Capítulo 12: Promesas que se derriten con la nieve
Nos situamos varios años antes de que Eli se convirtiera en Lisa. Se trata de una época en la que a Dominic aún no le crecía la barba, pero se caracterizaba por poseer una voz lo suficientemente chillona para quedarse como soprano en el coro de la escuela. Cuando el corazón de Daisy todavía no debía ser reemplazado, y Patrick no la consideraba una amiga del todo, pese a que pasaba gran parte del día viéndola debido a la estrecha amistad que mantenía con su hermano.
Cursaban por aquel entonces séptimo grado, y Daisy y Dominic no podían ser más unidos. Se conocieron años antes en la iglesia, gracias a la catequesis. Pero la Primera Comunión no significó el fin de su amistad, sino su primer logro como mejores amigos (no agregaré el "por siempre" debido a los sucesos futuros de este presente que ustedes ya conocen y que lo tanto, se vuelven paradójicamente pasados). En la escuela, cada vez pasaban más tiempo juntos. Parecía que, cuando hablaban, todo el mundo se paralizaba y dejaba de importar; ellos vivían en su propia burbuja, donde podían cotillear sobre los vacíos que eran los cerebros las chicas y lo infantiles y primitivos que se comportaban los chicos de su generación. Habían diseñado además, su propio idioma para que el resto de sus compañeros no se diera cuenta cuando fueran el centro de sus burlas. Ni hablar del lenguaje de símbolos que se crearon con el único propósito de sentirse especiales, distintos a los niños de su edad, que siempre vestían, hablaban y se reían igual. La vida es demasiado corta para dejarse fundir en una masa genérica de personas.
Pasaban los recreos en la biblioteca leyendo o simplemente escuchando música en el mp3 de Daisy. Disfrutaban de los mismos libros, cantaban las mismas canciones, se reían de las mismas bromas, odiaban a las mismas personas e, incluso, su nivel de fascinación por los gatitos era igual de extremo.
Eran, en definitiva, tal para cual. Tanto era lo que ignoraban al mundo para dedicarse al otro, que no pasaba un día en la escuela sin que alguien comentara que ambos eran novios. Podían no tener más amigos, pero eso no significaba que Dominic y Daisy pasaran desapercibos. Bien podían considerarse como la pareja emblemática de séptimo, debido a todos los rumores que corrían por los pasillos. Ellos se reían y no hacían caso, el amor era un tema demasiado lejano para ambos; preferían oírlo, leerlo o incluso verlo, pero ¿vivirlo? ¡Jamás! No había tiempo ni ganas para el amor. A los doce años, amistad era en todo lo que podían pensar.
Por supuesto que, más de alguna vez, a Daisy se le pasó por la cabeza si tener a Dominic como novio podría llegar a ser algo real. Si seguían así hasta los quince o dieciséis, ¿por qué no? Tal vez su mente era pura inocencia infantil, pero también era una chica con una fuerte atracción hacia los chicos. Razón por la cual no podía negar a la belleza que tenía por mejor amigo. Ella sabía que todas las chicas babeaban por Dominic, mas también se daba cuenta que ningún chico lo hacía por ella. Así que, no tener pretendientes pero sí al chico más querido por toda la escuela era una especie de equilibrio para el universo.
Hasta un ciego (sí, me refiero incluso Alexia) podía ver la inquebrantable amistad que Daisy y Nick habían construido desde tercer grado; no era extraño que la chica pasara más tiempo con la familia de su amigo que con la suya propia. Últimamente, los padres de Daisy discutían con mayor frecuencia, por no decir que se gritaban todo el tiempo. Así que ella buscaba refugio en la estable y amorosa familia de su amigo, y sus hermanos ya consideraban parte de la familia... o casi todos ellos.
Un día de semana, luego de volver de la escuela, la familia Sommer se encontraba felizmente reunida viendo los antiguos álbumes de fotos en la sala de estar. Todo se debía a que era el aniversario de los padres de Nick, y como cada año, traían los recuerdos a la vida. Inclusive Daisy conocía la historia de ambos, pero eso la detenía para escucharla otra vez.
