Capítulo 12
Capítulo 12
Oliver Guzmán era un hombre de unos treinta y cinco años a los que el destino le había llevado a la galería. Nacido de una familia minera, como el 99,9% de todos los curianos, Guzmán se había negado desde pequeño a seguir la tradición y convertirse en minero. Aquella decisión, muy mal vista por sus progenitores, los cuales se sentían profundamente orgullosos de ello, le había obligado a abandonar su hogar a los catorce años. Desde entonces, Guzmán había ido ganándose la vida gracias a su talento como pintor y retratista.
Oliver había llevado una vida complicada. Antes de ser aceptado en la galería Aqua por Kahina Saed, su dueña, había pasado una larga temporada mendigando por las calles de Caloris y Nifelheim. Armado con sus carbones y su cuaderno, el joven artista se había dedicado a dibujar y vender retratos a los comerciantes de la zona. También había trabajado en profundidad el tema paisajístico, creyendo que sus obras podrían ser aceptadas por algún mecenas, pero lo cierto era que, al final, únicamente los retratos personalizados habían logrado sacarle de la miseria. Los comerciantes, al igual que las grandes personalidades de Mercurio, lo que querían era verse a sí mismos retratados, no colgar en sus paredes vistas del mundo subterráneo que tan bien conocían.
A pesar de los años más oscuros en las calles de Caloris, Guzmán se sentía orgulloso de su carrera como pintor. Le había costado mucho llegar hasta Aqua, pero ahora que al fin había llegado, era muy feliz.
O lo había sido.
Guzmán no estaba bien. Daniela lo había sospechado al encontrarle inconsciente en el suelo, embadurnado de pintura, pero no había sido hasta las últimas horas de viaje en tren que, con su despertar, había descubierto su malestar. El pintor, aterrorizado por lo que fuese que le había sucedido, parecía atrapado en una pesadilla. Cada vez que despertaba el terror se reflejaba en sus ojos, se encogía sobre sí mismo y, fuera de sí, gritaba que le dejasen vivir. Durante los periodos de sueño, sin embargo, permanecía tan quieto y lánguido que incluso, parecía un cadáver.
El equipo de Murray fue el primero en asistir al pintor. Siguiendo las órdenes del Parente, Daniela llevó al artista a los laboratorios y durante varias horas dejó trabajar a sus compañeros con el sujeto, obligándose a sí misma a no molestar. Cumplidas las cinco horas, decidió irle a visitar, decisión que, como pronto comprobaría, no había sido la única en tomar.
Aidur llevaba casi diez minutos esperando a que el pintor despertase cuando Daniela entró. Recién llegado del exterior, el Parente ni tan siquiera se había quitado el abrigo ni los guantes. Simplemente había dejado sus pocos enseres personales en el recibidor y, acompañado de la joven Mureau, había decidido acudir de inmediato al laboratorio.
De Morganne no había ni rastro, pues una de las científicas, Laura, la había llevado a la que sería su nueva celda a partir de entonces, pero no tardaría en aparecer. A partir de entonces, muy a su pesar, se convertiría en la sombra de Daniela.
—Parente, me alegro de verle —saludó Nox amablemente—. ¿Cómo han ido las cosas con Anderson?
—Mal, francamente mal —respondió tras besarle la mejilla como saludo—. El Santuario que habían encontrado bajo Kandem ha estallado llevándose por delante a los hombres de Anderson así que imagina. Pero bueno, parece que al fin tenemos buenas noticias. ¿Ha dicho ya algo? He intentado entrar a verle pero Thomas dice que sigue dormido.
Daniela negó ligeramente, impactada por lo que acababa de narrar. Aunque apenas tuviesen trato con los hombres de Anderson, pues no coincidían demasiado, lamentaba enormemente que hubiesen acabado así. No era justo.
—Le he pedido que lo despierte: no podemos seguir perdiendo el tiempo. Por cierto, ¿hay noticias de Merian? Estaba en Melliá, ¿me equivoco?
—No ha contactado, no. Si quiere luego puedo intentar dar con él.
—Sí, necesito saber qué está pasando allí.
Thomas no tardó mucho más en regresar a la sala de espera e informarles del estado del paciente. Tras los estudios y los análisis iniciales, los informes hablaban de una intoxicación grave provocada por la inhalación de un gas cuya procedencia les resultaba desconocida. Además de ello, la pintura que había empleado para embadurnarse entero presentaba cierto compuesto tóxico que, al entrar en contacto directamente con la piel durante un largo periodo de tiempo, había acabado empeorado su estado de salud. Por suerte, habían logrado estabilizarle. Guzmán tardaría aún unos días en recuperarse, pues desconocían los efectos exactos del gas que había inhalado, pero Murray confiaba plenamente en su recuperación.
—Le he informado de dónde se encuentra, Parente, pero incluso así parece un poco confuso. Te pediría un poco de paciencia con él. Creo que el gas que inhaló tiene efectos anestésicos. Poco a poco irá despertando.
