Flores Bellamont - Drabble 2
『 Flores Bellamont 』
Érase una vez, una hermosa princesa, hija menor del Rey del Bosque y la Reina de la Fauna. Ella era tan dulce como la miel de las abejas y a la vez tan fuerte como un río desbocado, era imposible para cualquier hombre que pidiera su mano en matrimonio, pues ella era la misma furia de la naturaleza, tan peligrosa y misteriosa, y tan bellísima y tierna.
Nadie sabía por qué era tan esquiva al romance con cualquier otro príncipe que se le presentaba, cuando su padre o madre le invitaban a algún posible pretendiente. Ella nunca daba explicaciones, su vida era otro mundo desconocido para todos, y la única amiga que tenía era su querida hermana mayor, que pronto iba a casarse.
Con tan sólo un año de diferencia, la hermana menor era el baúl de secretos de la mayor, y viceversa. Y era quizá de las mejores bendiciones y la peor de las maldiciones.
Entonces la hermana mayor quedó embarazada, el Reino se sintió en regocijo ya que el futuro heredero venía en camino. La hija mayor y el príncipe tendrían a su primer hijo, y ambos se veían felices, pero la hermana menor sabía que algo malo estaba pasando. Y si, la mayor no tardó en confesarle su oscuro secreto.
El fruto de su vientre no era del príncipe.
La mayor había sido infiel, y no se arrepentía de ello, pero sabiendo las consecuencias de que tal cosa se supiera, le confío a su hermanita tan poderoso secreto. Y ella, sabiendo que tal secreto en cualquier momento podría salir a la luz, tuvo que idear un plan que le garantizara una salida beneficiosa, un plan que fuese capaz de ejecutar ante una emergencia.
Pero no todos los secretos eran de la hermana mayor; la razón por la que la hija menor del Rey despreciaba a cuanto príncipe llegara al castillo por su mano, era porque ella ya tenía a un hombre al cual darle su corazón entero. Ese hombre no era un noble, era un audaz caballero de su reino, el más dedicado a su protección y el que más la amaba por sobre todas las cosas, pero el simple hecho de estar enamorados podía condenar sus vidas, llevándolos directo a la horca, por ello era un secreto.
Pasaron pues meses, un sano niño nació y el reino celebró tal suceso. Aquel pequeño bebé castaño tendría por nombre Esteban, y con tan sólo unos meses de nacido, su sonrisa inocente enamoraba a todo el que mirara.
Las hermanas vivieron tiempos tranquilos, sus secretos seguían ocultos, y el bebé simplemente llenaba de luz sus vidas de realeza. La hermana mayor había olvidado su miedo por ser descubierta, y la hermana menor se dedicaba a disfrutar de su prohibido romance con su caballero de armadura plateada. Los prometidos siguieron llegando, uno tras otro siendo rechazado fríamente por la joven doncella que ya no esperaba a la noche para ver a su querido caballero.
Faltaban quizá un par de meses para el tercer cumpleaños de Esteban, y ya se estaba planeando una inmensa celebración para el obediente niño de cabellos castaños que todos adoraban. En medio de tal organización adelantada, la madre del pequeño había notado algo diferente en su hermana menor, y fue que otro secreto se supo entre ellas: la hija menor de la familia real, estaba embarazada.
La alegría de ambas era algo interno, algo que no podían gritar a los cuatro vientos, y ni siquiera el caballero podía saber que sería padre, porque sus vidas estarían en riesgo.
Pero fue entonces que la alegría fue opacada por la enfermedad de la hermana mayor. Una repentina enfermedad la había dejado en cama y los doctores no hallaban la cura para su estado.
La hermana menor se dedicaba a cuidar a la mayor, y está, por algún motivo, sólo aceptaba en su alcoba a su pequeño hijo, como si cada sonrisa fuese una despedida, cada pabara un eterno consejo y cada mirada una profunda disculpa.
La enfermedad de la mayor no mejoraba, todos en el castillo lo sabían, y fue una noche que la joven princesa menor supo el origen del mal que mataba a su hermana lentamente: su esposo la había envenando.
