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Capítulo 20

Capítulo 20

Los disparos alcanzaron a Cruz antes de que éste pudiese incluso inmutarse. El agente abrió ampliamente los ojos ahora en la oscuridad total y, víctima de la sorpresa, cayó de espaldas con tres heridas en el pecho. Ya abatido, Cruz intentó desenfundar sus armas, pero Schmidt cayó sobre él como un rayo. Le desarmó, añadió un par de puntapiés y puñetazos a su ya lamentable estado y, siguiendo órdenes, se apresuró a amordazarlo y maniatarle.

Cruz no podía morir aún.

Alarmados por los disparos y la caída del sistema energético, los guardias de la sala de monitoreo no tardaron en presentarse con las armas preparadas. Los cinco jóvenes, ahora más despiertos que nunca, esperaban encontrar una escena muy distinta a la que hallaron. En sus mentes, lucharían contra los terroristas del lado del Parente; quizás, incluso, le salvarían la vida y sus nombres serían recordados eternamente como los de los héroes que acudieron al rescate del gran Van Kessel en su peor momento.

Lamentablemente, eso nunca pasaría.

Ninguno de los cinco tuvo oportunidad alguna de disparar sus armas. Nada más entrar, Van Kessel y Schmidt les abatieron sin piedad alguna, conscientes de que, a pesar de su inocencia, en aquel momento eran sus enemigos. Así pues, la lluvia de disparos les arrasó a tal velocidad que, por suerte, ni tan siquiera fueron conscientes de quienes les abatían.

Simple y llanamente, todo se volvió oscuridad.

—Ordena a Thomas que nos envíe a uno de sus chicos para que se ocupe de este imbécil —ordenó Aidur a Schmidt refiriéndose a Cruz, el cual, ahora ya inconsciente, yacía sobre su propio charco de sangre—. Yo me ocupo de estos, ve con Merian y el resto.

—Sí, señor —respondió Schmidt de inmediato—. A sus órdenes.

Con la caída de los sistemas de energía las paredes que cerraban las celdas habían desaparecido dejando los retretes, los colchones y a sus dueños al descubierto. Aidur se volvió hacia ellos, aún con el arma entre las manos, y les ordenó que se pusieran en pie. Aunque lo dudaba, pues confiaba plenamente en la capacidad de Merian y el resto, no podía descartar la posibilidad de que Shanders pudiese reactivar los generadores. Así pues, tenían que salir de allí antes de que fuese demasiado tarde.

Y así hicieron.

Harald y Willk fueron los primeros en obedecer. Ambos se mostraban desconfiados y confusos, pero sabían que no podían desaprovechar la oportunidad. Tanna y Olaff, en cambio, simplemente estaban demasiado confusos y aterrorizados como para saber qué estaba sucediendo a su alrededor. Sin luz y con atronadores disparos sucediéndose por todas partes, aquel lugar había perdido por completo la lógica.

—Ford, coge a tu padre; no hay tiempo.

—¿Qué pretendes hacer con nosotros, Van Kessel?—respondió Harald con cierta acritud—. Si lo que quieres es llevarnos a ese estúpido juicio tuyo prefiero que me vueles ahora mismo la cabeza.

—Vamos Ford, disimula tu estupidez por una maldita vez, ¿quieres? —Aidur sacudió la cabeza—. Tú, Sorenson, ayuda a Katainen. Creo que le han dado una buena paliza al viejo.

Aunque confusos, tanto Harald como Willk obedecieron. El primero ayudó a su padre a incorporarse, pero ante la negativa de éste de moverse optó por intentar arrastrar el colchón entero sin demasiado éxito. Willk, por su parte, no tuvo tantos problemas con la mujer y Katainen. Tomó a ambos por los brazos e, instándoles a que lo siguiesen, los sacó de las celdas hasta quedar junto al cuerpo ahora inconsciente de Cruz, el cual, aprovechando la proximidad, aprovecharon para patear.

Aidur se arrodilló junto al mayor de los Ford.

—Vamos, Graham, les voy a sacar de aquí. Un último esfuerzo —pidió el Parente—. Lo tengo todo preparado.

—Ya sabía yo que no ibas a darnos la espalda, muchacho. Kaiden confiaba en ti... y yo también. Siempre fuiste uno de los nuestros.

