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Capítulo 8

Capítulo 8

El último cambio de planes no le gustaba en absoluto. Ansioso por poder regresar lo antes posible a Kandem, el hecho de tener que quedarse en la Fortaleza a la espera de la inminente llegada de Novikov había resultado ser una auténtica agonía. Aidur deseaba poder salir del edificio, alejarse de cuanto había vivido en los últimos días y en las últimas horas, pero las circunstancias se lo impedían por lo que, tras revisar toda la mansión de arriba abajo, había decidido instalarse en la biblioteca con Daniela. Y aunque no habían encontrado mucho más de lo que ya sabían, la visita les valió para rememorar antiguos conceptos que poco a poco habían ido cayendo en el olvido.

—Entiendo entonces que Acheron es el nombre con el que fue bautizada la ciudad prohibida; una ciudad cuyo interior no ha visitado nadie salvo el propio Varnes —reflexionó Daniela en voz alta, atenta a la reacción del Parente—. En los archivos no hay absolutamente nada al respecto: ni el informe de inspección ni el motivo por el cual se decidió tomar la determinación en cuestión. Eso significa que, una de dos, o lo que encontraron allí fue tan horrible que prefirieron que cayese en el olvido, o...

—Dos, que sea lo que sea que hay allí es tan magnífico que no quiere compartirlo con nadie —prosiguió Aidur con la mirada fija en uno de tantos volúmenes—. No sería la primera vez que lo hace; al parecer hay cierta categoría de información y localizaciones a la que ni tan siquiera los Parentes de campo podemos acceder.

—¿Categoría Alfa?

—No, tiene una especie de símbolo extraño: mira.

Aidur volvió el tomo hacia la mujer, le tendió la lente de ampliación que había estado empleando para poder ver los detalles y le señaló con el dedo índice lo que parecía ser una fotografía de una gran biblioteca. En una de las estanterías más alejadas, situado en el estante más bajo y, oculto por la sombra de la persona que, en primer plano, miraba a cámara, se hallaba un diminuto volumen en cuya solapa se hallaba el símbolo del que hablaba Van Kessel:

Tras un breve vistazo, volvió a girar el volumen hacia él.

—¿Y cómo sabe que es este símbolo? ¿Qué tiene de especial? A mí me parece un volumen cualquiera.

—A ti sí, querida mía, pero a mi persona, entendido en la materia, no. ¿Sabes quién es la persona que aparece en la imagen?

Volvió a mirar al hombre de la fotografía. Se trataba de un anciano de cerca de ochenta años cuya larga barba blanca trenzada y llena de anillos le cubría el torso hasta la cintura. No era demasiado alto ni ancho de espaldas, pero su cuerpo denotaba la fortaleza del que, en otros tiempos, debía haber sido un hombre fuerte y robusto. Sus ojos, dos esquirlas de fuego azul celeste, contrastaban con las oscuras manchas que moteaban su piel, las cejas oscuras y sus ropajes negros como la noche.

—¿Debería?

Aidur sonrió con diversión, disfrutando de la incertidumbre que decoraba el rostro de su asesora. Para él, el nombre del hombre de la fotografía no era un misterio precisamente. Al contrario; Aidur le conocía desde niño, tanto a él como a su obra. Le había estudiado y venerado durante años y así seguiría haciendo hasta el último de sus días puesto que, aunque muchos dijesen lo contrario, aquel hombre había cambiado demasiado el Reino como para no ser considerada su obra uno de los pilares de la humanidad.

—Este hombre es Chaitanya Ishwar, el mayor azote de Mandrágora que ha habido en la historia. Él fue uno de los primeros Parentes elegidos por el propio Varnes, todo un ejemplo a seguir para muchos. Su obra como miembro de Tempestad ha pasado un tanto desapercibida, pues no hay datos al respecto, tan solo de su gloriosa etapa como Praetor, pero yo siempre supe que había sido alguien muy importante. Siempre fue uno de los hombres predilectos de Varnes por lo que es de suponer que trabajasen juntos... y visto lo visto, así es. Si te fijas en las estanterías, hay distintos tomos con el mismo símbolo. Creo que todos ellos pertenecen a operaciones especiales como la de Acheron.

—Podría ser... —admitió Daniela, la cual, no dudó en comprobar lo que comentaba el Parente con la lente—. Ciertamente hay varios tomos. No obstante, ¿cómo puede relacionarlo con un tipo de categorización tan alto? Quiero decir, quizás no sea más que un simple sello identificativo.