—Interesante. ¿Podrías investigar un poco más al respecto? Hasta donde sé no se han encontrado rastros de ese gas en ninguna de las localizaciones afectadas, ¿me equivoco?
—Estás en lo cierto, no se ha encontrado nada, pero eso no significa que no se haya utilizado. Verás, hay cierto tipo de composiciones que no dejan rastro. Se podría decir que son composiciones "fantasma". Dejan rastro en los seres a los que afecta, como el caso del pintor, pero no en el entorno.
La explicación científica no se hizo de esperar. Thomas arrastró una de sus pizarras táctiles de trabajo y, empleando el dedo índice para escribir, mostró a sus compañeros las distintas composiciones conocidas hasta entonces.
—¿Y crees que el gas en cuestión es uno de esos?
—Podría ser. Tengo que investigarlo. Sea como fuere, le he sacado un poco de sangre a Guzmán para poder hacer los análisis, pero no nos vendría mal que se realizasen pruebas también en los lugares afectados. Kandem ya no, desde luego, pero quizás sería buena idea que Kaine hiciese ciertas comprobaciones en Melliá. Algo sencillo, pero efectivo.
—Puedes contactar con él directamente si quieres, creo que sigue allí.
—Lo haré. Estaré por aquí, si necesitáis algo avisadme —Thomas les dedicó una leve y tensa sonrisa—. Por cierto, Aidur, tengo los resultados de las muestras que trajiste hace unos días. Después del interrogatorio, si quieres, te los puedo mostrar.
Van Kessel asintió. Cuanta más información tuviese, mejor.
Finalmente entraron en la sala médica donde Guzmán yacía sobre una camilla, tapado hasta media cintura y con la mirada perdida. Murray y los suyos habían intentado quitarle toda la pintura, pero aún le quedaban manchas en las manos y en el cuello de colores que únicamente el tiempo lograría borrar.
Guzmán era un hombre de altura media y estrecho de espaldas, sin apenas musculatura. Tenía el cabello corto ligeramente rizado de un intenso color dorado, cobrizo en algunas zonas, y los ojos ambarinos. Su tez era levemente morena, como si fuese el único hombre de Mercurio al que le hubiese dado alguna vez el sol, y sus manos grandes y delicadas, como las de un músico. Su semblante poseía una expresión algo desvaída que Aidur achacaba a las circunstancias, aunque en realidad era algo propio de él. De aspecto siempre distraído y sonrisa amable, Oliver Guzmán no se correspondía en absoluto a los cánones de fortaleza y fuerza tan propios de Nifelheim.
Aquel hombre, en el fondo, era un pintor, y tenía aspecto de pintor.
Kaiden se lo habría comido vivo de haberle visto, pensó Aidur nada más verle, algo risueño. No era demasiado común ver a gente de aspecto tan enclenque en Nifelheim. Claro que tampoco era el primero que veía, desde luego.
—Buenas tardes, Oliver —saludó amablemente, todo sonrisas—. Me alegra ver que al fin has despertado. Mi nombre es Aidur Van Kessel y ella es Daniela Nox, mi asesora personal.
Guzmán se incorporó en la camilla para estrecharles la mano. Poco a poco, el artista iba recuperando el buen color.
—Buenas tardes, Parente, señorita... —respondió con cierto nerviosismo. La voz, al igual que las manos, le temblaba—. Me gustaría poder ponerme en pie y saludarles como se merecen, pero el doctor Murray me lo ha prohibido terminantemente. Por el momento debo permanecer tumbado.
—No te preocupes. —Daniela tomó un par de sillas de la sala y las acercó a la camilla para que ambos pudiesen tomar asiento—. Es lo de menos, lo importante ahora es que te recuperes. ¿Cómo te encuentras? ¿Mejor?
Guzmán asintió ligeramente. Aún tenía dolores de cabeza y de vez en cuando perdía la conciencia repentinamente, como si algo en su mente se desconectara, pero al menos ya no tenía esas tremendas pesadillas que tanto le habían atormentado durante el viaje de ida.
—Es difícil decirlo, me siento un tanto perdido, desorientado, pero mejor. Mucho mejor.
—Eso es bueno. —Aidur sonrió abiertamente, satisfecho—. Verás, no queremos molestarte demasiado, necesitas descansar, pero es vital que nos expliques qué ha pasado. Eres el primer superviviente que encontramos y tu testimonio es básico para que sepamos a qué nos enfrentamos. Imagino que ya lo sabes, pero Kaal no es el primer lugar en el que sucede algo así.
—Algo escuché... aunque en realidad mentiría si dijese que estaba muy al corriente de lo que sucedía. Hace una semana que decidí empezar a trabajar en una nueva obra y, cuando lo hago, suelo aislarme. Es una técnica que utilizo para impedir que los factores del exterior me afecten. Los noticieros y la rumorología son enemigos atroces de la inspiración. Es por ello que, cada vez que tengo una buena idea, me encierro en mi estudio hasta acabar la obra. No obstante, me enteré de lo de Kandem. Uno de mis camaradas, Aldembra Thobi, me lo explicó. Consideró la noticia lo suficientemente importante como para interrumpir mi trabajo... y más después de mis sueños.