—Oh, no. Lo siento Graham, pero no soy un nifeliano. Nunca lo he sido y nunca lo seré. No obstante, no voy a negar que esto lo hago por él —respondió con brevedad—. Aun así, que haga esto no implica que la acusación que les ha arrastrado hasta aquí no sea cierta. —Volvió la mirada hacia Harald—. Habéis intentado sublevaros contra Mercurio, y eso es algo que no puedo permitir.

Con la ayuda de Harald, el Parente logró poner en pie al anciano. Juntos lo arrastraron unos metros y, una vez fuera de la celda, instaron a Willk a que les ayudase a acomodarlo en el suelo. Si todo iba bien, Thomas y los suyos no tardarían en llegar.

—¿Y qué demonios pretendes que hagamos? —respondió el pequeño de los Ford con rabia—. ¿¡Esperar a que nos destruyan!?

—¡No! ¡Esperar, joder! ¡Confiad un poco más en Tempestad! ¡Confiad en Anderson y en mí! Llevo mucho tiempo cubriéndoos las espaldas, ¿por qué demonios no iba a hacerlo ahora? Jamás os he abandonado... —Lanzó un sonoro suspiro—. Os voy a sacar del planeta: no podéis quedaros.

—¿Y qué va a pasar con usted? —murmuró Tanna Dust, temblorosa—. En cuanto lo descubran...

—No lo van a descubrir —aseguró Van Kessel—: déjalo en mis manos.

Mientras acababan de acomodar a Graham, el cual había empezado a sangrar copiosamente a causa del traslado, Aidur y Harald salieron a la sala de control para recibir a la patrulla de tres agentes que, enviados por Shanders, habían acudido al rescate de sus compañeros. Los dos hombres aguardaron a que los tres agentes irrumpieran en la sala a través de las escaleras de emergencia y, tal y como había sucedido anteriormente, los abatieron antes incluso de que pudiesen intervenir.

Pocos minutos después, tal y como habían planeado, un equipo formado por cinco hombres con Thomas Murray a la cabeza se unieron a Van Kessel y los activistas liberados. El Parente acompañó a los suyos a la sala de las celdas y, una vez allí, ya con los prisioneros, les dejó trabajar pacientemente en el traslado de Graham.

A él le necesitaban en otros lugares.

—Los quirófanos están preparados, Parente —anunció Thomas—. Mis hombres están confirmando los patrones faciales por lo que en unos minutos empezarán a trabajar.

—¿Qué hay de los prisioneros? ¿Han logrado sacarles sin problemas?

—No hay voluntad alguna que se resista a mi gas narcótico, Parente.

Algo distraído por las tareas de traslado, Aidur asintió levemente. Ocultos por la oscuridad, todo resultaba más sencillo. Asesinato de agentes policiales y de Tempestad, liberación de terroristas, operaciones encubiertas a convictos, traición al Estado... Cualquiera que no supiese realmente lo que estaba sucediendo creería que Aidur había perdido la cabeza... y quizás no se equivocase.

Sea como fuere, ya no había vuelta atrás. Aunque aquellos hombres mereciesen ser juzgados como terroristas, la deuda que tenía con Kaiden Tremaine le impedía permitir que les ejecutasen tan fácilmente. No mientras no hubiesen hecho nada real. Confabular, en el fondo, era lo que todos hacían en momentos críticos. Llevar a cabo los planes ya era otra cosa.

—Merian ha iniciado un incendio en el ala oeste. Allí está el registro de todos los sistemas de monitoreo por lo que nos irá bien. Además, genera mucha confusión. Nadie tiene porque saber lo que ha pasado.

—Bueno, todos saben que los prisioneros de nifelheim son altamente peligrosos: a nadie le sorprenderá que haya habido un intento de fuga.

Thomas asintió. Para sustituir a los terroristas en el juicio habían decidido tomar a varios de los prisioneros locales. Murray les había suministrado gas para inmovilizarlos y, siguiendo las órdenes del jefe, habían preparado los quirófanos para realizar las modificaciones faciales pertinentes.

En unas horas nadie sabría diferenciar los terroristas falsos de los reales.

—Llévate a Cruz también. Asegúrate de que no muere: lo quiero vivo en la Fortaleza. Ah, y que los prisioneros no sepan ni dónde están. No quiero problemas en el juicio, ¿de acuerdo?

—No hay problema, Parente. Me ocupo de todo. Esto... —Thomas esbozó una tétrica sonrisa—. Esto es mi especialidad.