—Y así, niños, es cómo conocí a su madre —finalizó el señor Sommer con alegría—. De no ser por esa carta de Sofía, nunca habría encontrado a esta loca mujer en la mitad de la noche.
—Tal vez loca, pero aun así logré derribarte. Cargando a dos... Dominic. Llevando a Dominic conmigo, igual te hice caer —la señora Sommer le robó un beso—. ¡Punto para Victoria!
Dejémonos de los acostumbrados saltos temporales y de las escenas cortas y fuera de contexto que deben armar como un puzzle para explicar el pasado, pero de forma continua. De vez en cuando, está bien probar algo nuevo. Así que permítanme desvelar el trasfondo de nuestro querido, golpeado y rubio, Señor Potencialmente Violador. Como habrán notado, la familia Sommer se maneja con el alemán a la perfección, ¿quiero decir? ¿Qué amish no lo hace?
David Sommer, el segundo de tres hermanos, se crio en una comunidad amish ubicada en Pensilvania. Un mundo en el que la tecnología no existe, la religión controla tu vida, y la frivolidad es duramente castigada; bien se podría asumir que David era infeliz llevando una vida de granjero pionero, pero, en realidad, nunca se sintió descontento. No se podía decir lo mismo de su hermana menor, Keila, quien poco después de cumplir los dieciocho renunció por completo a ese estilo de vida, con nombre incluido, para viajar por el mundo, pero... no nos desviemos de quién importa. Seamos sinceros, nadie se interesa en la historia de un personaje terciario. Eso sería "relleno", como lo que estoy haciendo ahora, y los niños de hoy no están acostumbrados al "relleno", es más, hay quienes incluso lo tachan como un punto negativo para la novela que lo posea. Ah, millennials. Tan buenos con los aparatos tecnológicos, pero tan malos a la hora de aguardar por algo. Lo quieren rápido, lo quieren sin esfuerzo, creen ser los mejores...
Así era Sofía, desde el día que la conoció cuando entró a la tienda sin intenciones de comprar nada hasta la última vez, cuando, en medio de una discusión, cerró la puerta desde afuera, dejándolo solo con una niña de un año y un recién nacido. Y sin importar lo horrible que haya sido su pelea, a David jamás se le pasó por la cabeza que no volvería a verla, convirtiéndose en padre soltero a los veintidós años.
Sofía Valeria Garay no se destacaba por ser bella, amable ni tierna, como le enseñaron a David que las chicas debían ser, pero sí era conocida en toda la secundaria por ser la clase de persona que hacía lo que quería y conseguía lo que deseaba, sin importar el costo. Su confianza y aventurero espíritu alejaban a la mayoría de los chicos, no obstante, David no se crio como un chico normal, por lo que cuando la conoció, quedó soñando por días acerca de su sonrisa engreída y sus ojos marrones.
El día que la conoció, era su turno de atender el pequeño negocio familiar, el cual consistía en la venta de mermelada en conserva y repostería típica de Alemania. El local, recientemente inaugurado, se ubicaba en el pueblo más cercano a la comunidad (unos cuarenta minutos a caballo). Por muchos años, los Sommer, al igual que tantas otras familias amish, vendían en su mismo hogar, pero debido a las buenas ganancias obtenidas, sus padres decidieron trasladar el negocio a un lugar más cercano al el público. No solo para obtener una mayor clientela, sino porque estaban hartos de recibir compradores en la comunidad.
Al interior de la pequeña tienda, detrás de la caja, tallando un perro en un pequeño trozo de madera, se entretenía a la espera de algún cliente. Oyó la campana sonar y, al alzar la vista y sonreírle al posible comprador, la figurita se le cayó de las manos.
—Guten Tag! Brauchst du Hilfe? —La chica le alzó las cejas.
