Capítulo 21: Por eso no es bueno contenerse los sentimientos
N/A: Les dejo a mi no... Quiero decir, a Dominic. Les dejo a Dominic en la multimedia<3 Aunque es más menudo en mi cabecita.
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—¿Es decir que la cita salió bien?
—Yo diría increíble —opinó Zack muy contento—. No puedo creer lo rápido que está creciendo nuestro niño.
—Me siento como una madre orgullosa.
El chofer detuvo el vehículo frente a una parada de autobuses. Zack tapó el teléfono celular para tenderle la tarjeta de crédito, —a nombre de Kevin Alexander Stevens—, al conductor del taxi.
—Sólo efectivo.
—¿Qué? Demonios. —Se llevó el iPhone al oído de mala gana—. Tengo que colgar Amy, te veo en unas horas. Un beso.
—Un beso para ti también, cielo. Oh, por cierto —agregó con voz chillona—, quizás debas llamarme concuñada ahora. El gemelo de Eli es, definitivamente un once de diez, así que planeo acostarme con él. Adiosito, concuñado.
—¡Amelia!—la regañó estupefacto, pero su receptora ya había cortado el teléfono.
Su amiga tenía esa extraña capacidad de seducir absolutamente todo lo que fuera capaz de moverse por sí solo. Zack la amaba, y estaba consciente de que no tenía ningún derecho sobre ella para reprenderla por la vida amorosa que había decidido llevar (que de amorosa no tenía nada, si saben a lo que me refiero); sin embargo, le incómodo bastante la nueva presa que Amy estaba cazando. Creyó entender la razón y sintió tanta empatía por su amiga como le fue posible. A veces Zack se sentía culpable.
Si tan solo fuera honesta...
No iba a presionarla, él tampoco había actuado como un modelo a seguir de la verdad; ocultó su enfermedad por demasiado tiempo, temiendo que su revelación cambiara la percepción que sus amigos tenían acerca de él, y que, en consecuencia, lo tratasen diferente.
Rebuscó entre sus cosas algo de dinero en efectivo, pero nada más halló doscientos dólares en su billetera y poco más de veinte en sus bolsillos. Apretó los labios, frustrado. Esto era obra de sus padres y de su obsesión con educarlo "como a un chico normal". ¿De qué le servía tener como padres a una escritora de bestsellers y a un dueño de una compañía de videojuegos si ni siquiera le dejaban tener una Visa? Además, la excusa de que estaba enfermo resultaba insultante. No es como si en un ataque de manía se fuese a las Vegas a apostar diez mil dólares y a comprar un tigre blanco...
Ya, sí, de acuerdo, pasó una vez, pero fue con la MasterCard. Y antes de comenzar con un verdadero tratamiento farmacológico. Sólo para ser enfáticos.
—Disculpa, pero debo continuar trabajando —dijo el hombre al ver que Zack no había sacado suficiente dinero—, ¿pagarás o qué?
—Su sistema debería aceptar tarjetas bancarias, ¿cómo esperan que pague más de quinientos dólares? —se quejó Zack.
—¿Me estás diciendo que no tienes dinero? —preguntó perdiendo toda amabilidad en su forma de hablar.
A veces Zack deseaba ser Kevin: su hermano siempre lograba salirse con la suya, resolver un problema, ganar. Aún no acababa por comprender cómo es que la policía no logró atrapar ni a Grace ni a él la noche anterior. Aunque no conocía formalmente a la chica, claramente estaba a su altura. Se los imaginó como dos vándalos de las películas antiguas de vaqueros, asaltando y disparando. Una feliz pareja de criminales.
Sobra decir, que estos dos no le llegaban ni a los talentos a su querido pero despiadado cuñado quien pronto conocería. Mas no se preocupen por eso ahora, para llegar a la guerra de villanos aún queda un buen rato.
Muy bien, inútil, piensa qué haría él.
Se miró la muñeca.
—¿Aceptaría un reloj como pago? —preguntó Zack muy seriamente.
—Tiene que ser una broma.
El muchacho se lo quitó y tendió. Las cicatrices más profundas quedaron a la vista, pero estiró rápidamente la manga para cubrirlas. No le incomodaba que un total desconocido las notara, era Zack quien no quería verlas y recordar su tiempo más oscuro, cuando casi toca fondo.