Aidur aguardó a que los hombres de Murray hubiesen subido a la camilla gravitatoria a Graham para acudir junto a Harald, el cual, inquieto, seguía con atención todos y cada uno de los movimientos de su padre. Junto a Willk parecía ser el único que mantenía la compostura lo suficiente como para poder pensar con claridad.

—¿Qué va a ser de nosotros?

—Os van a subir en una nave y vais a desaparecer. Desconozco a donde os llevarán por lo que no van a poder seguiros la pista en caso de que seáis descubiertos.

Harald asintió con levedad, cruzando los brazos sobre el pecho. Resultaba irónico que los acontecimientos hubiesen cambiado tan bruscamente en apenas unos segundos.

—No pienso retirar ni una palabra.

—Sabes que tu opinión no me importa lo más mínimo por lo que haz lo que te plazca. A partir de mañana para mí vais a estar todos muertos.

—Todo un consuelo, vaya.

Aidur pasó por alto el comentario. A pesar de que agradecía enormemente todo lo que él y su padre habían hecho por Tanith y el pequeño durante todos aquellos años era evidente que entre ellos jamás podría haber buena relación.

En el fondo, no se soportaban.

No obstante, incluso así, era innegable que aquel hombre era la persona más cercana que había a Tremaine. Durante años había sido su vecino y, hasta donde él sabía, su compañero más cercano en el Consejo... ¿Sería posible, entonces, que supiese donde estaba? Teniendo en cuenta que ambos habían logrado escapar, las posibilidades aumentaban notablemente.

Aidur cruzó los dedos.

—Harald... ¿Dónde está Tanith? No logro dar con ella. El crío está conmigo, a salvo, pero ella... Cielos, he removido todo el puñetero planeta y no la encuentro. Dime que sabes algo.

Harald negó suavemente con la cabeza. Van Kessel no era el único que la había estado buscando.

—No sé nada. Yo también intenté dar con ella, pero es como si se la hubiese tragado la tierra. Quien sabe, puede que esté con el resto de desaparecidos, ¿no crees? Como Lengua de Víbora. Un par de agentes le ayudaron a escapar de aquí durante un cambio de guardia. Al parecer eran viejos conocidos suyos.

—¿Han desaparecido?

—Al igual que toda la gente de Shirlex. Se lo escuché decir a Cruz esta mañana. Imagino que estarías de viaje cuando saltó la noticia. —Dejó escapar un suspiro—. Al parecer hace casi una semana que no tienen noticias de ellos. Nifelheim ya no es un lugar seguro... Aunque en realidad nunca lo fue, claro. ¿Qué te voy a contar? ¿Tú sabes qué está pasando, verdad?

Aidur no respondió. Aunque en cualquier otro momento seguramente habría antepuesto una nueva desaparición masiva ante todo, en aquel momento no pudo evitar que su parte más humana invadiese momentáneamente sus pensamientos. Y es que, si Ford tampoco sabía nada de Tanith, ¿qué podía hacer él?

Una desagradable sensación de pánico se apoderó de él, arrebatándole todo el aire de los pulmones. Aidur salió de la sala, cruzó el túnel de conexión y, ya en la zona de monitoreo, se encaminó a las escaleras de emergencia que comunicaban con los pisos superiores. Tras varios minutos de intenso tiroteo, la sede había sucumbido al silencio y la oscuridad.

Aidur ascendió escalón tras escalón hasta la gran sala de recepción donde le habían presentado a Shanders y se dejó caer en una de las butacas de espera. Al otro lado del mostrador el cadáver de una jovencita de no más de veinte años yacía sobre el teclado de su terminal con los ojos en blanco, muerta. Seguramente ella tampoco habría tenido tiempo para ver la identidad de su asesino.

¿Le habría pasado lo mismo a Tanith?

Aunque hasta entonces hubiese intentado evitar aquella opción, la posibilidad de que hubiese muerto empezó a invadir la mente del Parente. ¿Quién podía asegurarle que no hubiese muerto a causa de una herida sufrida durante la huida? ¿Habría sido víctima de algún desaprensivo? ¿O sería Cruz quien se ocultase tras su desaparición? Teniendo en cuenta el intento de homicidio en la tienda, ¿cómo no plantearse aquella opción?

Se tomó un par de minutos para dejar la mente en blanco, pues no había tiempo que perder. Aidur se pasó la mano por el pelo en un gesto instintivo, cerró los ojos unos instantes y, finalmente, se puso en pie. Más tarde, cuando el juicio acabase, ya tendría tiempo para pensar en ello. Por el momento lo primero era lo primero.