Scheiβe, David. Sprich auf Englisch!
—Ich meinte... Quiero decir, ¡hola! Kann ich dir...? —Se volvió a interrumpir para cambiar de idioma—. ¿Puedo ayudarte?
—Qué tierno, una torre de Babel que respira —contestó ella acercándose al mostrador—. Déjame adivinar, ¿eres de esos fanáticos religiosos que le tienen miedo a la televisión y a la diversión? —Se apoyó con los codos frente a la caja registradora—. Dime Sofía.
¿Así veía la gente a los amish?
Se quedó contemplando el cabello de Sofía. En casa, las mujeres debían llevarlo recogido en un moño y, en lo posible, bajo un sombrero. El de esta chica, por el contrario, estaba suelto y le cubría buena parte de la espalda. Era color chocolate, brillante y muy liso. Su corte le proporcionaba un flequillo que bien podía camuflarse con sus ojos debido al parecido de café.
—No somos aburridos, Sofía.
—Pruébalo.
Was?
—¿Qué? ¿Cómo?
—Cuándo, dónde, quién y por qué —respondió ella.
A David le tomó más de lo que alguna vez admitirá, darse cuenta que se estaba burlando de él.
—¿Qué quieres decir con que lo pruebe?
—No lo sé, haz algo para demostrar que me equivoco. Asalta un banco, préndele fuego a la escuela... Sé creativo.
Was machst du denn hier?, pensó
—No quiero sonar grosero, Sofía, pero si no comprarás nada, lo correcto sería que te marcharas —le dijo David cortésmente.
—Pero yo rara vez hago lo correcto, niño amish —contestó con una sonrisa de medio lado.
—Soy David. —Suspiró—. Y no luces como alguien que tiene intenciones de llevarse un Kuchen, unas Plätzchen o un Apfelstrudel.
Sofía se mordió el labio.
—Está bien, me descubriste —dejo alzando los brazos a modo de rendición—. Mis amigos y yo hicimos una apuesta. Y te necesito para ganar una jarra de cerveza. A los alemanes les gusta eso, ¿no? ¿Me echas una mano?
David parpadeó varias veces, sacudió la cabeza y se acercó a Sofía. No supo si lo que sintió fue curiosidad, extrañeza, o simple interés de seguir conversando con una chica que no sólo dijera pasajes bíblicos e hiciera mermelada.
—¿Para qué me necesitas? —preguntó cauteloso.
Sofía sonrió al instante. David percibió una alegría un tanto prescrita en su rostro, como si ella hubiese aguardado por esa pregunta desde que entró en la tienda. Quizá ya había planeado toda esa conversación. Mensch Meier! Was für eine Frau ist diese Sofía?
A pesar de ser más baja que él, parecía controlar por completo la situación e incluso a él mismo. ¿Dónde quedaba esa mujer dulce y amable que cuidaba a los niños, la casa y se encargaba de la cocina? Esa era la clase de chica que él siempre vio. Rubias, de tez clara y ojos verdes o azules; sonrientes y cariñosas; maestras para la costura; debían ser bien portadas y estar al servicio del marido. En definitiva, no castañas de sonrisas traviesas. Pero cuando Davis pensó que Sofía no podía ser más distinta al prototipo de fémina que se le enseñó, la chica se puso el pelo tras la oreja revelando un pequeño tubo de papel.
¡Un... un cigarrillo! (Porque sí, David los había visto antes. Conservador, pero no arcaico).
—¡Aquí no se permite fumar! —Bramó indignado.
Podía burlarse de su comunidad, podía hacerle perder su tiempo, incluso podía provocar que se cuestionara los cánones de belleza que conocía, ¡pero David no permitiría que arruinara sus pasteles con ese asqueroso humo!
Sofía se mordió el labio, pero David no asoció que hacía cada vez que se ponía nerviosa, o dudaba de su innegable confianza al hablar. David necesitaba mejorar con respecto a la psicología de las personas. Su inteligencia interpersonal era comparable con la de un sándwich de jamón.
