Capítulo 16
Capítulo 16
Le gustaba ver al niño sonreír. Morganne era una buena compañera de juegos, aunque ella no era consciente de ello. A la muchacha simplemente le gustaba la idea de hacer sonreír al niño, y para ello parecía estar dispuesta a hacer cualquier cosa: desde saltar y gritar hasta dar volteretas por el suelo, poner voces extrañas o, simple y llanamente, reír a carcajadas.
Era curioso. A pesar de su complicado carácter, Morganne había logrado comprender a la primera la gravedad de la situación en la que se encontraban y sin que nadie se lo pidiese, había decidido ayudar. La muchacha sabía que ahora la necesitaban, y parecía dispuesta a colaborar. Siempre a su extraño y peculiar modo, pero al menos lo hacía, y eso era de agradecer.
Aunque el plan de Daniela para ocultar lo ocurrido a Van Kessel no funcionase, la mujer se alegraba mucho de saber que el muchacho estaba con vida. Su presencia en la Fortaleza le resultaba extraña, al igual que la de Morganne, sus risas y sus voces, pero le gustaba. Siendo una mujer soltera y sin hijos Daniela no podía evitar sentir cierta melancolía al verles ir y venir de un lado a otro llenos de energía y fuerza. Hasta entonces la asesora nunca se había planteado la posibilidad de que un niño formase parte de su vida. Ni ella ni nadie en la Fortaleza, desde luego. Ahora, sin embargo, con los dos jóvenes deambulando libremente por los pasillos, era inevitable volver la vista atrás y preguntarse si no se había equivocado al elegir su futuro.
—¿Daniela?
Nox contemplaba a Morganne y a Daryn jugar a las cartas desde la puerta del gran salón donde se encontraban cuando la llamada de Merian captó su atención. Por aquel entonces el agente llevaba prácticamente tres días sin dormir por decisión propia, pues el Parente le había dado permiso para ello, pero tenía bastante buen aspecto. Lejos de dejarse caer en la cómoda cama de su celda y disfrutar de su merecido descanso, Kaine había salido a las calles de la ciudad en busca de alguna pista que pudiese esclarecer el gran misterio de la desaparición de Tanith y los Ford. Y al igual que él, lo había hecho Aidur, el cual parecía más atormentado que nunca, Varick y, tras mucho insistir al Parente, el propio Thomas.
Todos habían salido en busca de noticias, pistas y rumores; rastros que seguir, pero nadie parecía haber dado con absolutamente nada. Tanith y los Ford, simple y llanamente, se habían esfumado de la faz del planeta.
—Te creía fuera.
—Acabo de llegar. —Merian la saludó con un beso en la mejilla—. ¿Alguna novedad?
—Nada. Varick aún no ha vuelto, pero no tardará. Thomas anda desaparecido también, y yo no voy a tardar en unirme a ellos.
—¿Y qué hay del jefe?
Nox se encogió de hombros. Tras pasar casi dos días perdido por Nifelheim, el Parente había regresado tan silencioso como se había ido, sin novedades y con una inquietante expresión cruzándole el rostro. Desde entonces se había encerrado en los laboratorios, junto a la paciente a la que llamaban Erinia. Daniela sabía que también había interrogado a Guzmán, pero la versión de éste no había variado un ápice.
Empezaba a preocuparla. El Parente nunca se había caracterizado por ser una persona a la que le gustase hablar abiertamente de sus sentimientos, pero en aquel entonces, más que nunca, no había dicho palabra alguna. Aidur estaba encerrado en sí mismo y, muy posiblemente, seguiría estándolo hasta que, de un modo u otro, las cosas mejorasen.
—En su línea: anda encerrado en los laboratorios con Erinia. Apenas me ha explicado nada de lo que pasó en Acheron. De hecho ni tan siquiera sé quién es esa cría. ¿Tú tampoco vas a contarme nada?
—¿Yo? —Kaine se encogió de hombros— Sin permiso del jefe mis labios están sellados, ya lo sabes, Dani. De todos modos, creo que esta vez es mejor que no sepas nada. Cuando Varnes venga aquí a patearnos el culo a todos por haber metido las narices donde no debíamos quizás tú te salves.
—Oh vamos, sabes que me encanta que me pateen el culo...
—Lo siento. En el fondo es por tu propio bien, lo sabes. Me retiro un rato a descansar, ¿de acuerdo? Si alguien me necesita avísame.