—¿Sueños? —Daniela arqueó ambas cejas, sorprendida—. ¿Qué sueños?
Guzmán se encogió de hombros, visiblemente cansado. De haber traído sus cuadernos, dijo, podría haberles mostrado lo que había estado soñando aquellos días, pues tenía la costumbre de plasmarlo en papel, pero dado que no contaba con el material decidió pedirles que le trajeran un cuaderno.
Aunque fuese con menor detalle, quería mostrarles lo que sus ojos habían visto al cerrar los párpados.
Daniela no tardó demasiado en encontrar un cuaderno a medio usar y un par de plumas con las que poder dibujar lo que quisiera.
—Mi mayor fuente de inspiración son los sueños —explicó ya con el material de dibujo entre las manos. El artista apoyó el cuaderno sobre las piernas y, rápidamente, con trazos grandes y bruscos, empezó a plasmar sus idas—. Siempre me he dejado guiar por ellos; quizás no deba decirlo pero creo que, de algún modo, alguien externo a todo esto me ha ido enviando las imágenes para que, a través de mis obras, pudiese mostrárselas al mundo.
—¿Alguien externo a todo esto? —preguntó Van Kessel, sorprendido—. ¿A qué te refieres?
—No lo sé. ¿A Mercurio? ¿Al Reino? ¿A los hombres? —Se encogió de hombros—. No sabría decirle. La cuestión es que, a lo largo de los años, he ido viendo a través de los sueños el futuro más inmediato. Es como si, de algún modo, pudiese ver lo que va a sucederme... y no suelo equivocarme. He de admitir, eso sí, que son visiones abstractas.
Van Kessel y Nox intercambiaron una larga mirada cargada de perplejidad. Si bien ninguno de los dos eran precisamente lo más indicados para señalar las rarezas humanas, pues ambos eran expertos en ellas, era evidente que Guzmán no era un tipo demasiado normal. O al menos no lo eran sus ideas. Claro que, ¿desde cuándo los artistas podían ser considerados personas normales? Todos tenían sus rarezas, de eso no cabía duda alguna. Cuando los estudiaba, Daniela había leído entrevistas que la había dejado boquiabierta. Así pues, dentro de lo que cabía, era de esperar que Oliver tuviese una parte inquietante.
¿Pero tanto?
Incómodos ante las palabras del extraño artista, ambos permanecieron en silencio durante los siguientes minutos, observando como Guzmán unía los trazos hasta conformar cuerpos y figuras.
—Suena un poco extraño, ¿verdad?
—Mentiría si dijese que no —respondió Van Kessel—. Pero cosas más raras he oído: el mundo está lleno de misterios.
—Desde luego. La cuestión es que, como les decía, yo estaba trabajando en una obra con la que había soñado anteriormente. Y esta, a su vez, estaba relacionada directamente con lo que había pasado en Kandem. Y me dirán... ¿Cómo? Pues bien... miren.
Guzmán les mostró el cuaderno. En éste, dibujado a base de trazos largos y fuertes, se mostraba la imagen de una mujer de cabellera rizada vestida con un traje vaporoso en cuya mano derecha sujetaba un bastón acabado en forma de cuervo. En el cuello lucía un bello colgante en forma de gema, y en la cintura, una cintura muy ceñida, una cadena de la cual pendían varios amuletos.
Aidur sintió un escalofrío al ver el dibujo. Aunque la definición no fuese la misma, no le cabía la menor duda de que aquella mujer era la misma que la de la gran estatua que los hombres de Anderson habían encontrado en el Santuario. Los rasgos de la cara, las ropas, el colgante... Tenía que ser la misma. O al menos en parte, claro. Mientras que el ser de la estatua era un androide con rostro humano, el del dibujo lo era totalmente.
O al menos eso parecía a simple vista.
—Soñé con ella.
—Interesante —admitió Daniela. La mujer cruzó los brazos sobre el pecho y apoyó la espalda en el respaldo de la silla, pensativa—. Es Lady Ashdel Bicault, no cabe duda. Aproveché que usted la mencionaba el otro día para buscar información sobre ella en el registro, Parente.
—¡Pues claro! —Van Kessel se puso en pie— ¡Bicault! ¿Cómo no pude darme cuenta antes...?
Lady Bicault había hablado de la existencia de "algo" en lo más profundo de las minas antes de desaparecer para siempre. Sus palabras, grabadas poco antes de morir, habían dado la vuelta a Mercurio las suficientes veces como para convertirse en un mito. De hecho, eran de aquellas palabras de las que habían surgido tantas leyendas urbanas y tradiciones. No obstante, lo cierto era que nunca se había llegado a saber a qué se refería.