—La idea es fumarlo afuera —explicó ella recuperando su postura relajada. Lo tomó de su oreja y se lo tendió—. Mira, estoy mejorado en la técnica de enrollarlo.
David lo rechazó, sin ocultar la repugnancia que sintió al verlo.
—Tal vez desconozca muchas cosas de tu mundo, Sofía. Aber ich weiβ que eso le hace muy mal a tus pulmones.
—Si a mis padres no les importa lo que me pase, no veo por qué a ti sí —soltó de mala gana.
—Quizás tus abuelos no les enseñaron lo que a mí sí —David tomó el cigarro que había vuelto a colocar en su oreja y se lo guardó en el bolsillo—: caballerosidad y empatía.
Sofía resopló.
—¿Todos los amish son igual de homosexuales?
En realidad no, o la comunidad entera ardería en el inferno, le respondió mentalmente.
—Was? ¿A las chicas no les atraen los caballeros? —Ella negó con la cabeza—. ¿Qué les gusta entonces?
—Una cerveza bien fría.
—Um Gottes Willen... ¿Seguirás con lo de la apuesta?
—Siempre que me ayudes.
—Si te involucra a ti y al tabaco, paso.
Ella le sonrió.
—En realidad, tiene que ver contigo y eso que me quitaste para guardar en tu bolsillo, que no es tabaco por cierto. —Su sonrisa se ensanchó—. Pero te aseguró que te hará volar más alto que cualquier avión, Rosario Nazi.
David cayó en su tela de araña cual simplona mosca. ¿Pero qué droga fue la primera que probó? ¿Sofía o la marihuana? ¿Ganó una apuesta o conquistó a una chica? ¿Se enamoró de Sofía por su personalidad o por mostrarle el verdadero mundo?
Pasaron de la cerveza, a una cena, de una cena a una película, de una película a besarse, y de besarse a salir. Ninguna de las dos familias aprobaba su relación. Por un lado, los padres de Sofía eran políticos adinerados que siempre ansiaron lo mejor para su princesa, pero creían que con dinero le daban todo. David pensó más de una vez que Sofía salía con él simplemente para enfurecer a sus padres y así capturar su atención. Y quizás tuvo razón, mas el amor que sintió ella por él fue, en algún momento y por un breve instante, sincero.
—Prométeme que siempre estaremos juntos —le susurró él una noche de invierno.
—Para siempre —le mintió ella.
Los padres de David cada vez le dirigían menos la palabra, haciendo que este se empezara a cuestionar su lealtad hacia ellos. Finalmente, convencido por quien creyó que era el amor de su vida, huyó de casa junto a ella, abandonando a sus hermanos, sus padres y su religión. Apenas tenían dieciocho años, pero Sofía lograba despreocupar a David y asegurarle un mundo lleno de magia, aventuras y noches silenciosas para los dos. El dinero nunca les faltó, ya sea porque Sofía recibía de sus padres o porque simplemente les había robado; se amaban un poco más cada día, y con el tiempo, David olvidó lo mucho que amaba a su familia para dedicarse a amar a Sofía cada hora que pasaba junto a ella. Ella lo persuadía para abandonar a su Dios, a sus padres y a su hogar, y David, pobre e ingenuo, terminó por hacerle caso.
¿Cómo iba a pensar él que en cuatro años más estaría sin ella ni dinero para sus hijos?
Tenían diecinueve cuando Sofía se decidió por estudiar ciencias políticas. David la apoyó, ella era una mujer de carácter fuerte, amante de los libros y la justicia social, por lo que estaba retratada para esa carrera. Desgraciadamente, fue ese el año en el que las discusiones entre ellos comenzaron.
Arrendaban un pequeño departamento, costeado casi por completo por David, que había obtenido empleo en una panadería local. Los gastos universitarios corrían por parte de la familia Garay, siempre con el pensamiento que el dinero era mejor que una visita.