Merian se retiró con rapidez, visiblemente cansado. Después de las largas jornadas de trabajo de calle se había ganado el descanso. Daniela no tardó demasiado en dejar la sala y regresar a sus quehaceres en su despacho. Las noticias respecto a los últimos acontecimientos iban y venían, y más ahora que las detenciones de los miembros del Consejo de Nifelheim se habían hecho oficiales, por lo que procuraba estar lo más informada posible. Obviamente había datos que se le escapaban, pues ni todas las noticias salían a la luz ni podía escucharlas cuando eran emitidas, pero con saber lo más importante tenía más que suficiente. Además, mientras no estallara la guerra ni hubiese más desapariciones todo iría bien.
O al menos eso quería pensar, claro. Después de lo ocurrido en la redada nocturna de Cruz a Tanith y los suyos, el ambiente en Nifelheim había cambiado notablemente. La situación era estable puesto que Novikov había ordenado que la presencia policial se multiplicase notablemente, pero incluso así se percibía el malestar de la población. Nifelheim se sentía muy herida por lo ocurrido y cuantas más noticias salían respecto al futuro de los ahora considerados terroristas, más empeoraba la situación. Además, el toque de queda no mejoraba las cosas. Ni el toque de queda, ni la prohibición de reunión de más de cinco personas ni, por supuesto, la violencia con la que se había acabado con las pocas manifestaciones que habían reunido a varias decenas de familiares alrededor de la sede policial de la capital exigiendo respuestas.
Era cuestión de tiempo de que, tarde o temprano, la situación se les fuese de las manos. Claro que aquello no parecía importar en exceso a Novikov, la cual, instalada ahora en las dependencias del maestro Jared en la órbita, hacía y deshacía a su antojo, como si se tratase de la dueña del planeta. Si es que no lo era ya, claro. Daniela no tenía pruebas al respecto, pero tampoco las necesitaba para imaginar que alguna de aquellas noches la flamante auditora se había reunido con el gobernador planetario y sus seguidores en busca de apoyos para decidir el futuro de Mercurio. Y es que, si las cosas funcionaban tal y como Morganne le había explicado, Novikov seguramente ya tendría a la Golden Arrow comiendo de su mano.
Alcanzado su despacho, Daniela se dejó caer pesadamente en la butaca de su escritorio y encendió la terminal que descansaba sobre éste, apagada y con una película de polvo sobre la pantalla. Últimamente había pasado tan poco tiempo en su despacho que apenas la había utilizado. La mujer aguardó pacientemente a que el sistema operativo arrancase y, finalizado el proceso, se conectó directamente a la red interna de Tempestad. Si bien era cierto que le preocupaba el estado de Mercurio, y más después de los últimos acontecimientos, lo que realmente la tenía en un sin vivir eran las posibles consecuencias de la visita a Acheron. Retar a Varnes no había sido buena idea.
Ella opinaba que no, desde luego. Nox tenía las ideas bastante claras respecto a aquel punto. Van Kessel, en cambio, tenía una idea bastante distinta a la suya. Para él, la visita al Acheron había sido un auténtico triunfo.
Aidur llevaba casi cinco horas de pie frente a la camilla donde reposaba el cuerpo maltrecho de Erinia, el cual parecía que, muy lentamente, iba recuperándose, cuando un chisporroteo procedente de su unidad móvil captó su atención. El hombre se apartó unos pasos, creyendo que alguien intentaba contactar con él, y la extrajo del bolsillo. Para su sorpresa, al activarla, una pequeña proyección holográfica surgió ante él con la imagen de Erinia. La mujer, aún demasiado débil como para emplear la red central de la Fortaleza, había decidido trasladar su conciencia a un dispositivo mucho más pequeño a través del cual, sin tanto esfuerzo, podía regresar al mundo de los vivos virtualmente.
—Bienvenida —exclamó Aidur visiblemente satisfecho—. Hace rato que te esperaba.
—Tus redes son más complejas de lo que esperaba —respondió la pequeña proyección—. Pero siempre hay formas de mantenernos en contacto.
Aidur tomó asiento en la butaca que había situada junto a la cama y depositó la terminal sobre el brazo derecho, permitiendo así que la imagen de la mujer se estabilizara. Su aspecto evidenciaba que no se encontraba en su mejor momento, pues la huida del Acheron la había debilitado, pero era cuestión de tiempo que volviese a estar en plena forma.
—¿Cuánto te falta para despertar?
—El proceso no es fácil, Parente. Si tus hombres me dejan actuar libremente, quizás una semana o diez días. Pero eso únicamente para regenerarme lo suficiente como para despertar. A partir de ahí, quizás tarde un mes o dos en estar en condiciones óptimas.