—Es un Rolex de dieciocho quilates de oro amarillo. Modelo: 116518LN —especificó Zack a la ligera. Era pésimo con las fechas, cálculos y cualquier otra cosa que incluyese números, pero ¡eh! Sabía el código exacto de sus relojes, buen trabajo cerebro pudiente—. Vale más de veinte mil dólares —agregó al ver el rostro inexpresivo del conductor—. ¿Lo quiere o no?
No le dolió desprenderse de él: tenía dos cajas llenas de esos.
¿Ya ven por qué no servía de nada que lo intentaran criar como a una persona normal?
*******
Eli decidió pasar la noche en casa de ... ¿cómo llamarle? ¿Su casi ex novio comatoso? ¿Su gemelo idéntico? ¿La familia de su madre biológica? Podía apostar que las dinastías antiguas contaban con un árbol genealógico mucho menos confuso que el de ella. Parecía que su vida se había transformado en una clase enredadera, la cual estaba deseosa por ser escalada y explorada; Eli, por el contrario, no exaltaba de entusiasmo por aventurarse en el descubrimiento de la verdad. De hacerlo, significaría que había convivido junto a dos mentirosos durante toda su vida. Sus padres habían inventado toda una historia, la engañaron diciéndole que era una huérfana, que la habían rescatado, que querían su bienestar por sobre todas las cosas.
Por supuesto aquel monólogo resultaba una contradicción en sí mismo, puesto que ningún padre que ame a su hijo, le quitaría el derecho de conocer a su hermano. Ni mucho menos, borraría su pasado para construirle uno a su antojo.
Quien ama, deja. Quien quiere, posee.
Porque el que ama no teme perder, pues le aterra más la idea de causar desdicha; el que quiere vive asustado todo el tiempo, pensando que en cualquier momento se irá y nunca cuestionándose el dejarlo ir. ¿No sería mejor respirar el aire que encapsularlo? ¿Disfrutar y no desear? ¿Amar y no querer enamorar? Que dicho sea de paso, el acto de enamorar no tiene nada de malo. Desafortunadamente, existen personas (y más de la mayoría me atrevería a señalar) que tienden a confundirlo con una misión de vida, siendo que en realidad se trata de un deseo egoísta del corazón. No se dejen engañar, que el amor de desinteresado mucho tiene, pero es también conocido por su afilado cuchillo cuando no resulta como queremos.
La posesión se disfraza, la obsesión le sigue el juego, y el corazón..., tan puro e inocente, termina haciéndoles caso, confundiendo a ambas con el abnegado acto de entregarle todo lo que eres sin esperar nada. Ni siquiera su amor.
Eli llegó a esa conclusión —quizás menos elaborada que la recién contada por este humilde narrador—, al ver a Patrick sonreírle a la pantalla de su teléfono celular durante toda la noche que pasaron en la sala de estar. No le dirigió la mirada; actuó como si ella no estuviese ahí o peor aún, como si no le importase ni en lo más mínimo su presencia.
Lauren y Bruno, que fueron aceptados con la mayor de las alegrías como huéspedes, intentaron llamar la atención del chico, pero ya conocen a Patrick: Nadie lo despega de una buena lectura.
Eli le preguntó qué leía. Él ni siquiera alzó la mirada.
Finalmente ambos chicos no pudieron combatir más el sueño, por lo que le preguntaron a los padres dónde podían irse a dormir. A Lauren le instalaron un colchón inflable en la habitación de las hermanas y Bruno ocupó la cama de Dominic.
Eli no sabía dónde estaba él, sólo que se encontraba con Amy. Eso era suficiente para no obligarse a indagar más, pues la imaginación, aunque poderosa, puede tornarse muchas veces en tu contra.
Los tórtolos, gracias a la Visa de Eli, se encontraban en este preciso momento unidos en una merecida noche como novios. Lo mínimo que podía hacer por John era brindarle unas horas de paz, junto al amor de su vida, en un lujoso hotel. Como bien dicen, el dinero no compra la felicidad... pero vaya qué ayuda.
Contempló la pantalla de su celular por enésima vez; la ansiedad de la incertidumbre por fin le comenzaba a ser efecto. Estuvo a punto de encenderlo, pero se repitió (como las otras mil veces anteriores) que eso sólo conseguiría darles una ubicación a sus padres. Sus "padres". No quería verlos. Ni oírlos.
Lo que sí anhelaba en ese momento, lo tenía a menos de un metro de distancia, pero se mostraba reacio a sostenerle la mirada.
