apartándolo del montón para obsequiarle un beso en los labios que los demás aplaudieron y festejaron—. Te extrañé tanto, Ovejita.
Patrick le acarició la mejilla a la vez que se dirigía a Zack.
—Quién diría que el dinero haría semejante milagro.
—Estoy bastante seguro que la fisioterapia no funciona así —argumentó Sam escéptico—. Es biológicamente imposible que mejores en un par de días. ¡Estuviste en coma, no mames!
—Cuando despertó no podía ni ir al baño solo, eso fue hace meses —postuló Dom yendo a la cocina de la casa de veraneo, lo más probable que por una cerveza—. Eventualmente mejoraría.
—Pero ustedes dos estuvieron internados durante semanas —continuó Sam mirando a la pareja de amigos—. ¡Despertaron hace como tres meses de un coma y actúan de lo más normal! ¡Eso imposible!
—No me mires a mí, sólo somos personajes.
—Un título en medicina en Harvard, para que venga alguien a escribir sobre cosas que ni entiende...
Tal vez no lo dijo, pero tengo la certeza de que lo pensó.
Lo correcto sería que contextualizara un poco el diálogo, de lo contrario esto se volvería una especie de guion teatral y no lo es. Tampoco es correcto abusar, no es mi estilo; lo relevante aquí no es cómo lucía la casa de Kevin o de qué color era la alfombra o cuán grande era la cocina, lo trascendental es qué pasó en tan bello hogar. Así pues, expliquemos un poco la situación. Fue una decisión difícil si juntar todo lo que ocurrió o dividirlo en los diferentes puntos de vista, como acostumbro. Finalmente, escogí ambas para resaltar el ambiente de la fiesta. Una narración confusa, caótica y un tanto desordenada entona a la perfección.
Había llegado el anhelado día viernes. Los padres de Kevin acordaron en prestarle la casa de verano que tenían en Malibú, puesto que un viaje a las Bahamas (como acostumbraban) no sólo sería costoso sino imposible. Ya no eran sólo cinco amigos. Ashley y Robert le dijeron con fingida pena (según él) que no podrían acompañarlo debido a su ajetreada agenda; los premios de la Academia estaban a la vuelta de la esquina, y ambos anunciarían al ganador de la película del año.
Amy fue la única que llegó antes para ayudarlo a arreglar el lugar. Crystal y Bernard se ofrecieron, pero Kevin rechazó la oferta. Amaba a los padres de su mejor amigo, pero si se llegaban a enterar de la cantidad de droga que planeaba consumir el fin de semana, echarían a Zack a un centro de rehabilitación.
Kevin terminó de hablar con su novia y guardó el teléfono en el bolsillo. Amy, asombrada por su sonrisa tan amplia y genuina, inquirió:
—¿Eres feliz con ella?
Kevin abrió una lata de cerveza y le asintió con la cabeza. Lo era, de verdad.
—¿Sabes? —continuó ella dejando a un lado las botellas de alcohol que había estado ordenando sobre el bar—. Me sorprendió cuando pasó. Siempre pensé que al final seríamos tú y yo, Zack y Eli, y Sasha en algún convento. —Kevin hizo una mueca—. Aún no es tarde para que te arrepientas.
—Te he dicho cientos de veces que lo nuestro no pasará, Amelia —contestó seriamente.
—Y yo respeté tu decisión porque estabas enamorado de mi hermana, pero ya no.
—Recuerdo que me decías que me había encaprichado con la melliza incorrecta —dijo Kevin tomando un cigarrillo que traía detrás de la oreja. Sacó un encendedor del bolsillo y lo prendió. Tras darle una larga calada y expulsar el humo, volvió la vista a la rubia—. Yo tengo a Grace y tú a Dominic, no compliquemos más las cosas.
—Yo puedo hacerte más feliz, Dominic es sólo un pasatiempo.
—No lo dudo, eres mi mejor amiga y estás tan loca como yo. Juntos la pasamos increíbles. Te amo, Amy, lo sabes. Eres mi familia, todos ustedes lo son. Pero no está bien. —Otra calada—. No seré tu juguete.