El pequeño lugar se volvió aún más estrecho con la inesperada llegada de Savannah. David recordó estrecharla en sus brazos, con infinito amor y a la vez una pena indescriptible. En el fondo de su corazón, siempre esperó por el perdón de su familia, pero sabía que tener hijos fuera del matrimonio era algo imperdonable. Así que abrazó a su hija y le prometió que nunca le harían falta sus abuelos.
Ambos tenían miedo. Ni siquiera habían cumplido los veintiuno y ya necesitaban alimentar a alguien más. Pero David ofreció renunciar a su trabajo para que así Sofía pudiese alcanzar sus sueños, y además, ser la profesional de la familia. Sin embargo, Sofía estaba aterrada, sin mencionar que una fuerte depresión la había golpeado luego de tener a la pequeña. Era normal, pero seguía siendo un problema. David intentó cada noche hacerla más feliz, pero las enfermedades mentales no funcionan de ese modo. Necesitan medicación, necesitan de terapia; las palabras bonitas y los besos de amor no son una cura psiquiátrica.
Todo le parecía mal, apenas toleraba estar con la niña; sus notas bajaron, pero logró no caer...
Luego llegó Patrick y con él, se derrumbó todo.
Sofía, aún con el desequilibro emocional, no pudo manejar una segunda tanda de hormonal producto de un embarazo y cayó en la desesperación absoluta. Se rehusó a amamantarlo, a quererlo o a siquiera a mirarle. David la amaba, pero lo que sentía por Savannah y Patrick era mucho más fuerte y protector. Y él no podía... no podía querer a alguien que no quisiera a sus hijos.
Discutían, se gritaban, se lanzaban cosas y siempre terminaba yéndose Sofía. Pero fue al segundo mes de vida de Patrick, que la puerta por la salió, nunca más volvió a abrirse por la ella misma.
Asustado, y avergonzado, David no sabía qué hacer ni a quién recurrir. Se sentía incapaz de volver a un lugar que le brindó tanto, después de que él le diera la espalda al huir con Sofía. Se dio cuenta que el amor era ciego, era irracional, y era tan... tan... ¡estúpido!
Ach du Scheiße!
Dejó todo por ella.
¿Y qué ganó?
Un corazón roto.
Una adolescencia perdida.
Un primer beso robado.
Una primera vez grabada en su pecho...
Una promesa que se derritió en primavera.
Y dos preciosos angelitos que cuidaría cada día de su vida, pero que crecerían si el amor de una madre.
O al menos eso pensó antes de conocer a la segunda oportunidad, que se presentó frente a él una fría noche de inverno.
Fue azar, destino, acción del universo, o quizás Jesús. Pero un día, luego de que Caitlin renunciara a su vida amish, David recibió una carta de Sofía pidiendo que se juntaran cerca de un callejón que él conocía muy bien a las doce de la madrugada. Su hermana, no muy segura de eso, aceptó cuidar a sus sobrinos mientras él se enfrascaba en un viaje para volver a ver, luego de meses, a quien le partió el corazón.
La esperó durante horas. Y, cuando creyó verla, se acercó con cautela, no muy seguro de qué le diría. No sabía si la odiaba, o si la amaba. Si la extrañaba o si quería decirle que se fuera al diablo de una vez por todas. Definitivamente, sabía que debía cerrar el capítulo con ella. Para así al menos, dormir tranquilo.
Y cuando se dispuso a saludarla, sus ojos conectaron con unos azules y no cafés, un cabello rojo y loco, en vez de marrón y ordenado. Desorientado, no alcanzó a huir de su gas pimienta.
Ah, pero qué bella forma de unirse.
Ambos (ya llegaremos a la historia de Victoria) entendieron que el amor no tenía por qué ser dramático, torpe y doloroso como las películas lo mostraban. El amor sano era feliz, divertido, y te hacía la vida ligera. Tal vez, no todos lo encuentran la primera vez. Algunos se equivocan antes de dar con el indicado.