—Podría ser, desde luego, pero si comparas con los volúmenes que han ido mostrando durante las declaraciones de prensa realizadas tras la finalización de las investigaciones en cuestión te darás cuenta de que coinciden los casos más "complejos" con la marca.

Para dar mayor veracidad a su teoría, Aidur activó la terminal portatil que anteriormente había estado consultando para confirmar su teoría. Ciertamente, al menos en cinco de las comparecencias públicas posteriores al cierre de un caso especialmente complejo se podía ver entre toda la documentación los volúmenes en cuyo interior se hallaba toda la información.

Unos volúmenes que, a posteriori, eran marcados y ocultos para el deleite de tan solo unos cuantos elegidos.

—Bueno, tengo que admitir que su teoría parece tener bastante lógica dentro de lo que cabe. Imaginemos entonces que, tal y como dice, en Acheron hay algo tan importante que Varnes decidió cerrarlo para que tan solo sus allegados pudiesen investigarlo. Si esto es así: ¿en qué posición nos deja? Quiero decir, si no nos han dejado entrar hasta ahora, ¿por qué iban a cambiar de opinión?

—Presentaremos un recurso a Novikov. Si logramos vincular de algún modo lo que ha pasado en Kandem con Acheron tendrán que ceder.

—O no —Daniela se encogió de hombros—. Aunque estemos en el sistema solar ya sabe que Mercurio no es el más popular de los planetas precisamente. Además... ¿a qué viene tanto interés de repente en ese lugar? ¿Acaso no tiene suficiente con lo acaecido en Kandem? ¿Para qué más misterios?

Aidur cerró el volumen donde aparecía la imagen de Chaitanya Ishwar en la biblioteca privada de su palacio y lo guardó en su correspondiente estantería, no muy lejos de la mesa donde llevaban horas trabajando. Durante todo aquel rato se había planteado la posibilidad de confesarle a Daniela lo sucedido en su celda mientras preparaba su mochila. En cierto modo, era innegable que Nox era su mujer de confianza: en ella confiaba los mayores secretos con muy buenos resultados siempre. Daniela era discreta y leal como pocas. No obstante, incluso disponiendo de aquellas dos magníficas virtudes, Van Kessel tenía ciertas dudas sobre su silencio. Tratándose de cualquier otra revelación, no hubiese dudado. Daniela habría mantenido los labios sellados incluso bajo tortura. Sin embargo, tratándose de lo que parecía ser a simple vista secuelas de la intoxicación sufrida en la mina, Aidur temía que lo confesara al equipo médico. Obviamente lo haría por su propio bien, para intentar ayudarle, pero incluso así le complicaría demasiado la existencia como para poder permitirlo. Ahora que al fin Novikov ya estaba en Mercurio y se le ofrecía la gran oportunidad de adentrarse en el gran misterio que era su planeta, ¿cómo dejarla pasar?

Era demasiado complicado. Tanto que Aidur deseaba poder pedir consejo a alguien; apoyarse en un hombro amigo, pero lamentablemente estaba solo como todo buen Parente. Así pues solo le restaba esperar y ver como se desarrollaban los acontecimientos. Por el momento no diría nada sobre la "visita": fingiría que no había pasado nada y, al menos por el momento, intentaría apartarla de sus pensamientos. No obstante, no la olvidaría. Ni a ella, ni la mención de Acheron, ni la frase que había escrito en el espejo.

Aquellos tres datos, aunque no sabía exactamente por qué, le parecían demasiado importantes como para dejarlos pasar.

—¿Nunca te cansas de hacer preguntas?

Daniela cerró también los tres libros que tenía abiertos sobre la mesa, todos ellos abiertos por páginas intermedias. Los puso formando una torre, uno encima del otro, y los llevó hasta la mesita auxiliar donde el siniestro androide amigo de Van Kessel los llevaría a su lugar de origen.

—Si éstas pueden aportarme información sobre algo que me importa me temo que la respuesta es que no, Parente. No me canso. Así pues, ¿me va a decir de una vez por todas a qué viene esta nueva y repentina obsesión?

Van Kessel salió de la biblioteca con la sensación de ya haber vivido aquella misma situación anteriormente. ¿Obsesión? ¿Qué sabría ella sobre sus obsesiones? ¿Acaso tener interés en algo era delito?

Pocos metros por detrás, Daniela le seguía con pasos cortos pero rápidos, haciendo repiquetear los tacones en el brillante suelo que aquella mañana había ordenado encerar. Como de costumbre, aquel día no obtendría respuesta alguna a ninguna de sus preguntas, pero al menos su insistencia serviría para que Van Kessel reflexionase al respecto.

Parente...