Aquel otro ser que le revolvía el estómago y quien era además, el causante de su impaciencia e intranquilidad, le había dicho que iría.
No estaban sus amigos. No estaban sus padres. No estaba su novio.
La soledad que tanto odiaba Eli le causó un malestar en el estómago. El revoltijo tenía intenciones de protestar, pues tanto su cuerpo como mente no se hallaban familiaridad con el concepto y las implicancias de la soledad, que no es estar solo, sino sentirse perdido y no tener lugar de retorno.
Cruzó el país para ver a dos personas. Una, probamente se estuviese montando a su mejor amiga de la infancia en este momento. La otra... no hablaba. Ni a ella ni a nadie ¿Podía él recordarla? ¿Cómo sabía Eli que Patrick tenía los recuerdos de Coma? Bien podía ser que la amnesia se los hubiese llevado, y en caso de ser así, resultaba lógico su desinterés en ella.
Porque Patrick era una persona asocial, y con o sin recuerdos seguía siendo el mismo lector retraído. De ser ese el caso, ¿por qué entonces le habría de importar en lo más mínimo Eli? Sería una completa desconocida.
Eli no supo con cuál mentira quedarse para intentar sentirse mejor.
Dirigió su atención a la chimenea casi apagada, la madera crujía cada vez menos y por consiguiente, las chispas dejaron de saltar hasta que no hubo más que un eco de palos a medio quemar y una nube gris cubriendo el agujero de ladrillos. Era como un sonido de que algo se quebraba, pero a la vista se volvía incapaz de percibirse. Más o menos como el deseo de abrazarlo hasta que sus corazones se detuvieran; si bien él no se daba cuenta, el cuerpo entero de Eli vibraba como un drogadicto en abstinencia (una comparación no del todo romántica, pero la chica no siempre cumplía los estándares que ese adjetivo implicaba).
Se fijó en cómo cambiaba las páginas: A veces con dificultad, otras como una persona sana. Vio también, cómo abrió la boca, estupefacto por alguna escena; gruñó, alzó las cejas, se mordió el labio, e incluso cerró el libro de golpe. Esto último no duró más de un minuto porque rápidamente retomó la lectura, aún con las mejillas ardientes en cólera.
Patrick no era Patrick cuando leía, sino que tomaba prestado el cuerpo y la mente del protagonista. Se sumergía con alma y todo en la lectura... Ella jamás podría llegar a tomarse tan en serio aquel pasatiempo, que para él se transformaba en un teletransporte.
—¿Alguno de los personajes hizo algo estúpido? —preguntó Eli lentamente.
<<Patrick es como un ciervo>>.
Y qué lo digas, John.
El chico cambió la página sin que un solo músculo de su rostro sufriera alguna alteración luego de oírla hablar. Y mientras se aventuraba en un nuevo capítulo, un estornudo acabó por arruinarle la paz. Soltó el libro para alcanzar a taparse la boca con el antebrazo. Salud, dinero, amor. No hubo cuarto. O no alcanzó, porque antes de poder siquiera tomar el libro, se escuchó el chillido de una bisagra desde el piso superior. Luego, las luces se encendieron, arrebatándole la posibilidad a Eli de contemplar la forma en que las pestañas de Patrick destacaban por sobre sombras debido al contraste del color dorado.
—Alles okay, mein Kind? —No entendió ni pito, pero el tono era preocupado.
Segunda vez que oía ese idioma en la casa. Definitivamente necesitaba conseguirse un traductor personal, ya que las aplicaciones disponibles eran francamente una estafa.
—Elizabeth —notó el padre de Patrick con cierto asombro—. Creí que Victoria te había ayudado a acomodarte para pasar la noche.
El hombre en bata de dormir, trasladó rápidamente su atención a su hijo.
—Eh, campeón, está helando aquí abajo. —Le quitó el libro con amabilidad—. ¿No crees que es tiempo de descansar?
Patrick, por primera vez, miró a Eli. Hizo una mueca y volvió la atención a su padre.
—Elizabeth también se irá a la cama. ¿No es así? —le preguntó intentando captar su atención.
Ella asintió.
—Puede llamarme Eli, o Lisa. —Sonrió—. Tengo doble identidad —bromeó intentando ganarse su cariño. Ser popular no era solo talento innato, también requería un par de estrategias.
Él reflexionó la propuesta por unos segundos.