Desde Tempestad no se habían tenido nunca en cuenta sus palabras. Aquella mujer, siendo lo que era, una científica de manual, perturbada y con sus locuras privadas, había pasado a los anales de la historia como la condesa perdida. Sin embargo, para Aidur, ella siempre había sido una fuente de inspiración.
—¿Soñaste con Bicault? —preguntó Daniela suavemente, con amabilidad—. El dibujo que has hecho de ella se corresponde a las últimas grabaciones e imágenes que se han encontrado.
—Soñé con ella, sí —admitió Oliver—. Una de las mayores fuentes de inspiración de los artistas es el folklore local por lo que podría considerar a la Condesa como uno de esos personajes recurrentes con los que suelo soñar. La cuestión es que, a diferencia de otras veces, en mi sueño Bicault no estaba en lo alto de un castillo, ni en su laboratorio. No. Bicault se adentraba en una población procedente de las profundidades de las minas... y no venía sola.
Aidur volvió a tomar asiento. La voz del pintor había empezado a temblar por lo que imaginaba que había llegado el momento de la verdad.
Apretó los puños, con nerviosismo. Fuese lo que fuese que aquel hombre estaba a punto de contar cambiaría para siempre su concepto sobre Mercurio.
—En mi sueño Bicault iba acompañada de unos seres muy grandes y alargados, de forma felina. Eran una especie de mezcla entre gato y humano... con piernas y manos, pero cabeza de gato. Era una imagen realmente inquietante. Muy inquietante. Salían de la mina como si de una marea se tratase y arrasaban la población, llevándose consigo a todos sus habitantes. Todo transcurría en apenas unos segundos... y no había gritos. No se oía ningún ruido: los hombres a los que se llevaban estaban dormidos.
—De acuerdo... —murmuró Daniela, tensa—. Ese fue tu sueño. ¿Crees realmente que es lo que sucedió en Kandem?
La mirada de Guzmán se ensombreció. Depositó el cuaderno sobre la mesilla que había junto a la camilla y, muy lentamente, volvió la vista hacia sus manos. Varios de los dedos presentaban manchas de colores debido al baño de pintura que se había dado en la galería.
Recordar lo ocurrido era realmente traumático.
—No puedo confirmarlo, desde luego, pero es posible. —El pintor dobló las piernas y se las abrazó, enterrando el rostro en las rodillas. Empezó a temblar—. En Kaal... En Kaal fue todo muy rápido. No lo pude ver todo, pero sí lo suficiente como para saber que no estamos solos, Parente.
—Tranquilo, Oliver —exclamó Aidur a modo tranquilizador, sonriente—. Puedes hablar con tranquilidad, aquí estás seguro. Necesito que me lo expliques todo con el máximo detalle posible. Cuanto más sepamos de ellos, más fácil será atraparles.
—No van a poder atraparlos... —La voz de Guzmán fue bajando de tono hasta convertirse en un leve susurro—. Hace unos años me detectaron problemas respiratorios graves por lo que decidí instalarme un purificador de aire en mi despacho. Para evitar que mi aire se mezcle con el del exterior tengo cerrados todos los conductos de ventilación. Es por ello que a mí su gas apenas me ha afectado...
—¿Su gas?
—Antes de irrumpir en Kaal lanzaron un gas... un gas con sabor a azufre que sirve para paralizar a la gente. O dormirla, no lo sé. Yo lo único que sé es que empecé a notar un cambio en el sabor de mi aire y decidí asomarme por la ventana, a ver qué estaba pasando. A veces, cuando hay mucha polución, se cuela parte en mi sala. La cuestión es que cuando me asomé vi algo que se me grabó en la retina. Era la gente, Parente... La gente estaba congelada en la calle, como si se hubiesen convertido en estatuas. Estaban quietos, paralizados, como si el tiempo se hubiese parado.
Se le llenaron los ojos de lágrimas de puro terror. La imagen de las calles de Kaal congeladas con sus habitantes paralizados se había grabado en su memoria con tanta claridad que el pintor se veía capaz de pintar hasta el último detalle. La posición corporal de los habitantes, sus expresiones, el inquietante brillo de sus ojos... lo recordaba absolutamente todo.
—Al verlo me quedé paralizado, perplejo ante lo que veían mis ojos. En mi sueño había sucedido lo mismo. Todas aquellas gentes... demonios, se habían transformado en estatuas.
—¿Qué pasó entonces?
—Instintivamente me alejé de la ventana y fui a la que daba a la mina. Tenía el sueño aún muy reciente por lo que, en el fondo, sabía lo que iba a pasar. Y no me equivocaba. Al asomarme vi que habían derribado la puerta y que decenas de seres irrumpían en Kaal. Bueno, seres... —Oliver negó ligeramente con la cabeza—. No sé lo que son. Diría que eran androides pero no lo sé. Sus caras eran humanas, pero sus cuerpos... No lo sé. No lo recuerdo bien. La cuestión es que tan pronto los vi me asusté y corrí hacia la puerta. La cerré con llave y me escondí en uno de los armarios.