Ascendieron las escaleras a gran velocidad, compitiendo el uno con el otro para ver quién era más rápido. Una vez alcanzado el recibidor, Daniela acudió al encuentro de una de sus compañeras, la cual se encargaba de los garajes, mientras que Van Kessel seguía con su camino dirección a uno de los salones. 

—Ya han llegado, Daniela —advirtió Shelley Vankard, la mirada siempre fija en las ocho pantallas holográficas cuya responsabilidad recaía sobre sus hombros—. Una mujer y el maestro.

—¿El maestro también?

Para su sorpresa, Jared Schreiber descendió de la nave de trayecto corto en compañía de la mujer que, sin lugar a dudas, debía ser Caylie Novikov, la auditora. Hacía mucho tiempo que no veía al maestro, cerca de cinco o meses, o incluso más, pero éste no había cambiado en absoluto. De hecho, desde que le conociese hacía ya casi cinco años, este se había mantenido igual, inmune al paso del tiempo.

Jared Schreiber era un hombre alto, de casi un metro noventa de altura, y ancho de espaldas. Su edad rondaba los sesenta años, aunque ofrecía el aspecto de un hombre de cincuenta. Tenía los ojos de color azul claro, casi blancos, y una impresionante cicatriz en la ceja derecha que le cubría desde el pómulo hasta la frente, recuerdo de una de sus tantas aventuras como miembro de la flota Spectrum. En sus tiempos, Schreiber había llegado a ser uno de los más condecorados Praetores de la flota: todo un héroe de guerra.

Por aquel entonces Jared lucía el cabello largo y ondulado de color rubio canoso, la barba larga anudada con cinco anillas y la piel, siempre sonrojada, llena de manchas blancas de quemaduras. Aquellas marcas habían sido obtenidas gracias a una explosión demasiado cercana cuyos detalles nunca había querido revelar. Al parecer Jared había estado demasiado cerca de la muerte como para querer rememorar aquel lúgubre día en el que a punto había estado de morir.

En general, Jared Schreiber ofrecía un aspecto poco elegante y un tanto salvaje que poco se adecuaba con la refinada y aguda mente que tanto le caracterizaba. A simple vista, vestido con su antiguo uniforme militar y el aspecto algo desaliñado que ofrecía gracias a la barba y la melena, el Parente parecía más un guerrero tribal que el gran maestro que realmente era. No obstante, todos lo respetaban por igual. Aquel hombre era uno de los grandes, y tanto Aidur como todo su equipo lo sabían.

Caylie Novikov tampoco era un adalid de la ternura ni la delicadeza. Al ligual que Jared, la auditora era una mujer alta y ancha de espaldas a la que las elegantes ropas que vestía le sentaban realmente mal. Acostumbrada a vestir su uniforme militar, pues ella también procedía de una flota, la túnica roja, el pelo recogido y las joyas la hacían sentir muy incómoda. No obstante, el protocolo regía que tenía que vestirse elegantemente por lo que no tenía escapatoria.

Caylie aparentaba la edad que tenía: unos cincuenta años. Quizás unas cuantas capas de maquillaje podrían haber mejorado su aspecto, pues las cicatrices de la cara eran casi tan evidentes como las canas en su caballera negra rizada, pero ni tan siquiera se lo había planteado. No necesitaba aparentar nada. Novikov era lo que era, y se sentía muy orgullosa de ello. Después de todo, ¿cuántas otras mujeres habían llegado tan lejos en Tempestad?

Mientras observaba cómo eran recibidos por varios de sus hombres y se acercaban a la entrada de la Fortaleza, Daniela se preguntó si debería avisar a Van Kessel sobre la presencia de Jared. Ninguno de los dos había contado con él en la reunión. De hecho, dudaba mucho que así hubiese sido pactado. Era extraño. No obstante, teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encontraba Aidur, no era de sorprender que Jared hubiese decidido acudir al rescate de su aprendiz favorito. Al contrario. Jared quería demasiado a aquel hombre como para no apoyarle en el que seguramente sería el momento más complicado de su vida profesional. Así pues, aunque para muchos la presencia de su superior pudiese comportar un problema, para Aidur significaba todo lo contrario, por lo que en el fondo, no valía la pena avisarle: lo mejor era que lo descubriese por sí mismo.

Además, después de lo que le había hecho a Thomas, ¿qué menos que complicarle un poco las cosas?

Daniela aguardó a que los dos Parentes entrasen en la recepción para acudir a su encuentro. Estaba algo nerviosa, pero sabía que estaba preparada para salir airosa de la situación: Aidur se había encargado de adiestrarla para ello.