—Creo que me quedaré con Elizabeth, si no te molesta. Siempre me ha parecido muy curioso el tema de los sobrenombres. Crecí acostumbrado a que nos llamaran por nuestros nombres completos —justificó sentándose junto a Patrick. Lo cubrió con una manta que había al extremo del sofá—. Al pronunciarlos suenan con mayor carácter, y todavía más importante, honras la elección de tus padres. Porque escoger nombres no es una elección, sencilla, créeme.
—Elizabeth será —estuvo de acuerdo la chica.
De tal palo, tal astilla., citó para sí.
La envolvió un frío inexplicable; un calor que le oprimía el pecho, y sintió una enorme bola de metal en la garganta.
Los recuerdos, la escena... Vaya arpía que era la nostalgia.
—Buenas noches, señor Sommer —se despidió Eli levantándose—. Buenas noches, Patrick.
Subió a la pequeña oficina que pobremente climatizaron como un dormitorio personal. Dejó el teléfono sobre la mesita de noche, decepcionada de que Zack no hubiese aparecido y consciente de lo confuso que sus sentimientos se estaban comportando. Quería un abrazo. Un consuelo. Una palabra de apoyo, pero nadie se dio cuenta del declive que estaba tomando su "perfecta vida", y cómo a su vez se la tragaba. Puede ser, porque hasta entonces, ni ella se había atrevido a enfrentarlo.
Se giró para quedar mirando la muralla, sabiendo que al otro lado estaba su habitación.
Descansa, alguita, pensó cuando nadie, salvo la oscuridad, podía verla llorar.
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Amy se desvistió mientras Dominic tomaba una ducha rápida. En ropa interior, rebuscó entre su maleta el conjunto perfecto para ese día. Su teléfono comenzó a sonar, irrumpiendo el sagrado ritual.
—De no ser porque te adoro, te habría mandado a buzón de voz —le amenazó con una sonrisa.
—Qué bueno que te arrepentiste de esa decisión —dijo Zack desde el otro lado de la línea—. Odiaría que te entraras por alguien más de la buena nueva que rodea a nuestro amigo.
—¿Es decir que la cita salió bien? —preguntó ella.
Intentó no sonar tan estupefacta como se sentía, incluso cuando la respuesta de su amigo fue afirmativa. ¿Kevin en una cita? Había conocido a la chica como por dos horas... Resultaba impropio de él. Una desgracia, en verdad, Amy siempre lo tuvo contemplado para cuando se aburriera de seguir saliendo con cada chico que se le cruzase. Los planes de su amigo estaban lejos de concordar con los de ella.
Cortó el teléfono luego de hacer el gran anuncio y causarle a Zack la conmoción que acababa de experimentar ella. Escogió una blusa roja que se sobrepuso frente al espejo; probó distintas posiciones hasta quedar satisfecha.
—A eso le quedaría perfecto una falda, si no fuera invierno.
Dominic había salido del baño, y quién sabe si alcanzó a oír la conversación por teléfono. Traía una toalla blanca amarrada bajo el torso, verdaderamente de ensueño. Si bien él no era robusto, ni muy alto, su menuda contextura no lo limitaba a un abdomen plano; estaba tan bien trabajado como cualquier otro que apareciese en algún comercial o revista de modelaje.
—¿Qué pasó, princesa? ¿Intentado maravillarte con la vista? —le preguntó él con una sonrisa fanfarrona. Se revolvió el cabello a la vez que se acercaba a ella—. Adelante, prueba. Para ti es gratis.
—No me agrada que me estés mirando en ropa interior —reveló Amy cubriéndose lo más que pudo del cuerpo con la prenda de ropa—. A diferencia tuya, no soy una puta.
—Exhibicionista, querrás decir —le corrigió él arrebatándole la blusa—. Tienes un cuerpo perfecto, supongo que lo oyes con frecuencia.
—Un cumplido nunca me sobra —respondió Amy rodeándole el cuello con las manos—. ¿Vas a actuar como una cobarde y esperar a que yo tome la iniciativa o qué?
La besó violentamente. Primero juguetearon con las lenguas, pero se quedaron cortos de pasión, así que Amy le mordió el labio. El chico se separó ligeramente para sonreírle; le respondió más salvaje, más desesperado y mucho más furioso, estampándola contra la pared. Bajó hasta su cuello, y pasó largos segundos besándole la clavícula. Finalmente, Amy pidió un alto casi sin aliento.