Ya habiendo acabado con tu luz, mi dulce Mariane, acabar con ese pequeño bastardo no será problema—el príncipe sonreía a su enferma esposa, sin saber que la menor de las hermanas permanecía escondida al otro lado de la puerta de la alcoba—. ¿Pensaste que no me enteraría de tu traición? Pero no has de preocuparte, porque nadie más sabrá de esto, y al igual que tú, ese pequeño enfermará y serán olvidados en la historia de este reino de una manera digna, dejando a un viudo Rey sin herederos.
La hermana menor había ido a comentarle a la mayor que por fin le había dicho a su preciado caballero que sería padre, que el joven muchacho no pudo estar más feliz por aquella noticia, pero oír tales palabras de su cuñado, solo crisparon la piel de la doncella que no se atrevió a cruzar la puerta. Entonces el príncipe se fue, la menor se escondió para no ser vista y al final, entró para ver a Mariane tan pálida como el invierno. Con sólo una mirada, Mariane se despidió de Candance y confirmó su pregunta: tendría que irse del castillo junto a Esteban si querían que siguiese con vida.
Un pequeño beso fue depositado en la frente de Mariane, un beso lleno de amor fraterno y dolor profundo, porque Candance no quería dejarla sola, no quería dejarla morir, pero ambas sabían que era un final que no podría evitar y que si Candance se quedaba, tanto Esteban como ella correrían peligro.
Entonces se despidió, se despidió de su mejor amiga y hermana mayor, y corrió a mitad de la noche a la alcoba del pequeño Esteban para tomarlo entre sus brazos mientras esté seguía durmiendo. Fue casi invisible mientras se deslizaba entre las largas cortinas y las bien talladas esculturas y columnas con grabados florales. Era de esperarse que la repentina muerte de la princesa Mariane fuese vinculada con la desaparición de la princesa Candance y el pequeño Esteban, era de esperarse que se le culpara a ella de haber envenenado a su hermana y haber secuestrado al niño, pero era mejor aquello a tener que esperar a que el niño fuese otra víctima, era preferible que fuese culpada que ser cómplice de la maldad del príncipe y dejar que matara a Esteban, era preferible desaparecer antes de que más inocentes muriese por culpa de la ambición a la corona o las tradiciones morales de la realeza.
Pero Candance aún era una joven muchacha, a sus 25 años caminaba aterrada entre las sombras, rogando a los cielos que nadie reparará en su rápida sombra. No podía con la tristeza de saber que su hermana estaba muriendo sola, pero su sentido común le gritaba que si se quedaba, Esteban sería el siguiente en morir, y luego ella estaría en peligro por haber quedado embarazada fuera del matrimonio, por tener en su vientre el hijo de un caballero, lo cual iba contra las leyes.
Candance se negaba a llorar mientras huía, el castillo se le hacía más grande que antes y las sombras de las cortinas movidas por el viento le causaban pánico. Fue pues que estando en el jardín trasero, donde podría tomar un caballo y salir del reino, una mano se acercó a su hombro para crisparle la piel. La joven no pudo con su propio peso, y unos brazos la tomaron para acobijsrla y evitar que cayera al suelo. Los brillantes ojos del caballero le pedían una explicación, Candance trago saliva con dificultad debido al nudo en su garganta, y su amado caballero la abrazó en busca de calmar su atemorizado ser.
Ella le rogó que la dejara ir, que debía huir, sin darle razones para ello. Él sólo sabía que su querida princesa estaba asustada, que se sentía desprotegida en el castillo y la besó. Él solo pidió acompañarla en su travesía, porque ella era su todo, era su mundo, y él sin ella moriría. Ella era la madre de su hijo, la mujer que más amaba y a la que juró proteger por sobre su vida. No podía dejarla sola. Aquellas dulces palabras del caballero ayudaron a que el corazón de la doncella recobrara la serenidad que había perdido.
Y ambos huyeron.
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