—Sean bienvenidos a la Fortaleza, Parentes —saludó formalmente tras hacer una respetuosa reverencia—. Les estábamos esperando. Permítanme que me presente: mi nombre es Daniela Nox, y soy la asesora personal del Parente Van Kessel.

—Gracias, señorita Nox —respondió Jared con seriedad, evidenciando así desde un inicio que la cordialidad y la jovialidad no tenían cabida alguna en aquella visita. Al menos no mientras la auditora estuviese presente—. Le presento a Caylie Novikov, miembro del Departamento de Auditorías Internas de Tempestad. Tanto ella como su equipo van a trabajar estrechamente con nosotros durante una temporada.

—Un placer, Parente.

Novikov le dedicó una larga e inquietante mirada de ojos castaños. Sus facciones, al igual que su mirada, eran duras como el hierro forjado.

—El placer es mío, señorita Nox. Siempre he creído que tras todo gran hombre se oculta una mujer de ingenio afilado que le cuida las espaldas: espero no equivocarme.

Daniela sonrió educadamente a modo de respuesta. Ciertamente, no se equivocaba, aunque no era necesario que lo supiese tan pronto.

—El Parente Van Kessel les está esperando en uno de los salones. Si son tan amables de acompañarme les llevaré junto a él de inmediato.

Pocos minutos después encontraron a Van Kessel sentado en uno de los sillones del salón, disfrutando de una copa que recientemente le había servido uno de los camareros mientras escuchaba de fondo una suave balada de violín, su favorita. Daniela se apresuró a presentar a los Parentes tal y como dictaba la normativa, con la mirada fija en las brillantes botas de Van Kessel, y se retiró.

Su papel en aquella función había llegado a su fin.

Destilando amabilidad y cortesía, Van Kessel saludó primero a Jared, sorprendido por su visita. Aunque su maestro siempre era bien recibido en la Fortaleza, no había contado con su presencia en aquella ocasión. Seguidamente, ciñéndose al protocolo, estrechó educadamente la mano a la auditora, fija la mirada del uno en el otro. Aunque en su mente Novikov había sido totalmente distinta, no acababa de disgustarle del todo lo que tenía ante sus ojos. Aquella mujer de rasgos duros y mirada inquisitiva parecía tener las ideas bastante claras.

Además estrechaba la mano con fuerza, desafiante, cosa que le encantaba.

—Me alegra poder conocerla al fin, Parente. La verdad es que por mucho que he intentado informarme sobre su persona a través de los registros me ha resultado muy complicado sacar nada en claro. Ni tan siquiera conocía su rostro.

—Los miembros del equipo de auditorías gozamos de ciertos privilegios, señor Van Kessel. De todos modos dudo que el conocer mi semblante hubiese variado un ápice su impresión sobre mí: el auténtico problema es mi función, no mi cara.

Caylie acompañó al comentario con una sonrisa sarcástica frente a la cual Van Kessel no pudo más que dejar escapar una carcajada.

—Clara y directa, Aidur —admitió Jared con una sonrisa asomando en los labios—. La auditora es una mujer de ideas claras, como las que a ti y a mí nos gustan.

—Desde luego. Acompáñenme por favor, tomemos unas copas. Tenía guardada una botella de vino desde hace años para este momento por lo que no voy a aceptarles un no como respuesta. Si son tan amables...

—¿Mezclando fármacos con alcohol, Parente? —incidió Novikov con cierta sarna, toda acidez—. Veo que empieza fuerte la velada, veamos como acaba.

Novikov era una mujer complicada cuyas incisivas preguntas evidenciaban el afilado ingenio que la había llevado a lo más alto de la cadena de mando. Era astuta y aguda, muy irónica e incluso hiriente en según qué comentarios, pero sobre todo era inteligente, como cabía esperar de ella.

Nokikov sabía lo que quería y no estaba dispuesta a abandonar la Fortaleza sin conseguirlo.

Por suerte, ni Jared ni Van Kessel se caracterizaban por su mediocridad. Ambos poseían ingenios brillantes y, aprovechando la superioridad numérica, respondían a las preguntas con la claridad e audacia suficientes como para, además de satisfacerla, mejorar su imagen hasta tal punto que, tras un par de horas de conversación, la mujer estaba convencida de estar tratando con dos grandes profesionales.

—Así pues ha dicho que no ha venido sola —reflexionó Aidur tras ordenar a uno de los sirvientes que empezase a servir la cena.

Tras un par de horas de conversación en los sillones alrededor de la chimenea artificial durante la cual acabaron la botella de licor, los Parentes habían decidido desplazar el centro de operaciones a la mesa central.