—¿Parente? —La voz de Schmidt captó su atención. Recién llegado del piso superior, el agente acudió a su encuentro con paso rápido, todo determinación—. Parente, la situación está controlada. Los prisioneros supervivientes han sido recluidos en el nivel -2. Ahora es cuestión de tiempo de que el equipo del doctor finalice las modificaciones. 

—¿Qué hay de Shanders y su equipo?

Varick apartó la mirada levemente, algo incómodo. Aunque no era la primera vez que acababa con la vida de un hombre, jamás había asesinado a un aliado. Aquel acto no era propio de un miembro de Tempestad. O al menos no lo era en situaciones normales. En aquel caso, la excepcionalidad del escenario excusaba su conducta... O eso quería creer.

Incluso así, el sentimiento de culpabilidad no cesaba de susurrarle al oído.

—Todos han sido neutralizados.

—Ya veo: buen trabajo. ¿Dónde está Cruz?

—Encerrado en una de las celdas del nivel -1, Parente. Ese tipo es escurridizo; ha intentado escapar un par de veces. Quizás deberíamos neutralizarle a él también. Ahorraríamos problemas.

Aidur volvió la vista hacia el acceso a las escaleras de emergencia a través de las cuales se accedían a los pisos inferiores. Posiblemente, Varick tuviese razón. Retener a Cruz podría comportarles grandes problemas si no lograban mantenerle a raya. Aquel tipo era inteligente. Lo suficientemente inteligente como para lograr escapar. No obstante, en aquella ocasión, valía la pena el riesgo.

Dio una suave palmada a Varick en la espalda. Agradecía la lealtad absoluta de su fiel camarada. Pocos hombres se atreverían a retar al propio gobierno planetario y a Tempestad con tal de apoyar a su Parente.

—Todo irá bien. Voy a bajar a visitarle; mantenme informado de los progresos del equipo. En cuanto podamos nos iremos de aquí.

Aidur se adentró en las escaleras con la sensación de estar siendo observado. Incluso de espaldas a él, podía sentir la mirada de Varick fija, seguramente preguntándose qué tenía en mente. Aquel muchacho, después de todo, apenas sabía nada sobre Cruz. Seguramente, a sus ojos, aquel agente no era más que un simple igual al que la mala suerte le había señalado con el dedo índice. Para Van Kessel, sin embargo, aquel hombre era mucho más. Tanto que, excepcionalmente, se había dispuesto a reservarle parte de todo el odio y rabia que durante años había estado conteniendo. Cruz disfrutaría de su regalo... pero no allí.

Descendidas ya las escaleras, Aidur atravesó la puerta ahora inactiva que salvaguardaba la sala de control del nivel -1. Allí, tendidos sobre sus puestos de trabajo, dos cadáveres mantenían la cabeza pegada al teclado de sus terminales. Sus ropas y sus mesas, ahora manchadas de sangre, evidenciaban el asalto sufrido.

Ni tan siquiera habían tenido tiempo a empuñar las armas.

Aidur cruzó la sala sin apenas molestarse en mirar los cuerpos. Abrió de un suave empujón la puerta acorazada que albergaba en su interior el túnel de conexión con la sala de celdas y cruzó el camino hasta alcanzar la última puerta. Esta última, a diferencia de las otras, sí que estaba firmemente cerrada con un candado instalado por alguien del equipo.

Apoyó el oído sobre el metal para intentar captar algún sonido procedente de la sala. Obviamente el grosor de la puerta imposibilitaba esto, pero al menos le permitía captar las suaves vibraciones de algo al moverse libremente por la sala.

¿Estaría Cruz acompañado de algún vigilante? ¿O simplemente estaba suelto?

Fuese cual fuese la respuesta, antes de presionar la yema del dedo sobre el panel lector del candado, Aidur desenfundó la pistola. Aguardó silenciosamente unos instantes a que el cierre cediese y, arma en mano, empujó suavemente la puerta.

Al otro lado de esta, sumida en la más profunda oscuridad, tan solo aguardaban las tinieblas.