El primer amor no es el definitivo, aunque existan afortunadas excepciones a la regla.
********
—Sería genial encarar a su mamá —opinó Daisy luego de oír la historia.
Dominic abrió los ojos llenos de asombro.
—¿Estás bromeando? ¡No vale la pena perder el tiempo con ella! —le respondió enojado.
—¿Por qué no? ¿Y si se disculpa? —Daisy alzó las cejas—. No es culpa de ella que su cuerpo haya decidido auto odiarse.
Dominic resopló.
—Con razón serás psiquiatra.
—¡La mejor de Harvard, mi amado amigo! —respondió ella dándole un fuerte abrazo.
Patrick soltó un suspiró cargado de pura indignación, provocando que ambos chicos se separaban y miraran avergonzados.
—¿Quieren callarse de una vez? —Pidió alzando la vista desde el escritorio—. Estoy intentando hacer mi tarea de matemáticas.
—Si tanto te molesta la presencia humana, puedes irte a otra habitación —le dijo Dominic con tono de burla.
—Yo duermo aquí.
—Yo igual.
—Estoy aquí desde antes.
—Pues yo traigo visitas.
—Daisy no es visita, pasa más tiempo aquí que en su casa —replicó de mal genio mirándola—. ¿Es que no tienes padres?
Dominic vio a su mejor amiga contener las lágrimas, y eso le bastó para enrojecer de pura rabia.
—Si fueras simpático, tendrías amigos.
Patrick rodó los ojos.
—No necesito amigos, necesito silencio.
—¡Sal de aquí si solo vas a molestar! —Gritó Dominic levantándose de la cama al mismo tiempo que Patrick de la silla—. ¿Por qué siempre que estoy con una amiga te pones de mal humor?
—No me gusta tener gente que no es de mi confianza en mi habitación.
Daisy se levantó de donde estaba. Caminó despacio hacia Patrick, que la miraba con cierto desdén y recelo, pero su impresión fue irrepetible cuando ella pescó el cuaderno y el lápiz, y comenzó a rayar la página.
—Tienes la uno, la tres, la cuatro y la cinco malas —puntualizó luego de unos minutos, entregándole la tarea.
—Oh, genial. —resopló—. Hice una bien —respondió Patrick con sarcasmo.
Daisy le sonrió.
—No, en realidad te saltaste esa —señaló con el dedo—. Mira.
—¡Esa es mi amiga! —Le celebró Dominic aplaudiendo orgulloso—. Cualquiera que calle a mi hermano tiene mi amor eterno.
—¡Podría concentrarme si no se pusieran a hablar de mi madre mientras estudio!
Nick sintió una puntada en el corazón.
—Sofía no es tu mamá.
Porque, si lo fuera, ellos no serían hermanos. Y por mucho que Patrick lo hiciera rabiar, era su hermano, su compañero de habitación, su confidente y su mejor amigo en todo el mundo.
—Es que... —Patrick se mordió el labio—, Daisy tiene razón.
—¿Qué? —preguntó esta.
—No te emociones, no lo digo seguido. —Suspiró—. ¿Qué tal si quiere disculparse?
—Eh... no. La gente no cambia, hermano —dijo Nick—. La gente mala se queda mala o se vuelve más mala. Punto final.
—Pero... quiero verla. Necesito saber que mis ojos no fueron cosa de azar, sino que fueron herencia. Familia. Quiero saber a de dónde vengo.
—Qué lindo —comentó Daisy con una sonrisa.
—Cállate, metiche, le hablo a Nick —le respondió el de mal genio.
Así era Patrick, cada vez que sus sentimientos afloraban, debía ser grosero para equilibrar al universo.
—Eso no le quita lo tierno. Además, ¡fue mi idea! ¡Quiero ayudarte!
¿Pero qué diantres planeaba Daisy? Ella apenas sí conocía a su hermano y de pronto, ¿quería ayudar? ¿Por qué era tan buena con todo el mundo? Así iba a terminar siendo aplastada como los animales de la carretera. Nick podía tener sólo doce años, pero comprendía que la vida era para los que se preocupaban de ellos mismos.