—Efectivamente, conmigo han venido mis dos hombres de confianza: Marvin Reed y Bill Cruz. Ambos formaban parte de mi equipo antes del traslado por lo que, llegado el momento, decidí llevármelos conmigo. Son muy buenos en su campo.

—¿Y podríamos saber cuáles son sus campos de acción? —preguntó Jared a pesar de estar ya informado al respecto. Aunque Van Kessel no hubiese logrado encontrar información sobre ellos, su posición privilegiada le había permitido poder indagar un poco más—. Hasta donde he podido saber, Reed formaba parte de su equipo científico.

—Así es: Marvin Reed es un destacado cirujano cuyos conocimientos anatómicos, físicos, químicos y tecnológicos me permiten profundizar en las investigaciones —respondió con orgullo—. Se podría decir que es mi especialista: mi hombre de ciencia. No se le escapa nada.

Aidur no pudo evitar comparar al tal Reed con Murray, el hasta entonces jefe de su laboratorio. Ciertamente su querido Thom no tenía conocimientos sobre todos los campos como parecía poseer el tal Reed, pero dudaba mucho que tuviese una mente tan peculiar como la de su compañero.

Nuevamente se preguntó qué habría sido de él. ¿Estaría cenando en aquellos precisos momentos en el salón de la vivienda de Tremaine, con ella y con el niño? ¿O estaría muriéndose de frío tirado en algún callejón sin salida, borracho y seguramente ya enfermo?

¿Habría muerto?

—¿Y qué hay del otro? —prosiguió Jared logrando así recuperar la atención de Van Kessel, el cual, momentáneamente, había olvidado donde se encontraba—. Ese tal Cruz.

—Bill Cruz es mi hombre de campo: un auténtico sabueso cuyo olfato es capaz de destapar hasta la más secreta corruptela. Gracias a él han sido destituidos y juzgados varios Parentes cuyos pasos les habían llevado más allá de la legalidad. —Novikov sonrió ampliamente dejando a la vista sus amplias y vistosas encías rosadas—. Para muchos acaba convirtiéndose en su bestia negra.

—Curioso grupo el que ustedes tres forman —advirtió Van Kessel tras intercambiar una fugaz mirada de advertencia con Jared. Tendrían que ser cuidadosos con el tal Cruz—. Más tarde le presentaré al mío. Tengo al agente Schmidt en Kandem, pero el resto está aquí, en la Fortaleza. Si quisiera...

Novikov alzó la mano a modo de interrupción. Aunque la idea resultaba tentadora, y más ahora que poco a poco el vino y la carne iba animando una noche que, sin lugar a dudas, prometía, las prisas nunca eran buenas.

—Creo que deberíamos dejarlo para mañana, Parente. Las cosas se ven con mayor claridad a primera hora; además, creo que vamos a pasar una larga temporada juntos por lo que no creo que sean necesarias tantas prisas.

—Entiendo entonces que va a quedarse aquí, ¿me equivoco?

—Si no le supone un problema, sí. —Caylie llenó su copa por tercera vez con el vino blanco que el propio Van Kessel había elegido para la tan esperada noche y le dio un largo sorbo. Al igual que el resto de la comida, la bebida era exquisita—. Reed y Cruz están con el Parente Anderson por lo que, hasta que nos reunamos todos en Kandem, creo que es mejor que me quede. Además, el maestro Schreiber y yo ya hemos compartido varias jornadas juntos por lo que creo que ha llegado el momento de dejarle un poco de libertad.

Jared sonrió sin humor. Aunque inicialmente no le había gustado la idea de tenerla en su propio hogar, el maestro tenía que admitir que, a pesar de todo, no había sido una mala compañía. Al contrario. Novikov tenía un encanto personal muy peculiar que ni tan siquiera la máscara de dureza y determinación con el que intentaba esconderlo lograba que pasara desapercibido. Aquella mujer era inteligente, y esa era una cualidad que en muy pocas ocasiones se daba. Así pues, se podría decir que la echaría de menos. No demasiado, desde luego, pero sí lo suficiente como para plantearse si no debería empezar a tener más contacto con sus aprendices.

Pasar tanto tiempo aislado empezaba a afectarle.

—La decisión es siempre suya, por supuesto, pero debo admitir que me agradaba poder cenar acompañado. De todos modos, Aidur también es un buen anfitrión por lo que estoy convencido de que estará bien atendida.

—No lo dudo. ¿Para cuándo considera su equipo médico que estará en condiciones de viajar a Kandem, Van Kessel? Reed me ha informado de que esta misma tarde se ha realizado un importante hallazgo en las minas y me gustaría visitarlo lo antes posible.