El Parente se detuvo bajo el umbral de la puerta. Normalmente sus ojos se adaptaban con facilidad a la oscuridad. Ante él las formas y las figuras tomaban consistencia, surgiendo de la oscuridad como sombras grisáceas, y en aquel entonces no fue diferente. A los pocos segundos, apenas cinco o seis, los altos muros que albergaban en su interior las celdas de los prisioneros surgieron ante sus ojos. Aidur las barrió con la pistola, fijando el cañón en todo aquello que despertase su atención, y tras cerciorarse de que no había nada se adentró varios pasos.

Rápidamente captó el suave sonido de una respiración.

Demasiado suave...

Aidur avanzaba hacia las celdas en busca del dueño de los suaves jadeos cuando, de repente, el instinto le hizo detenerse y volver la vista atrás. Justo en ese momento, surgido de las sombras, la figura grisácea de Cruz se abalanzó sobre él con un cuchillo entre las manos.

Tenía el cabello negro formando una oscura maraña de hebras de carbón sobre su rostro de entre las cuales surgían dos ojos inyectados en sangre. Lo demás era solo un borrón de furia.

Van Kessel logró esquivar el primer golpe, pero el segundo, demasiado rápido, le dibujó un profundo corte en el hombro derecho. El metal mordió con ferocidad el músculo y volvió a abalanzarse sobre Van Kessel, esta vez directo hacia el costado. Leyendo la trayectoria del arma al ver el movimiento de muñeca, Aidur retrocedió con habilidad logrando así esquivar el golpe. Dio un rápido salto hacia atrás, esquivando así un segundo arco, y disparó el arma dos veces contra la pierna derecha de Cruz.

El agente gritó de dolor al hundirse los disparos en el muslo. Perdió pie y, por un instante, estuvo a punto de caer, pero antes de hacerlo concentró toda su puntería en Van Kessel y lanzó el cuchillo con fuerza.

Y lo alcanzó.

Apenas fue un rasguño en el cuello, pero el cuchillo pasó a gran velocidad lo suficientemente cerca de la piel como para dibujar una línea de sangre. Poco después el sonido del metal al caer al suelo marcaría el fin de su viaje. Aidur acudió entonces al encuentro del agente, el cual yacía ya en el suelo, sujetándose la pierna entre gemidos de dolor, y le pateó dos veces las heridas, logrando así arrancarle un terrorífico aullido. Seguidamente, presa de la rabia, Aidur hundió la bota en su estómago y le golpeó en los riñones con todas sus fuerzas, obligándole así a ponerse boca abajo para intentar respirar. Cruz tenía el rostro ya cubierto de lágrimas de dolor a esas alturas.

No obstante, no era suficiente.

Van Kessel se arrodilló a su lado, le cogió con fuerza del pelo y le levanto la cara de un tirón. Se acercó a su oído.

—Deberías haberme matado, Billy... ¿porque puedo llamarte Billy, verdad? Vamos a tener tiempo más que suficiente para hacernos amigos.

—Lo habría hecho de haberle dado una pistola en vez de un cuchillo a esa estúpida —respondió con desprecio—. ¿Qué pretende, Parente? Si lo que quiere es matarme hágalo ya, pero acabemos de una vez con este jue...

Aidur le estrelló la cabeza contra el suelo, imposibilitándole así acabar la frase. Cruz lanzó un gemido involuntario al sentir como se le partían varios dientes, pero rápidamente enmudeció. No iba a darle el placer de verle gritar.

—Más te vale que no le hayas hecho nada a esa estúpida como tú dices, Billy, o te juro que te lo voy a hacer pagar muy caro.

—¿Qué esperaba? ¿Qué le diese las gracias?

Aidur volvió a golpearle contra el suelo como respuesta. Furioso, Billy intentó zafarse, pero el Parente no le dejó moverse. Apoyó la rodilla contra su espalda y, sin soltarle el pelo, apoyó el cañón del arma contra su cabeza con la otra mano.

—¿Dónde está Tanith?

—¿Tanith?

Una sonrisa burlona se dibujó en el rostro de Cruz al escuchar la pregunta.

—Sabía que...

—Déjate de tonterías, Billy —advirtió Aidur clavando el cañón del arma en su frente con tanta fuerza que empezó a sangrar—. Dime dónde está Tanith. Sé que hace unas semanas intentaste acabar con ella en la tienda: ¿por qué? La tienes encerrada en algún lado, ¿verdad?

—¿Yo? Yo no sé nada, Paren...

Aidur le golpeó cuatro veces seguidas la cabeza contra el suelo, logrando así que, a base de perder piezas dentales, Billy entrase en razón. El agente, conmocionado por los golpes, intentó inicialmente resistirse, pero finalmente quedó rendido a la evidencia.