—Bueno, si realmente llevas más de doscientos años dormida ese plazo no parece demasiado descabellado, ¿no te parece?
Erinia sonrió ligeramente, conocedora de las intenciones de Aidur con aquel comentario. Ahora que al fin estaba fuera de Acheron, tal y como ella había pedido, había llegado el momento de cumplir con su parte del trato.
La proyección cruzó los brazos sobre el pecho, pensativa. No sabía por dónde podía empezar a abordar el tema.
—Claro y conciso.
—A ti te sobra el tiempo: a mí no —respondió Aidur con brevedad—. Necesito respuestas. ¿Vas a dármelas o tengo que empezar a desconectar cables?
La amenaza logró ensombrecer la mirada de Erinia, pero no borrarle la sonrisa. Sabía perfectamente con quién trataba. De hecho, era en parte por aquel curioso carácter que le había elegido. Obviamente habían otros motivos, desde luego, pero era innegable que Van Kessel era un hombre lo suficientemente decidido y claro como para ser elegido el mejor candidato.
—No es necesario que me amenaces: pienso cumplir con mi parte del trato.
—Entonces empecemos. Dime, ¿quién eres? ¿Quién eres realmente? En la placa identificativa de Acheron ponía que eres Jocelyn Bicault, pero cuesta creerlo. La tecnología humana no ha logrado mantener a humanos vivos durante tanto tiempo. Además, hace tan solo unos años que estás siendo atendida por Tempestad. ¿Cómo es posible que sigas con vida? ¿Se trata de algún tipo de engaño?
—¿Engaño? Para nada. Como ya te dije, hay mil archivos al respecto de mi naturaleza en el Acheron. Sé que no has podido llevarlos contigo, pues no había tiempo para ello, pero dado que sabía que dudarías de mi naturaleza decidí hacer una copia de seguridad. En cuanto acabemos esta conversación, si así lo deseas, puedo transmitir toda esa información a las bases de datos de tu Fortaleza. Tardaré unas cuantas horas, pero creo que te servirá para comprender muchas cosas y, sobretodo, para creerme.
Van Kessel se cruzó de brazos, pensativo. El mero hecho de que Erinia pudiera realizar algo así implicaba muchas cosas. Murray le había comentado algo al respecto, pero en aquel momento Van Kessel había estado tan nervioso que apenas le había prestado atención. Ahora, teniendo los datos ante sus ojos, empezaba a comprender la preocupación en la mirada de su agente al intentar abordarlo varias horas atrás.
Aidur sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Lanzó una fugaz mirada a Jocelyn, como si de un extraño ser se tratase, y después se volvió hacia la proyección. Poco a poco las piezas empezaban a encajar.
—No eres del todo humana.
—Eso suena a acusación.
—No es ninguna acusación: es un hecho. Fisiológicamente te pareces a nosotros, pero no eres igual. Hay diferencias evidentes.
Erinia se encogió de hombros. De nada valía negar la evidencia.
—En Tempestad creen que soy un humano modificado: una especie de androide. Al parecer no creen en la posibilidad de que exista otra raza parecida a la humana sin que sea una mutación de ésta.
—¿Y acaso se equivocan? Apenas hay diferencias.
—Las suficientes como para que te hayas dado cuenta al instante. —Erinia sonrió—. La humanidad lleva existiendo muchos miles de años, Van Kessel. Lo sabes. Su historia ha sido complicada; tanto que, en varias ocasiones, ha estado a punto de desaparecer. ¿Sabías que en el año 2.168 la humanidad se vio reducida al cinco por ciento debido a las guerras? ¿Y que en el 4.359 la enfermedad conocida como Purga volvió a reducir la población hasta el 0.6%? Muchos planetas quedaron totalmente vacíos: abandonados. Y podría hablarte de muchísimas otras plagas, enfrentamientos o cataclismos, pero no quisiera aburrirte. Simplemente diré que la historia de los hombres no ha sido fácil, y gran parte de ello la tiene su propia naturaleza.
—Es innegable: los humanos somos seres belicosos, envidiosos y, en general, odiosos. Eso lo sabemos todos. No obstante, a pesar de tener una parte negativa, también tenemos una parte muy positiva: destruimos, pero también creamos. Odiamos, pero también amamos. Descubrimos, construimos, protegemos... somos la única raza que ha logrado crear un Reino: invadir centenares de planetas y convertirnos en dueños del universo. Viéndolo así, desde ese punto de vista, tan malos no seremos, ¿no crees?