—¿Qué propones, Ovejita?
Nick no se decidió por qué lo impresionó más. Si el cariño con el que le habló a Daisy o que esta se sonrojara. ¿Ovejita? ¿Qué diablos?
—Si ella sigue viviendo aquí en Pensilvania, sólo debemos fingir que nos quedamos a hacer un trabajo en la escuela y tomamos un bus desde la ciudad. Tres horas ida y vuelta a lo mucho.
—¿Lo tenías planeado, verdad? —le preguntó Nick.
—Por favor, Nick, tú me conoces. Sabes que soy demasiado torpe como para hacer algo improvisado o por puro instinto —admitió entusiasmada.
—¿Y cómo vamos a hallarla?
—Es la magia de Facebook —contestó ella fingiendo hacer un arcoíris con las manos.
Nick, impresionado, desconcertado pero incluso feliz de que Patrick se estuviese llevando bien con su mejor amiga, aceptó el plan gustoso. Tal vez así lograría que se hicieran amigos, ¡y podría al fin salir con sus dos personas favoritas en todo el mundo!
Pero aquel jueves nevado que los aguardaba, distaba mucho de cumplir los sueños de los hermanos Sommer. Tardaron semanas en lograr localizar a la mamá de Patrick, gracias las tan servibles redes sociales. De a poco, Daisy y Patrick comenzaron a charlan más, y Dominic se enteró que ambos se escribían durante horas. ¿Desde cuándo que había empezado todo eso? ¿Y por qué ninguno de los dos se lo dijo? Sintió una pequeña traición, pero lo dejó pasar, entusiasmado por la aventura que se les venía.
Y fue, francamente, inolvidable.
Patrick, sobre todo, jamás habría de olvidar todo el tiempo que pasó ideando aquella salida para que, al encontrar a su madre biológica, viviendo a una hora y media de la parada de buses, esta se hallara dentro de un hogar, junto a una chimenea, bebiendo té con su...
—Patrick...
—Tiene...
—Lo siento, yo nunca...
—Otra...
—Vámonos ya.
—Familia... —logró terminar.
Los copos de nieve caían sobre su cabello, y se derretían en su blanca tez enrojecida por el frío; lograron camuflarse con las lágrimas del pequeño niño abandonado, quien había encontrado a su mamá biológica con otro hombro, y otros niños.
Dominic intentó abrazarlo, mas Patrick se rehusó, angustiado y enfurecido con la mujer que le dio la vida.
—¡Todo esto fue una completa estupidez!
—Patrick, espera...
—Déjalo —le dijo Nick deteniendo a Daisy—. Conozco a mi hermano, y sé que quiere estar solo.
—Con todo respeto, Nick. Él no necesita estar solo —respondió esta zafándose de su amigo.
Corrió tras él, con los ojos entrecerrados por la nevisca que amenazaba con hacerle perder el rastro, pero la niña fue firme y corrió, sin importar cuán sudada se sintiera o lo fríos que tenía los pies. Nick, muy detrás de ella, la siguió estratégicamente, cosa de poder verla pero no ser visto.
Daisy encontró a Patrick sentado en un columpio, cubierto de nieve, y llorando.
—¿Está ocupado? —Preguntó ella señalando al contiguo.
—Vete de aquí.
Daisy se sentó junto a él.
—Mis padres se van a divorciar —soltó de golpe.
Patrick dejó de llorar.
—¿Qué?
—Pelean todo el tiempo, y hace poco descubrí que tengo un medio hermano de once años.
—Pero tú tienes doce...
—Mi papá engañó a mi mamá desde que aprendí a caminar, literalmente.
—Oh.