—Pero no fue allí donde te encontré.
A petición expresa del Parente, Oliver empezó a dibujar a los androides de los que hablaba. El shock que su mera visión le había causado impedía que pudiese recordarlos con claridad, pero recordaba lo suficiente para poder reproducir la estructura básica. Miembros largos, muy largos, cráneo ligeramente alargado con el rostro humano cubriendo la parte delantera y el cabello la parte trasera, túnicas largas...
—Permanecí casi dos minutos escondido, tratando de mantener la calma, pero el instinto de supervivencia me hizo pensar que, si lograba esconderme, era posible que me detectasen con un simple sensor de calor. Es por ello que me tiré encima varios botes de pintura. No sabía si surgiría efecto, pero tenía que probarlo. Me pinté entero y, aterrorizado, me oculté. A partir de entonces todo se volvió un tanto caótico. Creo que, de algún modo, el miedo mezclado con el poco gas que logró colarse en mi sala logró dejarme en un estado de semiinconsciencia que me impedía actuar libremente.
Finalizado el dibujo, Van Kessel tomó la imagen y la arrancó del bloc. Tal y como había sospechado, los seres descritos y allí presentados coincidían con los de las estatuas que habían encontrado en el Santuario. Androides jugando a ser humanos: ¿sería posible que, de una vez por todas, el mundo se hubiese vuelto totalmente loco?
Mientras reflexionaba al respecto, planteándose la posibilidad de que alguien estuviese detrás de todos aquellos ataques, Aidur observó con cierta sorpresa la delicadeza y paciencia con la que Daniela consolaba al pintor. La escena le traía buenos recuerdos. Recuerdos de otra época, pero muy buenos después de todo.
Sonrió con cierta melancolía. Pocas veces había visto a su Daniela mirar a nadie así. ¿Sería posible que, después de todo, el pintor hubiese logrado captar su atención? ¿O se trataría de simple lástima? Sería sorprendente, sin duda, pero no del todo descabellado. Guzmán, roto por los recuerdos, lloraba como un niño por lo que no era extraño suponer que sus lágrimas hubiesen despertado el instinto protector de la mujer.
—Cuando ustedes llegaron creí que eran ellos así que intenté esconderme mejor pero lo único que conseguí fue hacer ruido.
—Lo importante es que ya ha pasado —Daniela tomó su mano y la estrechó suavemente, con una sonrisa amable cruzándole el rostro—. Ahora debes descansar. Parente, ¿le parece bien si le dejamos un rato?
Dejaron atrás al pintor sumido en un silencio absoluto, perdido en sus recuerdos. El interrogatorio había sido breve, pero productivo. Más adelante seguirían indagando, desde luego, pero por el momento tenían suficiente como para seguir adelante. Después de todo, ahora, al fin, sabían a qué se enfrentaban. O al menos a parte de ello, claro.
Decidieron acudir a la biblioteca donde Rick, tan silencioso y servicial como de costumbre, les esperaba. Tomaron asiento en una de las mesas y, tras repasar toda la documentación hasta entonces reunida, ambos narraron todo lo acontecido en los últimos días. Aidur habló de la expedición al Santuario, de la visita de la auditora y sus intenciones reales y, por último, del retorno de Murray. Daniela, por su parte, narró con detalle su vivencia en Kaal. Tal y como había asegurado Guzmán, los androides habían derribado la puerta de la mina.
—¿Cree que dice la verdad?
—¿Sinceramente? No. Bueno, sí, pero no. Ese tipo está afectado por los acontecimientos, hay que tenerlo muy en cuenta. Creo que toda la parte sobre el ataque a Kaal puede ser cierto: es posible que un grupo de androides irrumpieron desde las minas para llevárselos a todos. No obstante, incluso así, lo dudo. Me resulta muy extraño... Puede que tan solo sean hombres, aunque lo dudo. Los humanos no podemos sobrevivir ahí abajo. Así pues, no sabría que decirte. Lo que tengo claro es que, sea quien sea el culpable, tenemos que descubrir sus motivaciones.
—En eso coincidimos... aunque para serle sincera, yo sí creo en la teoría de los androides —le secundó Daniela—. Le he visto muy convencido.
—Podría ser. —Aidur cruzó los brazos sobre el pecho—. Pero en caso de ser así la cuestión es: ¿quién dirige a esos androides? ¿Por qué lo hace? Y lo más importante, ¿desde cuándo? Teniendo en cuenta lo que está pasando no puedo evitar preguntarme si no fue esta misma causa la que acabó con Mercurio durante el primer Gran Colapso.
Daniela se movió incómoda en la silla. Aunque el Parente tuviese razón, pues durante la época oscura del planeta las circunstancias vividas habían sido muy parecidas a las actuales, el mero hecho de planteárselo le causaba auténtico pánico.
—¿Y qué hay del material que han analizado? ¿Cree que lo emplean para la supervivencia en el corazón del planeta?