Erinia sonrió lúgubremente. Había tantas cosas que Van Kessel no sabía que sus palabras resultaban sorprendentemente irónicas.
—Ese es tu punto de vista: lo respeto. El mío es algo distinto, no te voy a mentir. Pero volvamos al tema: como te decía, la humanidad ha sufrido muchos momentos de crisis en los que ha estado a punto de desaparecer. Mi raza surge de uno de esos momentos de crisis: alrededor del 2.900.
—¿2.900?
—Así es. En el 2.900 una nave con el nombre de Hathor descubrió un nuevo planeta más allá del último sistema conocido. Estaba tripulada por un centenar de explotadores bajo el mando del Capitán Rafael León. Su objetivo era el de localizar una nave tiempo atrás perdida, la Cristo Redentor, a bordo de la cual viajaban los hijos de los príncipes terranos Widmer. Como imaginarás, había mucho en juego. A León no solo le habían ofrecido dinero. Si el valiente Capitán era capaz de traer de vuelta a los hijos de los príncipes se le daría el título de Conde por lo que ni tan siquiera se había planteado el negarse. Así pues, tras formar una tripulación, se lanzó al universo tras la Cristo Redentor con la sorpresa de que, allí donde los mapas indicaban que no había nada, encontró un planeta. A aquel planeta le llamaron Gaia.
Erinia alzó la mano derecha y sobre esta surgió una esfera de luz de color verdoso que, poco a poco, fue creciendo hasta ocupar toda la superficie holográfica. En su superficie, grabado en azul cielo y marrón, se inscribía la geografía de un planeta desconocido hasta entonces pero que, por su aspecto, bien podría haber sido una copia de la Tierra en sus mejores años.
—Sorprendido por el descubrimiento, León decidió bajar a explorar la superficie del planeta. Hacía tiempo que la expansión humana no aumentaba en número sus planetas por lo que, deseoso de que su nombre resonase en los anales de la historia, el Capitán descendió. Y para su sorpresa, lo que descubrió fue más allá de lo que jamás habría imaginado. Ante él se encontraba un planeta sorprendentemente parecido a la Tierra solo que sin la presencia de humanos. La tierra era fértil, el agua clara, el clima agradable y la naturaleza abrumadora. Era una especie de paraíso terrenal en el que León creía que podía hacer florecer de nuevo a la humanidad. Así que, tal y como te he dicho, él y sus hombres descendieron y empezaron a explorar el planeta. Pasaron un total de nueve días y nueve noches adentrándose en su corazón, explorando su naturaleza y deleitándose de sus mares y lagos. Gaia era perfecto.
La imagen del planeta empezó a girar sobre sí misma, mostrando así las distintas zonas boscosas y selváticas de las que hablaba Erinia. A simple vista, tal y como decía, la apariencia del planeta resultaba muy atrayente. Pocos lugares fuera del influjo de la destrucción y la polución quedaban ya en el Reino. No obstante, al igual que las rosas, era evidente que aquel lugar debía tener espinas.
—El décimo día León quiso volver a la Hathor, pero para su sorpresa la nave había partido. Se dice que el segundo al mando, Elías Marsh, aprovechó la partida de su Capitán para seguir con la búsqueda de los príncipes. Como la mayoría de los hombres, aquel tipo tenía el corazón podrido de codicia. Así pues, quedando abandonados en el planeta y sin forma alguna de contactar con ninguna nave que pudiese ayudarles, pues todo el instrumental había quedado a bordo de la Hathor, León no tuvo más remedio que buscar la forma de sobrevivir el tiempo suficiente hasta que regresasen a rescatarles. Se adentró en Gaia y ésta le recibió con los brazos bien abiertos. Y fue allí donde empezó nuestra raza. Gaia guardaba muchos secretos en su interior. Además de ser un lugar esencialmente selvático, había muchos volcanes en activo que bañaban los continentes de lava. Sus erupciones provocaban que, cada vez que León encontraba un lugar en el que refugiarse, al poco tiempo tuviese que huir, amenazado por la llegada de la lava. Aquello, unido a las enfermedades y las heridas que la falta de suministros médicos no podían sanar, provocó que rápidamente el grupo de exploración se viese reducido a un número muy bajo de personas. En apenas dos meses, León vio morir a casi mil hombres. Alcanzado el quinto mes, el Capitán ya solo llevaba consigo a tres acompañantes: dos mujeres, las hermanas Nguyen, Cynthia y Agnes, y Elim Dagach.
