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Narcisos Reales - Drabble 4

Narcisos Reales


   Se aproximaba el cumpleaños número quince del príncipe de Erini, y ya la servidumbre se dedicaba a preparar el castillo para la gran celebración que se haría en su honor. La Reina organizaba cada detalle desde el final de las escaleras, mirando los ramos de flores y los adornos que colgaban de las columnas.

   Felipe, sin embargo, se hallaba en su habitación con más tarea que hacer. Un centenar de duques, nobles y demás vendrían tan solo a verle, y debía estar preparado para tratar con cada adulto, para contestar cada duda, porque a su edad, ya debía demostrar que no era un simple príncipe caprichoso.

   Y es que aparte de lidiar con aquellos molestos adultos, Felipe pensaba en lo poco que podría disfrutar de una celebración que se suponía era para él. Con la mirada clavada en los libros de antigüedad, Felipe volvió a perderse en los extensos textos, ignorando el sentimiento de desilusión que se presentaba en su pecho.

   Por otro lado, Zacarías no había tenido la oportunidad de seguir a Felipe en sus tareas. Su abuelo le necesitaba, el hombre estaba muy viejo para hacer las actividades que le correspondían y Zacarías no dejaría que regañaran al anciano mientras él pudiese cumplir con sus labores.

   Pronto el gran día llegó, y Felipe se vio sorprendido en el desayuno con el gesto cariñoso de la servidumbre que había hecho su plato favorito. Aunque era poco expresivo, se pudo notar lo agradecido que el príncipe estaba con aquella situación y no dudó en encaminarse a la cocina para personalmente felicitar a los responsables de tal gesto.

   Llegando la noche y siendo ayudado por Zacarías, Felipe se vio vestido a la perfección frente al espejo. Suspiró pues, preparándose para salir ante el gran público que su madre había invitado a su celebración y tomó un vaso de agua antes de salir de su alcoba.


—Estaré con usted, joven amo— le recordó Zacarías para darle ánimos—. No se tiene que ver tan rígido— rio ligero, a lo que Felipe vaciló antes de reír con ligereza.

   Sí, el ala inferior del castillo estaba repleta de duques, príncesas y demás personajes de la realeza, y en cuanto el príncipe dio su cara a concoer, muchos le vieron con atención. Pero Felipe ya sabía tratar con grandes multitudes, no le tomó interés mínimo a las miradas mientras bajaba las escaleras.

  La noche transcurrió entre preguntas, risas y una que otra propuesta de matrimonio por parte de reyes que le ofrecían sus hijas. Felipe, teniendo aquel poder en sus manos, tuvo la firmeza de negarse al no verse interesado.

   Fue entonces que tras varias charlas con los duques, Felipe notó que Zacarías no estaba cerca de él. Aquello, aparte de preocuparlo, le parecía extraño. Dejó atrás muchas preguntas por parte de los curiosos, dejó a varios con la palabra en la boca, todo por buscar a su fiel amigo y mayordomo.

   Al verse en el jardín, Felipe pudo sentir nuevo aire en sus pulmones y casi se vio relajado ante el olor a flores y tierra mojada. Más sin embargo, el hermoso jardín estaba siendo escenario de una pelea donde su mejor amigo estaba involucrado. Entre varios príncipes, los cuales tenían edades contemporáneas a la de Felipe, se burlaban de un callado Zacarías que se dejaba golpear y pisotear.

   La escena fue suficiente para que Felipe reaccionara, y sin previo aviso, echó una copa de vino sobre la cabeza de uno de esos príncipes caprichosos.


—Bienvenidos a la velada, jóvenes— Felipe dio un par de pasos ante las miradas fúricas de los susodichos. Sin pena alguna caminó firme hacia su amigo y le ayudó a levantarse—. Veo que encontraron alguien para divertirse.

—Felipe no...— Zacarías quería y debía evitar peleas.

—No tiene siquiera el derecho a hablar, como su amo, ¿No deberías castigarle?— Comentó con burla uno de los príncipes ajenos—. Ni siquiera tienes la madera suficiente para controlar a tus sirvientes, ¿Cómo esperas reinar?

—Supongo que evitando personajes como ustedes cerca de mi reino— Felipe obvió a Zacarías, le dejó a sus espaldas y miró con frialdad a los caprichosos—. Por favor, les invito a retirarse de esta reunión sino es mucha molestia.


   Pero los príncipes rieron ante las palabras de Felipe. El príncipe de Erini era quizá algo iluso según las miradas burlescas de los otros menores, pero Felipe solo había hecho aquella mención por cortesía.


—Les daré una última oportunidad...

—¿O qué nos harás, muñequito? Solo vistes bonito y no sabes hacer más nada— rio otro de los príncipes—. Qué miedo, el príncipe de Erini nos sacará de su fiesta.


   Pero Felipe entonces les sonrió ligero, frío, y los contrarios se vieron tensos.


—Qué pena sería el ser sacados junto a sus padres de la fiesta— comentó con seriedad el azabache—. La vergüenza que causarían, sería tal que no serían invitados a otra reunión real nunca más— Felipe se aproximó a uno de los príncipes, y tomó el cuello de su camisa para mantenerle la mirada—. Y yo asumo que no querrán que sus padres sean tan desdichados, ¿No es así?


   Zacarías solo podría intervenir si alguno de los muchachos llegaba a dar indicios de molestar a Felipe, y ciertamente, la pelea inició y cabe resaltar que el practicar pelea cuerpo a cuerpo fue de ayuda tanto para Zacarías como para Felipe en ese momento.


—No puedo creer que haya tenido su primera pelea real en plena celebración, joven Felipe— el abuelo Alcalle junto a la Señora Paula curaban las heridas de los menores—. Por suerte, su madre pudo sacarles del tremendo problema que querían formar los padres de esos críos.

—Eran unos malcriados— comentó Zacarías, y Paula empezó a vendar su mano.

—No iba a dejar que golpearan a Zacarías— dijo el príncipe sin remordimiento alguno y ahogó una queja ante el alcohol que el abuelo puso a su mejilla. No iba a dar tantas explicaciones—. Cada quien obtuvo lo que merecía.

—No se puede dejar llevar así, joven Felipe— volvió a regañarle el abuelo.


   Y Felipe le halló la razón al abuelo, sabía que no podía dejarse llevar de tal modo, pero tampoco era del todo su culpa, sino de las escorias que habían ido a su fiesta a meterse con su mejor amigo. Sin más reproches, los menores se dejaron curar y tras ello, cada uno fue a la cama.


—Gracias, Felipe— antes de separarse, Zacarías se detuvo e hizo una reverencia ante el príncipe.

—Eres mi mejor amigo, Zacarías, no tienes que agradecerme— y tras ello, chocaron sus puños como habitual saludo o promesa que hacían. Felipe mantenía su neutralidad al igual que Zacarías, pero ambos se conocían lo suficiente como para saber que su amistad era inquebrantable.

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