—Desde luego. Si Murray está en lo cierto con lo que dice, gracias a ese material los androides podrían llegar hasta donde quisieran. Ellos y, por supuesto, su líder. Sea quien sea que se esconde detrás de todo esto, nuestro marionetista, tiene que estar muy bien escondido, ¿y qué mejor que el corazón del planeta para ello? Lo que me sorprende es la estatua a Bicault. Hasta donde sé, esa mujer simplemente era una científica.
—Puede que sea una especie de sátira: una burla. Ella habló sobre la posibilidad de que hubiese algo en el fondo del planeta y nuestro hombre es ese algo.
—Doy por sentado entonces que no crees que el algo del que ella hablaba y nuestro hombre sean lo mismo.
Se encogió de hombros, dubitativa. Por lo que había estado investigando sobre esa mujer lo más probable era que aquella última grabación que tan famosa la había hecho no fuese más que producto de sus propios miedos.
—Lady Ashdel Bicault era una persona complicada, Parente, usted lo sabe.
—Desde luego: sus estudios son la base de los nuestros. De hecho, se podría decir que ella ya trabajaba para Tempestad antes incluso de su creación. Es por ello que, quizás, más que una burla, esa estatua fuese construida en su honor. Debo hablar con Jared: voy a poner todas las cartas sobre la mesa. Si juntamos todos los informes y le sumamos todo lo ocurrido hasta ahora Varnes no va a tener más remedio que darnos acceso a Acheron. Necesitamos ver qué es lo que ocultan allí.
—Estoy de acuerdo: ¿quiere que le prepare una holo-conferencia con él?
Aidur negó con la cabeza. Él mismo se encargaría de prepararlo todo. Aún necesitaba un poco de tiempo para organizar todas sus ideas y todo lo que iba a presentar por lo que se encargaría personalmente. Además, hacía muy poco que Daniela había vuelto de Kaal por lo que se había ganado un descanso.
Decidió darle unas cuantas horas de permiso para que descansase. Teniendo en cuenta todo lo que le esperaba una vez volviese a estar en activo era mejor que durmiese unas cuantas horas. A partir de entonces todo iba a complicarse mucho.
Muchísimo en realidad.
Van Kessel subió a su despacho y cerró la puerta tras de sí. Estaba cansado de las largas jornadas de insomnio, pero por el momento no podía dormir. Antes de acostarse necesitaba aclararse las ideas y, por supuesto, encauzar la investigación.
Buscó el comunicador por su desordenada mesa de despacho y tecleó el código de Schmidt. Para su sorpresa, mientras aguardaba a que éste respondiera con el auricular apoyado en la oreja, descubrió que anteriormente Tanith le había estado llamando.
Frunció el ceño. Aquella llamada le preocupaba. Tremaine nunca intentaba contactar con él; absolutamente nunca. Si realmente en aquella ocasión lo había hecho era porque, sin lugar a dudas, había pasado algo importante.
—Schmidt, aquí Van Kessel. Necesito que viajes a Cadelsa y te des un paseo por la Biblioteca Nacional. Necesito conocer el estatus de Mercurio antes del Gran Colapso. Los nombres de las personalidades, con su posición, aliados y enemigos, inversiones e inversores, estudios y proyectos científicos, programas de avance tecnológico... absolutamente todo.
—¿Todo? —Schmidt parecía sorprendido ante la petición, pero no parecía molestarle. Al contrario. Después de lo vivido en Kandem era evidente que el agente necesitaba un poco de paz. No obstante, la petición le inquietaba— Hay mil archivos al respecto, Parente. Tardaré siglos en resumirlos.
—Llévate al equipo de Lara Holmes contigo. Creo que ahora tiene a ocho o nueve aprendices en prácticas así que aprovecha. Además, quiero que te identifiques ante el director de la Biblioteca: si ese tipo no quiere tener problemas serios conmigo te ayudará. Date prisa: lo necesito lo antes posible.
—Haré todo lo que pueda. Estamos en contacto, Parente.
Finalizada la llamada con Schmidt, Aidur decidió contactar con Jared. Aunque las llamadas de Tanith le inquietaban, tendrían que esperar por el momento. Lo primero era lo primero.
Así pues, tras ordenar la mesa y arreglarse un poco las ropas para ofrecer la mejor impresión posible, Aidur completó los trámites para que se pudiese realizar la conferencia holográfica en el despacho. Depositó sobre el centro de la mesa el sistema de holo-reproducción a través del cual podría ver al maestro, y tras introducir los códigos personales de identificación, activó la cámara de grabación a través de la cual Jared podría verle a él. El resto de conexiones, como ya venía siendo habitual en aquel tipo de reuniones, quedaron en manos del personal del maestro, el cual, siguiendo el protocolo habitual, realizó todos los trámites en apenas unos minutos.
Poco después, sin llegar a superar los diez minutos de espera, la imagen del maestro apareció al fin sobre la mesa, del tamaño de una botella de vino. Por su aspecto, Van Kessel dedujo que el suyo no era el primer encuentro oficial al que comparecía. Muy probablemente, procediese de otra reunión.