La imagen del planeta varió para mostrar ahora un mural sobre el cual, pintadas sobre la piedra con pinceladas bruscas y largas, aparecían cuatro personajes. El primero de ellos era el Capitán, un hombre alto y fuerte cuya melena negra flotaba alrededor de un rostro pálido de ojos verdes. En la mano derecha llevaba un sable, el cual llevaba alzado apuntando al cielo, mientras que en la mano izquierda se encontraba la mano de la mujer que le acompañaba, una de las Nguyen, dos hermosas mujeres de cabellera rubia y ojos azules como el océano. Sorprendentemente, teniendo en cuenta que según la historia se movían entre bosques y pantanos, ambas vestían vaporosos vestidos blancos que dejaban entrever sus figuras. Eran hermosas y delicadas, como arcángeles surgidos del Cielo. Finalmente, cerrando el grupo, se encontraba un hombre de cabello castaño y piel algo oscura en cuyas manos había una brújula dorada y lo que parecía ser un estilete.
—Ellos son los primeros de nuestra especie: los fundadores.
—Pero son humanos.
—En aquel entonces lo eran, pero pronto cambiarían para siempre. León y los suyos vivieron y sufrieron la furia del planeta durante casi nueve años. Nueve largos años en los que Gaia les estuvo poniendo a prueba empleando para ello toda su grandeza y fortaleza. Sufrieron huracanes, maremotos, más volcanes, terremotos e, incluso, las más crueles enfermedades. No obstante, incluso así, sobrevivieron. León y los suyos eran fuertes por lo que, alcanzado el décimo año, el planeta dio por finalizada la prueba de fuego y abrió sus puertas.
—¿Sus puertas? ¿A qué te refieres?
La imagen volvió a cambiar. El mural desapareció y, en su lugar, apareció una amplia extensión de césped sobre la cual, recortada contra el cielo azul, había un gran portal de cristal cuyo interior, negro como la noche, aguardaba a León y los suyos con la salvación.
—Surgió de un día para otro. León había quedado atrapado en mitad de una isleta, sitiado por los ríos de lava que día a día iban creciendo de nivel, cuando, con la llegada de un amanecer, apareció el portal. El planeta les había puesto a prueba y ellos la habían superado por lo que había llegado el momento de recibir la recompensa. León guio a los suyos hasta el portal y juntos lo atravesaron.
—¿Qué pasó entonces? ¿A dónde fueron?
—No fueron a ningún sitio, aunque, a la vez, sí que lo hicieron. —El portal desapareció, dejando así la imagen de Erinia limpia y clara. Solitaria—. Seguían en Gaia, pero no la Gaia que pertenecía al mundo de los humanos: cruel y despiadada. Estaban en la otra Gaia, aquella que les había reservado el destino para ellos: perfecta y bondadosa. Aquel era un lugar habitable, hermoso y agradable. Un lugar en el que poder empezar desde cero. Un lugar en el que, allá donde la habían dejado, estaba la Hathor... aunque no era la misma Hathor que les había llevado hasta allí, claro.
—¿Intentas decir que estaban en otra dimensión?
—Paralela a la vuestra, sí. Nuestra especie surgió entonces, de aquellos cuatro hombres y mujeres. Han pasado cuatro mil años a vuestros ojos, muchos más a los nuestros, y nuestras realidades se han ido separando rápidamente hasta convertirnos en dos especies distintas. Quizás en algún tiempo fuésemos humanos, pero ahora ya no lo somos. Ni lo somos ni deseamos serlos.
Erinia le dedicó una leve sonrisa tintada de un extraño sentimiento que a ojos de Aidur parecía melancolía. Resultaba curioso pensar que aquella muchacha, siendo simplemente un humano evolucionado, renegaba de su raza primordial. Quizás los años y el cambio de dimensión hubiesen evolucionado a los suyos hasta convertirlos en seres distintos, pero, ¿acaso no dejaban de ser el futuro de los hombres? Erinia, simple y llanamente, era el reflejo de lo que un día llegarían a ser los suyos.
Aidur se tomó unos minutos para reflexionar. La historia le resultaba chocante, muy chocante, pero no tenía motivos para no creerla. Tampoco para creerla, desde luego. Ciertamente, el universo estaba lleno de misterios, como miembro de Tempestad lo sabía perfectamente, pero no todos ellos tenían que ser ciertos. No obstante, había algo en toda aquella historia que le hacía creer en su veracidad. Quizás fuese Erinia, o quizás su tono de voz; Aidur lo desconocía, pero en lo más profundo de su ser deseaba creer.