—¿Esto quiere decir que aceptarás? —preguntó Amy jadeante.
Nick le alzó ambas cejas con picardía, su respiración también acrecentó gracias a su pecho descubierto que lo delató al inflarse rápidamente.
—Eres tú la que me dijo que estaría a prueba.
—Te superaste, con creces.
—Entonces seremos novios.
—Así es. A menos claro, que quieras que corra y le diga a tu linda familia lo que tanto ocultas.
Dominic le atrapó ambas manos contra la pared; sus ojos refulgían en odio.
—Yo caigo y tú caes conmigo.
La serenidad de Amy se desvaneció.
—Sigo sin saber cómo lo supiste.
—Por Dios, Amelia. Se te nota lo virgen a mil leguas, eres tan falsa como un maniquí. —Le dio un beso rápido en los labios—. La diferencia entre tú y yo, es que tú actúas como una puta y yo... —Se alejó de la chica, permitiéndole bajar las manos y sobarse las muñecas adoloridas—, yo finjo ser una mala persona. Porque en realidad, soy peor. Mucho peor. —Amy dejó que el pelirrojo le tomara la barbilla con fingida ternura—. Tú eres una cobarde conejita demasiado asustada para huir. Mejor ser el depredador que la presa, ¿no, zorrita?
Amy se zafó del chico y le quitó la toalla sin miramientos. Dominic quedó sin palabras.
—No me subestimes, cariño —dijo acariciándole la barba recién cortada—. Odio cuando hacen eso.
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Su novia tenía el teléfono apagado, el taxi lo había dejado en un paradero tan vacío como lo es el desierto mismo y sus padres lo llamaban cada cinco minutos para saber cómo estaba. Sumémosle ahora que su amiga planeaba acostarse con el gemelo perdido de su novia. En definitiva, se había ganado un cigarro para liberarse todo ese estrés. Y lo último que necesitaba era que una mocosa preadolescente viniese a dárselas de sabionda. ¿Peor aún? Tomaron el mismo bus.
Zack pagó el pasaje y se sentó justo detrás.
—¡Hola, Frank! —saludó la niña al conductor. Con razón se conocían, no podían haber más de cien habitantes.
—Daisy, ¿tan temprano yendo a ver al novio? Tu mamá ya debe sentirte de alojada en tu propia casa.
—Nunca es demasiado temprano ni demasiado tarde para el amor —respondió ella con una sonrisa.
Zack ladeó la cabeza, intrigado. Podía decirse que la frase que empleó se ganó su absoluto interés.
—Nunca es demasiado temprano ni demasiado tarde para el amor —respondió ella con una sonrisa.
Zack ladeó la cabeza, intrigado. Podía decirse que la frase que empleó se ganó su absoluto interés.
—Nunca es demasiado para el amor, sea lo que sea —estuvo de acuerdo.
Ninguno de los dos le contestó, así que se colocó los audífonos, dispuesto a perderse en un mundo mejor: la música. Viajaron unos quince minutos por carretera, en los que Zack se fue fijando para no pasarse del lugar. La señal era pésima, pero Google Maps se esmeraba por lograr un trabajo medianamente decente, moviendo el punto lentamente hasta la ubicación que Eli le había texteado el día anterior. Pensar que por Kevin no viajó antes y el muy traidor desistió. No, no debía enojarse. Tenía a una chica, claro que iba a preferir estar con ella. Se alegró mucho por él.
El bus se detuvo. El punto llegó a su destino. La tal Daisy se bajó... Zack también.
—Muy bien, Zack. ¿Quién diablos eres y por qué me estás siguiendo? —le preguntó molesta.
—Podría decir lo mismo. Yo solo seguí la ubicación que mi novia me envió.
—¿Estás saliendo con Savannah?
—¿Quién? —preguntó confundido.
—¿Por qué vienes aquí si ni siquiera conoces a la familia?
—Eli me pidió...
Daisy sacudió la cabeza.
—¿Eli? —repitió caminando hacia la granja—. ¿Elizabeth?
—¿La conoces?
—¿Estás saliendo con Elizabeth Scott? ¡Pero claro! Te recuerdo de las fotos en Facebook, qué pena para ella. Es una buena chica.
—Un momento, ¿qué fotos? —quiso averiguar preocupado.
—Mira, no me encanta hablar con las personas. Menos contigo, así que sígueme hasta la puerta. Yo me quedo con mi novio y tú te vas a hacer lo que quieras con ella, ¿hecho?