Amy le quitó el cigarro y lo arrojo al lavaplatos.
—Eso te hace mal a los pulmones.
—Estar con la persona incorrecta te hace mal al corazón.
—Sólo cuando tienes uno —contestó ella aguantándose el nudo en la garganta—. Lo empeñé hace años por un poco de diversión.
—¿Y lo valió?
—No —admitió con un hilo de voz—. Pero ya no puedo recuperarlo, no sé cómo.
Tras un par de horas luego de su charla, Grace, John, Dylan, Bruno y Lauren llegaron juntos. Sam y Sasha fueron los siguientes. A Lauren casi se le salen los ojos al entrar, porque... ¡diablos! ¡Ni Tony Stark tenía una casa como esa! Le recordaba un poco a la de Hannah Montana, pero mil veces más grande. Con dos pisos, quién sabe cuántas habitaciones, y toda una muralla de vidrio que conducía a la playa privada. PRIVADA. Sólo para ellos. Diantres, ¿por qué no podía ser talentosa y dedicarse a la actuación? Ser millonario era genial.
El lugar rebosaba de comida y alcohol. A Lauren le gustaba lo primero, y en un par de horas, descubriría lo mucho que adoraba lo segundo.
—Jesucristo, yo creí que Skins exageraba —comentó Dylan viendo la variedad de sustancias extendidas a lo largo de los mesones—. Sólo espero que no terminemos como la segunda generación.
Habían decidido no comenzar a festejar hasta que llegara el grupo de Pensilvania (el plan no duró). Y por mientras, el grupo se la pasó jugando tenis de mesa, futbolito, Karaoke, Just Dance y hasta a la conga. Ninguno se dio cuenta que el contenido de las botellas bajaba drásticamente a medida que caía el sol, hasta que Lauren se subió a la mesa y profesó su amor por... la pizza. El pobre de Bruno suspiró con desilusión.
Kevin le estaba enseñando la correcta forma de sorber la coca por la nariz, cuando el timbre sonó. Y, finalmente, a las ocho de la noche, Patrick, Daisy, Dominic y Zack llegaron. Fue entonces que Grace se le abalanzó y... volvimos al inicio de la narración.
—Así que te acordaste de que existo —le dijo Patrick a Grace con su característico tono enfadado—. Excelente mejor amiga.
—Creí que yo era tu mejor amiga —terció Daisy llevándose una mano al pecho.
—Eres mi novia, confórmate.
—Tan romántico como siempre —comentó Zack con una sonrisita—. ¡Sasha! —exclamó lanzándose a sus brazos. La pequeña apenas alcanzó a sacar los brazos—. ¡Hace años que no te veía!
—¿Y ya no saludas a tu mejor amigo, escoria humana?
—Mi mejor amigo decidió iniciar una relación e ignorarme —contestó Zack apartando la mirada como diva.
—Kevin, creí que todavía no lo anunciarías públicamente —intervino Sam sacudiendo la cabeza—. Por Dios, qué vergüenza.
El grupo se dispersó. Algunos fueron a sentarse alrededor de una mesa. Otros, se encargaron de traer los bebestibles y la comida. Dominic apartó a Zack del resto y le susurró:
—Preséntame a Sasha.
—¿Qué?
—Maldición, Zack. Es bellísima, sé un buen amigo y preséntamela.
—Me parece que está saliendo con Sam.
—Qué importa, yo estoy más bueno.
—A Sasha no le importa eso.
—¿Qué le importa?
Zack no supo qué contestar. En realidad no lo sabía, ¿qué buscaba Sasha en un chico? ¿Le gustó alguna vez Bruno? ¿Le gustó alguna vez alguien? No fue necesario seguir sopesando la propuesta de su nuevo amigo, ya que la pequeña en cuestión se había acercado por cuenta propio al par. Le sonrió amablemente a Dom.
—Sasha, Dom. Dom, Sasha —dijo Zack—. Si me disculpen, llevo sobrio demasiado tiempo y necesito corregir eso de inmediato.