—Me crees, lo leo en tus ojos.
—Ni te creo ni te dejo de creer —respondió él—. Me presentas una historia extraña de hace miles de años que habla del destino de cuatro humanos... De dimensiones distintas y de una nueva especie. Es complicado de creer, entiéndeme.
—Lo entiendo, aunque confiaba que precisamente tú, Aidur, me creerías.
—¿Precisamente yo?
Erinia negó ligeramente, pensativa. La historia aún no había acabado.
—No importa. Imagino que tienes miles de preguntas... pero primero desearía poder acabar mi historia. Como comprenderás, mi presencia en vuestra dimensión tiene un por qué.
—Un por qué que, seguro, está directamente vinculado al Gran Colapso. —Aidur sonrió—. Soy todo oídos.
La imagen de la joven se disolvió para dejar paso a las vistas paisajísticas de lo que parecía ser una moderna y vistosa metrópolis de altos edificios de cristal, vehículos voladores y habitantes de alturas imponentes vestidos con ropajes vaporosos. El cielo de aquella ciudad parecía limpio y puro, sin un ápice de contaminación; sus edificios altos y elegantes aunque inquietantes debido a su arquitectura y sus tonos rojizos. Sus gentes tenían la mirada extraña, perdida, y los rostros inexpresivos, como si de androides se tratasen.
—Nuestra civilización se extendió por toda la galaxia al igual que lo hizo la humana en su momento. Tardamos bastante, pues teníamos que empezar desde cero, pero a lo largo de nuestros casi 25.000 años de existencia lo logramos. Como ya he dicho, el tiempo en nuestra realidad y el vuestro no corre del mismo modo. Sea como sea, logramos extendernos y convertirnos en una civilización tan poderosa e incluso mucho más que la humana, pero sin emplear sus métodos. En nuestra realidad no existe el odio, ni los conflictos, ni las luchas de poder. No los necesitamos. Nuestro mundo es el reflejo de lo que podría haber sido el vuestro, pero sin la corrupción de los hombres.
—Oh, vamos... Empiezo a sentirme insultado.
—No tienes por qué, hablo de los hombres, no de ti. Además, es innegable que, al igual que León en su momento, existen hombres buenos que no merecen vivir en ese Reino repugnante y vomitivo que la raza humana ha creado. Es por ello que yo estoy en Mercurio, entre otras cosas. Hace ya varios siglos que mi civilización y la humana tienen contacto. No siempre lo ha habido; durante nuestros primeros siglos de existencia, no lo había. No obstante, hace ya un tiempo, cerca de trescientos años humanos, que nuestros portales han vuelto a abrirse y, de vez en cuando, nuestras gentes los cruzan.
—No me digas que lo hacéis para "salvar" a los nuestros, porque no me lo creo —interrumpió Aidur—. Los humanos no necesitan ser salvados.
—¿Realmente crees lo que dices?
La ciudad roja desapareció para dejar paso a imágenes de un lugar mucho más cercano: Mercurio. Mercurio y su pobreza, su enfermedad, su desesperación y su odio. Erinia le mostró vagabundos durmiendo en las calles, enfermos pulmonares muriendo en los hospitales, y ancianos desesperados acudiendo a la Fortaleza para vender sus vidas a la ciencia y poder dar así un poco de dinero a sus familias. Jornaleros dejándose la vida en las minas, niños trabajando en condiciones infrahumanas y mujeres con recién nacidos en los brazos atendiendo sus negocios.
Finalmente le mostró imágenes de patrones golpeando a sus trabajadores en las minas con látigos, vagabundos siendo expulsados de las calles y, por último, grabaciones realizadas la noche de la redada en Nifelheim.
Resultaba impactante ver correr a todas aquellas personas por su vida bosque a través; desesperados. Aterrados.
—Aidur, tú has visto con tus propios ojos el destino que aguarda a muchos de los hombres: no puedes culparnos por intentarlo.
—Entonces, ¿vosotros estáis tras el gran Colapso?
—Del primero, sí. Del segundo, no exactamente. Es algo complicado de explicar. Desde su nacimiento como planeta del Reino, los nuestros han tenido la mirada fija en Mercurio.
—¿Por qué?
—Eso no tiene mayor importancia. La cuestión es que mantuvimos la mirada fija en Mercurio durante bastante tiempo hasta que, finalmente, decidimos intervenir. Ashdel Bicault brillaba con luz propia; no podíamos permitir que esa mente se perdiera. Aquella mujer... aquella magnífica mujer no podía caer en las manos equivocadas. Poseía un cerebro privilegiado. Así pues, mientras se iniciaba el proyecto de creación del portal para poder conectar nuestra dimensión con la humana en Mercurio, yo fui enviada para protegerla.