—¿Un importante hallazgo?

Sorprendido ante la falta de información por parte de Schmidt, el cual estaba allí precisamente por ello, Aidur extrajo del bolsillo la terminal portatil y comprobó que no había ningún tipo de informe ni de intento de contacto por parte de su compañero. Al parecer, Varick se había olvidado de informar.

O al menos eso habría pensado de no ser porque rápidamente descubrió por los informes de estado que alguna especie de inhibidor de señal había bloqueado la de su terminal.

Al parecer, a alguien no le gustaban las interrupciones.

Sopesando las distintas posibilidades, Aidur alzó la mirada hacia Novikov, casi convencido de que ella estaba tras el bloqueo, y se la mantuvo hasta que esta, sintiéndose quizás culpable, le mostró abiertamente el pequeño orbe de vidrio gracias al cual había intervenido las comunicaciones de toda la Fortaleza.

—Culpable —exclamó en tono burlón—. Espero que no me lo tenga en cuenta, Van Kessel, pero no me gustan las interrupciones. Imagino que ya sabía usted que los auditores tenemos ciertas... manías.

Una desagradable sensación de traición se apoderó de Van Kessel al ver que, tras desactivar el orbe, varios documentos procedentes de la unidad de Schmidt llegaban a su terminal. Hasta entonces la cena había ido bien; tan bien que, por un instante, había llegado a creer que se encontraba en compañía de un igual. Por suerte, aquel detalle le había abierto los ojos.

Novikov, en el fondo, no dejaba de ser una auditora, y su función era clara: no venía ni a beber ni a reír, aquella mujer venía a investigarles y, en caso de tener cualquier excusa, acabar con ellos. Así pues, no podía confiarse.

Había sido un necio.

Por un instante, Aidur se planteó la posibilidad de estrellarle la botella de vino en la cabeza. Fue un pensamiento repentino, instintivo, animal, pero tan real que para cuando quiso darse cuenta ya tenía los dedos alrededor del vidrio, preparado el brazo para ejecutar el castigo. La idea, desde luego, era tentadora.

Muy tentadora.

Pero estúpida. Ni podía ni debía dejarse llevar por las provocaciones de la auditora. Mostrar abiertamente una pérdida de nervios durante la primera jornada era facilitarle demasiado el trabajo.

No podía dejarse llevar.

—Manías que no me interesan —respondió Van Kessel endureciendo la expresión. Dejó la botella en su lugar y ocupó la mano con su propia copa, tratando así de ocultar tras ésta el repentino nerviosismo que tanto le hacía temblar el miembro. Pocas veces había estado tan enfadado—. ¿De qué descubrimiento estamos hablando? ¿Qué ha pasado?

—Ha sido localizada una edificación en el interior de las minas, entre el tercer y el cuarto nivel. Durante la época de explotación de la mina, dicha zona había tenido tal temperatura que los operarios humanos no habían llegado a visitarla. Era territorio de androides. Ahora, sin embargo, aunque alta, es soportable.

—¿Una edificación?

Anonadado, Van Kessel lanzó una fugaz mirada a Jared, el cual, en silencio, escuchaba las palabras de la auditora con visible atención. La existencia de un edificio en las profundidades de la mina abría un abanico de posibilidades tan amplio que de nuevo la teoría de que hubiese algo en el núcleo del planeta tomaba fuerza. Y es que, si realmente existía dicha estructura, ¿quién la había construido?

El corazón empezó a latirle con fuerza en el pecho, emocionado. Llevaba tanto tiempo esperando una noticia como aquella que no sabía ni cómo reaccionar.

—¿Cómo lo han encontrado?

—A través de un derrumbamiento. Mañana un grupo de agentes de Anderson lo inspeccionarán: si resulta seguro, iremos a visitarlo por la noche. Maestro, me gustaría que me acompañase.

—Será un placer, desde luego. De todos modos, seamos precavidos. Siempre cabe la posibilidad de que se trate de algún tipo de almacén o refinería ilegal. Tan solo las empresas registradas tienen que contribuir en la economía planetaria a través de los impuestos directos e indirectos por lo que es posible que alguien se haya aprovechado de la situación.

Aidur también barajaba aquella posibilidad. Las estrictas leyes económicas que marcaban el planeta no contribuían precisamente al registro de las empresas. Al contrario: uno de los grandes males de Mercurio era el de la existencia de un enorme flujo de empresas clandestinas a través de las cuales se blanqueaba dinero y explotaba a los trabajadores.