—¿Y sabes qué hice cuando lo supe? —Patrick, con la vista en el suelo, negó con la cabeza—. Me leí los cuatro primeros de Harry Potter y la saga de Narnia. Estaba harta de los gritos en la casa, así que comencé a leerlos... y de pronto no habían gritos, ni llantos ni portazos, sino dragones, magia y reinos de fantasía. Cada vez que necesito huir de aquí, abro un libro y me permito sonreír, porque, en esos mundos, puedo ser una heroína, tener aventuras, y ser feliz por unos minutos.
—Siempre he querido ser un héroe —le dijo Patrick. Daisy sonrió—. ¡Eh, no te burles! Hablo en serio. Pero luego me miro y veo...
—A alguien que no se mira cómo debería —terminó Daisy por él—. Porque yo veo al mejor héroe del mundo aquí a mi lado.
—¡Sin capa! —agregó Patrick.
—Está bien, tu traje de vago también lo arreglo —bromeó Daisy fingiendo la voz.
—Eres la mejor.
—Lo sé, nene, lo sé.
Se quedaron en silencio viendo la nieve caer.
—Me gustaría olvidar lo que acabo de ver —murmuró Patrick.
—Bueno, no te dije lo de los libros para darle más dramatismo al día. Hablo en serio.
Patrick se mordió el labio.
—Es que... ya no leo.
—¿Qué? ¿Se puede dejar de leer, por voluntad propia?
Eso logró sacarle una sonrisa a Patrick.
—Leer es para niñas —dijo él.
—¿Según quién?
—Según todos en la escuela.
—¿Y a quién le importa lo que los demás digan? Las barbies son para niñas pequeñas, ¿y te digo algo? ¡Me encantan! ¡Jugaré con ellas hasta que me case! Porque me hacen feliz, y si leer te produce lo mismo, no deberías dejarlo.
—¿Alguna recomendación, Ovejita?
—¿Te suena El principito?
Ambos se sonrieron, lentamente, la sonrisa en el rostro de Patrick se extinguió para dar paso a unas silenciosas lágrimas, que Daisy secó con cariño. Y se abrazaron, por mucho tiempo.
Nick nunca volvió a sentir lo que vio aquel día. Su amiga se encontraba completamente perdida en su hermano, mientras que este, por primera vez, se había abierto a alguien que no fuera el mismo Dominic.
Nada volvió a ser como antes a partir de entonces. Comenzando por Nick, que dio su primer beso al siguiente día, enfrente de toda la escuela, con la chica más atractiva de todas. De ahí en adelante, se volvió lo que Daisy siempre había odiado en un chico.
Dominic dejó los libros, por los cigarros. A Daisy por las fiestas. Y se enamoró del alcohol y de cualquier chica que lo bebiese (siempre que fuera un diez de diez o más).
—Prométeme que seremos mejores amigos hasta viejos —le pidió Dominic ese día por la tarde.
—Por supuesto —le mintió Daisy.
—Prometo que nunca dejaré a mi familia por alguien más, como lo hizo esa mujer —dijo Patrick en los columpios.
*******
Cinco años después, Patrick se dio cuenta que se había transformado en lo que más odiaba en todo el mundo. Él dejó a su familia, dejó a su novia, dejó todo, por una chica. Una chica loca, divertida, risueña y aventurera.
Partió corazones como Sofía lo había hecho con él.
Y ahora, estaba dispuesto a enmendar su error. Conseguiría una Estrella a cualquier costo, volvería con su familia, volvería con Daisy y...
Olvidaría a Elizabeth para siempre. Como si nunca hubiese existido en su vida.
Porque, cuando Canalizó y se dio cuenta que su familia lo extrañaba y que Daisy había encontrado un donante hace meses, su mundo se vino abajo.
Sin embargo, al despedirse de Elizabeth, fue cuando su corazón se partió en dos. En dos, sí, porque un trozo se lo había ganado ella, pero otro, mucho más antiguo, lo tenía Daisy. Y lo seguiría teniendo para siempre.
Sólo debía olvidar, porque sin memoria, no hay pelirroja.
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