—Es un gusto conocerte, Dominic. Había oído mucho de ti, pero al fin puedo saludarte en persona.
—Lo mismo digo, Sasha. Eres mucho más maravillosa de lo que Zack me dijo. Eres preciosa, maldición. —La escaneó de pies a cabeza—. Bonitas piernas, ¿a qué hora abren?
—¿Disculpa? ¡Estás saliendo con mi hermana!
—Ajá, y tú trajiste un cualquiera para sacar celos. Ahora dime, ¿quién es el objetivo? El nervioso de ojos azules o el idiota que nos acaba de presentar. No, no me lo digas. Si ni tú estás segura, menos podrás responderme.
—Quién te...
—La inteligencia no siempre se mide en números, encanto.
Sasha le lazó una mirada furiosa y se alejó de él. Dominic sonrió, mientras más difícil, más divertido. Tiempo de prender la fiesta, ¿no les parece?
Se acercó lentamente al cumpleañero que finalmente se había quedado solo y lo saludó amistosamente.
—Así que tú eres la mala influencia de mi hermana.
—Así que tú eres mi mejor amiga con pene —respondió Kevin tomando un sorbo de su vaso—. ¿Te sirvo algo?
—No te preocupes, yo lo haré. En realidad, venía a preguntarte si sabes sobre Sasha y Sam. Tú y él son cercanos.
—¿Qué quieres saber?
—¿Tienen algo serio o está soltera? Muero por un beso suyo.
—Suerte con eso, es imposible.
—Ninguna chica es imposible para mí, amigo de Zack. Es más, te apuesto que antes de que esto acabé, lo habré conseguido.
—Mil dólares —postuló Kevin con la mandíbula tensa.
—¿Qué? ¡Soy pobre, hiriente!
—Está bien. Si lo consigues te doy mil dólares. Si no... eres mi esclavo por una semana.
—¿Sexual? —propuso Dominic alzando las cejas.
—Nah, para eso tengo a Zack. ¡Eh, Zack! —exclamó captando su atención—. ¡Te amo!
—¡El sentimiento es mutuo, cariño! —respondió desde la mesa que compartía con Daisy, Patrick, Eli y Bruno.
—Hecho —anunció Dominic con la sonrisa más perversa jamás vista antes.
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—Es la cosa más adorable que he visto en la vida —postuló Daisy acariciándolo.
—No puedo creer que lo hayan arrojado a la calle como si se tratase de una caja. El mundo está lleno de imbéciles —opinó Eli molesta—. Apuesto que no andan tirando a sus hijos por la calle. ¿Por qué creen que un gato es distinto?
—¿No puedes dejar de quejarte por cinco minutos? —suplicó Zack—. Está bien ahora.
—Dejaré de reclamar por los derechos de los animales el día que los tengan.
—¿Ya tiene nombre? —inquirió la castaña.
—Se llama Llamita. —El gatito maulló y estiró sus patitas cautivando la atención de todos los integrantes de la mesa—. Voy a llorar de ternura.
—Me siento muy orgulloso de su decisión, chicos. Formar una familia homoparental es duro, pero me alegro que hayan dado el primer paso —dijo Patrick con una sonrisita burlona—. Felicitaciones, se le adelantaron a John y Dylan.
—Le diré a Kevin que lo engañaste con mi hermano —se burló Eli—. ¡Pero soy tía! Qué alegría. Puede hacerse amigo de Quince. Oh, lo extraño tanto.
—Si quieres partirle el corazón a mi primo avísame. Necesito eso en vídeo.
—Llevaré a Llamita a la cama de arriba. La música está muy fuerte y de seguro quiere dormir.
—Nooooo, gatitoooo. ¡No te lo lleves! —gritó Daisy siguiéndolo por detrás.
En eso, un aullido de Lauren captó la atención de Bruno.
—Oh, no. Esa chica volverá a caer en coma si nadie la detiene. En uno etílico. Los veo, chicos.