Así pues, aquella era una posibilidad a tener muy en cuenta, pero no la única.

—Yo también les acompañaré. Teniendo en cuenta que fue mi equipo el primero en alcanzar la localización qué menos que estar presente durante la expedición —intervino Aidur, recuperando el buen humor—. ¿Tenemos algún dato más al respecto? ¿Hay alguna holografía? ¿Alguna grabación?

Como respuesta a la pregunta, la Parente extrajo del  interior del bolsillo derecho de su túnica un cristal reflector sobre cuya superficie pudieron ver el reflejo tridimensional de la estructura en sí. Una estructura que, aunque sumida en las tinieblas y vista desde la lejanía, no dejaba duda alguna sobre su naturaleza. Torres altas y piramidales, escaleras altas y estrechas, arcos de medio punto y estatuas, muchas estatuas, que se alzaban sobre sus pedestales como agujas en el agua.

Fuese quien fuese el constructor de dicho lugar, no había dudado en invertir en la estructura toda su imaginación. Desde la lejanía, la edificación se asimilaba más a un antiguo templo terrano que a cualquier otra edificación nunca antes vista en Mercurio.

Costase lo que costase, tenía que visitarlo.

Unas horas después, tumbado ya en la cama de su celda y con la mirada fija en el techo, Aidur pensaba en las impresionantes imágenes que la auditora Novikov le había mostrado cuando, de repente, alguien llamó a su puerta. El Parente se incorporó, sorprendido por la hora que marcaba el crono, y acudió a abrirla con una extraña sensación de irrealidad. Normalmente no recibía visitas a aquellas horas.

Al otro lado del umbral, vestida con su bata negra y las zapatillas rosadas sobre las que tanto le gustaba bromear a Van Kessel, se hallaba Daniela Nox.

Parente, siento molestarle a estas horas, pero...

—Por tu madre, Daniela, dime que no es por Novikov.

Daniela sonrió sin humor, visiblemente cansada. Teniendo en cuenta el motivo real de su visita, ojalá hubiese podido decir que la auditora estaba tras la interrupción nocturna. Ella, el maestro Jared, el Parente Anderson o quien fuese. Lamentablemente, en realidad eran malas noticias las que la habían llevado hasta allí.

Muy malas noticias.

Leyendo al fin la preocupación en su mirada, Van Kessel tomó a su asesora de la mano y la llevó al interior de la celda, alarmado. Una vez dentro cerró la puerta, evitando así posibles oídos curiosos.

¿Sería posible que, después de todo, hubiesen encontrado algo más? ¿Más edificaciones? ¿Supervivientes? ¿Habitantes?

¿Una civilización escondida?

El corazón volvió a acelerar sus pulsaciones. Fuese cual fuese la noticia, Aidur dudaba poder conciliar el sueño esa noche.

—¿Qué pasa? Me estás preocupando. ¿Ha llamado Anderson?

—¿El Parente? No, hace horas que no sabemos nada de él. De hecho, lo último que sé de él y su equipo es que han regresado al Templo para prepararse para la expedición: mañana a primera hora se pondrán en camino.

—¿Entonces?

Daniela frunció el ceño. Aunque intentaba mantener el semblante indiferente, era evidente que su respuesta le había decepcionado. Era una lástima. No obstante, muy a su pesar, su aventura en Kandem tendría que sufrir un ligero retraso teniendo en cuenta los últimos acontecimientos.

O al menos eso creía, claro.

—Hace media hora recibimos un informe de la torre de control de Melliá, una localización situada en...

—Nifelheim, sí —respondió Aidur rápidamente, endureciendo la expresión—. La conozco. No es demasiado grande, pero no está muy lejos de la capital. ¿Qué ha pasado?

Se encogió de hombros, dubitativa. Aún le costaba creer que todo lo ocurrido en las últimas horas no fuese producto de un sueño.

—Han colapsado, Parente. Han colapsado como pasó en Kandem... parece ser que ha habido una explosión descontrolada y todos los sistemas de energía han fallado. Actualmente están incomunicados y no hay forma alguna de contactar con ellos. Hay varias patrullas de miembros de seguridad local de la capital camino a la localidad, pero todo apunta a que ha vuelto a suceder lo mismo.

—¿En serio?

Sorprendido, Aidur acudió de inmediato al cuadro que colgaba sobre el cabecero de su cama. Grabado en relieve sobre éste había un magnífico mapa del planeta en el cual se hallaban marcadas con agujas doradas todas las localizaciones importantes de Mercurio.