Pasaron por un camino embarrado en lodo; de ahí pasó a ser pura piedra. Un pequeño pórtico de madera gastado daba a la entrada. Daisy golpeó. Zack... Zack nunca ha sido sutil en cuando a cuestiones del corazón.
—¡Eli! —gritó emocionado. Solo en ese momento cayó en la cuenta lo horrible que había sido su despedida, lo idiota que se había comportado y lo mucho que quería estrecharla en sus brazos.
Entonces, ella abrió la puerta y Zack corrió a abrazarla. Apenas lograron entrar para que Daisy pasara. Zack tuvo el impulso de besarla como si mañana fuesen a morir, pero notó que algo andaba mal. Su rostro acongojado no había cambiado desde el día anterior, sino que se veía aún más agobiada.
—¿Eli, qué pasa? —le preguntó con dulzura.
Y eso bastó para que la chica se echara de rodillas; Zack la atrapó, y bajó lentamente abrazándola. Ambos, sobre el suelo, no se soltaron en un buen rato; sus lágrimas le empaparon la ropa pero nada le importó. No sabía qué diablos había pasado, pero sí entendía el estrés de su chica. De enterarse de haber vivido por tanto tiempo una mentira.
La contrajo aún más, como si al hacerlo, él se volviese un escudo protector; como si así, el mal no pudiese lastimarla. Eli intentó darle un beso, pero Zack la rechazó; sabía que estaba confundida y desistió del beso, porque sentía que sería aprovecharse de su frágil estado (y vaya que él entendía sobre eso). Acarició su cabello con dulzura, intentando aminorar la pena que parecía querer llevársela lejos. Y, por un largo momento, todo lo que vio fue a esa pequeñita de kínder siendo hostigada por unos tarados.
Así que la abrazó, como cuando para él, ella no era más que su hermanita menor. Porque si bien moría de ganas de besarla, sabía que no era eso lo que necesitaba.
Debía cambiar su actitud. Debía dejar de ser un idiota sofocante, ¿cómo podría seguir actuando así cuando Eli lo que más necesitaba era apoyo? Compañía, no un guardián.
Debía pensar más como su mejor amigo y menos como su novio. De cualquiera de las dos formas, la amaba como ninguna otra persona podría amarla jamás.
Ni siquiera tanto como el chico que, desde el sofá junto a su novia, se les había quedado mirando con la expresión caída.
Eli finalmente se separó de él; se veía un tanto avergonzada. Pero cuando volteó y vio a ambos chicos besándose, todo eso se desvaneció.
—Tú —dijo furiosa.
Y créanle a Zack, nunca había visto tanto odio en su mirada como aquella vez.
Corrió con agresividad, provocando que el rubio se cubriera la cara, pero él no era su objetivo. Pescó a Daisy y la tiró sobre el suelo con tanta fuerza que Zack tuvo que intervenir.
—¡Ay! ¿Cuál es tu maldito problema? —lloriqueó Daisy adolorida.
—Con qué cara vienes aquí, y lo besas. Y le das la mano.
—¿Disculpa?
—¡Por tu culpa se odió durante meses! —gritó descolocada—. ¡Le partiste el corazón!
Cuando supo que estaba por golpearla, Zack le atajó la mano en el aire al mismo tiempo que el chico rubio se tiraba al suelo. Literalmente, se tiró sobre Daisy para cubrirla con las manos.
—Patrick, ¿qué haces? —preguntó Daisy.
Pero él no le quitaba los ojos de encima a... ¿A Eli? Ojos rabiosos, inyectados en sangre.
*******
Eli palideció al darse cuenta de lo que había hecho.
¿Cuál es su maldito problema?, resonó de pronto en su cabeza...
...
...
Esa voz...
¿Patrick?
El chico se estampó contra los pies del sofá al oírla. La miró entre asustado e incrédulo.
¿Eli... Elizabeth?
No es posible... ¿cómo...?
Él la detuvo con una simple mirada.
Vuelve a tocar a Daisy, y te mato.
Yo...
Tú tomaste una decisión, resonó serio. Respeta la mía.
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Patrick le dio un beso a Daisy por lo que pareció una eternidad. Pero ni eso lograría sacarse a Elizabeth de la cabeza. Literalmente hablando.
Los efectos colaterales de robar una Estrella definitivamente no contemplaban ese.
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