Aidur hizo una ligera reverencia a modo de saludo, cordial, aunque no todo lo respetuosa que mandaba el protocolo, y, consciente de que el tiempo jugaba en contra de ambos, y mucho más después de la revelación del artista, le informó de todos los avances de la investigación.
El rostro de Jared Schreiber no tardó en ensombrecerse al escuchar toda la narración. Aunque a lo largo de su vida había tenido que enfrentarse a muchas cosas, aquella era la más inquietante y descabellada hasta entonces.
—¿El pintor dice la verdad?
—Pondría la mano en el fuego a que sí, maestro. Estaba en shock: dudo mucho que pueda habérselo inventado. De todos modos, mi equipo médico le va a realizar un estudio psicológico: queremos asegurarnos de que seguimos el buen camino.
—Imagino que seguirás interrogándole.
—Desde luego, maestro.
Jared volvió a pedirle que le explicara lo acontecido en el Santuario. Al parecer, el maestro parecía especialmente interesado en aquel punto puesto que, aunque ya había recibido el informe por parte de Anderson, el de Van Kessel parecía más extenso.
Seguidamente, tras haber escuchado todo lo ocurrido, Jared tomó asiento en la butaca de su despacho para poder reflexionar al respecto. Tal y como había supuesto Van Kessel, aquella no era su primera reunión por lo que empezaba a estar bastante saturado de información. Tanto que, durante unos minutos, permaneció en silencio, meditando sobre la petición de Aidur. Si bien era cierto que, al menos bajo su punto de vista, el poder acceder a Acheron podría dar más luz a los acontecimientos, el proceso para poder acceder a sus ruinas era realmente complejo.
Jared se cubrió el rostro con la mano derecha, tratando de ocultar así su nerviosismo. Aunque hasta entonces se había resistido a aceptarlo, ya no podía seguir negándolo ni un instante más: el planeta estaba en crisis, y no solo por culpa de lo que fuese que les estaba atacando. Internamente, a nivel social, también empezaban a tener problemas serios y desde el departamento de Auditorías internas exigían respuestas.
—Me temo que por el momento no puedo apoyarte con el tema de Acheron, Aidur. Me gustaría, pero la petición debería hacerla en persona al propio Varnes y ahora mismo no puedo abandonar el planeta. Hace unas horas tuve una reunión con el gobernador planetario y Novikov, y las cosas no van nada bien. Los informadores gubernamentales hablan de una reunión del Consejo Interior de Nifelheim. Tengo la sensación de que creen que, en realidad, las desapariciones no son lo que parecen.
—Estupideces: ¡la gente está sufriendo! Maldita sea, ¿realmente creen que esos pobres miserables intentan conspirar contra el planeta? Además, ¿el Consejo Interior de Nifelheim? —Aidur chasqueó la lengua—. Eso es una maldita estupidez, sin Kaiden Tremaine no hay consejo: se disolvió.
—Eso es lo que pensábamos hasta ahora, pero lo cierto es que hay informes que hablan de una reunión clandestina inmediata. El gobernador está muy preocupado, y que Novikov esté por la zona calentándole la cabeza no ayuda en absoluto. Estoy intentando calmar los ánimos, pero todo apunta a que van a intervenir. De hecho uno de los hombres de Novikov, Cruz, está de camino. Desconozco cuáles son sus órdenes, pero me preocupa: esto es una caza de brujas de la vieja escuela.
Aidur frunció el ceño, inquieto. En lo más profundo de su ser, poco a poco, una desagradable sensación de miedo y malestar iba creciendo. Los problemas no cesaban de multiplicarse, y cada vez eran más y más graves.
Apretó los puños, furibundo. Todo habría sido muchísimo más fácil sin la intervención de la maldita auditora.
—¿Qué podemos hacer al respecto, maestro? Sabe que Nifelheim es importante para mí. Tenemos que hacer algo: bastante están sufriendo con las desapariciones como para que ahora encima se les tire Tempestad al cuello.
—Lo sé, Aidur. Sé que es importante para ti, y precisamente por ello no debes intervenir. Novikov es peligrosa: acabará con todo aquello que se le cruce en su camino, y el mero hecho de que seas un Parente no la va a detener. Yo me ocuparé de Nifelheim, ¿de acuerdo? Intentaré calmar los ánimos. Tú sigue investigando: si realmente tenemos a un ejército de androides bajo tierra atacando a los nuestros hay que descubrir quién los gobierna y destruirlo.
—¿Y olvidarme de lo que sucede? —Aidur sacudió la cabeza con vehemencia—. Imposible. ¡No puedo! Esa tierra es la que me vio crecer, maestro. No puedo darles la espalda como si no me impor...