Así sin más, Eli y Patrick se quedaron solos. Ambos concentraron su atención en sus respectivos tragos por lo que pareció una eternidad. Entonces, la chica no pudo soportarlo más.
—Pídemelo —le ordenó precipitadamente. Su compañero de copas alzó la cabeza y se la quedó mirando con unos ojos cafés llenos de intriga—. Pídemelo, Patrick —repitió sin que le importase lo más mínimo el tono desesperado de su voz—. Una sola palabra y lo dejo. Lo dejo...
—Pandita —la interrumpió Patrick sin titubear.
—...todo... —Dejó la frase a medias, flotando—. ¿Qué?
Patrick volvió la vista a su vaso, lo rodeó con ambas manos como si se tratase de una taza de té o café hirviendo. No respondió. Sin embargo, cuando estuvo seguro de hablar, lo hizo mirándola de frente; cualquier desconocido diría que su rostro era inexpresivo, pero Elizabeth estaba lejos de considerarse como una extraña en la vida de Patrick. Ella le sostuvo la mirada, sin saber muy bien qué hacer, cómo continuar. Y juzgar por la decepción en sus ojos, Patrick se había dado cuenta que ella no diría nada más aún si él tenía previsto decir algo.
—¿Qué crees que pasó con la esperanza en la caja de Pandora? —preguntó él adoptando una actitud más relajada—. Siempre me imaginé un final en el que terminaba escapando. Sólo demoraría más que todos los males, pero que de todos modos se uniría a ellos.
—La esperanza nunca se va —opinó Elizabeth muy segura—. Es por eso que algunos la consideran como el peor de los males.
—¿Tú lo haces?
—No. Me quedo con el análisis original. Pienso que la esperanza es lo único que prevalece una vez que el caos invade nuestro mundo —postuló mientras deslizaba el dedo por el borde del vaso. Un vuelta, dos vueltas, tres vueltas...—. ¿Qué te hizo replantearte tu final alternativo?
—Esta conversación —reveló Patrick perdiendo la intensidad en su modo de hablar, como si una luz en su pecho se apagara lentamente—. La esperanza no es mala, pero no permanece. Se extingue como una fogata en invierno, por eso te queda el pecho frío y hueco. Sientes un vacío.
—Pero es un fuego que nadie más puede apagar salvo tú.
Él negó con la cabeza.
—Me lo pediste y te respondí. Y fue un error. —Se mordió el labio—. Y me dejaste frío y hueco. Mataste lo único que quedó en la caja.
—No creí que...
—¿Que diría que sí? ¿Qué pasó con la Elizabeth impulsiva que actuaba por pasión? Era una chica exasperante y agotadora pero yo la... —Se interrumpió, sacudió la cabeza consciente de que había hablado de más.
—Dilo —le suplicó Eli—. Di lo que ibas a decir. Termina la oración.
—Ya hice lo que me pediste y te quedaste mirándome.
—No supe qué responder.
—Nunca sabes qué decir o qué hacer porque no lo piensas. No piensas cada paso que das en tu vida como yo. No le das mil vueltas a las cosas, no planeas, no estresas tu cabeza con millones de posibles escenarios si dices o haces tal cosa. No eres un rehén de tu propia mente como yo. Así que no ocupes esa excusa. Si te quedaste callada, fue porque no hay nada dentro de ti que te impulse a seguir —La voz cada vez se oía más moribunda, el destello de luz estaba por desaparecer—. Te conozco, te entiendo y te... —volvió a cortar la oración.
—Dilo.
—No alimentaré tu ego. Del frío puedo refugiarme, el hueco puedo llenarlo. ¿Pero mantener chispeante un fuego abrasador? ¿Cuál es el premio? ¿Quemare, ahogarme con el humo? —Negó con la cabeza—. Me enseñaste a amar la vida. Déjame hacerlo. Deja de jugar conmigo.
—Lo diré si tú lo dices. —Sintió su labio temblar, todo su cuerpo tiritaba.
Patrick se levantó de la mesa con el vaso en la mano.