Estaba a su merced.

—No sé dónde está —balbuceó babeante—. La buscamos pero ha desaparecido... no hay rastro de ella.

—¡Mientes!

Cinco golpes más provocaron que Cruz empezase a lloriquear. Aidur lo giró sobre sí mismo entonces, hincó la rodilla en su pecho y apoyó el cañón entre los ojos.

A aquellas alturas Cruz tenía ya la boca y la nariz destrozadas.

—No sé dónde está, lo juro. Lo juro... intenté matarla, sí, pero no sé dónde está... ha desaparecido...

—¿¡Por qué lo hiciste!? ¿¡Quien dio la orden!?

—Usted quien cree. Tempestad, quién si no. Novikov...

—¿¡Por qué!?

Cruz tosió un par de espumarajos sanguinolentos. Apenas quedaban ya dientes en su boca.

—Hubo una filtración... Alguien informó a mi Parente de que esa mujer y usted... Y me ordenó eliminarla. Alguien quiere protegerle, Parente. No quieren que usted caiga... es por ello que... que me lo pidieron. Esa mujer es un peligro... si saliese a la luz... pero ahora ya no importa... ¿realmente cree que puede salirse con la suya, Van Kessel? Después de esto... después de esto es hombre muerto. Usted y todos los suyos.

Furibundo, Aidur asestó un golpe lateral en la cabeza a Cruz con el que lo dejó inconsciente. Lo dejó caer pesadamente al suelo y se puso en pie, tenso pero satisfecho consigo mismo. No quería seguir escuchando lo que aquel maldito estúpido tenía que decirle.

Al menos no por el momento.

Aidur se frotó la sangre de las manos contra los pantalones. Se sentía sucio. Seguidamente, sintiendo que las palabras se le clavaban una y otra vez en la cabeza, se asomó a las celdas. Tirada en el suelo y con la garganta cercenada, Tiffa Aldrean daba sus últimos estertores antes de morir.

Cruz había logrado desarmarla sin que la pobre pudiese hacer nada para evitarlo.

Comprobó también la herida de su hombro, la cual necesitaba atención, y salió de la sala con paso rápido, sintiéndose atrapado. Aquella conversación no había acabado, desde luego. Más adelante seguiría, pero no sería ni allí ni en aquellas circunstancias.

Había mucho aún por hacer.

Ya en la sala de control extrajo su sistema de radio del interior de la chaqueta y abrió el canal general al que todos sus agentes estaban conectados.

—Merian, Cruz está inconsciente, pero suelto. Ha matado a Aldrean y ha intentado escapar: inmovilizadlo y llevároslo de aquí. Murray, tú acaba de una maldita vez lo que estés haciendo: tenemos que irnos. Y tú, Varick, reactiva el suministro en cuanto los doctores hayan acabado: hay que informar a Schreiber de lo que ha pasado. Más que nunca necesitamos celebrar ese maldito juicio lo antes posible.

Las siguientes horas transcurrieron con gran rapidez. Tras los acontecimientos vividos en la sede policial de Nifelheim, el intento de fuga de los terroristas del Consejo se convirtió en el hecho más comentado durante los siguientes días. Al respecto hubo todo tipo de opiniones, todas ellas muy diversas y polémicas, pero tan solo una única respuesta por parte del gobierno. Siguiendo el procedimiento, los terroristas fueron juzgados y, acto seguido, ahorcados en Melville, en una de las plazas, a la vista de todo el pueblo.

Los cuerpos estuvieron expuestos durante casi una semana.

Aquel gesto logró apaciguar y amedrentar a los nifelhianos más ruidosos, pero solo temporalmente. En el fondo, aquel juicio no fue más que el principio del fin de la paz planetaria. No obstante, los ciudadanos curianos habían permanecido tanto tiempo en silencio que ya nadie les temía. El gobierno volvía a sentirse poderoso, se creía dueño de la situación, y ahora que el más querido de los Parentes lo apoyaba abiertamente, gozaba de más fuerza que nunca. Con la entrega y condena de los prisioneros Van Kessel había logrado ganarse la simpatía de la Golden Arrow, los más altos cargos del gobierno y, en general, a aquella amplia franja de población que odiaba a Nifelheim. En él veían la sangre joven que aquel planeta necesitaba para recuperar el control. Lamentablemente, gracias a aquel gesto también se había ganado enemigos. Sus antiguos hermanos le habían declarado la guerra en silencio.