—¡¡Aidur!! —interrumpió el maestro de repente, con brusquedad, poniéndose en pie todo lo alto que era—. ¡Me obedecerás y punto! ¡No vas a intervenir! Esto queda en mis manos así que céntrate en lo que te he ordenado. Y quiero que te quede muy claro: esto no es un maldito juego. Encárgate de detener a esos malditos androides lo antes posible que yo me ocuparé de que nadie le ponga una mano encima a los Nifelianos.
Van Kessel volvió la mirada hacia Jared, desafiante, rebelde, pero no respondió. Ni podía ni debía... pero deseaba hacerlo. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Lo deseaba con tantas fuerzas que, desesperado, no pudo más que apretar los puños hasta clavarse las uñas en las palmas de pura impotencia.
—Sigue con tu investigación y mantenme informado: quiero novedades, y las quiero pronto, ¿de acuerdo? —Jared negó suavemente con la cabeza, visiblemente nervioso. La situación no solo empezaba a superar a Van Kessel—. No me falles, Aidur.
La transmisión se cortó antes de que el Parente pudiese responder. Van Kessel soltó una sonora maldición a voz en grito y, hundiendo la madera del golpe, estrelló el puño con todas sus fuerzas sobre la mesa. Seguidamente, prisionero de su propia ira, arrancó el sistema de holo-reproducción de la mesa y lo estrelló contra la pared, furioso.
Tal era su rabia e impotencia que incluso le palpitaba la cabeza. Aidur pateó la butaca repetidas veces, canalizando así toda su furia, y finalmente se dejó caer sobre ésta, consciente de que necesitaba relajarse. Llegado a aquel punto de nada servían los golpes ni los gritos: lo único que podía cambiar la situación eran los actos, y eso era precisamente lo que iba a hacer.
Aidur arrancó el transmisor de su terminal y marcó el número de Tanith. Al no recibir contestación lo probó un par de veces más, pero pronto desistió. Salió de su despacho a grandes zancadas, iracundo, y recorrió el corredor hasta alcanzar el área de celdas de descanso. Allí, rodeada de una decena de puertas cerradas, acudió a la de Daniela, la cual, por supuesto, permanecía cerrada.
Se plantó frente a ésta y la golpeó cuatro veces con el puño, con violencia, dispuesto si era necesario a tirarla abajo. Por suerte su asistente no tardó más de unos segundos en abrirla, asustada por el ruido.
—¿Pero qué demonios...?
—Vístete de inmediato y prepara un viaje para dos a Nifelheim.
—¿A Nifelheim? —Medio adormilada aún, Daniela arqueó las cejas, sin comprender palabra. El nerviosismo del Parente la desconcertaba—. ¿Ha pasado algo más? ¿Algún otro...?
—No. —Van Kesel apoyó las manos sobre sus hombros, con confianza, y bajó el tono de voz—. Escucha Daniela: te lo pido a ti por qué eres una de las pocas personas en las que puedo confiar. Necesito que viajes a Nifelheim y saques a Tanith y al niño de allí. Tráelos a la Fortaleza a la fuerza si es necesario, pero hazlo cueste lo que cueste. Llévate a Morganne contigo y que te ayude: si hace falta que la traigas atada lo haces, pero que no se quede allí. Nifelheim ya no es un lugar seguro, y mucho menos para ella y el crío. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
Daniela separó los labios, dispuesta a responder, pero finalmente se limitó a asentir. En cualquier otra situación le habría pedido más detalles, pero dada la vehemencia de sus palabras con la petición era más que suficiente.
Apoyó las manos sobre las suyas y asintió con suavidad, confidencial.
—Tranquilo, Aidur, los traeré. ¿Usted que va a hacer? ¿Ha conseguido el acceso a Acheron?
—No, pero voy a ir igualmente. En cuanto estén aquí avísame, ¿de acuerdo? Si alguien pregunta di que es cosa de Thomas, no mía. Esa mujer es su esposa después de todo.
—¿Y si preguntan por usted?
Aidur se encogió de hombros, dubitativo.
—No sé, invéntate algo: lo que sea. Me llevaré a Merian, ¿de acuerdo? Schmidt está camino a Caloris así que no podrás contar con él durante unos días. Si la cosa se complicase y no pudieses contactar conmigo recurre a Anderson, ¿de acuerdo? Pero no a Novikov: ni a ella ni al maestro. Esto es cosa nuestra. Cuando las cosas se calmen te lo explicaré todo.
Van Kessel desapareció por el pasillo tan rápido como había llegado, dejando decenas de interrogantes a su paso. Daniela desconocía qué era aquello que tanto le había trastornado, pero podía imaginárselo. Sea como fuese, no importaba, siempre había sabido que tarde o temprano llegaría aquel día por lo que no la cogía del todo de improvisto. Sabía dónde vivía y como convencerla.
O al menos eso creía, claro.
Sorprendentemente, lo único que realmente desconocía era la identidad de la tal Morganne. ¿Se trataría de un nuevo fichaje del Parente? ¿O quizás algún simple contacto pasajero? Fuese cual fuese la respuesta, no tardaría demasiado en descubrirla.
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