—Cobarde —soltó ceñudo—. Si ni siquiera eres capaz de admitirlo en voz alta, menos aún dejarías todo por mí. No como yo lo dejé todo por ti. No como tú lo dejaste todo por Zack. —Una verdad dolorosa pareció flecharlo directo en el corazón—. Tal vez no quieres admitirlo porque no lo sientes como yo.
—Claro que sí —dijo Elizabeth poniéndose de pie apresuradamente, pero Patrick dio un paso hacia atrás.
—Estoy cansado de sentir que no te merezco, que está bien que de los dos sólo yo pierda la cabeza por el otro. El que seas hermosa no te da derecho a lazarme unas míseras migajas de amor. No las quiero. Quiero a alguien que me ame y que me lo demuestre. Quiero a Daisy. —Dejó el vaso sobre la mesa—. Con permiso, hermanita.
Elizabeth no lo detuvo cuando se fue a buscarla.
Jugó su última carta y, cuando se dio cuenta que tenía la partida ganada, abandonó. Ella llenó el corazón de Patrick de ilusiones y luego salió corriendo. Esa no era Elizabeth, ¿o sí? Todos nosotros cambiamos, pero a veces uno no se da cuenta hasta verse al espejo.
Cuando recuerdas cómo eras, ¿vuelves a ser esa persona o aceptas que te convertiste en alguien más?
Molesta con su actuar, se dispuso a seguirle, pero Daisy apareció y le bloqueó el pasó.
—Hazte a un lado —rugió Eli.
—Te lo suplico —le pidió ella con los ojos llorosos.
—No sé de qué hablas.
—Zack te ama mucho para darse cuenta, pero yo no soy ciega. Por favor, no me lo quites. Veo cómo lo miras. Cuando el amor para mí era algo inalcanzable, leía novelas de romance como quien intenta huir de su monótona vida, luchando una y otra vez por sentirme como una de esas principales. Porque sabía que eso nunca me pasaría a mí. Me decía que era indigna de un chico como los que pinta Austen, porque nunca he sido suficientemente bonita para destacar. O divertida, o valiente. Pero un día, me quité el velo de la fantasía que solo me permitía buscar príncipes y héroes, y me encontré a un hermoso chico que prefería pasar las tardes jugando ajedrez con sus hermanos a irse de fiesta, que no calificaba ni con un seis de diez en una escala de belleza hecha por las chicas de la escuela, que vestía siempre con la misma playera de su banda favorita de metal alemán y que rara vez se peinaba. Pero para mí... era perfecto. Para mí, Darcy no le llegaba ni a los talones. Y me dije que sí podía tener mi propia historia de amor. A mí manera y junto a mí versión de chico ideal. Porque el amor no es un lujo entre entes ideales, sino una necesidad básica del ser humano. ¿Pero tenías que llegar tú y arruinar todo, no? La excéntrica pelirroja: alegre, valiente, hermosa y aventura; eres todos los adjetivos que los libros usan para sus protagonistas. Y ese es el problema. El maldito problema es que la secundaria nunca se queda con el chico, la secundaria es una molestia, es lo único que impide que la pareja no esté junta. No sé cómo lo hiciste, pero me estás quitando el papel principal de mi propia historia de amor, y te odio por eso. Tú, pudiendo tener al chico que quisieras, decides arrebatarme lo único bueno que me ha pasado en la vida. Y si piensas, por un segundo, que te dejaré quitarme a mi príncipe ideal sin dar pelea, estás tan equivoca que ni sé cómo decírtelo... Quizás fuiste un capítulo en su vida, pero yo soy la saga completa.
Elizabeth la pescó bruscamente del mentón, provocando que la pequeña castaña enmudeciera a causa del miedo. Eli estaba molesta porque la desgraciada tenía razón, y mezclar antipsicóticos con ron, vodka y marihuana no la ayudaba a apaciguar ese odio que se arremetía en su pecho y la tentaba a lastimarla.
Round 2. Ya no lo dejaría escapar otra vez.
—No es una pelea, si yo ya gané —respondió Elizabeth con una sonrisa perversa.
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