Aidur volvió la vista atrás en el tiempo y recordó las tardes en la biblioteca de la Academia leyendo los artículos que había respecto a la condesa desaparecida. Ciertamente, la mujer había tenido una hija, de eso no cabía duda. Lo que no había podido recordar hasta entonces era que ésta no había sido propia. Jocelyn había sido adoptada.
—Un movimiento inteligente desde luego. Aprovechasteis sus deseos de tener descendencia para adentraros en su vida cual espías.
—No creo que ella se lo tomase así —rebatió Erinia, molesta—. De hecho, la condesa estaba encantada conmigo, y yo con ella. Era una mujer brillante: extraordinaria. Yo la ayudé a lo largo de todos los años que estuvimos juntas a avanzar en sus investigaciones y, la verdad, llegó mucho más lejos de lo que jamás habría podido imaginar.
—Y más que lo habría hecho de no haber entrometido las narices en el asunto.
—Oh, al contrario, Parente. La Golden Arrow no estaba demasiado de acuerdo con el curso que estaban tomando sus estudios. Quizás usted no lo sepa... pero ese "club" social lleva bastante tiempo más activo de lo que cree la mayoría.
Aquella noticia sorprendió a Aidur. Aunque no conocía demasiado la Golden Arrow, el Parente sabía de su existencia. Sabía por quién estaba formado: el gobernador planetario y los inversores más allegados, nobles y demás personalidades de la sociedad curiana, y cuál era su objetivo: mantener su posición y mover los hilos del planeta. Lo que no sabía, sin embargo, era que su existencia se remontaba a la época predecesora al Gran Colapso.
Era toda una novedad.
—Bicault estaba consiguiendo demasiados apoyos en el planeta. Se estaba convirtiendo en una mujer de mucho poder y, como comprenderás, no estaba bien visto. Al contrario. Sin darse cuenta, pues mi madre no vivía para otra cosa que no fuese la ciencia, estaba ganándose muchos enemigos. Tantos que durante largas semanas pensé que la perderíamos. Por suerte, la construcción del portal llegó a su fin y mis hermanos intervinieron en el planeta.
—¿Intervinieron en el planeta? ¿Qué significa para ti exactamente eso?
—¿En serio quieres que te lo explique? —Un amago de sonrisa surgió en los labios de Erinia—. Para vosotros es conocido como el Gran Colapso.
—Sí, hasta ahí llego —admitió Aidur—. La cuestión es, intervinisteis en el planeta, sí, ¿pero qué pasó con toda esa gente? Os llevasteis a Bicault, sí, pero también a otros tantos. ¿Qué fue de todas esas personas? Y, por otro lado, ¿Por qué tú no te uniste a ellos? ¿Por qué sigues aquí?
Un chasquido en el intercomunicador de Van Kessel interrumpió la conversación. Aidur fingió no haberlo escuchado, tratando así de que Erinia respondiese a sus preguntas, pero tras ver que esta sellaba los labios decidió cogerlo y comprobar la pantalla. Tal y como sospechaba, era Daniela, ¿quién si no? Nadie como ella era tan buena interrumpiendo los mejores momentos.
Furioso, Aidur rechazó la llamada y volvió la mirada hacia Erinia, a la espera. Se negaba a dejar la historia en el mejor momento.
—Es complicado de decir: como bien has dicho, yo me quedé aquí por lo que no sé qué pasó exactamente con toda esa gente. Me gustaría poder decir que fueron reinsertados en nuestra sociedad, pero mentiría si lo dijese. No tengo la menor idea. Lo único que sé es a donde les llevaron: a nuestra dimensión. A partir de ahí, tan solo Taranis sabe cuál fue su destino.
—¿Taranis?
—Nuestro señor Taranis, sí. —Erinia sonrió, esta vez, con sinceridad, orgullosa, feliz. El mero hecho de poder pronunciar aquel nombre libremente le generaba una enorme sensación de paz—. Él fue quien abrió las puertas de Gaia a León y los suyos.
—¿Tenéis un Dios?
Perplejo, Aidur no pudo más que reprimir una sonora carcajada. Dioses... ¿Cómo era posible que una civilización que se suponía mucho más evolucionada que la suya pudiese creer en algo tan absurdo como aquello? Dioses...
Sus antepasados debían estar removiéndose en la tumba.