Van Kessel bajó el cuadro y lo apoyó sobre la cama. Aunque allí no apareciese marcado Melliá, el Parente conocía perfectamente su localización, y no se hallaba precisamente cerca de Kandem. Al contrario.

—Manda a Merian para allí de inmediato —ordenó a media voz, pensativo—. Le quiero lo antes posible haci...

—Me temo que no es posible, Parente —respondió Daniela a media voz, acudiendo a su lado con paso lento, dubitativa—. La historia no acaba ahí. Doce minutos después de que Melliá contactase con nosotros recibimos una segunda llamada de alarma procedente de Kaal, una localidad al sur de la capital, a unos cien kilómetros de la entrada a la reserva natural. Merian se halla en camino.

Aidur volvió la mirada hacia Daniela con una mezcla de miedo y sorpresa en el semblante. La mujer no había mencionado el motivo de la llamada, pero tampoco era necesario. Poco a poco, Nifelheim empezaba a sufrir los síntomas de lo que no podía ser otra enfermedad que un colapso generalizado.

¿Sería casual que sucediese en la zona donde el primer Gran Colapso no había llegado?

Sintiendo como el nerviosismo se apoderaba rápidamente de él, Aidur empezó a vestirse. No sabía exactamente a donde debía ir primero, pero estaba claro que ya no hacía nada en la Fortaleza.

Había llegado el momento de actuar.

—Aidur, creo que ha llegado el momento de que se reúna con el Parente Anderson y empiecen a trabajar en común: tengo la sensación de que esto no es más que el principio de una crisis a nivel global.

—Primero debo comprobar la situación de Kaal —respondió ya frente al armario, dispuesto a empezar a vestirse con sus ropas de trabajo—. Una vez tenga todos los datos podremos plantearnos una acción, pero hasta entonces...

—No, puede ser peligroso. No tenemos aún demasiados datos al respecto por lo que no lo considero una buena idea —interrumpió Daniela, decidida—. A Kaal iré yo, Parente. —La mujer se desanudó el cinturón de la bata y le mostró que, bajo la prenda, vestía ya con ropas de trabajo—. Usted diríjase al Templo: se lo he organizado todo. Ya he avisado a Schmidt: le está esperando allí. Como usted siempre dice, lo primero es lo primero.

Aidur volvió la mirada hacia Daniela, sorprendido por la determinación de sus palabras, pero no las puso en duda. Al contrario. Confiaba en ella. Confiaba en ella y en sus decisiones ahora que él no estaba en plenas facultades por lo que no iba a discutir.

En el fondo, el plan le parecía bien.

—¿Novikov sabe algo?

—Ella no es la única capaz de intervenir las comunicaciones, Parente. —Una media sonrisa maliciosa se dibujó en los labios de la mujer—. Que pruebe de su propia medicina.

Van Kessel sonrió ampliamente, satisfecho ante la respuesta. Teniendo en cuenta las circunstancias, no podría haberlo hecho mejor.

Nox era un auténtico regalo del cielo.

—Es por cosas como estas por las que te quiero, Daniela —exclamó con entusiasmo, exultante—. Yo mismo le informaré: que aprenda quién es el que manda aquí.

—Lo dejo en sus manos, Parente. Yo debo partir cuanto antes, he paralizado un tren y no quiero hacerles esperar más de lo necesario. Han tenido que cortar toda la línea por mí. Orensson y Abdul vendrán conmigo.

Poco acostumbrada a moverse fuera de la Fortaleza, Nox había elegido a dos de los más expertos bellator al servicio de Van Kessel como acompañantes. Había sido una muy buena elección: pocos hombres podrían cuidar de ella mejor que los dos veteranos.

—De acuerdo. Date prisa, pero ten cuidado. En cuanto hayas llegado infórmame: estaré atento. Si ves algo extraño vete, ¿de acuerdo? No te arriesgues: te quiero de vuelta en menos de cuarenta y ocho horas. La Fortaleza no aguantaría ni una semana sin ti.

Daniela respondió con una sonrisa. Hacía mucho tiempo que no abandonaba la Fortaleza, pero sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Había leído mil informes sobre el modus operandi a seguir por lo que no tenía por qué fallar.

Además, no estaría sola. Abdul y Orensson cuidarían de ella.

—Cuídese usted, Parente, que es el que realmente me preocupa. Esa mujer, Novikov, no es de fiar.

—Por suerte yo tampoco. Nos vemos a la vuelta.

Por primera vez en su vida, Daniela se preguntó si realmente había llegado el momento de preocuparse por el planeta. Si el Gran Colapso había azotado Mercurio una vez: ¿acaso no podía suceder una segunda?

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