Era una lástima.

Aidur era consciente de que su situación era complicada. A pesar de haber recuperado su posición en Tempestad, todo lo ocurrido le ponía en peligro. El Parente confiaba en que podría mantener la situación el tiempo suficiente como para deshacerse de Novikov, pero incluso así no podía evitar sentir ciertos miedos. Le dolía ver que su nombre despertaba odio entre los nifelianos, pero lo prefería a vender su alma a Varnes. Mercurio necesitaba justicia, y él podía impartirla. En el fondo, valía la pena. Ya vendrían tiempos mejores.

O al menos eso quería pensar, claro... Aunque era complicado de creer teniendo en cuenta cómo las cosas, poco a poco, iban complicándose.

Aidur llevaba ya un par de horas en la Fortaleza, encerrado en su despacho repasando los informes, cuando Daniela llamó a la puerta. Aquella mañana la asesora vestía totalmente de rojo con un hermoso traje que en pocas ocasiones se ponía. Normalmente, acostumbrada a permanecer en la Fortaleza, se vestía con ropas más cómodas, aunque siempre con gracia y elegancia. En aquel entonces, sin embargo, parecía estar a punto de salir.

Aidur la invitó a que tomase asiento. Hasta que Erinia no se recuperase del todo no podría seguir con la investigación por lo que tenía unos minutos para atenderla. Además, su aspecto despertaba su curiosidad. ¿Sería posible que nuevamente Nox tuviese un plan?

—¿Te vas?

—Sí, pero para volver pronto. Voy a acompañar al Doctor al registro: serviré de testigo.

Van Kessel asintió levemente. No se acordaba. Siguiendo sus órdenes, aunque totalmente en contra de su voluntad, aquella mañana Murray iba a firmar su divorcio con Tremaine. De aquel modo, junto con la aportación de los terroristas al juicio y el teatrillo allí vivido, entre todos lograrían limpiar la imagen de Van Kessel.

—Ya veo.

—No le gusta —explicó Nox apoyando los antebrazos sobre la mesa—. Está muy disgustado; siente que la está traicionando. Yo ya le he dicho que, en realidad, lo que hace es salvarla, pero...

—Lo que hace es salvarnos a nosotros, no a ella —corrigió Aidur—. Pero sí, entiendo lo que dices. Y entiendo también que no le guste la idea. No obstante, es lo mejor.

Nox asintió. A pesar de que la idea había sido suya, ahora que al fin la ponían en práctica no podía evitar contagiarse de los profundos sentimientos que aquel hecho despertaba en Murray. Después de tantos años de amistad, era evidente que Murray albergaba fuertes lazos de unión con la mujer. Quizás no fuesen de amor, o puede que sí, pero fuese lo que fuese, le hacía sentir que la estaba traicionando.

—Yo también lo creo, Parente. Y al igual que creo que él debe sacrificarse, creo que lo mejor para todos sería que... —Por un instante le falló la voz—. Bueno, ya sabe, Parente.

Aidur frunció el ceño, a sabiendas de lo que su asesora estaba a punto de proponer. Hacía unas horas, cuando iban de camino, que Varick se lo había propuesto y su respuesta seguía siendo la misma.

Aquel tema no se trataba.

Y así se lo hizo saber. Pero no en viva voz, ni con un gesto o ademán. Aidur simplemente la miró fijamente, con frialdad, visiblemente enojado ante la mera propuesta, y no apartó la vista de ella hasta que, intimidada, ésta decidió ponerse en pie.

—Bueno... En fin, si esa es su decisión. No va a escapar; no tiene forma humana, pero incluso así creo que podría meternos en un problema serio.

—Ese tema ya está zanjado, Daniela. Novikov ya preguntó y obtuvo su respuesta: Cruz murió heroicamente durante el incendio, luchando espalda con espalda conmigo... —dibujó una media sonrisa llena de acidez—. ¿Acaso merece un final mejor esa rata?

Daniela dudó por un instante, rememorando fugazmente el lamentable estado en el que se hallaba Cruz encerrado en los sótanos, malherido, hambriento y a oscuras, pero finalmente negó. A ella tampoco le gustaba demasiado aquel hombre, pero aquello le parecía excesivo. ¿Acaso no era mejor matarle? Sea como fuere, no iba a discutir con Van Kessel al respecto. La decisión, en el fondo, era suya.