—Sí, tenemos un Dios. Sé lo que los humanos piensan sobre ellos, pero no me importa. Su estupidez, muy a mi pesar, no tiene fin —respondió a la defensiva—. Sea como sea, fue Taranis quien nos abrió la puerta una vez y gracias al cual hemos podido volver a esta maldita dimensión.
—A repartir paz y amor por lo que veo.
—Búrlate cuanto quieras, Van Kessel: no miento.
—Eso no está claro aún. De todos modos, aún no me has explicado porque te quedaste aquí. Si tan magnífica es tu realidad y tu Dios, ¿qué haces en este despiadado planeta?
—No estoy aquí por gusto, te lo aseguro. —Se defendió Erinia—. Cuando empezó lo que vosotros llamáis el Gran Colapso yo estaba en los laboratorios con mi madre, en el Acheron, escondidas. Ella estaba asustada por todo lo que estaba pasando por lo que decidimos refugiarnos. Lamentablemente, nuestra posición salió a la luz por un fallo de satélite y, tachándonos de culpables de lo acaecido, pues en aquel entonces la Golden Arrow creía en la existencia de un Dios en Mercurio y que nuestros actos lo habían enfadado, fueron a por nosotras. Lo que pasó entonces no lo recuerdo con demasiada claridad, pero sé que hubo una explosión y parte del laboratorio se vino abajo. Yo quedé encerrada bajo los escombros, en una bolsa de aire, y nadie acudió a mi encuentro. Pasados cinco días entendí que, probablemente, tardarían mucho en volver a por mí por lo que decidí entrar en letargo. ¿Sabes lo que es entrar en letargo, Aidur?
—Soy humano, Erinia, no idiota —respondió a modo de burla—. Por supuesto que sé que es entrar en letargo. Lo que no sabía era que los tuyos pudieseis hacerlo a voluntad.
Erinia se encogió de hombros. Había tantas y tantas cosas que Van Kessel aún no conocía de su especie que aquello no era más que la punta del iceberg.
—El resto lo conoces: fui encontrada por Tempestad y desde entonces he permanecido encerrada, en estado semi-catatónico, hasta hoy.
—Hasta que acudiste a mí, sí. —Aidur asintió—. De acuerdo: ¿por qué yo?
Erinia separó los labios, dispuesta a responder, pero antes de hacerlo la puerta de la sala se abrió bruscamente. Daniela, procedente de la recepción, había acudido hasta el laboratorio a gran velocidad, siguiendo órdenes. Van Kessel tenía una visita importante.
—Parente...
Aidur se puso en pie, visiblemente enojado, y se volvió hacia Daniela. Le molestaban enormemente las interrupciones y más cuando, explícitamente, había pedido que nadie le molestase. ¿Es que acaso ya nadie respetaba sus órdenes en aquella maldita Fortaleza?
Erinia, consciente de que era mejor que no fuese vista en aquel estado, se esfumó al instante, quedando así tan solo el vacío donde antes había estado su holograma. Más tarde, si era necesario, reaparecería, pero por el momento aguardaría perdida en las ondas, oculta al ojo humano.
—¿Qué demonios he dicho sobre las interrupciones, Daniela? ¡No quiero que me molesten!
—Lo sé, Parente, pero es import...
—¡¡Más vale que esté el puñetero planeta en llamas!! ¡De lo contrario...!
—Anderson está arriba, Parente. Anderson y uno de sus agentes, Bastian Demirci. Me han pedido que le avisase urgentemente. —Daniela dudó por un instante—. Me han asegurado que es importante, de lo contrario no le habría molestado, se lo aseguro.
Por el modo en el que Daniela apartó la mirada, dolida, Aidur comprendió que no estaba mintiendo. Además, ella no solía interrumpir. A él le gustaba pensar que sí, que era molesta y pesada, pero lo cierto era que no había mejor agente que ella. Si realmente había desobedecido era porque pasaba algo importante.
Algo realmente importante.
Lo demás podía esperar.
—¿Te han dicho de qué va?
—No, pero traían cara de pocos amigos.
—Ya veo. De acuerdo, llévame con ellos. Veamos que quieren... Espero que al menos sean buenas noticias. Más tarde volveré.
Aidur lanzó una última mirada a Erinia antes de salir. ¿Sería posible que, tal y como ella había asegurado, aquella jovencita fuese una alienígena? Fuese cual fuese la respuesta, Van Kessel no iba a dejarla escapar sin averiguarla.
Aquello, en el fondo, era tan solo el principio.
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