—¿A qué viene esa cara, Daniela? Querías que nos desentendiésemos de Nifelheim y de Tanith, y lo estamos haciendo. Y dijiste también que no te gustaba Cruz; que debía acabar con él, y eso hice. —Aidur se puso en pie—. ¿Qué más quieres?

La mujer se encogió de hombros. En el fondo, Van Kessel tenía razón. Siguiendo otros métodos que, desde luego, no aprobaba, le había hecho caso por lo que, en el fondo, no tenía que seguir preocupándose. Schreiber y Novikov se habían creído lo del intento de fuga y la muerte de Cruz por lo que todo iba bien. Además, los "terroristas" habían sido ejecutados. ¿Acaso podía pedir algo más?

El silencio de todos, desde luego, pero eso se daba por descontado. En principio, nada debía fallar...

No obstante, incluso siendo así, no podía evitar tener ciertos miedos. ¿Qué pasaría si, de algún modo, lo descubrían? ¿Qué pasaría si Cruz escapaba? ¿Y si encontraban al niño? ¿Y si se enteraban de que Aidur seguía buscando a Tanith o qué los prisioneros ejecutados eran otros?

Sacudió la cabeza. Caminaban por un filo demasiado estrecho como para permitirse tantas dudas. Más que nunca, debía confiar en él.

—Nada —respondió finalmente obligándose a sí misma a sonreír—. Imagino que nada: tiene razón, Aidur.

—¿Es eso lo que te ha traído aquí? ¿Cruz? —Van Kessel alzó las cejas—. No me lo creo. ¿Estás asustada, verdad? Lo veo en tu cara.

Ni tan siquiera se molestó en intentar disimular. Daniela tendió la mano por encima de la mesa, sintiéndose abrumada por todos los acontecimientos, y no la apartó hasta que Van Kessel la cogió y presionó suavemente. Estaba asustada, sí. Muy asustada. Seguramente más asustada de lo que había estado nunca, y no le faltaba motivo.

—¿Y si nos descubren?

—No nos van a descubrir. No a no ser que alguien se vaya de la lengua, y ten por seguro que eso no va a pasar. No nos interesa. Esos tipos están lejos: fuera de órbita. No volverán, te lo aseguro.

—Lo sé, pero... —negó suavemente con la cabeza—. ¿Y si alguien sospechase algo?

—Eso no va a pasar, lo sabes. No teniendo a Erinia ahí abajo. Piensa con claridad: en cuanto esa chica me muestre lo que sea que hay ahí abajo y salga a la luz la existencia de una segunda civilización: ¿realmente crees que a alguien le va a importar que tenga a Cruz encerrado en el sótano? —Van Kessel le soltó la mano—. Esto no es más que el principio, Daniela. Aguanta un mes, o quizás dos: después todo estará hecho. Vamos a hacer historia... Y sabes que te necesito para ello. Nadie como tú para responder a las preguntas que tarde o temprano harán. Lo sabes. Eres mi asesora personal, ¿recuerdas?

Daniela no pudo evitar sonrojarse. Van Kessel era bueno levantándole la moral. Se podría decir que le tenía cogida la medida. Sabía lo que ella necesitaba escuchar y lo decía. Y si no le sonreía de aquel modo como solo él sabía hacer y le recordaba porqué le tenía tanto aprecio.

Era, sin lugar a dudas, un hombre extraordinario.  

Demasiado para un planeta tan deplorable como aquel. Era una lástima: de haber nacido en cualquier otro lugar podría haber llegado muy lejos.

—Me tengo que ir. Murray me espera.

—Vete, sí, pero antes dile a Merian que venga a verme. Creo que tengo algo.

—¿Algo?

—Sí. —Aidur le guiñó el ojo—. Vamos, vete. Mientras vosotros os divorciáis yo me encargo de encontrarla.

Daniela permaneció muda por un instante, decepcionada, dolida, pero finalmente asintió. En el fondo, Van Kessel lo había dicho: ella era simple y llanamente su asesora. Nada más. Y así debía ser.

Ensanchó la sonrisa obligándose a sí misma a recuperar el buen humor. Aidur tenía razón: el bombazo de Erinia podría llevarles muy lejos. Harían historia... y era en ello e n lo que tenía que pensar. Única y exclusivamente. Lo demás, en el fondo, eran tonterías.

—Nos vemos pronto, Parente.

—Cuento con ello.

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